/ sábado 15 de septiembre de 2018

Plaza de La Cruz del Cerrito / Plaza Juana de Arco

Anclajes: Al norte de la ciudad en la Otra Banda, se encuentra el barrio de El Cerrito, conocido desde hace siglos como La Cruz del Cerrito. Vecino del barrio de la Trinidad. Era un ramal del Camino Real a Tierra Adentro. Para los antiguos queretanos La Cruz del Cerrito era una referencia importante, pues en esa área se encontraba la Garita de Portugal en el camino hacia el norte. Región conocida como la “Gran Chichimeca”, donde estaban asentados los reales de minas de San Luis Potosí del Catorce y Zacatecas. Las mojoneras que limitaban los terrenos de las haciendas y estancias ubicadas en aquella zona, señalaban uno de los puntos de entrada a la ciudad, y según los datos que existen desde el siglo XVI, El Cerrito fue límite de la configuración de la ciudad en diversas épocas.

Tradición – modernidad: Por la Prolongación Corregidora Norte; en la periferia de las plazas de la Cruz del Cerrito y Juana de Arco recientemente fue instalado un paradero del Transporte Público “tipo Dubái”. (Que todavía no se encuentra en servicio). Lugar de encuentro y de sociabilización donde se enlaza la visión contemporánea con la memoria colectiva. Ahí se perciben los usos y re significaciones del espacio; la manera de organizarse entre los vecinos viejos y los que están asentándose en el barrio, provenientes de diversas partes de la república y del extranjero. Para recuperar la memoria de aquellos callejones de la época virreinal llamados del Desierto y del Rebuzno; o la subida al Cerrito. Hay que recordar que en inicio de la década de los sesenta del siglo XX el territorio de la Otra Banda fue intervenido para hacer el trazo que articulaba la zona norte con el “Primer cuadro” de la ciudad, alterando para siempre la traza original. En ese espacio se instalaron los Parque Industriales en terrenos de la otrora Hacienda de la Laborcilla.

Fiesta con “gravísimos inconvenientes”. Un documento de 1694, informa sobre la prohibición de las fiestas de moros y cristianos en la ciudad de Querétaro, las cuales eran escenificadas con motivo de las fiestas de la Santa Cruz. [3 de mayo] El arzobispo sostenía que deberían ser reprimidas por los gravísimos inconvenientes, indecencias y pecados que contra Dios Nuestro Señor se siguen, de que sean fiestas profanas de toros y comedias a la Santísima Cruz. Después de un Real Acuerdo, el virrey ratificó las consideraciones del arzobispo ordenando al teniente de alcalde mayor de la ciudad de Querétaro, que se observase y cumpliese el ordenamiento, donde se prohibía esta manifestación.[1] En el barrio indígena de la Cruz del Cerrito al norte de la ciudad. Estas fiestas continuaron, a veces en la clandestinidad, otras con celosa vigilancia hasta finales del siglo XVIII, según lo anota el autor anónimo de Acuerdos Curiosos.[2] Las Fiestas de la Cruz del Cerrito…”duraban ocho días, (y fueron prohibidas por el corregidor Ruiz Calado) por “los grandes escándalos y desórdenes que se cometían en ella.”[3]

La plaza como escenario tiene sus propios matices y atmósferas. Guillermo Prieto testificó en la segunda mitad del siglo XIX la subida al cerro con el pífano y el tamboril a cientos de indígenas portando una cruz; así como a “otros indios con penachos de plumas, rosarios largos y numerosos de patoles y colorines, carcax al hombro”…La plaza fue escenario de acciones bélicas durante el Sitio de 1867, quedó en la memoria la incursión de Miramón en abril de ese año; cuando apenas pudo escapar en “paños menores” el general republicano Florencio Antillón que tenía su cuartel en el templo de la Santa Cruz del Cerrito. Además de la fiesta del 3 de mayo en El Cerrito, fueron muy concurridas las festividades del Corpus Christi y las procesiones del Santo Entierro, entre otras, que datan de la época de la colonia. Se trataba de ritos sincréticos que la “república de naturales” organizaba a través de las diversas cofradías, en paralelo con las autoridades virreinales y clericales. Al mediar el siglo decimonono, en las actas del cabildo, se pueden ver las solicitudes de permiso para “la procesión del Santo Entierro”, donde se extremaba la vigilancia porque terminaban en desmanes debido a la embriaguez. Con las leyes de Reforma estas manifestaciones no concurrieron más a la vía pública, pero sí dentro de los recintos y espacios sagrados de los templos y sus atrios. Algunas desaparecieron, otras persisten.

Fiesta de los rellenos: Durante la fiesta y novenario de la Santa Cruz se podían degustar los tradicionales “rellenos”, consistía en pan rellenado con conserva de chilacayote o de arroz con leche, capeado con huevo y bañado con miel de piloncillo o de azúcar. En otros tiempos se acompañan con charape, una bebida a base de pulque y piña fermentada que se vendía en tinajas adornadas con claveles rojos y blancos. A esas fiestas asistían personas de diferentes puntos de la ciudad. La plaza era muy grande incluía parte del área donde hoy se encuentra la plaza Juana de Arco. En ese sitio se instalaban “la ola” -un juego construido de madera que se impulsaba manualmente y daba la sensación de estar sobre las olas-, las carpas para las cervecerías, y puestos de enchiladas, charape y desde luego, de los tradicionales rellenos.

Lo que fuera la Plaza de la Cruz del Cerrito, fue cambiando, se ubicaron vecinos en el entorno, se trazó la Plaza Juana de Arco con su kiosco y un inmueble de servicios administrativos; fue instala una fuente – ya desaparecida la original-. Se colocaron juegos infantiles y canchas deportivas. Ahora, estas calles son transitadas por miles de queretanos toda vez que enlaza la zona norte con el centro de la ciudad. En ellas proliferan las tiendas de conveniencia, vinaterías, rosticerías, farmacias. Perduran algunas “tienditas de la esquina”, madererías, vidrierías, renovadoras de calzado, torterías y expendios de “antojitos” y negocios de comida. Las plazas siempre son concurridas por quienes van a hacer trámites en las oficinas, y por los que esperan el transporte público que a veces “ni para bien para subirse”. Escenario de la fiesta patronal, de los rituales de Semana Santa, del acto cívico y lúdico. Para los viejos vecinos queda aquella cartografía de la memoria. Pues al trasponer el puente de madera se encontraba una fuente ochavada de cantera, donde aguadores y amas de casa se abastecían del líquido. En su lugar existe una de concreto con sus grafitis que delimitan el territorio, alrededor se reúnen algunos vecinos para “echar la mona” y beber sin tregua, “al fin y al cabo todos nos vamos a morir”, filosofía que les dio el nombre de “El escuadrón de la muerte”. Todavía se recuerda a los viejos oficios de curtidor, cohetero, cambayeros, pajareros y herreros. Las aromas dulces del camote horneado y de las manzanas y tejocotes acaramelados.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Septiembre de MMXVIII.


[1] José Ignacio Urquiola, dio a conocer el documento del AGN-Ramo General: “Un conflicto surgido ante las fiestas de Moros y Cristianos: Querétaro en 1694”que comenta en El Heraldo de Navidad-1999. Patronato de las Fiestas de Querétaro, pp.110-113.

[2] Anónimo. Acuerdo Curiosos. Transcripción paleográfica: Armella de Aspe, Virginia; Meade de ángulo, Mercedes. Gobierno del Estado de Querétaro. México 1989, p. 157.

[3] Ver: Moreno Pérez, Edgardo. “Señor Santiago: Nuestro Santiaguito”, en El Heraldo de Navidad-1996. Patronato de las Fiestas de Querétaro. pp. 67-74. Cfr. Querétaro, en trazos, huellas y fragmentos. LIBRARIUS. 2014, pp. 53-56.


Anclajes: Al norte de la ciudad en la Otra Banda, se encuentra el barrio de El Cerrito, conocido desde hace siglos como La Cruz del Cerrito. Vecino del barrio de la Trinidad. Era un ramal del Camino Real a Tierra Adentro. Para los antiguos queretanos La Cruz del Cerrito era una referencia importante, pues en esa área se encontraba la Garita de Portugal en el camino hacia el norte. Región conocida como la “Gran Chichimeca”, donde estaban asentados los reales de minas de San Luis Potosí del Catorce y Zacatecas. Las mojoneras que limitaban los terrenos de las haciendas y estancias ubicadas en aquella zona, señalaban uno de los puntos de entrada a la ciudad, y según los datos que existen desde el siglo XVI, El Cerrito fue límite de la configuración de la ciudad en diversas épocas.

Tradición – modernidad: Por la Prolongación Corregidora Norte; en la periferia de las plazas de la Cruz del Cerrito y Juana de Arco recientemente fue instalado un paradero del Transporte Público “tipo Dubái”. (Que todavía no se encuentra en servicio). Lugar de encuentro y de sociabilización donde se enlaza la visión contemporánea con la memoria colectiva. Ahí se perciben los usos y re significaciones del espacio; la manera de organizarse entre los vecinos viejos y los que están asentándose en el barrio, provenientes de diversas partes de la república y del extranjero. Para recuperar la memoria de aquellos callejones de la época virreinal llamados del Desierto y del Rebuzno; o la subida al Cerrito. Hay que recordar que en inicio de la década de los sesenta del siglo XX el territorio de la Otra Banda fue intervenido para hacer el trazo que articulaba la zona norte con el “Primer cuadro” de la ciudad, alterando para siempre la traza original. En ese espacio se instalaron los Parque Industriales en terrenos de la otrora Hacienda de la Laborcilla.

Fiesta con “gravísimos inconvenientes”. Un documento de 1694, informa sobre la prohibición de las fiestas de moros y cristianos en la ciudad de Querétaro, las cuales eran escenificadas con motivo de las fiestas de la Santa Cruz. [3 de mayo] El arzobispo sostenía que deberían ser reprimidas por los gravísimos inconvenientes, indecencias y pecados que contra Dios Nuestro Señor se siguen, de que sean fiestas profanas de toros y comedias a la Santísima Cruz. Después de un Real Acuerdo, el virrey ratificó las consideraciones del arzobispo ordenando al teniente de alcalde mayor de la ciudad de Querétaro, que se observase y cumpliese el ordenamiento, donde se prohibía esta manifestación.[1] En el barrio indígena de la Cruz del Cerrito al norte de la ciudad. Estas fiestas continuaron, a veces en la clandestinidad, otras con celosa vigilancia hasta finales del siglo XVIII, según lo anota el autor anónimo de Acuerdos Curiosos.[2] Las Fiestas de la Cruz del Cerrito…”duraban ocho días, (y fueron prohibidas por el corregidor Ruiz Calado) por “los grandes escándalos y desórdenes que se cometían en ella.”[3]

La plaza como escenario tiene sus propios matices y atmósferas. Guillermo Prieto testificó en la segunda mitad del siglo XIX la subida al cerro con el pífano y el tamboril a cientos de indígenas portando una cruz; así como a “otros indios con penachos de plumas, rosarios largos y numerosos de patoles y colorines, carcax al hombro”…La plaza fue escenario de acciones bélicas durante el Sitio de 1867, quedó en la memoria la incursión de Miramón en abril de ese año; cuando apenas pudo escapar en “paños menores” el general republicano Florencio Antillón que tenía su cuartel en el templo de la Santa Cruz del Cerrito. Además de la fiesta del 3 de mayo en El Cerrito, fueron muy concurridas las festividades del Corpus Christi y las procesiones del Santo Entierro, entre otras, que datan de la época de la colonia. Se trataba de ritos sincréticos que la “república de naturales” organizaba a través de las diversas cofradías, en paralelo con las autoridades virreinales y clericales. Al mediar el siglo decimonono, en las actas del cabildo, se pueden ver las solicitudes de permiso para “la procesión del Santo Entierro”, donde se extremaba la vigilancia porque terminaban en desmanes debido a la embriaguez. Con las leyes de Reforma estas manifestaciones no concurrieron más a la vía pública, pero sí dentro de los recintos y espacios sagrados de los templos y sus atrios. Algunas desaparecieron, otras persisten.

Fiesta de los rellenos: Durante la fiesta y novenario de la Santa Cruz se podían degustar los tradicionales “rellenos”, consistía en pan rellenado con conserva de chilacayote o de arroz con leche, capeado con huevo y bañado con miel de piloncillo o de azúcar. En otros tiempos se acompañan con charape, una bebida a base de pulque y piña fermentada que se vendía en tinajas adornadas con claveles rojos y blancos. A esas fiestas asistían personas de diferentes puntos de la ciudad. La plaza era muy grande incluía parte del área donde hoy se encuentra la plaza Juana de Arco. En ese sitio se instalaban “la ola” -un juego construido de madera que se impulsaba manualmente y daba la sensación de estar sobre las olas-, las carpas para las cervecerías, y puestos de enchiladas, charape y desde luego, de los tradicionales rellenos.

Lo que fuera la Plaza de la Cruz del Cerrito, fue cambiando, se ubicaron vecinos en el entorno, se trazó la Plaza Juana de Arco con su kiosco y un inmueble de servicios administrativos; fue instala una fuente – ya desaparecida la original-. Se colocaron juegos infantiles y canchas deportivas. Ahora, estas calles son transitadas por miles de queretanos toda vez que enlaza la zona norte con el centro de la ciudad. En ellas proliferan las tiendas de conveniencia, vinaterías, rosticerías, farmacias. Perduran algunas “tienditas de la esquina”, madererías, vidrierías, renovadoras de calzado, torterías y expendios de “antojitos” y negocios de comida. Las plazas siempre son concurridas por quienes van a hacer trámites en las oficinas, y por los que esperan el transporte público que a veces “ni para bien para subirse”. Escenario de la fiesta patronal, de los rituales de Semana Santa, del acto cívico y lúdico. Para los viejos vecinos queda aquella cartografía de la memoria. Pues al trasponer el puente de madera se encontraba una fuente ochavada de cantera, donde aguadores y amas de casa se abastecían del líquido. En su lugar existe una de concreto con sus grafitis que delimitan el territorio, alrededor se reúnen algunos vecinos para “echar la mona” y beber sin tregua, “al fin y al cabo todos nos vamos a morir”, filosofía que les dio el nombre de “El escuadrón de la muerte”. Todavía se recuerda a los viejos oficios de curtidor, cohetero, cambayeros, pajareros y herreros. Las aromas dulces del camote horneado y de las manzanas y tejocotes acaramelados.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Septiembre de MMXVIII.


[1] José Ignacio Urquiola, dio a conocer el documento del AGN-Ramo General: “Un conflicto surgido ante las fiestas de Moros y Cristianos: Querétaro en 1694”que comenta en El Heraldo de Navidad-1999. Patronato de las Fiestas de Querétaro, pp.110-113.

[2] Anónimo. Acuerdo Curiosos. Transcripción paleográfica: Armella de Aspe, Virginia; Meade de ángulo, Mercedes. Gobierno del Estado de Querétaro. México 1989, p. 157.

[3] Ver: Moreno Pérez, Edgardo. “Señor Santiago: Nuestro Santiaguito”, en El Heraldo de Navidad-1996. Patronato de las Fiestas de Querétaro. pp. 67-74. Cfr. Querétaro, en trazos, huellas y fragmentos. LIBRARIUS. 2014, pp. 53-56.


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