/ viernes 2 de diciembre de 2022

Contraluz | Héctor Bonilla


Muy poco después de inaugurado el Corral de Comedias el 19 de diciembre de 1980, don Paco Rabell (qepd) nos invitó a un grupo de reporteros a una función en la que actuaría su amigo y renombrado actor Héctor Bonilla.

Se trataba del profundo auto sacramental El Gran Teatro del Mundo de Pedro Calderón de la Barca, obra que gozamos en el hermoso patio de la casona de las calles de Venustiano Carranza. Al concluir la representación nos invitó Paco a charlar con el ya laureado entonces Héctor Bonilla quien se mostraba maravillado de que en Querétaro hubiera espacios para el gran teatro, tanto clásico como contemporáneo, por lo cual había aceptado la invitación de los Rabell –Paco y Anita- para actuar en ésta y posteriormente en otras obras como Cartas de Amor de A. R. Gurney, en compañía de su esposa Sofía Álvarez.

Héctor Bonilla era ya todo un personaje del arte dramático en México cuya fama venía de actuaciones en telenovelas y cine; y en especial de la exitosa obra de teatro El Diluvio que Viene -“Aggiungi Un Posto a Tavola” en su título original-, comedia musical en dos actos de Pietro Garinei y Sandro Giovannini, en la cual había actuado durante casi cinco años en el Teatro Manolo Fábregas de la capital de la república, con la enorme carga de dos funciones diarias de martes a domingo. En aquella charla posterior a la función del Gran Teatro del Mundo, habló Héctor Bonilla de la importancia del teatro y de la cultura en general, como signo luminoso de desarrollo de los pueblos que lejos de despreciar la inteligencia, la promueven éticamente mediante el trabajo escénico que no desdeña a los clásicos del pasado ni a los promotores del nuevo teatro, alcanzando el arte un equilibrio indispensable para el bienestar de los pueblos.

Refirió también con enorme alegría su espectacular éxito en El Diluvio… al lado de Manolo Fábregas, introductor de la gran comedia musical en México que tuvo su punto de partida con Mi Bella Dama, en el Palacio de Bellas Artes.

Sencillo, afable, accesible, refrendó su posición de izquierda, esa que se presenta como una opción responsable y que busca esencialmente consumar anhelos de justicia, desarrollo y paz para todos. No era Héctor Bonilla, pese a ser un actor fuera de serie, un hombre amigo del boato y las fanfarrias estériles. Leía, estudiaba y tenía el don enorme de saber ser amigo.

En paz y rodeado por su familia falleció el pasado 25 de noviembre tras pírrica lucha contra el cáncer de riñón que finalmente lo venció. A lo largo de su vida dominó el difícil arte de ser templadamente congruente tanto en su vida, como en sus ideales y en su trabajo. Ser congruente, definía, es simple: ser lo que dices ser, sin mentiras, sin subterfugios, sin engaños.

Un ejemplo permanente lo dio a lo largo de sus 83 años de vida en los que no sólo brilló como actor y promotor de teatro, cine y televisión, sino precisamente por su congruencia entre el decir y el hacer. A mediados de los años 70 fue echado de la ANDA –Asociación Nacional de Actores- con un grupo importante de compañeros quienes reclamaban eficacia y honradez a la directiva de entonces. Con ellos, fue fundador del Sindicato de Actores Independientes (SAI) que si bien lo logró todo el éxito que buscaban, sí fue simiente para cambios importantes en la importante de la organización.

Fue precisamente a raíz de ese disenso gremial que conoció a Sofía Álvarez, -con quien cumplió 40 años como pareja- y a quien profesó total fidelidad aduciendo sencillamente que era a lo que se había comprometido cuando decidieron ser familia.

Con profundas inquietudes por la justicia Héctor Bonilla se confirmó como ciudadano de izquierda desde que tenía 18 años. Y fue también fiel a sus principios e ideales llegando incluso a ser temporalmente diputado de la Asamblea del DF.

Vale también anotar que en una de sus últimas entrevistas defendió a López Obrador, pero sugirió que debía delegar más a personas conocedoras de los temas que implican la buena gobernanza, y no centralizar todas las decisiones, pues nadie está preparado para saber todo.

Hablar de todos sus logros y testimonio requeriría demasiado espacio, baste recordar que actuó en 33 películas entre las que destacan entre otras Narda y el Verano; Patsy, mi Amor; El Monasterio de los Buitres; Los Hijos de Sánchez, Rojo Amanecer y El Bulto.

En televisión fue reconocido como actor y director participando en una treintena de telenovelas, entre ellas, Rosa Salvaje, La Gloria y el Infierno, El Carruaje, La Pasión de Isabela, La Gloria y el Deseo, Los Miserables, Mirada de Mujer, el Regreso, etc.

Relevante fue también su participación en episodios de la vecindad del Chavo del 8, Papá Soltero, Lo que Callamos las Mujeres, El Señor de los Cielos.

Congruente consigo mismo se retiró de los escenarios al conocer que tenía cáncer, aunque aceptó reconocimientos a su trayectoria como actor y como hombre de ideales y de bien.



Muy poco después de inaugurado el Corral de Comedias el 19 de diciembre de 1980, don Paco Rabell (qepd) nos invitó a un grupo de reporteros a una función en la que actuaría su amigo y renombrado actor Héctor Bonilla.

Se trataba del profundo auto sacramental El Gran Teatro del Mundo de Pedro Calderón de la Barca, obra que gozamos en el hermoso patio de la casona de las calles de Venustiano Carranza. Al concluir la representación nos invitó Paco a charlar con el ya laureado entonces Héctor Bonilla quien se mostraba maravillado de que en Querétaro hubiera espacios para el gran teatro, tanto clásico como contemporáneo, por lo cual había aceptado la invitación de los Rabell –Paco y Anita- para actuar en ésta y posteriormente en otras obras como Cartas de Amor de A. R. Gurney, en compañía de su esposa Sofía Álvarez.

Héctor Bonilla era ya todo un personaje del arte dramático en México cuya fama venía de actuaciones en telenovelas y cine; y en especial de la exitosa obra de teatro El Diluvio que Viene -“Aggiungi Un Posto a Tavola” en su título original-, comedia musical en dos actos de Pietro Garinei y Sandro Giovannini, en la cual había actuado durante casi cinco años en el Teatro Manolo Fábregas de la capital de la república, con la enorme carga de dos funciones diarias de martes a domingo. En aquella charla posterior a la función del Gran Teatro del Mundo, habló Héctor Bonilla de la importancia del teatro y de la cultura en general, como signo luminoso de desarrollo de los pueblos que lejos de despreciar la inteligencia, la promueven éticamente mediante el trabajo escénico que no desdeña a los clásicos del pasado ni a los promotores del nuevo teatro, alcanzando el arte un equilibrio indispensable para el bienestar de los pueblos.

Refirió también con enorme alegría su espectacular éxito en El Diluvio… al lado de Manolo Fábregas, introductor de la gran comedia musical en México que tuvo su punto de partida con Mi Bella Dama, en el Palacio de Bellas Artes.

Sencillo, afable, accesible, refrendó su posición de izquierda, esa que se presenta como una opción responsable y que busca esencialmente consumar anhelos de justicia, desarrollo y paz para todos. No era Héctor Bonilla, pese a ser un actor fuera de serie, un hombre amigo del boato y las fanfarrias estériles. Leía, estudiaba y tenía el don enorme de saber ser amigo.

En paz y rodeado por su familia falleció el pasado 25 de noviembre tras pírrica lucha contra el cáncer de riñón que finalmente lo venció. A lo largo de su vida dominó el difícil arte de ser templadamente congruente tanto en su vida, como en sus ideales y en su trabajo. Ser congruente, definía, es simple: ser lo que dices ser, sin mentiras, sin subterfugios, sin engaños.

Un ejemplo permanente lo dio a lo largo de sus 83 años de vida en los que no sólo brilló como actor y promotor de teatro, cine y televisión, sino precisamente por su congruencia entre el decir y el hacer. A mediados de los años 70 fue echado de la ANDA –Asociación Nacional de Actores- con un grupo importante de compañeros quienes reclamaban eficacia y honradez a la directiva de entonces. Con ellos, fue fundador del Sindicato de Actores Independientes (SAI) que si bien lo logró todo el éxito que buscaban, sí fue simiente para cambios importantes en la importante de la organización.

Fue precisamente a raíz de ese disenso gremial que conoció a Sofía Álvarez, -con quien cumplió 40 años como pareja- y a quien profesó total fidelidad aduciendo sencillamente que era a lo que se había comprometido cuando decidieron ser familia.

Con profundas inquietudes por la justicia Héctor Bonilla se confirmó como ciudadano de izquierda desde que tenía 18 años. Y fue también fiel a sus principios e ideales llegando incluso a ser temporalmente diputado de la Asamblea del DF.

Vale también anotar que en una de sus últimas entrevistas defendió a López Obrador, pero sugirió que debía delegar más a personas conocedoras de los temas que implican la buena gobernanza, y no centralizar todas las decisiones, pues nadie está preparado para saber todo.

Hablar de todos sus logros y testimonio requeriría demasiado espacio, baste recordar que actuó en 33 películas entre las que destacan entre otras Narda y el Verano; Patsy, mi Amor; El Monasterio de los Buitres; Los Hijos de Sánchez, Rojo Amanecer y El Bulto.

En televisión fue reconocido como actor y director participando en una treintena de telenovelas, entre ellas, Rosa Salvaje, La Gloria y el Infierno, El Carruaje, La Pasión de Isabela, La Gloria y el Deseo, Los Miserables, Mirada de Mujer, el Regreso, etc.

Relevante fue también su participación en episodios de la vecindad del Chavo del 8, Papá Soltero, Lo que Callamos las Mujeres, El Señor de los Cielos.

Congruente consigo mismo se retiró de los escenarios al conocer que tenía cáncer, aunque aceptó reconocimientos a su trayectoria como actor y como hombre de ideales y de bien.