/ viernes 23 de febrero de 2024

Contraluz | Patxi Andión 


Arrancaba la década de los años 70 y Alberto Cortez que recién había iniciado sus giras por México –había cantado en el Justo Sierra de la UNAM y cantó en el Teatro de la República en julio de 1971-, tenía ya en su haber algunos discos LP con Poemas y Canciones y otro intitulado Distancia en el que al final del lado “A” traía una canción muy bella y algo extraña: “Puede ser el chacolí” -vino ligero algo agrio que se hace en el País Vasco, en Cantabria, y en Chile-, que había dedicado a un cantor y autor casi desconocido que con el tiempo sería gradualmente descubierto y apreciado, Patxi Andión. Estos eran los primeros cuartetos de la canción “Debe ser el chacolí”:

“Debe ser el chacolí que se enredó en tu garganta o el continuado batir de la mar en la montaña. Desnuda tu bronca voz pasó de la noche al alba para abrigarse al calor de toda tu tierra vasca.

Se te subió la niñez a lomos de una guitarra y le enseñaste a beber la luz, la sal y la magia de la mar brava del norte que solo acepta la barca amancebada por hombres que no le temen a nada…

Refirió Alberto Cortez de sus primeros encuentros con Patxi Andión, a fines de los años 60: “Su entusiasmo era desbordante como desbordante eran su poesía y sus canciones. A mí me conmovía su voz rota y su fuerza interpretativa”.

En vísperas de un debut en la entonces famosa sala “Jota Jota”, relató Cortez, “escribí estas palabras para él y sin tiempo para escribir un arreglo musical y ensayarlo lo cantaría acompañándome con mi guitarra… Promediando el recital dije que quería homenajear a un cantor desconocido pero con un talento envidiable y sin más le canté esta canción”.

Poco tiempo después, como otros muchos jóvenes de aquí y de allá, con amigos y compañeros, como Sergio Arturo Venegas, Salvador Rico y Luis Robledo, conocí parte de la obra de Patxi Andión; no nos quedó de otra que coincidir con el gran Alberto Cortez sobre la fuerza y calidad interpretativa del cantor vasco que ya había grabado Uno dos y tres…, Compañera, Veinte aniversario, Padre, Con toda la mar detrás, Canción Vieja, Nos pasarán la cuenta, Soneto 70, Canela pura… Patxi Andión nació en Azpeitia, Guipúzcuoa, en 1947.

Bohemio, polifacético, brutalmente sincero, incomprendido, pasó sus primeros años en su lugar de nacimiento. Aún niño se trasladó con sus padres y hermanos a Madrid donde desde muy pequeño despertó su afición por cantar. Adolescente formó un grupo que interpretaba música popular del folclore vasco. Después participó en otros grupos que así como aparecieron sucumbieron. Al terminar el bachillerato inició la carrera de Ingeniería de Caminos, pero la abandonó en el tercer curso. Trabajó luego en un barco antes de afincarse en París en 1967 a donde llegó en autostop. Dos semanas cantó en una estación del metro y después buscó empleo como “hombre de limpieza” en un club. Luego se sumó a un cabaret llamado “La Candelaria” donde se cantaba, estaba muy de moda, música sudamericana. Lo curioso fue que ahí le dejaron interpretar algunas de sus propias canciones al final de las funciones formales en lo que hoy se llamarían “palomazos”.

Ahí tuvo la oportunidad de conocer a su admirado Jacques Brel con quien sostuvo alguna larga plática y con Philips Vitri director del célebre salón “Bobino” que acogía a los astros de la “chanson” francesa.

Ante los espontáneos aplausos que recogió ahí, se convenció de su talento, aunque no aceptó el ofrecimiento de protagonizar una revista pues la condición era que fijara su residencia en París.

Volvió a España donde buscó colocar sus canciones con otros intérpretes. Conoció, gracias a Luis Eduardo Auté con quien había compartido estudio en París, a Mari Trini quien le grabó Canción Vieja.

Por segunda ocasión eludió un ofrecimiento importante, de RCA, aduciendo que coartaba su libertad.

Finalmente pudo plasmar en condiciones más favorable composiciones en un single que incluía los temas “Canto” y “La Jacinta” en su primer LP “Retratos” en el que exponía una galería de diversos tipos humanos con crudeza y mordacidad.

Phillips editó su siguiente álbum “Once canciones entre paréntesis” en el que destacaban “Samaritana” y “Veinte aniversario”.

Después vinieron “Palabra por Palabra” y en 1973 “A donde el agua” que lo consagró. Incluía “El Maestro” y “Una dos y tres”.

Ese mismo año sacó a la luz un trabajo sugerido por la Real Academia de la Lengua Vasca en el que musicalizaba una selección de poemas de Aitor Iparraguirre, poeta y músico del siglo XIX; y en su siguiente álbum “Como el viento del Norte” se atrevió con el lorquiano “Verde”.

“El Libro del buen amor” del Arcipresete de Hita constituyó su álbum de 1975 que además fue la banda sonora de la película de homónimo título en la que debutó como actor.

Su compañera de reparto fue Amparo Muñoz, Miss Universo, con la que se casó poco después y de quien se divorció en menos de dos años. En 1978 apareció “Cancionero prohibido” su álbum más descarnado que le costó censura y críticas.

Cuando parecía que su carrera había llegado a un punto muerto, en 1980 fue convocado para participar en el montaje del musical “Evita” protagonizado por Paloma San Basilio en el que él encarnaba al personaje del Ché Guevara, figura metida un poco con calzador, pero gracias al cual, el éxito superó todas las expectativas y marcó que su carrera artística se desarrollara en el futuro prioritariamente en el campo de la interpretación cinematográfica. Paralelamente concluyó su formación universitaria como sociólogo e inició una larga carrera como investigador y docente universitario –Sociología y Comunicación- tanto en la Universidad Complutense como en la Universidad de Castilla la Mancha.

Así, en los años 80 sólo editó dos discos. En 1983 “Amor primero” con la colaboración de Mocedades. Abrió un largo paréntesis hasta 1999 en que editó “Nunca, nadie”. Se excusó: “Llegué a un punto en el que ya no miraba la vida desde mi propia perspectiva sino como los demás esperaran que la viera… pero uno es lo que es y no lo que hace y yo siempre me he sentido un músico”.

El disco “La hora lobicán” fue el último trabajo que dejó el cantautor, lanzado apenas unas semanas antes de su muerte, ocurrida el 18 de diciembre de 2019 a causa de un accidente de tráfico. Sobre este álbum decía Patxi Andión en “El País” en una de sus últimas entrevistas que “he querido buscar la máxima excelencia porque, a veces, cuando no lo he hecho luego te torturan detalles. Te dices: '¿Por qué no me puse más pesado en esta mezcla?'. Es un disco que representa lo que soy en este momento, sin otra pretensión”. El cantante, actor, investigador y profesor universitario se definió en dicha charla: “soy indómito y por ello pagué un precio, a veces alto, relacionado con la trascendencia de mi obra, que quedó en la sombra”.


Arrancaba la década de los años 70 y Alberto Cortez que recién había iniciado sus giras por México –había cantado en el Justo Sierra de la UNAM y cantó en el Teatro de la República en julio de 1971-, tenía ya en su haber algunos discos LP con Poemas y Canciones y otro intitulado Distancia en el que al final del lado “A” traía una canción muy bella y algo extraña: “Puede ser el chacolí” -vino ligero algo agrio que se hace en el País Vasco, en Cantabria, y en Chile-, que había dedicado a un cantor y autor casi desconocido que con el tiempo sería gradualmente descubierto y apreciado, Patxi Andión. Estos eran los primeros cuartetos de la canción “Debe ser el chacolí”:

“Debe ser el chacolí que se enredó en tu garganta o el continuado batir de la mar en la montaña. Desnuda tu bronca voz pasó de la noche al alba para abrigarse al calor de toda tu tierra vasca.

Se te subió la niñez a lomos de una guitarra y le enseñaste a beber la luz, la sal y la magia de la mar brava del norte que solo acepta la barca amancebada por hombres que no le temen a nada…

Refirió Alberto Cortez de sus primeros encuentros con Patxi Andión, a fines de los años 60: “Su entusiasmo era desbordante como desbordante eran su poesía y sus canciones. A mí me conmovía su voz rota y su fuerza interpretativa”.

En vísperas de un debut en la entonces famosa sala “Jota Jota”, relató Cortez, “escribí estas palabras para él y sin tiempo para escribir un arreglo musical y ensayarlo lo cantaría acompañándome con mi guitarra… Promediando el recital dije que quería homenajear a un cantor desconocido pero con un talento envidiable y sin más le canté esta canción”.

Poco tiempo después, como otros muchos jóvenes de aquí y de allá, con amigos y compañeros, como Sergio Arturo Venegas, Salvador Rico y Luis Robledo, conocí parte de la obra de Patxi Andión; no nos quedó de otra que coincidir con el gran Alberto Cortez sobre la fuerza y calidad interpretativa del cantor vasco que ya había grabado Uno dos y tres…, Compañera, Veinte aniversario, Padre, Con toda la mar detrás, Canción Vieja, Nos pasarán la cuenta, Soneto 70, Canela pura… Patxi Andión nació en Azpeitia, Guipúzcuoa, en 1947.

Bohemio, polifacético, brutalmente sincero, incomprendido, pasó sus primeros años en su lugar de nacimiento. Aún niño se trasladó con sus padres y hermanos a Madrid donde desde muy pequeño despertó su afición por cantar. Adolescente formó un grupo que interpretaba música popular del folclore vasco. Después participó en otros grupos que así como aparecieron sucumbieron. Al terminar el bachillerato inició la carrera de Ingeniería de Caminos, pero la abandonó en el tercer curso. Trabajó luego en un barco antes de afincarse en París en 1967 a donde llegó en autostop. Dos semanas cantó en una estación del metro y después buscó empleo como “hombre de limpieza” en un club. Luego se sumó a un cabaret llamado “La Candelaria” donde se cantaba, estaba muy de moda, música sudamericana. Lo curioso fue que ahí le dejaron interpretar algunas de sus propias canciones al final de las funciones formales en lo que hoy se llamarían “palomazos”.

Ahí tuvo la oportunidad de conocer a su admirado Jacques Brel con quien sostuvo alguna larga plática y con Philips Vitri director del célebre salón “Bobino” que acogía a los astros de la “chanson” francesa.

Ante los espontáneos aplausos que recogió ahí, se convenció de su talento, aunque no aceptó el ofrecimiento de protagonizar una revista pues la condición era que fijara su residencia en París.

Volvió a España donde buscó colocar sus canciones con otros intérpretes. Conoció, gracias a Luis Eduardo Auté con quien había compartido estudio en París, a Mari Trini quien le grabó Canción Vieja.

Por segunda ocasión eludió un ofrecimiento importante, de RCA, aduciendo que coartaba su libertad.

Finalmente pudo plasmar en condiciones más favorable composiciones en un single que incluía los temas “Canto” y “La Jacinta” en su primer LP “Retratos” en el que exponía una galería de diversos tipos humanos con crudeza y mordacidad.

Phillips editó su siguiente álbum “Once canciones entre paréntesis” en el que destacaban “Samaritana” y “Veinte aniversario”.

Después vinieron “Palabra por Palabra” y en 1973 “A donde el agua” que lo consagró. Incluía “El Maestro” y “Una dos y tres”.

Ese mismo año sacó a la luz un trabajo sugerido por la Real Academia de la Lengua Vasca en el que musicalizaba una selección de poemas de Aitor Iparraguirre, poeta y músico del siglo XIX; y en su siguiente álbum “Como el viento del Norte” se atrevió con el lorquiano “Verde”.

“El Libro del buen amor” del Arcipresete de Hita constituyó su álbum de 1975 que además fue la banda sonora de la película de homónimo título en la que debutó como actor.

Su compañera de reparto fue Amparo Muñoz, Miss Universo, con la que se casó poco después y de quien se divorció en menos de dos años. En 1978 apareció “Cancionero prohibido” su álbum más descarnado que le costó censura y críticas.

Cuando parecía que su carrera había llegado a un punto muerto, en 1980 fue convocado para participar en el montaje del musical “Evita” protagonizado por Paloma San Basilio en el que él encarnaba al personaje del Ché Guevara, figura metida un poco con calzador, pero gracias al cual, el éxito superó todas las expectativas y marcó que su carrera artística se desarrollara en el futuro prioritariamente en el campo de la interpretación cinematográfica. Paralelamente concluyó su formación universitaria como sociólogo e inició una larga carrera como investigador y docente universitario –Sociología y Comunicación- tanto en la Universidad Complutense como en la Universidad de Castilla la Mancha.

Así, en los años 80 sólo editó dos discos. En 1983 “Amor primero” con la colaboración de Mocedades. Abrió un largo paréntesis hasta 1999 en que editó “Nunca, nadie”. Se excusó: “Llegué a un punto en el que ya no miraba la vida desde mi propia perspectiva sino como los demás esperaran que la viera… pero uno es lo que es y no lo que hace y yo siempre me he sentido un músico”.

El disco “La hora lobicán” fue el último trabajo que dejó el cantautor, lanzado apenas unas semanas antes de su muerte, ocurrida el 18 de diciembre de 2019 a causa de un accidente de tráfico. Sobre este álbum decía Patxi Andión en “El País” en una de sus últimas entrevistas que “he querido buscar la máxima excelencia porque, a veces, cuando no lo he hecho luego te torturan detalles. Te dices: '¿Por qué no me puse más pesado en esta mezcla?'. Es un disco que representa lo que soy en este momento, sin otra pretensión”. El cantante, actor, investigador y profesor universitario se definió en dicha charla: “soy indómito y por ello pagué un precio, a veces alto, relacionado con la trascendencia de mi obra, que quedó en la sombra”.