/ jueves 15 de julio de 2021

Un poquito de narraturgia

Tinta por un Atabal

El teatro, como la humanidad, ha pasado por cambios en su estructura, estética, definición, formas, etcétera; sin embargo, como la historia, su desarrollo a través del tiempo no ha sido lineal, ha negado lo clásico en numerosas ocasiones pero lo ha reencontrado y abrazado muchas otras.

Habría que aclarar que con lo clásico no me refiero únicamente a las expresiones del teatro en la Antigua Grecia sino a todas las expresiones del teatro que han prevalecido a través de los años y que encuentran cabida en la escena contemporánea para reflexionar, sentir y dialogar sobre realidades cercanas.

Sófocles, Aristófanes, Brecht, Lorca, Shakespeare, por mencionar algunos, son hombres que desde la dramaturgia lograron conformar expresiones universales que trascendieron las formas para contactar con lectores (en el amplio sentido de la palabra) de todos los tiempos, edades y contextos.

Alrededor del año 350 a.C., en la Antigua Grecia, Aristóteles escribió Poética en donde describe los elementos que deben conformar la tragedia a partir de lo que establece la unidad de acción, a la que años más tarde la escuela italiana sumó la unidad de tiempo que establecía que una pieza trágica debe desarrollarse en el transcurso de un día y la unidad de espacio relativa al desarrollo de la historia, en un mismo espacio.

La unidad de acción consiste en que las acciones que suceden en una tragedia deben abonar todas al desarrollo de la historia que se desea contar: “Una tragedia (…) es una imitación de una acción que es completa en sí misma, como un todo de cierta magnitud; pues un todo puede carecer de magnitud para hablar de él. Ahora bien, un todo es aquello que posee principio, medio y fin”. (Aristóteles, p. 27)

De la última puntualización proviene la conocida estructura aristotélica que de entre las unidades de acción es la que a la fecha sigue siendo un referente básico para la creación literaria, no solo teatral, y que nombramos más comúnmente como principio, desarrollo o nudo y final. Aunque esta estructura siga presente el rechazo, las variaciones o adiciones a ésta, existen muchas y no corresponden únicamente a la etapa contemporánea en donde sin duda se han diversificado; el mismo Shakespeare pocas veces se ciñó a las unidades referidas. Aunque solemos regresar a ciertos referentes del pasado, la apropiación de tales estructuras nunca es idéntica pues está permeada por las experiencias resultantes del avance del tiempo.

Por nombrar un ejemplo sumamente simple sobre la variación de esta estructura tenemos las obras de teatro o películas con la que nos hemos encontrado todas y todos en alguna ocasión, que comienzan con el final de la historia para luego develar en el desarrollo qué fue lo que llevó a tal final. Como éste podríamos encontrar un sinnúmero de variaciones o incluso categóricos rechazos, sin embargo me interesa ahondar en uno de los estilos de dramaturgia-teatro que se define con elementos estructurales diferentes a los clásicos y ha despertado tantos adeptos como adversarios: la narraturgia.

La invención de la narraturgia se atribuye al dramaturgo español José Sanchis Sinisterra quien lo refirió por primera vez en una conferencia a propósito de las posibilidades de creación a partir de las fronteras entre el discurso narrativo y la dramaticidad. Consiste en retomar la narración como un elemento del teatro y combinarlo con el drama que está constituido por la acción que se desarrolla a partir del diálogo entre los personajes. Sinisterra propone retomar la figura del narrador que como sabemos antecede al teatro y utilizarla en el texto dramatúrgico para interpelar al público ya sea para relatar la historia que se está representando desde el mismo marco ficcional o bien para “enmarcar la acción dramática propiamente dicha” como lo menciona en su libro Narraturgia. El narrador puede tener un carácter dual y presentarse como personaje de la ficción así como personaje del presente inmediato de los espectadores. Desde luego el planteamiento de Sinesterra alberga muchas posibilidades a utilizar y ya utilizadas por dramaturgos modernos incluso antes de la distinción de la narraturgia como tal.

Una de las polémicas en torno a esta construcción es justamente el debilitamiento de la acción por la inclusión de la narración. “¿Por qué no lo hacen en vez de platicárnoslo?” “¿para qué lo narran si ya lo estamos viendo?” son algunas de las preguntas que más que cuestionar buscan argumentar el despropósito de esta forma del teatro.

La resistencia a esta estructura resulta interesante y natural. Como toda expresión nueva -y he de decir que tampoco es tan nueva- provoca rechazo y es que las preguntas parafraseadas arriba son acertadas pero hace falta realmente indagar en las respuestas para encontrar caminos de diálogo entre las nuevas y viejas propuestas así como con el público que evoluciona junto con los artistas.

Cabría partir de las formas de organización de la sociedad contemporánea que, a diferencia de las sociedades premodernas, tiene una tendencia a lo individual. No quiere decir que el teatro deba o busque responder a estas características, de hecho es, como todo el arte, un espacio de resistencia; sin embargo no puede ignorarlas pues de su contexto se nutre y con él dialoga. Sin duda la narraturgia es producto de las nuevas formas de percibir y consumir el arte.

La característica más evidente de la narraturgia es justamente la narración, ya sea de la historia misma o de aspectos relativos a la escena o el tiempo presente. Cuando un actor o el personaje que encarna interpela directamente al público, construye un puente entre la escena y las y los espectadores que modifica el carácter general de comunicación a uno más particular, individual, directo. El público se siente incluido, tomado en cuenta, ya no se disipa en la oscuridad de la cuarta pared sino que está cara a cara con las actrices y actores.

Por otro lado, la narraturgia expande las posibilidades del teatro sin la necesidad de artificios o recursos técnicos, para concentrar la vista del espectador en un punto determinado. El cine tiene la posibilidad de hacer ver al espectador lo que el director quiere que vea de una escena, puede ser la silueta de una pareja que subió a la cima de una montaña o las nubes que se alzan por encima de ellos o quizá únicamente sus manos entrelazadas en señal de celebración por haber llegado. Las posibilidades que ofrece la cámara y la edición son insuperables para el teatro, sin embargo desde la narraturgia se vuelve posible invitar al público a mirar una acción determinada o enfatizarla, mientras sucede, describiéndola. La historia, en efecto, puede dejar de ser el aspecto central para atender a determinadas sensaciones o acciones que a veces escapan a la vista del espectador.

Finalmente, es interesante que, como mucha de la dramaturgia contemporánea pero más aún en la narraturgia, la escritora o el escritor han ceñido su labor a la creación literaria dejando la dirección para quién decida desempeñar ese papel. Las numerosas acciones a desempeñar por las actrices y actores, descritas por los dramaturgos en el texto, han dejado de aparecer ofreciendo a las directoras o directores de escena plena libertad no solo de creación y construcción de la escena sino de interpretación del texto lo que permite diversas propuestas para su escenificación.

Es cierto que los textos clásicos son potentes y de una pulcritud rítmica y estructural inigualables. Seguiremos regresando a ellos y habrá quienes los escenificaran íntegramente, con distintos recursos a los de su época desde luego. Pero también, los desestructuraremos, los reconstruiremos y también habremos de indagar en las nuevas estructuras pues, más allá de disfrutarlas o no, ofrecen una visión muy clara de nuestro contexto y desde donde elegimos interactuar con él.

El teatro, como la humanidad, ha pasado por cambios en su estructura, estética, definición, formas, etcétera; sin embargo, como la historia, su desarrollo a través del tiempo no ha sido lineal, ha negado lo clásico en numerosas ocasiones pero lo ha reencontrado y abrazado muchas otras.

Habría que aclarar que con lo clásico no me refiero únicamente a las expresiones del teatro en la Antigua Grecia sino a todas las expresiones del teatro que han prevalecido a través de los años y que encuentran cabida en la escena contemporánea para reflexionar, sentir y dialogar sobre realidades cercanas.

Sófocles, Aristófanes, Brecht, Lorca, Shakespeare, por mencionar algunos, son hombres que desde la dramaturgia lograron conformar expresiones universales que trascendieron las formas para contactar con lectores (en el amplio sentido de la palabra) de todos los tiempos, edades y contextos.

Alrededor del año 350 a.C., en la Antigua Grecia, Aristóteles escribió Poética en donde describe los elementos que deben conformar la tragedia a partir de lo que establece la unidad de acción, a la que años más tarde la escuela italiana sumó la unidad de tiempo que establecía que una pieza trágica debe desarrollarse en el transcurso de un día y la unidad de espacio relativa al desarrollo de la historia, en un mismo espacio.

La unidad de acción consiste en que las acciones que suceden en una tragedia deben abonar todas al desarrollo de la historia que se desea contar: “Una tragedia (…) es una imitación de una acción que es completa en sí misma, como un todo de cierta magnitud; pues un todo puede carecer de magnitud para hablar de él. Ahora bien, un todo es aquello que posee principio, medio y fin”. (Aristóteles, p. 27)

De la última puntualización proviene la conocida estructura aristotélica que de entre las unidades de acción es la que a la fecha sigue siendo un referente básico para la creación literaria, no solo teatral, y que nombramos más comúnmente como principio, desarrollo o nudo y final. Aunque esta estructura siga presente el rechazo, las variaciones o adiciones a ésta, existen muchas y no corresponden únicamente a la etapa contemporánea en donde sin duda se han diversificado; el mismo Shakespeare pocas veces se ciñó a las unidades referidas. Aunque solemos regresar a ciertos referentes del pasado, la apropiación de tales estructuras nunca es idéntica pues está permeada por las experiencias resultantes del avance del tiempo.

Por nombrar un ejemplo sumamente simple sobre la variación de esta estructura tenemos las obras de teatro o películas con la que nos hemos encontrado todas y todos en alguna ocasión, que comienzan con el final de la historia para luego develar en el desarrollo qué fue lo que llevó a tal final. Como éste podríamos encontrar un sinnúmero de variaciones o incluso categóricos rechazos, sin embargo me interesa ahondar en uno de los estilos de dramaturgia-teatro que se define con elementos estructurales diferentes a los clásicos y ha despertado tantos adeptos como adversarios: la narraturgia.

La invención de la narraturgia se atribuye al dramaturgo español José Sanchis Sinisterra quien lo refirió por primera vez en una conferencia a propósito de las posibilidades de creación a partir de las fronteras entre el discurso narrativo y la dramaticidad. Consiste en retomar la narración como un elemento del teatro y combinarlo con el drama que está constituido por la acción que se desarrolla a partir del diálogo entre los personajes. Sinisterra propone retomar la figura del narrador que como sabemos antecede al teatro y utilizarla en el texto dramatúrgico para interpelar al público ya sea para relatar la historia que se está representando desde el mismo marco ficcional o bien para “enmarcar la acción dramática propiamente dicha” como lo menciona en su libro Narraturgia. El narrador puede tener un carácter dual y presentarse como personaje de la ficción así como personaje del presente inmediato de los espectadores. Desde luego el planteamiento de Sinesterra alberga muchas posibilidades a utilizar y ya utilizadas por dramaturgos modernos incluso antes de la distinción de la narraturgia como tal.

Una de las polémicas en torno a esta construcción es justamente el debilitamiento de la acción por la inclusión de la narración. “¿Por qué no lo hacen en vez de platicárnoslo?” “¿para qué lo narran si ya lo estamos viendo?” son algunas de las preguntas que más que cuestionar buscan argumentar el despropósito de esta forma del teatro.

La resistencia a esta estructura resulta interesante y natural. Como toda expresión nueva -y he de decir que tampoco es tan nueva- provoca rechazo y es que las preguntas parafraseadas arriba son acertadas pero hace falta realmente indagar en las respuestas para encontrar caminos de diálogo entre las nuevas y viejas propuestas así como con el público que evoluciona junto con los artistas.

Cabría partir de las formas de organización de la sociedad contemporánea que, a diferencia de las sociedades premodernas, tiene una tendencia a lo individual. No quiere decir que el teatro deba o busque responder a estas características, de hecho es, como todo el arte, un espacio de resistencia; sin embargo no puede ignorarlas pues de su contexto se nutre y con él dialoga. Sin duda la narraturgia es producto de las nuevas formas de percibir y consumir el arte.

La característica más evidente de la narraturgia es justamente la narración, ya sea de la historia misma o de aspectos relativos a la escena o el tiempo presente. Cuando un actor o el personaje que encarna interpela directamente al público, construye un puente entre la escena y las y los espectadores que modifica el carácter general de comunicación a uno más particular, individual, directo. El público se siente incluido, tomado en cuenta, ya no se disipa en la oscuridad de la cuarta pared sino que está cara a cara con las actrices y actores.

Por otro lado, la narraturgia expande las posibilidades del teatro sin la necesidad de artificios o recursos técnicos, para concentrar la vista del espectador en un punto determinado. El cine tiene la posibilidad de hacer ver al espectador lo que el director quiere que vea de una escena, puede ser la silueta de una pareja que subió a la cima de una montaña o las nubes que se alzan por encima de ellos o quizá únicamente sus manos entrelazadas en señal de celebración por haber llegado. Las posibilidades que ofrece la cámara y la edición son insuperables para el teatro, sin embargo desde la narraturgia se vuelve posible invitar al público a mirar una acción determinada o enfatizarla, mientras sucede, describiéndola. La historia, en efecto, puede dejar de ser el aspecto central para atender a determinadas sensaciones o acciones que a veces escapan a la vista del espectador.

Finalmente, es interesante que, como mucha de la dramaturgia contemporánea pero más aún en la narraturgia, la escritora o el escritor han ceñido su labor a la creación literaria dejando la dirección para quién decida desempeñar ese papel. Las numerosas acciones a desempeñar por las actrices y actores, descritas por los dramaturgos en el texto, han dejado de aparecer ofreciendo a las directoras o directores de escena plena libertad no solo de creación y construcción de la escena sino de interpretación del texto lo que permite diversas propuestas para su escenificación.

Es cierto que los textos clásicos son potentes y de una pulcritud rítmica y estructural inigualables. Seguiremos regresando a ellos y habrá quienes los escenificaran íntegramente, con distintos recursos a los de su época desde luego. Pero también, los desestructuraremos, los reconstruiremos y también habremos de indagar en las nuevas estructuras pues, más allá de disfrutarlas o no, ofrecen una visión muy clara de nuestro contexto y desde donde elegimos interactuar con él.

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