/ jueves 12 de agosto de 2021

Teatro en todas partes

Tinta para un Atabal

Un pueblo que se siente protagonista de su propia acción, la avala y se convierte en un verdadero actor de la transformación y del cambio

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.

Recorrer la legua, un término muy utilizado en el argot teatral, significa ir de un pueblo a otro acercando al público un acontecimiento escénico. El teatro de calle es una forma de representación que requiere de condiciones especiales para llevarse a cabo: una cobertura de servicios técnicos apropiados, una coordinación operativa que administre y suministre todos los recursos necesarios para que las funciones sean realizadas en las mejores condiciones, de tal manera que las expectativas de todos, equipo artístico, técnico y público en general, queden cubiertas en su totalidad.

Requiere también, por parte de los intérpretes, de mucha pasión, convencimiento, aplomo, seguridad y dominio de su arte, además de concentración y disposición para incorporar a su trabajo las condiciones marcadas por el clima y los ruidos visuales y auditivos que rodean el acontecimiento. Sobre todo, requiere de una solidez profesional de quienes aceptamos el reto de llegar al público alejado de las ciudades, en donde no se cuenta con recintos apropiados para que el teatro suceda en toda su dimensión “teatral”.

Este es el espíritu del proyecto emprendido por Atabal en los últimos meses, al que llamamos: Territorios hechos teatro. Detenidos por las diferentes etapas de la pandemia y las vedas electorales ordinarias y extraordinarias, hemos ido contra corriente, paso a paso, planeando actividades de acuerdo a semáforos y mandatos gubernamentales que nos impedían convocar a actos públicos que pusieran en riesgo, por una parte la salud y por otra, la legalidad o imparcialidad de las contiendas electorales. También hemos tenido que convocar a la voluntad de personas e instituciones que pudieran apoyarnos, haciendo un punto de convergencia con los objetivos del programa, proporcionando las condiciones y recursos materiales necesarios para su realización.

La obra de teatro itinerante que llevamos en un remolque, como si se tratara de una carreta o un carromato de teatro, es Bodas de sangre, de Federico García Lorca, con adaptación de Angélica Rogel, en conjunto con un gran equipo de creativos, técnicos y actores, quienes nunca perdimos de vista, a pesar del paso del tiempo, el espíritu que alentó esta creación desde su concepción: llegar hasta el público que habita en la localidades del estado de Querétaro. Hoy es una realidad y nos alegramos por ello. Nos alegramos y nos felicitamos por haber protegido ese espíritu que nos coloca de frente al público, en presencia, mirándonos a los ojos y que ahora nos da la oportunidad de reencontrarnos en medio de un acto extraordinario, tanto como los ambientes naturales que ha rodeado la puesta en cada presentación, en cada delegación y en cada municipio.

Comparto, con enorme satisfacción, el privilegio de haber concluido una primera etapa en la que llevamos esta puesta en escena a los municipios ubicados en la zona de la Sierra Gorda. Una experiencia hecha posible gracias a la gran pasión que compartimos todas y cada una de las personas que integramos el proyecto.

De esta experiencia rescato muchas reflexiones. La primera es que un artista debe confiar en su sentido de videncia, que es la claridad de hacia dónde va o a dónde quiere llegar. Los caminos, literalmente, me ofrecieron la oportunidad de pensar en muchos aspectos del arte que en la cotidianidad es difícil observar; entre ellos: la sorpresa y la mirada extraordinaria para ver como si fuera la primera vez lo que en apariencia no se ve: la gratitud, la confianza, la humildad, la sinceridad, la generosidad…

Foto: Cortesía | @atabal.creacionartistica

Durante el viaje, no descansamos. Yo no descansé, los paisajes me atraparon y me dejé llevar. Así, pensaba: “cuántos matices, cuántos colores, qué grande es la naturaleza. El camino es largo, pero es una maravilla que podamos llegar hasta acá”. Sí, recorrí la legua, los caminos, con los ojos bien abiertos tratando de que la inmensidad del paisaje me llenara las venas, de que se metiera por todos mis sentidos para llegar plena y con ansias de compartir más que una historia, vida, mundos, ficción cercana.

Es bello poder constatar que el trabajo de tantos meses comienza a dar frutos; que todo esfuerzo ha valido la pena; que comienza a suceder lo que estaba previsto, lo que deseábamos: que para la gente de las comunidades, éste no fuera un acto lejano; por el contrario, que con nuestro teatro lográramos hacer sentir, vibrar y reconocernos más allá de un aplauso y del regodeo fatuo de que somos unos “artistas”; sino que somos unos seres a los que nos gusta entregarnos en cuerpo y alma a nuestro trabajo, correspondiendo a la generosidad de las miradas que desde un balcón, debajo de un árbol, desde una jardinera cercana o desde un montón de piedras, se apropiaron de una historia.

Mucha gente se acercó a nosotros al término de la representación, gente que no pensaba quedarse, que iba pasando por la plaza y quedó atrapada por algo que estaba sucediendo y que no pudo dejar de ver. Muchas expresiones se quedan en mi recuerdo, en mi corazón y me alientan a seguir: “Fue tan real, como si de verdad hubiera sucedido”, nos dijo una señora al finalizar la función; algún niño dijo: “Les quedó muy bonito su teatro”; otro más “Ella tuvo la culpa, ¿cómo se le ocurre irse con el otro a la mitad de la boda?”, etc.

Hemos constatado que la realidad que se toca en Bodas de sangre está presente en todas las comunidades del mundo, que son cosas que ocurren en la ciudad y en el campo, que las circunstancias cambian de acuerdo a los usos y costumbres, pero que, en esencia, la situación ahí retratada no nos es ajena, es nuestra, nos pertenece. Pienso que éste es el acierto de una obra construida desde un fundamento que tiene como base la condición y comportamiento humano y no un regionalismo impuesto.

Esto es, que llevamos un discurso cercano a cualquier grupo social y que, por lo mismo, encaja en cualquier contexto en el que se expone.

Así también, nos hemos dado cuenta de la necesidad tan grande que se tiene en las comunidades de nuestro país, de la presencia de eventos artísticos; muestra de ellos es la avidez con la que respondieron los habitantes de los diferentes lugares que habitamos con el teatro en este breve pero enriquecedor recorrido por la Sierra de Querétaro. Esperamos así, llegar a muchos lugares más en los que podamos dialogar desde el fondo de nuestros corazones, para nutrirnos todos, público y actores, de la energía desbordada que nos brinda la vivencia del teatro.

De esta experiencia, lo mejor, como siempre, serán las miradas que a pesar de los ruidos exteriores (en algunos casos), se clavaron expectantes, sorprendidas, emocionadas, con lágrimas o sonrisas provocadas por los acontecimientos de la obra; ese es un regalo que no tiene precio y que se quedará grabado en lo más profundo de nuestro ser, dando fuerza y sentido a este gran equipo que seguirá recorriendo los caminos.

Un pueblo que se siente protagonista de su propia acción, la avala y se convierte en un verdadero actor de la transformación y del cambio

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.

Recorrer la legua, un término muy utilizado en el argot teatral, significa ir de un pueblo a otro acercando al público un acontecimiento escénico. El teatro de calle es una forma de representación que requiere de condiciones especiales para llevarse a cabo: una cobertura de servicios técnicos apropiados, una coordinación operativa que administre y suministre todos los recursos necesarios para que las funciones sean realizadas en las mejores condiciones, de tal manera que las expectativas de todos, equipo artístico, técnico y público en general, queden cubiertas en su totalidad.

Requiere también, por parte de los intérpretes, de mucha pasión, convencimiento, aplomo, seguridad y dominio de su arte, además de concentración y disposición para incorporar a su trabajo las condiciones marcadas por el clima y los ruidos visuales y auditivos que rodean el acontecimiento. Sobre todo, requiere de una solidez profesional de quienes aceptamos el reto de llegar al público alejado de las ciudades, en donde no se cuenta con recintos apropiados para que el teatro suceda en toda su dimensión “teatral”.

Este es el espíritu del proyecto emprendido por Atabal en los últimos meses, al que llamamos: Territorios hechos teatro. Detenidos por las diferentes etapas de la pandemia y las vedas electorales ordinarias y extraordinarias, hemos ido contra corriente, paso a paso, planeando actividades de acuerdo a semáforos y mandatos gubernamentales que nos impedían convocar a actos públicos que pusieran en riesgo, por una parte la salud y por otra, la legalidad o imparcialidad de las contiendas electorales. También hemos tenido que convocar a la voluntad de personas e instituciones que pudieran apoyarnos, haciendo un punto de convergencia con los objetivos del programa, proporcionando las condiciones y recursos materiales necesarios para su realización.

La obra de teatro itinerante que llevamos en un remolque, como si se tratara de una carreta o un carromato de teatro, es Bodas de sangre, de Federico García Lorca, con adaptación de Angélica Rogel, en conjunto con un gran equipo de creativos, técnicos y actores, quienes nunca perdimos de vista, a pesar del paso del tiempo, el espíritu que alentó esta creación desde su concepción: llegar hasta el público que habita en la localidades del estado de Querétaro. Hoy es una realidad y nos alegramos por ello. Nos alegramos y nos felicitamos por haber protegido ese espíritu que nos coloca de frente al público, en presencia, mirándonos a los ojos y que ahora nos da la oportunidad de reencontrarnos en medio de un acto extraordinario, tanto como los ambientes naturales que ha rodeado la puesta en cada presentación, en cada delegación y en cada municipio.

Comparto, con enorme satisfacción, el privilegio de haber concluido una primera etapa en la que llevamos esta puesta en escena a los municipios ubicados en la zona de la Sierra Gorda. Una experiencia hecha posible gracias a la gran pasión que compartimos todas y cada una de las personas que integramos el proyecto.

De esta experiencia rescato muchas reflexiones. La primera es que un artista debe confiar en su sentido de videncia, que es la claridad de hacia dónde va o a dónde quiere llegar. Los caminos, literalmente, me ofrecieron la oportunidad de pensar en muchos aspectos del arte que en la cotidianidad es difícil observar; entre ellos: la sorpresa y la mirada extraordinaria para ver como si fuera la primera vez lo que en apariencia no se ve: la gratitud, la confianza, la humildad, la sinceridad, la generosidad…

Foto: Cortesía | @atabal.creacionartistica

Durante el viaje, no descansamos. Yo no descansé, los paisajes me atraparon y me dejé llevar. Así, pensaba: “cuántos matices, cuántos colores, qué grande es la naturaleza. El camino es largo, pero es una maravilla que podamos llegar hasta acá”. Sí, recorrí la legua, los caminos, con los ojos bien abiertos tratando de que la inmensidad del paisaje me llenara las venas, de que se metiera por todos mis sentidos para llegar plena y con ansias de compartir más que una historia, vida, mundos, ficción cercana.

Es bello poder constatar que el trabajo de tantos meses comienza a dar frutos; que todo esfuerzo ha valido la pena; que comienza a suceder lo que estaba previsto, lo que deseábamos: que para la gente de las comunidades, éste no fuera un acto lejano; por el contrario, que con nuestro teatro lográramos hacer sentir, vibrar y reconocernos más allá de un aplauso y del regodeo fatuo de que somos unos “artistas”; sino que somos unos seres a los que nos gusta entregarnos en cuerpo y alma a nuestro trabajo, correspondiendo a la generosidad de las miradas que desde un balcón, debajo de un árbol, desde una jardinera cercana o desde un montón de piedras, se apropiaron de una historia.

Mucha gente se acercó a nosotros al término de la representación, gente que no pensaba quedarse, que iba pasando por la plaza y quedó atrapada por algo que estaba sucediendo y que no pudo dejar de ver. Muchas expresiones se quedan en mi recuerdo, en mi corazón y me alientan a seguir: “Fue tan real, como si de verdad hubiera sucedido”, nos dijo una señora al finalizar la función; algún niño dijo: “Les quedó muy bonito su teatro”; otro más “Ella tuvo la culpa, ¿cómo se le ocurre irse con el otro a la mitad de la boda?”, etc.

Hemos constatado que la realidad que se toca en Bodas de sangre está presente en todas las comunidades del mundo, que son cosas que ocurren en la ciudad y en el campo, que las circunstancias cambian de acuerdo a los usos y costumbres, pero que, en esencia, la situación ahí retratada no nos es ajena, es nuestra, nos pertenece. Pienso que éste es el acierto de una obra construida desde un fundamento que tiene como base la condición y comportamiento humano y no un regionalismo impuesto.

Esto es, que llevamos un discurso cercano a cualquier grupo social y que, por lo mismo, encaja en cualquier contexto en el que se expone.

Así también, nos hemos dado cuenta de la necesidad tan grande que se tiene en las comunidades de nuestro país, de la presencia de eventos artísticos; muestra de ellos es la avidez con la que respondieron los habitantes de los diferentes lugares que habitamos con el teatro en este breve pero enriquecedor recorrido por la Sierra de Querétaro. Esperamos así, llegar a muchos lugares más en los que podamos dialogar desde el fondo de nuestros corazones, para nutrirnos todos, público y actores, de la energía desbordada que nos brinda la vivencia del teatro.

De esta experiencia, lo mejor, como siempre, serán las miradas que a pesar de los ruidos exteriores (en algunos casos), se clavaron expectantes, sorprendidas, emocionadas, con lágrimas o sonrisas provocadas por los acontecimientos de la obra; ese es un regalo que no tiene precio y que se quedará grabado en lo más profundo de nuestro ser, dando fuerza y sentido a este gran equipo que seguirá recorriendo los caminos.

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