/ viernes 5 de abril de 2024

Contraluz | Conservación


Cuando nuestra ciudad era pequeña, aún y se podía jugar futbol, rayuela, trompo, canicas -chiras pelas- “quemados” y otros juegos en las calles, así como irse tranquilamente de pinta, mientras las niñas brincaban la cuerda, saltaban en “el avión”, susurraban matatenas y cantaban cosas como matarile lirilón, la radio seguía con mucha atención concursos internacionales de canciones como el de San Remo en Italia, que aún persiste.

En 1966 una canción pegadiza que se hizo famosa iniciaba así: “Esta es la historia de uno de nosotros que casualmente vivía en la Calle de Gluck”.

Era una creación de Adriano Celentano –quien vivió de niño en la Vía Gluck de Milán- misma que ni siquiera quedó entre las 15 finalistas del evento en el que habían participado 47 temas.

Sin embargo, con el tiempo se hizo muy popular en varios idiomas como el francés, inglés, japonés, alemán y español por su sensible contenido y su fácil melodía.

Se trata de Il regazzo de la vía Gluck –El chico de la calle de Gluck- en la que el autor planteaba el drama de un joven que se va de su barrio, semi perdido en un suburbio de Milán, a la gran ciudad. Cuando retorna, ocho años después, con el anhelo de comprar la casa que había habitado, se encuentra que ya no hay casa, sino muchas casas

“unas arriba de otras” y tampoco hay ya el verdor de árboles, matorrales y yerba; todo se ha vuelto “cemento y alquitrán”.

Era pues un canto en defensa de la ecología que se presentó en el decimosexto Festival de la Canción de San Remo celebrado del 27 de enero al 29 de enero de 1966.

Dicha edición fue ganada por el tema “Dios, como te amo” de Domenico Modugno e interpretada por Gigliola Cinquetti.

Pero como ya se anotó los mayores resultados de popularidad y venta fueron obtenidos por algunas canciones excluidas, en especial por “El chico de la calle Gluck”, que interpretaron su autor, Adriano Celentano, y el Trío del Clan.

Lo que planteaba la canción era un fenómeno que en ese entonces recorría todo el mundo y sacudía a las grandes ciudades: las migraciones del campo y sus suburbios a las grandes ciudades. Las migraciones del campo a la ciudad no son pues cosa reciente, de hecho han persistido junto con las guerras y las revoluciones incluida la paradigmática revolución industrial que hizo cambiar, no muy gradualmente, las relaciones y flujos migratorios en el mundo moderno en el que muchas ciudades han crecido geométricamente, con escasos o nulos controles, provocando serios riesgos por la escasez de agua, el cambio climático, la erección de construcciones en campos de alta fertilidad, y la consecuente secuencia de alteraciones por plusvalía, cambios de uso de suelo, etcétera.

Querétaro ha sido hasta ahora una ciudad afortunada que ha crecido con cierto equilibrio que sin embargo está llegando a límites que son preocupantes.

Desde mediados de los años 60, cuando surgió aquel canto aludido, el crecimiento de nuestra ciudad ha sido continuo, y aunque en ocasiones los gobiernos se han preocupado por urdir una cierta planeación urbana consecuente, como el surgimiento, hace casi 30 años de los llamados Centro Sur y Centro Norte de la ciudad, y antes el Parque Nacional del Cimatario, el Cimacuático, el Parque Querétaro 2000 y Los Alcanfores; y después el Parque Bicentenario, Los Alfalfares, y hoy el parque La Queretana, el problema de crecimiento y construcciones que se plantea es severo.

Quizá sea ya tiempo de genera un auténtico plan de desarrollo urbano que prevea sin ambages los riesgos en el futuro inmediato y mediato para no aniquilar el desarrollo, equilibrio y progreso que tanto han costado a toda la sociedad.

El arte –música, canto, teatro, danza, literatura, poesía, artesanía y plástica en general- han sabido generar a lo largo de la historia llamados de advertencia e inteligencia en favor de conservar la belleza y esplendor de los bienes de nuestro entorno que nos han sido dados para prodigar, crear y multiplicar, y no para derruir.

Es tiempo quizá, ahora que las elecciones están tan próximas y de que la retórica se despliega en promesas, ofertas y compromisos, de plantear con verdad y claridad la importancia de generar planteamientos concretos y acciones viables para recomponer la calidad de vida –que no sólo es economía- en beneficio de todos los habitantes de la zona metropolitana.

Ciertamente no se pueden negar los esfuerzos que se realizan por ordenar la ciudad y mantener los niveles de seguridad y estabilidad de que gozamos, pero se requieren mucho más esfuerzos y participación de todos los sectores para plasmar mejores horizontes en los que se contemplen como esenciales para la vida, soluciones a los problemas de abasto de agua, de transporte, de vialidades, de zonas ecológicas de amortiguamiento y de más estricto orden en cuanto a nuevos fraccionamientos y a cambios de uso de suelo, para proteger el ambiente y la vitalidad necesarias para el desarrollo integral de quienes aquí habitamos.

Vale anotar que nada de ello podrá lograrse mientras no se impulsen la producción y productividad en el campo, el arraigo digno de nuestros campesinos y ejidatarios; la asistencia en salud y educación en las regiones de la entidad, y la aplicación cabal del Estado de Derecho en todo nuestro territorio.

De lo contrario seguirán creciendo las penosas migraciones –con su bagaje triste de separación de familias y de entusiasmos fútiles que adornan a las crecientes remesas-; de lo contrario no estaremos preparados para posibles años de “vacas flacas” si nuestros vecinos del norte declinan en sus abundantísimas producciones agropecuarias que nos inducen a la importación más que a la producción local; de lo contrario continuará desapareciendo el signo humanista de saber ser comunidad, para trocarse en individualismos violentos y ajenos a la ley; de lo contrario dejará de haber infancias serenas que aspiran a la plenitud del ser para trocarse en angustias permanentes, preñadas de ansiedad e incertidumbre.

La historia de todos y “cada uno de nosotros”, como en la canción de Celentano, está muy cerca de la encrucijada fatal: se trata en última instancia de ser o no ser.


Cuando nuestra ciudad era pequeña, aún y se podía jugar futbol, rayuela, trompo, canicas -chiras pelas- “quemados” y otros juegos en las calles, así como irse tranquilamente de pinta, mientras las niñas brincaban la cuerda, saltaban en “el avión”, susurraban matatenas y cantaban cosas como matarile lirilón, la radio seguía con mucha atención concursos internacionales de canciones como el de San Remo en Italia, que aún persiste.

En 1966 una canción pegadiza que se hizo famosa iniciaba así: “Esta es la historia de uno de nosotros que casualmente vivía en la Calle de Gluck”.

Era una creación de Adriano Celentano –quien vivió de niño en la Vía Gluck de Milán- misma que ni siquiera quedó entre las 15 finalistas del evento en el que habían participado 47 temas.

Sin embargo, con el tiempo se hizo muy popular en varios idiomas como el francés, inglés, japonés, alemán y español por su sensible contenido y su fácil melodía.

Se trata de Il regazzo de la vía Gluck –El chico de la calle de Gluck- en la que el autor planteaba el drama de un joven que se va de su barrio, semi perdido en un suburbio de Milán, a la gran ciudad. Cuando retorna, ocho años después, con el anhelo de comprar la casa que había habitado, se encuentra que ya no hay casa, sino muchas casas

“unas arriba de otras” y tampoco hay ya el verdor de árboles, matorrales y yerba; todo se ha vuelto “cemento y alquitrán”.

Era pues un canto en defensa de la ecología que se presentó en el decimosexto Festival de la Canción de San Remo celebrado del 27 de enero al 29 de enero de 1966.

Dicha edición fue ganada por el tema “Dios, como te amo” de Domenico Modugno e interpretada por Gigliola Cinquetti.

Pero como ya se anotó los mayores resultados de popularidad y venta fueron obtenidos por algunas canciones excluidas, en especial por “El chico de la calle Gluck”, que interpretaron su autor, Adriano Celentano, y el Trío del Clan.

Lo que planteaba la canción era un fenómeno que en ese entonces recorría todo el mundo y sacudía a las grandes ciudades: las migraciones del campo y sus suburbios a las grandes ciudades. Las migraciones del campo a la ciudad no son pues cosa reciente, de hecho han persistido junto con las guerras y las revoluciones incluida la paradigmática revolución industrial que hizo cambiar, no muy gradualmente, las relaciones y flujos migratorios en el mundo moderno en el que muchas ciudades han crecido geométricamente, con escasos o nulos controles, provocando serios riesgos por la escasez de agua, el cambio climático, la erección de construcciones en campos de alta fertilidad, y la consecuente secuencia de alteraciones por plusvalía, cambios de uso de suelo, etcétera.

Querétaro ha sido hasta ahora una ciudad afortunada que ha crecido con cierto equilibrio que sin embargo está llegando a límites que son preocupantes.

Desde mediados de los años 60, cuando surgió aquel canto aludido, el crecimiento de nuestra ciudad ha sido continuo, y aunque en ocasiones los gobiernos se han preocupado por urdir una cierta planeación urbana consecuente, como el surgimiento, hace casi 30 años de los llamados Centro Sur y Centro Norte de la ciudad, y antes el Parque Nacional del Cimatario, el Cimacuático, el Parque Querétaro 2000 y Los Alcanfores; y después el Parque Bicentenario, Los Alfalfares, y hoy el parque La Queretana, el problema de crecimiento y construcciones que se plantea es severo.

Quizá sea ya tiempo de genera un auténtico plan de desarrollo urbano que prevea sin ambages los riesgos en el futuro inmediato y mediato para no aniquilar el desarrollo, equilibrio y progreso que tanto han costado a toda la sociedad.

El arte –música, canto, teatro, danza, literatura, poesía, artesanía y plástica en general- han sabido generar a lo largo de la historia llamados de advertencia e inteligencia en favor de conservar la belleza y esplendor de los bienes de nuestro entorno que nos han sido dados para prodigar, crear y multiplicar, y no para derruir.

Es tiempo quizá, ahora que las elecciones están tan próximas y de que la retórica se despliega en promesas, ofertas y compromisos, de plantear con verdad y claridad la importancia de generar planteamientos concretos y acciones viables para recomponer la calidad de vida –que no sólo es economía- en beneficio de todos los habitantes de la zona metropolitana.

Ciertamente no se pueden negar los esfuerzos que se realizan por ordenar la ciudad y mantener los niveles de seguridad y estabilidad de que gozamos, pero se requieren mucho más esfuerzos y participación de todos los sectores para plasmar mejores horizontes en los que se contemplen como esenciales para la vida, soluciones a los problemas de abasto de agua, de transporte, de vialidades, de zonas ecológicas de amortiguamiento y de más estricto orden en cuanto a nuevos fraccionamientos y a cambios de uso de suelo, para proteger el ambiente y la vitalidad necesarias para el desarrollo integral de quienes aquí habitamos.

Vale anotar que nada de ello podrá lograrse mientras no se impulsen la producción y productividad en el campo, el arraigo digno de nuestros campesinos y ejidatarios; la asistencia en salud y educación en las regiones de la entidad, y la aplicación cabal del Estado de Derecho en todo nuestro territorio.

De lo contrario seguirán creciendo las penosas migraciones –con su bagaje triste de separación de familias y de entusiasmos fútiles que adornan a las crecientes remesas-; de lo contrario no estaremos preparados para posibles años de “vacas flacas” si nuestros vecinos del norte declinan en sus abundantísimas producciones agropecuarias que nos inducen a la importación más que a la producción local; de lo contrario continuará desapareciendo el signo humanista de saber ser comunidad, para trocarse en individualismos violentos y ajenos a la ley; de lo contrario dejará de haber infancias serenas que aspiran a la plenitud del ser para trocarse en angustias permanentes, preñadas de ansiedad e incertidumbre.

La historia de todos y “cada uno de nosotros”, como en la canción de Celentano, está muy cerca de la encrucijada fatal: se trata en última instancia de ser o no ser.