/ viernes 27 de octubre de 2023

La generación del entretenimiento

Tinta para un Atabal


Este artículo surge de la reflexión sobre mi experiencia en la práctica docente, la cual tiene relativamente poco tiempo aunque anteriormente ya había realizado algunas suplencias en secundaria y había impartido algún taller en equipo con otras y otros compañeros. Por primera vez me enfrento a un sistema académico que tiene que ver con el estudio constante, el manejo de grupos, el logro de objetivos, planeaciones y dinámicas etc., todo muy similar al trabajo que ya había realizado pero con la diferencia de la duración de los periodos, es decir, un taller o curso de verano puede durar entre una semana y un mes. Me hacía falta la práctica, pero con el tiempo fui encontrando la forma de adaptarme.

Mi vida dentro del ambiente académico se quedó pausada en 2007 cuando terminé mis estudios profesionales y me titulé al siguiente año. En ese entonces la tecnología no estaba tan desarrollada y al alcance de la mano como en la actualidad. Sumado a esto, cuando ocurrió la pandemia no me interesé mucho por las plataformas virtuales, fui de los que se desconectaron; vagamente usé y aprendí de estas herramientas.

Desde antes de entrar en la práctica docente me sentía fuera de un sistema que ya se había adaptado a la tecnología actual y que además se reforzó un par de años atrás por las circunstancias pandémicas. En este sentido, estaba en desventaja conmigo mismo, me costó tiempo de adaptación a la diversificación de los canales de comunicación y a las plataformas digitales, tanto para impartir clase como para planear y ejecutar todo un ciclo escolar con trabajos, tareas y otras actividades. Estas nuevas herramientas tienen sus ventajas, por supuesto: el acceso a la información es más inmediato y puede realizarse en cualquier lugar; teniendo un celular en la mano se pueden consultar calificaciones, planeaciones y cualquier otra actividad que se permita utilizar dentro de la aplicación propia de la institución.

Sin embargo, una de las grandes desventajas que encuentro es tener que depender de un sistema virtual que, cuando se presentan fallas de software, te obliga a tener que depender de una o más aplicaciones de respaldo. No sólo eso, las mismas circunstancias te llevan a abrir la comunicación vía Whatsapp, situación que, además de que puede resultar invasiva, provoca un caos en la ubicación de los archivos y también una perdida de tiempo porque implica más trabajo para el maestro al tener que reenviar y reorganizar los documentos. Antes, el espacio académico era uno y no más, el salón de clases; y la libreta era una y no la plataforma de información.

Pero lo más impactante de esta experiencia ha sido el choque generacional. Entre el alumnado y yo hay alrededor de 17 años de diferencia, mismo años que me mantuve distanciado del ambiente académico institucional por lo que desconocía lo mucho que ha cambiado la juventud. Sin embargo, hay ciertos patrones y perfiles que puedo identificar y que permanecen en cada generación, mejor dicho, se han ido adaptando a las transformaciones sociales y tecnológicas.

Cada vez hay más jóvenes que tienen el apoyo, “el permiso y la bendición” de sus padres para aventurarse en el mundo del teatro y la actuación. Me parece que esto se debe a la mayor apertura en las interrelaciones familiares que hoy se basan en la aceptación de la identidad de los hijos, pero también tiene que ver con el impacto de las redes sociales, la fama, la monetización de una creación de contenido virtual, porque esto también lo viven y lo consumen los padres.

Las escuelas e instituciones que imparten teatro tienen alumnos y alumnas que, más allá del profesionalismo y el oficio del teatro, buscan aprender a actuar porque los modelos de celebridad y de fama repentina están a la orden del día y son objetivo principal y modelo a seguir. Con esa misma inmediatez derivada de la tecnología es con la que quieren aprender a actuar saltándose los procesos, la exploración, el autoconocimiento y, dando por sentado que ya se conocen, consideran que actuar es cosa fácil. Las y los que tienen más apertura a la clase también padecen los síntomas de la inmediatez porque en el camino se desdibujan y tambalean los tiempos del enfoque que requiere la actuación y el teatro.

No me lo tome a mal, por su puesto que hay talento -y eso se refleja en los ejercicios prácticos-, hay noción de lo que se está haciendo sobre todo a la hora de las presentaciones (exámenes) que es cuando se lo toman más en serio porque ahora sí van actuar, como si todo lo anteriormente visto en clase no fuera encaminado a ello.

Foto: Cortesía | Adrián Palomo

Este mismo fenómeno ocurre también en la vida profesional cuado los ensayos son flojos, los tiempos se fragmentan por los retardos, la concentración es vaga y se dispersa hacia otros temas que nada tienen que ver con lo que les has reunido ahí por convicción y voluntad propia.

¿Pero, qué pasa a nivel licenciatura? ¿quiénes llegan a inscribirse y motivados por qué? ¿cuáles son sus circunstancias y qué es lo que quieren comunicar y expresar? ¿cuál es su idea de teatro? Esas son preguntas que solo ellas y ellos pueden responder y aunque estén en el camino correcto, el tiempo y el ritmo parecen no corresponder con sus aspiraciones.

Anteriormente, cuando todavía no estábamos tan conectados a la inmediatez, cuando todavía éramos más esclavos de la televisión, había un grupo de personas a quien nosotros llamábamos “Los Televisa” para quienes ver cada capítulo de su telenovela favorita era todo un acontecimiento que implicaba dejar de lado ensayos, tareas o lo que fuera y al día siguiente imitaban a los personajes de la televisión, todo muy teatral, divertido y entretenido, sí, pero... ¿y qué más? Es lo que siempre le pregunto a esta generación, ¿qué más ves allí? ¿qué más eres y puedes hacer? ¿qué más?

Alguna vez alguien me habló de generaciones apáticas, en realidad creo que se trata de generaciones del entretenimiento. Ahora no conocen la televisión -ya obsoleta- pero sí el celular y todas las herramientas para el uso las redes sociales y la creación de contenido de entretenimiento. Cito a Martin Scorsese al referirse a los efectos del entretenimiento en la industria del cine dominada por los superheroes los cuales, afirma, están destruyendo el oficio: “El peligro es lo que le está haciendo a nuestra cultura”,

Pareciera que no quieren trabajar, que solo quieren ser descubiertos, quieren ser parte de ese entretenimiento que gusta a la gente, quieren convertirse en esas personalidades que entretienen, porque es el modelo que conocen y consumen. Por eso todo tiene que ser entretenido, divertido, como el teatro que también se aborda desde el juego, pero ¿qué hacer cuando el juego se impone a los objetivos de los ejercicios?

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Logran entrar en cierta convención, pero la conexión es débil y difusa, el juego se queda corto porque no se sostiene por mucho tiempo, porque de pronto deja de ser entretenido y es entonces cuando escucho: “tengo que revisar mis mensajes en el celular… ya me cansé… ya me aburrí… mejor hagamos otra cosa”.

Cuando les vuelvo a preguntar por sus aspiraciones insisten en que sí quieren y les creo, pero no lo demuestran. Les hacen falta varias sacudidas; aunque ya les he movido su visión en otras ocasiones -y no solo yo sino también otros docentes- no es suficiente, se requiere de una suma constante de experiencias que los conecte. Pero necesitan dejarse sacudir y tomar en serio el concepto del maestro -como guía, no autoridad- y tener más apertura hacia otro tipo de experiencias y estímulos artísticos para que lo apliquen a la vida y al teatro que quieren hacer y así poco a poco encontrar su identidad creativa.



Este artículo surge de la reflexión sobre mi experiencia en la práctica docente, la cual tiene relativamente poco tiempo aunque anteriormente ya había realizado algunas suplencias en secundaria y había impartido algún taller en equipo con otras y otros compañeros. Por primera vez me enfrento a un sistema académico que tiene que ver con el estudio constante, el manejo de grupos, el logro de objetivos, planeaciones y dinámicas etc., todo muy similar al trabajo que ya había realizado pero con la diferencia de la duración de los periodos, es decir, un taller o curso de verano puede durar entre una semana y un mes. Me hacía falta la práctica, pero con el tiempo fui encontrando la forma de adaptarme.

Mi vida dentro del ambiente académico se quedó pausada en 2007 cuando terminé mis estudios profesionales y me titulé al siguiente año. En ese entonces la tecnología no estaba tan desarrollada y al alcance de la mano como en la actualidad. Sumado a esto, cuando ocurrió la pandemia no me interesé mucho por las plataformas virtuales, fui de los que se desconectaron; vagamente usé y aprendí de estas herramientas.

Desde antes de entrar en la práctica docente me sentía fuera de un sistema que ya se había adaptado a la tecnología actual y que además se reforzó un par de años atrás por las circunstancias pandémicas. En este sentido, estaba en desventaja conmigo mismo, me costó tiempo de adaptación a la diversificación de los canales de comunicación y a las plataformas digitales, tanto para impartir clase como para planear y ejecutar todo un ciclo escolar con trabajos, tareas y otras actividades. Estas nuevas herramientas tienen sus ventajas, por supuesto: el acceso a la información es más inmediato y puede realizarse en cualquier lugar; teniendo un celular en la mano se pueden consultar calificaciones, planeaciones y cualquier otra actividad que se permita utilizar dentro de la aplicación propia de la institución.

Sin embargo, una de las grandes desventajas que encuentro es tener que depender de un sistema virtual que, cuando se presentan fallas de software, te obliga a tener que depender de una o más aplicaciones de respaldo. No sólo eso, las mismas circunstancias te llevan a abrir la comunicación vía Whatsapp, situación que, además de que puede resultar invasiva, provoca un caos en la ubicación de los archivos y también una perdida de tiempo porque implica más trabajo para el maestro al tener que reenviar y reorganizar los documentos. Antes, el espacio académico era uno y no más, el salón de clases; y la libreta era una y no la plataforma de información.

Pero lo más impactante de esta experiencia ha sido el choque generacional. Entre el alumnado y yo hay alrededor de 17 años de diferencia, mismo años que me mantuve distanciado del ambiente académico institucional por lo que desconocía lo mucho que ha cambiado la juventud. Sin embargo, hay ciertos patrones y perfiles que puedo identificar y que permanecen en cada generación, mejor dicho, se han ido adaptando a las transformaciones sociales y tecnológicas.

Cada vez hay más jóvenes que tienen el apoyo, “el permiso y la bendición” de sus padres para aventurarse en el mundo del teatro y la actuación. Me parece que esto se debe a la mayor apertura en las interrelaciones familiares que hoy se basan en la aceptación de la identidad de los hijos, pero también tiene que ver con el impacto de las redes sociales, la fama, la monetización de una creación de contenido virtual, porque esto también lo viven y lo consumen los padres.

Las escuelas e instituciones que imparten teatro tienen alumnos y alumnas que, más allá del profesionalismo y el oficio del teatro, buscan aprender a actuar porque los modelos de celebridad y de fama repentina están a la orden del día y son objetivo principal y modelo a seguir. Con esa misma inmediatez derivada de la tecnología es con la que quieren aprender a actuar saltándose los procesos, la exploración, el autoconocimiento y, dando por sentado que ya se conocen, consideran que actuar es cosa fácil. Las y los que tienen más apertura a la clase también padecen los síntomas de la inmediatez porque en el camino se desdibujan y tambalean los tiempos del enfoque que requiere la actuación y el teatro.

No me lo tome a mal, por su puesto que hay talento -y eso se refleja en los ejercicios prácticos-, hay noción de lo que se está haciendo sobre todo a la hora de las presentaciones (exámenes) que es cuando se lo toman más en serio porque ahora sí van actuar, como si todo lo anteriormente visto en clase no fuera encaminado a ello.

Foto: Cortesía | Adrián Palomo

Este mismo fenómeno ocurre también en la vida profesional cuado los ensayos son flojos, los tiempos se fragmentan por los retardos, la concentración es vaga y se dispersa hacia otros temas que nada tienen que ver con lo que les has reunido ahí por convicción y voluntad propia.

¿Pero, qué pasa a nivel licenciatura? ¿quiénes llegan a inscribirse y motivados por qué? ¿cuáles son sus circunstancias y qué es lo que quieren comunicar y expresar? ¿cuál es su idea de teatro? Esas son preguntas que solo ellas y ellos pueden responder y aunque estén en el camino correcto, el tiempo y el ritmo parecen no corresponder con sus aspiraciones.

Anteriormente, cuando todavía no estábamos tan conectados a la inmediatez, cuando todavía éramos más esclavos de la televisión, había un grupo de personas a quien nosotros llamábamos “Los Televisa” para quienes ver cada capítulo de su telenovela favorita era todo un acontecimiento que implicaba dejar de lado ensayos, tareas o lo que fuera y al día siguiente imitaban a los personajes de la televisión, todo muy teatral, divertido y entretenido, sí, pero... ¿y qué más? Es lo que siempre le pregunto a esta generación, ¿qué más ves allí? ¿qué más eres y puedes hacer? ¿qué más?

Alguna vez alguien me habló de generaciones apáticas, en realidad creo que se trata de generaciones del entretenimiento. Ahora no conocen la televisión -ya obsoleta- pero sí el celular y todas las herramientas para el uso las redes sociales y la creación de contenido de entretenimiento. Cito a Martin Scorsese al referirse a los efectos del entretenimiento en la industria del cine dominada por los superheroes los cuales, afirma, están destruyendo el oficio: “El peligro es lo que le está haciendo a nuestra cultura”,

Pareciera que no quieren trabajar, que solo quieren ser descubiertos, quieren ser parte de ese entretenimiento que gusta a la gente, quieren convertirse en esas personalidades que entretienen, porque es el modelo que conocen y consumen. Por eso todo tiene que ser entretenido, divertido, como el teatro que también se aborda desde el juego, pero ¿qué hacer cuando el juego se impone a los objetivos de los ejercicios?

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Logran entrar en cierta convención, pero la conexión es débil y difusa, el juego se queda corto porque no se sostiene por mucho tiempo, porque de pronto deja de ser entretenido y es entonces cuando escucho: “tengo que revisar mis mensajes en el celular… ya me cansé… ya me aburrí… mejor hagamos otra cosa”.

Cuando les vuelvo a preguntar por sus aspiraciones insisten en que sí quieren y les creo, pero no lo demuestran. Les hacen falta varias sacudidas; aunque ya les he movido su visión en otras ocasiones -y no solo yo sino también otros docentes- no es suficiente, se requiere de una suma constante de experiencias que los conecte. Pero necesitan dejarse sacudir y tomar en serio el concepto del maestro -como guía, no autoridad- y tener más apertura hacia otro tipo de experiencias y estímulos artísticos para que lo apliquen a la vida y al teatro que quieren hacer y así poco a poco encontrar su identidad creativa.


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