/ viernes 2 de julio de 2021

Una historia de desdén | La política del desprecio

Desde el día de la jornada electoral hemos escuchado de todo, menos mensajes alentadores.

El día electoral y su festejo por las votaciones duraron menos que un pavo en Navidad.

Cada voz a su manera siguió el camino del insulto. Quienes perdieron invocaron toda clase de espíritus. Quienes ganaron expresaron diversos temores.

Unos -en su más puro estilo- descalificaron y otros advirtieron las dádivas gubernamentales como la esencia de los votos que en las urnas les evitaron una mayor presencia.

Sin entrar aún a un gran tema que viene inquietando a México desde 1994, materia de distinta entrega, escuchamos adjetivos como el usado por aquél ex presidente en medio de una repulsa universitaria (su cabeza golpeada por una piedra), que calificaba a esos jóvenes estudiantes de fascistas.

Tampoco ayuda considerar a los votantes producto de una política de dádivas, porque al igual que otros calificativos, degrada el sufragio ya expresado. Guste o no la democracia no debe cuadrarse a modo y menos con argumentos como el de que solo deberían votar quienes acrediten pagar impuestos, lo cual recuerda a aquella discriminatoria forma para conceder el voto en los Estados Unidos, todavía vigente en parte del siglo XX.

Es necesario advertir que la exigencia de adaptar al ciudadano al gusto de quienes nos gobiernan o nos habrán de gobernar expresa desprecio.

Recuerdo del taurino pase del desdén en el cual el matador ejecuta un cite de perfil, mostrando la muleta hacia su pierna izquierda, y sin mirar al toro, recoge la muleta mientras la embiste. Gran suerte que sirve bien de analogía.

Quienes eligen no deben ser ciudadanos al gusto de los elegidos. En política no hay desfile cuadrado a modo, salvo en las dictaduras.

Si bien seguimos escuchando la voz en el mañanero púlpito arengando a los feligreses para descartar a unos, también escuchamos voces del desprecio desde la cabina de quienes se supone deberían reanudar la voz del convencimiento. La conversión del electorado empieza desde la voz del respeto, considerando, sobre todo, que los votantes no merecen ser ni humillados ni ofendidos. Al igual que en la gran novela de Dostoievski, todos los ciudadanos deben mantener un vigoroso circuito de valores. Y así, seguir votando a conciencia, sin hacer caso alguno del desdén.

Desde el día de la jornada electoral hemos escuchado de todo, menos mensajes alentadores.

El día electoral y su festejo por las votaciones duraron menos que un pavo en Navidad.

Cada voz a su manera siguió el camino del insulto. Quienes perdieron invocaron toda clase de espíritus. Quienes ganaron expresaron diversos temores.

Unos -en su más puro estilo- descalificaron y otros advirtieron las dádivas gubernamentales como la esencia de los votos que en las urnas les evitaron una mayor presencia.

Sin entrar aún a un gran tema que viene inquietando a México desde 1994, materia de distinta entrega, escuchamos adjetivos como el usado por aquél ex presidente en medio de una repulsa universitaria (su cabeza golpeada por una piedra), que calificaba a esos jóvenes estudiantes de fascistas.

Tampoco ayuda considerar a los votantes producto de una política de dádivas, porque al igual que otros calificativos, degrada el sufragio ya expresado. Guste o no la democracia no debe cuadrarse a modo y menos con argumentos como el de que solo deberían votar quienes acrediten pagar impuestos, lo cual recuerda a aquella discriminatoria forma para conceder el voto en los Estados Unidos, todavía vigente en parte del siglo XX.

Es necesario advertir que la exigencia de adaptar al ciudadano al gusto de quienes nos gobiernan o nos habrán de gobernar expresa desprecio.

Recuerdo del taurino pase del desdén en el cual el matador ejecuta un cite de perfil, mostrando la muleta hacia su pierna izquierda, y sin mirar al toro, recoge la muleta mientras la embiste. Gran suerte que sirve bien de analogía.

Quienes eligen no deben ser ciudadanos al gusto de los elegidos. En política no hay desfile cuadrado a modo, salvo en las dictaduras.

Si bien seguimos escuchando la voz en el mañanero púlpito arengando a los feligreses para descartar a unos, también escuchamos voces del desprecio desde la cabina de quienes se supone deberían reanudar la voz del convencimiento. La conversión del electorado empieza desde la voz del respeto, considerando, sobre todo, que los votantes no merecen ser ni humillados ni ofendidos. Al igual que en la gran novela de Dostoievski, todos los ciudadanos deben mantener un vigoroso circuito de valores. Y así, seguir votando a conciencia, sin hacer caso alguno del desdén.

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