/ viernes 4 de enero de 2019

Roma (1)

Domingo siete

Por cuestiones de calendario y por esos asuntos de la distribución cinematográfica, tendré el honor de escribir sobre “Roma” de Alfonso Cuarón en dos entregas que saldrán a la luz a caballo entre el año que expira y el próximo. Lamentablemente, los lectores –ya de por sí escasos- probablemente estarán de vacaciones y perderé la oportunidad de sopesar la interpretación que habré de esbozar a continuación.

Es difícil decir algo después del aluvión de entusiastas comentarios que se han escrito y pronunciado en periódicos, revistas, canales de radio y televisión; sin embargo, debo hacerlo para dejar impreso el enorme placer con el que deglutí ese banquete de alta cinematografía que es “Roma”, y para hacerlo me detendré en dos secuencias, no sin antes traer a colación (estamos en época de colaciones) una pregunta de Mario Vargas Llosa, que desde que apareció en alguno de sus libros ha dado mucho qué pensar: “¿Cuándo se jodió el Perú?” Me parece que algo semejante se preguntó Cuarón para aventurar una respuesta poética sobre el momento que coincidió con su niñez.

En la primera secuencia de la película observamos las baldosas setenteras (por cierto, en entrevista con Fernanda Solórzano –Letras Libres de diciembre- Alfonso Cuarón explica como es que buscó la autenticidad en todos los objetos y arquitecturas que aparecen en la película, incluso en los objetos que no se ven), se observan las baldosas, decía, bañadas por el agua y el jabón que manos anónimas emplean para lavarlas. Corre el agua, la espuma, y en el cuadro de luz que forman las paredes del patio se ve pasar un avión como reflejo en el charco. La modernidad a la que aspiraba México en los años setenta pasa muy alto por el cielo y se refleja en el subsuelo, que se inventa a sí mismo debajo de las baldosas que reciben su baño matinal. Es decir, el progreso pasa tan alto que quienes trabajan en las baldosas lo ven inalcanzable en el cielo y, cuando lo pueden poseer, apenas es un reflejo en los abismos de la nación.

Sin lugar a dudas, Cleo (Yalitza Aparicio, extraordinaria actriz mixteca), la sirvienta que está limpiando las baldosas, es México, es el país que muchas veces ignoramos, como sucedió con las damas de la alta sociedad terriblemente ofendidas por lo que ellas consideraban una calumnia que retrató Buñuel en “Los Olvidados”, película que pareciera continuar en una de las secuencias de “Roma” filmada en un paisaje que debió ser muy semejante al que había en esos años, cuando la gigantesca y brava colonia Neza empezaba.

Hacia la mitad de la película hay una secuencia de amor. Cleo está arropada entre las sábanas mientras su galán, completamente desnudo (macho, machísimo como es), le hace una demostración marcial del deporte que practica con unos bastones de bambú, mismos que meses después serán el arma con la que los “halcones” habrán de atacar a los estudiantes que desfilaban por las calles aledañas al antiguo casco de Santo Tomás. Esta secuencia, notoriamente fálica, se afianza en el machismo para dar la nota militarista del régimen que empezaba a tropezar.

Es en esta secuencia que escucho la respuesta mexicana a la pregunta peruana formulada por Mario Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió el país? Fue en esos años, cuando Cuarón era un niño, cuando Cleo, a punto de dar a luz contempla la masacre y se encuentra con su galán, pistola en mano, convertido en asesino. Obviamente, al romper la fuente por la impresión, tenía que parir un niño muerto, porque ese niño fue concebido en los años en los cuales el “milagro mexicano”, pudiendo haber dado a luz un niño saludable dio un cadáver.

Entramos aquí en una trama que conjuga los recuerdos de la infancia y la conciencia contemporánea que el director posee ahora, cuando tiene entre sus manos la maestría del arte cinematográfico que ha conquistado haciendo otras películas y dando fe de su presencia en un aquí y ahora que lo compromete (continuará).

Por cuestiones de calendario y por esos asuntos de la distribución cinematográfica, tendré el honor de escribir sobre “Roma” de Alfonso Cuarón en dos entregas que saldrán a la luz a caballo entre el año que expira y el próximo. Lamentablemente, los lectores –ya de por sí escasos- probablemente estarán de vacaciones y perderé la oportunidad de sopesar la interpretación que habré de esbozar a continuación.

Es difícil decir algo después del aluvión de entusiastas comentarios que se han escrito y pronunciado en periódicos, revistas, canales de radio y televisión; sin embargo, debo hacerlo para dejar impreso el enorme placer con el que deglutí ese banquete de alta cinematografía que es “Roma”, y para hacerlo me detendré en dos secuencias, no sin antes traer a colación (estamos en época de colaciones) una pregunta de Mario Vargas Llosa, que desde que apareció en alguno de sus libros ha dado mucho qué pensar: “¿Cuándo se jodió el Perú?” Me parece que algo semejante se preguntó Cuarón para aventurar una respuesta poética sobre el momento que coincidió con su niñez.

En la primera secuencia de la película observamos las baldosas setenteras (por cierto, en entrevista con Fernanda Solórzano –Letras Libres de diciembre- Alfonso Cuarón explica como es que buscó la autenticidad en todos los objetos y arquitecturas que aparecen en la película, incluso en los objetos que no se ven), se observan las baldosas, decía, bañadas por el agua y el jabón que manos anónimas emplean para lavarlas. Corre el agua, la espuma, y en el cuadro de luz que forman las paredes del patio se ve pasar un avión como reflejo en el charco. La modernidad a la que aspiraba México en los años setenta pasa muy alto por el cielo y se refleja en el subsuelo, que se inventa a sí mismo debajo de las baldosas que reciben su baño matinal. Es decir, el progreso pasa tan alto que quienes trabajan en las baldosas lo ven inalcanzable en el cielo y, cuando lo pueden poseer, apenas es un reflejo en los abismos de la nación.

Sin lugar a dudas, Cleo (Yalitza Aparicio, extraordinaria actriz mixteca), la sirvienta que está limpiando las baldosas, es México, es el país que muchas veces ignoramos, como sucedió con las damas de la alta sociedad terriblemente ofendidas por lo que ellas consideraban una calumnia que retrató Buñuel en “Los Olvidados”, película que pareciera continuar en una de las secuencias de “Roma” filmada en un paisaje que debió ser muy semejante al que había en esos años, cuando la gigantesca y brava colonia Neza empezaba.

Hacia la mitad de la película hay una secuencia de amor. Cleo está arropada entre las sábanas mientras su galán, completamente desnudo (macho, machísimo como es), le hace una demostración marcial del deporte que practica con unos bastones de bambú, mismos que meses después serán el arma con la que los “halcones” habrán de atacar a los estudiantes que desfilaban por las calles aledañas al antiguo casco de Santo Tomás. Esta secuencia, notoriamente fálica, se afianza en el machismo para dar la nota militarista del régimen que empezaba a tropezar.

Es en esta secuencia que escucho la respuesta mexicana a la pregunta peruana formulada por Mario Vargas Llosa: ¿Cuándo se jodió el país? Fue en esos años, cuando Cuarón era un niño, cuando Cleo, a punto de dar a luz contempla la masacre y se encuentra con su galán, pistola en mano, convertido en asesino. Obviamente, al romper la fuente por la impresión, tenía que parir un niño muerto, porque ese niño fue concebido en los años en los cuales el “milagro mexicano”, pudiendo haber dado a luz un niño saludable dio un cadáver.

Entramos aquí en una trama que conjuga los recuerdos de la infancia y la conciencia contemporánea que el director posee ahora, cuando tiene entre sus manos la maestría del arte cinematográfico que ha conquistado haciendo otras películas y dando fe de su presencia en un aquí y ahora que lo compromete (continuará).

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