/ miércoles 23 de marzo de 2022

Norady y Santé XXIII

Vitral

Qué mala onda. Estaba extenuado y la pachanga aún seguía. Se sintió como un Cristo, por esa rara fortaleza para aguantar el martirio físico, mental y, sobre todo, emocional al que estaba sometido. Pero, bueno, lo más grave ya había pasado y había podido soportarlo. Y como leyó alguna vez por ahí: esto también pasará.Caminó unos cincuenta metros hasta unos escalones que daban acceso a un salón de belleza, se tiró ahí y se recargó en la cortina. El día y la noche habían sido extremadamente largos. Le dolían los músculos de las piernas, el calambre seguía ahí, latente y amenazante. No había ni una alma en la calle. Pasaban algunos pocos autos. En minutos asomarían las primeras luces de un nuevo día. La música de la fiesta se escuchaba hasta donde él estaba. Permaneció tranquilo. Unas horas antes había llorado de dolor, pero ahora las lágrimas no le salían. Hubiera sido muy falso intentar chillar. Podía captar la naturaleza íntima de cada uno de los movimientos y pensamientos que lo acechaban. Sintió aires de libertad, exacto, ahora era libre, totalmente libre. El libro de Gibrán Jalil, El loco, que lo había acompañado todo el día, estuvo cerrado entre su manos todo el tiempo, carcomido en su lomo por el sudor de sus manos.

Dos perros pasaron junto a Santé y lo olfatearon, se retiraron luego. Pensó: sólo falta que me orine uno de estos canes. Como entre sueños imaginó venir una locomotora enorme enfilada directo hacia él a toda velocidad. Si no reflexionaba los siguientes pasos a seguir, esa enorme máquina lo arrollaría, lo haría pedazos. Era su destino el que lo alertaba. Al otro lado de la vía, Norady bailaba feliz. La fiesta terminó a las cuatro treinta a.m.

De ahora en adelante, el alejamiento entre Norady, la hermosa Norady, avanzaría paulatinamente hasta convertirse en absoluto olvido. ¿Sería posible olvidar a una persona con la que se ha compartido parte de la vida así como si nada? Al parecer sí. Y aunque no era de su época, ese bolero de Roberto Cantoral, titulado La barca, retumbaba en sus oídos, le carcomía el alma: “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esta razón. Porque yo seguiré siendo cautivo, de los caprichos de tu corazón ... Hoy, mi playa se viste de amargura porque tu barca tiene que partir, a cruzar otros mares de locura, cuida que no naufrague tu vivir. Cuando la luz del sol se esté apagando y te sientas cansada de vagar, piensa que yo por ti estaré esperando hasta que tú decidas regresar.”

El interfecto, el ahora esposo, pues, se fue a vivir a casa de Norady. Santé los veía pasar, y sin que se dieran cuenta les seguía los pasos. Otra canción vino a su mente. Amaba tanto la música que canciones de todos los géneros componían su biografía, la cual se escribía a diario. Era una rola de Héctor Flores Osuna, que interpretaba magistralmente José Feliciano: "Ayer te vi pasar con él del brazo y, sin que lo notaras, te seguí los pasos. Ayer pude comprobar que tú me mentías, después de que juraste que no lo querías. Toma ese puñal, ábreme las venas, quiero desangrarme hasta que me muera. No quiero la vida si he de verte ajena, pues sin tu cariño...No vale la pena. Por qué, dime por qué me has engañado. Si tú, todo lo que tú has querido, siempre te lo he dado. Por qué te burlas de mí, amorcito mío. Después, que te he querido, me das tan mal pago“.

Extrañaba enormemente el cuerpo de Norady. Aparecía en sus sueños, todos los días, con su cabello suelto y sus vestidos cortos hasta las rodillas. Su amplia sonrisa…Norady, Norady. Los unía el hecho de haber vivido juntos, por primera vez, muchas cosas. Haberla tocado toda, mirado desnuda, abrazado, besado. Aunque siempre de volada, con cortes abruptos, al vapor, a las escondidas, con miedo. Era comprensible. Sus padres no querían que se emboletara tan pronto, que se fuera a embarazar, era muy chica. Querían que estudiara, se divirtiera, tuviera más novios. Razones que ante las ansias de Santé y un tanto de ella, no tenían cabida. Él quería amarla totalmente desde ya, poseerla, sus hormonas no estaban para espera a nada ni a nadie. Por eso los papás de ella tenían que andar a las vivas, espiando, preguntando, controlando. Con un interruptor continuo, un switch que bajaba y subía. La pareja buscaba el edén, rompían el tráfico citadino, pisaban la boca del monstruo, correteaban tras eso que llaman pecado, y sólo así pudieron arañar, tocar un poco a las puertas del conocimiento, del árbol de la vida, el del Bien y el Mal. En sus distintos caminos nada volvería a ser igual para ninguno de los dos.

Calles desiertas al amanecer, mañanas frías. Soledad. Èl estaba seguro de ser un muchacho buena onda, ameno, simpático, dadivoso. Pero nadie puede comprenderse solo a sí mismo. Para entenderse a cabalidad se requiere de los demás. En solitario no es posible. Se veía al espejo, la cara tensa, el ceño arrugado, la mirada asustada, pero cuando menos era capaz todavía de verse a la cara, a los ojos, sin perturbarse. La oscura profundidad de sus pupilas lo reflejaba vagamente. Por ahora, estaba refugiado en la lectura, dónde más. Sus amados libros, amigos, consejeros, compañeros. Escribía poemas nostálgicos, depresivos, aburridos. Escuchaba su música de rock del bueno, blues clavados. Eran como oraciones nocturnas, en medio de densas nubes de humo de cigarrillos. Claro, cuando sus padres no estaban, porque Santé jamás fumaba enfrente de ellos.

La desazón, los lastres de la infancia, los genitales negados por la sociedad. La teoría sexual aprendida en las pintas de puertas y paredes de cantinas, baños públicos y escuelas. Los órganos sexuales estudiados en los dibujos pseudo eróticos de artistas reprimidos. El lenguaje del amor aprendido en los albures copiados por Armando Jiménez, para su libro Picardía mexicana, versos que tanto habían hecho reír a Santé y sus amigos leyéndolos en la azotea de alguna casa. Él representaba toda una generación preguntándose qué era eso de la sexualidad, del sexo. ¿Nada más acostarse con alguien? Para las acciones que ahora debía tomar tenía que estudiar muchos puntos de vista, escuchar a los viejos, leer a los maestros, conocer más chavas, muchas chavas.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

Qué mala onda. Estaba extenuado y la pachanga aún seguía. Se sintió como un Cristo, por esa rara fortaleza para aguantar el martirio físico, mental y, sobre todo, emocional al que estaba sometido. Pero, bueno, lo más grave ya había pasado y había podido soportarlo. Y como leyó alguna vez por ahí: esto también pasará.Caminó unos cincuenta metros hasta unos escalones que daban acceso a un salón de belleza, se tiró ahí y se recargó en la cortina. El día y la noche habían sido extremadamente largos. Le dolían los músculos de las piernas, el calambre seguía ahí, latente y amenazante. No había ni una alma en la calle. Pasaban algunos pocos autos. En minutos asomarían las primeras luces de un nuevo día. La música de la fiesta se escuchaba hasta donde él estaba. Permaneció tranquilo. Unas horas antes había llorado de dolor, pero ahora las lágrimas no le salían. Hubiera sido muy falso intentar chillar. Podía captar la naturaleza íntima de cada uno de los movimientos y pensamientos que lo acechaban. Sintió aires de libertad, exacto, ahora era libre, totalmente libre. El libro de Gibrán Jalil, El loco, que lo había acompañado todo el día, estuvo cerrado entre su manos todo el tiempo, carcomido en su lomo por el sudor de sus manos.

Dos perros pasaron junto a Santé y lo olfatearon, se retiraron luego. Pensó: sólo falta que me orine uno de estos canes. Como entre sueños imaginó venir una locomotora enorme enfilada directo hacia él a toda velocidad. Si no reflexionaba los siguientes pasos a seguir, esa enorme máquina lo arrollaría, lo haría pedazos. Era su destino el que lo alertaba. Al otro lado de la vía, Norady bailaba feliz. La fiesta terminó a las cuatro treinta a.m.

De ahora en adelante, el alejamiento entre Norady, la hermosa Norady, avanzaría paulatinamente hasta convertirse en absoluto olvido. ¿Sería posible olvidar a una persona con la que se ha compartido parte de la vida así como si nada? Al parecer sí. Y aunque no era de su época, ese bolero de Roberto Cantoral, titulado La barca, retumbaba en sus oídos, le carcomía el alma: “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esta razón. Porque yo seguiré siendo cautivo, de los caprichos de tu corazón ... Hoy, mi playa se viste de amargura porque tu barca tiene que partir, a cruzar otros mares de locura, cuida que no naufrague tu vivir. Cuando la luz del sol se esté apagando y te sientas cansada de vagar, piensa que yo por ti estaré esperando hasta que tú decidas regresar.”

El interfecto, el ahora esposo, pues, se fue a vivir a casa de Norady. Santé los veía pasar, y sin que se dieran cuenta les seguía los pasos. Otra canción vino a su mente. Amaba tanto la música que canciones de todos los géneros componían su biografía, la cual se escribía a diario. Era una rola de Héctor Flores Osuna, que interpretaba magistralmente José Feliciano: "Ayer te vi pasar con él del brazo y, sin que lo notaras, te seguí los pasos. Ayer pude comprobar que tú me mentías, después de que juraste que no lo querías. Toma ese puñal, ábreme las venas, quiero desangrarme hasta que me muera. No quiero la vida si he de verte ajena, pues sin tu cariño...No vale la pena. Por qué, dime por qué me has engañado. Si tú, todo lo que tú has querido, siempre te lo he dado. Por qué te burlas de mí, amorcito mío. Después, que te he querido, me das tan mal pago“.

Extrañaba enormemente el cuerpo de Norady. Aparecía en sus sueños, todos los días, con su cabello suelto y sus vestidos cortos hasta las rodillas. Su amplia sonrisa…Norady, Norady. Los unía el hecho de haber vivido juntos, por primera vez, muchas cosas. Haberla tocado toda, mirado desnuda, abrazado, besado. Aunque siempre de volada, con cortes abruptos, al vapor, a las escondidas, con miedo. Era comprensible. Sus padres no querían que se emboletara tan pronto, que se fuera a embarazar, era muy chica. Querían que estudiara, se divirtiera, tuviera más novios. Razones que ante las ansias de Santé y un tanto de ella, no tenían cabida. Él quería amarla totalmente desde ya, poseerla, sus hormonas no estaban para espera a nada ni a nadie. Por eso los papás de ella tenían que andar a las vivas, espiando, preguntando, controlando. Con un interruptor continuo, un switch que bajaba y subía. La pareja buscaba el edén, rompían el tráfico citadino, pisaban la boca del monstruo, correteaban tras eso que llaman pecado, y sólo así pudieron arañar, tocar un poco a las puertas del conocimiento, del árbol de la vida, el del Bien y el Mal. En sus distintos caminos nada volvería a ser igual para ninguno de los dos.

Calles desiertas al amanecer, mañanas frías. Soledad. Èl estaba seguro de ser un muchacho buena onda, ameno, simpático, dadivoso. Pero nadie puede comprenderse solo a sí mismo. Para entenderse a cabalidad se requiere de los demás. En solitario no es posible. Se veía al espejo, la cara tensa, el ceño arrugado, la mirada asustada, pero cuando menos era capaz todavía de verse a la cara, a los ojos, sin perturbarse. La oscura profundidad de sus pupilas lo reflejaba vagamente. Por ahora, estaba refugiado en la lectura, dónde más. Sus amados libros, amigos, consejeros, compañeros. Escribía poemas nostálgicos, depresivos, aburridos. Escuchaba su música de rock del bueno, blues clavados. Eran como oraciones nocturnas, en medio de densas nubes de humo de cigarrillos. Claro, cuando sus padres no estaban, porque Santé jamás fumaba enfrente de ellos.

La desazón, los lastres de la infancia, los genitales negados por la sociedad. La teoría sexual aprendida en las pintas de puertas y paredes de cantinas, baños públicos y escuelas. Los órganos sexuales estudiados en los dibujos pseudo eróticos de artistas reprimidos. El lenguaje del amor aprendido en los albures copiados por Armando Jiménez, para su libro Picardía mexicana, versos que tanto habían hecho reír a Santé y sus amigos leyéndolos en la azotea de alguna casa. Él representaba toda una generación preguntándose qué era eso de la sexualidad, del sexo. ¿Nada más acostarse con alguien? Para las acciones que ahora debía tomar tenía que estudiar muchos puntos de vista, escuchar a los viejos, leer a los maestros, conocer más chavas, muchas chavas.


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