/ jueves 30 de marzo de 2023

"The Car", la exquisita rebelión de los monos

Espressando riffs


Desde hace cinco años, Arctic Monkeys ya se aventuraba por una ruta inexplorada. No hablamos de que el cuarteto de Sheffield, después de estar unos años en las sombras, se lanzara a una gira mundial, la cual comenzó el 9 de agosto del año pasado y sigue hasta octubre. Hablamos de cuando se quitó la tiara de indie rock band de sus cabezas, para comenzar con su álbum conceptual Tranquility Base Hotel & Casino (2018, Domino Records), en el cual destacó la presencia del piano y de sonidos que recuerdan a David Bowie.

Pero no fue hasta el 21 de octubre del año pasado, cuando se pensaba que tratarían de retornar a sus raíces, que nos dejaron el ojo cuadrado con The Car (2022, Domino Records).

Este álbum, producido por James Ford y pensado desde 2019, fue el desplazamiento definitivo del cuarteto. Los monos dejan de encasillarse en el garage e indie rock, y maduran para explorar el art y orchestral rock. Los palpitantes riffs de guitarra han cedido su protagonismo a los dramáticos arreglos de cuerdas y al piano, a la vez que los nostálgicos de AM (Domino Records, 2013) y Favourite Worst Nightmare (Domino Records, 2007) han cedido sus butacas a nuevos fans y creyentes de que Arctic Monkeys no se inserta en catálogos: crea el propio.

Y como toda novedad innovadora, requiere lentitud para ser aceptada y apreciada. En el último festival Corona Capital, llevado a cabo el Autódromo Hermanos Rodríguez, en la Ciudad de México; esa noche del sábado 19 de noviembre del 2022, una audiencia con sabor mixto al nuevo álbum y a AM, presenció a un Alex Turner artístico, sobrio y elegante, detrás del micrófono. Pasó de ser un mocha frappuccino a un carajillo, pero con la misma dosis de cafeína en el alma.

El intro de There’d Better Be A Mirrorball, primer sencillo lanzado para promocionar la llegada del álbum y la primera canción dentro de este, advierte al oyente de lo que se aproxima. Una sinfonía de ritmos, humores, compases y matices que, sin duda, podrían ser el soundtrack de nuestras vidas. La canción perfecta para describir la sensación de caminar en la playa, bajo la puesta de sol en sus tonos rosados y anaranjados, por mencionar un ejemplo.

Esta virtud de soundtrack es algo común en todo el álbum. Sculptures Of Anything Goes es esa canción enigmática y sexy que acompañaría al James Bond trajeado en su caminar; así como, cuando la ansiedad o el insomnio nos invaden la mente, Mr Schwartz y Perfect Sense son el abrazo que necesitamos.

Los destellos de la guitarra de Jamie Cook nos funden el corazón en Jet Skis On The Moat, y sirve como antesala a los sentimientos que Alex Turner despierta hasta en los rincones más recónditos de nuestro ser con la cinemática Body Paint. Esta pieza es, particularmente, la más cautivadora. La destreza vocal de Turner en sintonía con los coros, la batería pacífica de Matt Helders y las secciones de cuerda, es como saborear un helado angelical que se derrite lentamente en el paladar. Un must listen a todo aquel que escucha tan solo una muestra de los álbumes.

Big Ideas es la sensual balada que avivaría el fuego entre dos seres muertos por ser el sol, quienes después bailarían al ritmo de Hello You, cuya melodía y juego de bongós recuerdan a una pieza latina. Y claro, no podemos pasar desapercibida la línea de bajo de Nick O’Malley en I Ain’t Quite Where I Think I Am, un híbrido entre el funk, jazz y rock.

En general, el álbum es una experiencia que debe vivirse con la mano en el corazón y apreciarse a fuego lento. Creo firmemente que este es el secreto para llegar a amar a The Car, ya que, para quienes seguimos a Arctic Monkeys desde su sonido indie rock, o para quienes esperaban un homenaje a Arabella, se requiere de paciencia y tiempo para enamorarse de una obra diferente a las demás.

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Y no por ser un álbum diferente pierde el sello de los monos. Es una prueba contundente de que la banda no busca encajar con la música y “respetar” la etiqueta con la cual fue catalogada. Arctic Monkeys se rebela: innova y se atreve a crear música; a quitarse la tiara, a ofrecernos un carajillo cuando los frappuccinos ya nos empalagan.


Desde hace cinco años, Arctic Monkeys ya se aventuraba por una ruta inexplorada. No hablamos de que el cuarteto de Sheffield, después de estar unos años en las sombras, se lanzara a una gira mundial, la cual comenzó el 9 de agosto del año pasado y sigue hasta octubre. Hablamos de cuando se quitó la tiara de indie rock band de sus cabezas, para comenzar con su álbum conceptual Tranquility Base Hotel & Casino (2018, Domino Records), en el cual destacó la presencia del piano y de sonidos que recuerdan a David Bowie.

Pero no fue hasta el 21 de octubre del año pasado, cuando se pensaba que tratarían de retornar a sus raíces, que nos dejaron el ojo cuadrado con The Car (2022, Domino Records).

Este álbum, producido por James Ford y pensado desde 2019, fue el desplazamiento definitivo del cuarteto. Los monos dejan de encasillarse en el garage e indie rock, y maduran para explorar el art y orchestral rock. Los palpitantes riffs de guitarra han cedido su protagonismo a los dramáticos arreglos de cuerdas y al piano, a la vez que los nostálgicos de AM (Domino Records, 2013) y Favourite Worst Nightmare (Domino Records, 2007) han cedido sus butacas a nuevos fans y creyentes de que Arctic Monkeys no se inserta en catálogos: crea el propio.

Y como toda novedad innovadora, requiere lentitud para ser aceptada y apreciada. En el último festival Corona Capital, llevado a cabo el Autódromo Hermanos Rodríguez, en la Ciudad de México; esa noche del sábado 19 de noviembre del 2022, una audiencia con sabor mixto al nuevo álbum y a AM, presenció a un Alex Turner artístico, sobrio y elegante, detrás del micrófono. Pasó de ser un mocha frappuccino a un carajillo, pero con la misma dosis de cafeína en el alma.

El intro de There’d Better Be A Mirrorball, primer sencillo lanzado para promocionar la llegada del álbum y la primera canción dentro de este, advierte al oyente de lo que se aproxima. Una sinfonía de ritmos, humores, compases y matices que, sin duda, podrían ser el soundtrack de nuestras vidas. La canción perfecta para describir la sensación de caminar en la playa, bajo la puesta de sol en sus tonos rosados y anaranjados, por mencionar un ejemplo.

Esta virtud de soundtrack es algo común en todo el álbum. Sculptures Of Anything Goes es esa canción enigmática y sexy que acompañaría al James Bond trajeado en su caminar; así como, cuando la ansiedad o el insomnio nos invaden la mente, Mr Schwartz y Perfect Sense son el abrazo que necesitamos.

Los destellos de la guitarra de Jamie Cook nos funden el corazón en Jet Skis On The Moat, y sirve como antesala a los sentimientos que Alex Turner despierta hasta en los rincones más recónditos de nuestro ser con la cinemática Body Paint. Esta pieza es, particularmente, la más cautivadora. La destreza vocal de Turner en sintonía con los coros, la batería pacífica de Matt Helders y las secciones de cuerda, es como saborear un helado angelical que se derrite lentamente en el paladar. Un must listen a todo aquel que escucha tan solo una muestra de los álbumes.

Big Ideas es la sensual balada que avivaría el fuego entre dos seres muertos por ser el sol, quienes después bailarían al ritmo de Hello You, cuya melodía y juego de bongós recuerdan a una pieza latina. Y claro, no podemos pasar desapercibida la línea de bajo de Nick O’Malley en I Ain’t Quite Where I Think I Am, un híbrido entre el funk, jazz y rock.

En general, el álbum es una experiencia que debe vivirse con la mano en el corazón y apreciarse a fuego lento. Creo firmemente que este es el secreto para llegar a amar a The Car, ya que, para quienes seguimos a Arctic Monkeys desde su sonido indie rock, o para quienes esperaban un homenaje a Arabella, se requiere de paciencia y tiempo para enamorarse de una obra diferente a las demás.

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Y no por ser un álbum diferente pierde el sello de los monos. Es una prueba contundente de que la banda no busca encajar con la música y “respetar” la etiqueta con la cual fue catalogada. Arctic Monkeys se rebela: innova y se atreve a crear música; a quitarse la tiara, a ofrecernos un carajillo cuando los frappuccinos ya nos empalagan.

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