/ domingo 31 de julio de 2022

El cronista sanjuanense | Guillermo Prieto en San Juan del Río (tercera parte)

En sus Viajes de Orden Suprema, escritos en lis años 50's del siglo XIX y firmadas por "Fidel", seudónimo de Guillermo Prieto, a su regreso de la ciudad de Santiago de Querétaro, nos describe el Señor del Sacro Monte "...que es la imagen de mayor prestigio de San Juan, hacen para visitarla los indígenas populosas romerías, y las limosnas que reciben bastan para sostener un culto muy decente. La estampa, que no es otra cosa que la imagen del Sacro Monte, representa un Santo Entierro. Era propiedad de una señora particular que la expuso a la pública adoración, y fue tanto el acrecentamiento de la devoción, que hubieron de trasladar al Señor a un templo que se levantó en la loma que domina a San Juan, a la entrada del pueblo, donde se le tributa un culto esmerado."

Con cierta dulzura nos refiere el río "La orilla del río San Juan que ciñe con una faja de esmeraldas y flores la pintoresca población, es en extremo alegre, y como para Querétaro la cañada, para San Juan la orilla del río es su lugar de recreo, su poesía, y el nido de recuerdos y de amores de aquellos habitantes."

Y maravillado por el río, "Fidel" llega a las afamadas huertas que tuvo San Juan y, a manera de añoranza, podemos imaginar el gozo de los sanjuanenses en ello por aquella época.

Está orilla, como se ha dicho, es una calzada que va culebreando con la corriente del río; pero tan fértil, tan aromática, tan llena de árboles frutales y de flores, que sólo halagado por su perspectiva, refrescado por su ambiente, acariciado por sus aromas, se podría tener una idea clara de lugar tan agradable. La arboleda y el jardín los forman una serie de huertas cultivadas con particular cuidado por los dueños de las casas vecinas, que se ven entre los árboles con su apariencia humilde, pero respirando bienestar y alegría.

En el jacal y en sus alrededores, se ven las gallinas con sus proles, los pavos finchados haciendo la rueda, la vaca echada, rumiante, soñolienta,el cerdo como los críticos de profesión, durmiendo y destruyendo, el corcel del señor de la casa y la rancherita diligente y afanosa, ocupada en los quehaceres domésticos, limpia, rolliza y parlanchina.

Entre esos grupos de árboles se improvisa un salón, se preparan columpios, se instala un baile, se verifica un almuerzo, y entonces, al murmurar del río, o el ruido de su corriente impetuosa, las risas y los juegos, los cantos y las danzas, el placer y el amor, ostentan para la juventud apasionada el tesoro divino de sus encantos.

De trecho en trecho de la calzada que forma tránsito entre las huertas y el río, hay sus asientos de piedra, donde los señores hacendados con su parsimonia y sus cumplimientos, se dan en espectáculo, y donde no es extraño ver damas y galanes de que no se avergonzaría la corte por su elegancia y apostura.

Para la muchachera insurgente, las huertas de San Juan del Río, sin tapias y sin restricciones son motivo constante de algazara, de rodillos, de reyertas con los dueños, y para el amor, a la luz de la luna que se refleja en el hermoso río, la sombra, el misterio. ¡Pues está usted lucido con semejantes observaciones señor Fidel!

En sus Viajes de Orden Suprema, escritos en lis años 50's del siglo XIX y firmadas por "Fidel", seudónimo de Guillermo Prieto, a su regreso de la ciudad de Santiago de Querétaro, nos describe el Señor del Sacro Monte "...que es la imagen de mayor prestigio de San Juan, hacen para visitarla los indígenas populosas romerías, y las limosnas que reciben bastan para sostener un culto muy decente. La estampa, que no es otra cosa que la imagen del Sacro Monte, representa un Santo Entierro. Era propiedad de una señora particular que la expuso a la pública adoración, y fue tanto el acrecentamiento de la devoción, que hubieron de trasladar al Señor a un templo que se levantó en la loma que domina a San Juan, a la entrada del pueblo, donde se le tributa un culto esmerado."

Con cierta dulzura nos refiere el río "La orilla del río San Juan que ciñe con una faja de esmeraldas y flores la pintoresca población, es en extremo alegre, y como para Querétaro la cañada, para San Juan la orilla del río es su lugar de recreo, su poesía, y el nido de recuerdos y de amores de aquellos habitantes."

Y maravillado por el río, "Fidel" llega a las afamadas huertas que tuvo San Juan y, a manera de añoranza, podemos imaginar el gozo de los sanjuanenses en ello por aquella época.

Está orilla, como se ha dicho, es una calzada que va culebreando con la corriente del río; pero tan fértil, tan aromática, tan llena de árboles frutales y de flores, que sólo halagado por su perspectiva, refrescado por su ambiente, acariciado por sus aromas, se podría tener una idea clara de lugar tan agradable. La arboleda y el jardín los forman una serie de huertas cultivadas con particular cuidado por los dueños de las casas vecinas, que se ven entre los árboles con su apariencia humilde, pero respirando bienestar y alegría.

En el jacal y en sus alrededores, se ven las gallinas con sus proles, los pavos finchados haciendo la rueda, la vaca echada, rumiante, soñolienta,el cerdo como los críticos de profesión, durmiendo y destruyendo, el corcel del señor de la casa y la rancherita diligente y afanosa, ocupada en los quehaceres domésticos, limpia, rolliza y parlanchina.

Entre esos grupos de árboles se improvisa un salón, se preparan columpios, se instala un baile, se verifica un almuerzo, y entonces, al murmurar del río, o el ruido de su corriente impetuosa, las risas y los juegos, los cantos y las danzas, el placer y el amor, ostentan para la juventud apasionada el tesoro divino de sus encantos.

De trecho en trecho de la calzada que forma tránsito entre las huertas y el río, hay sus asientos de piedra, donde los señores hacendados con su parsimonia y sus cumplimientos, se dan en espectáculo, y donde no es extraño ver damas y galanes de que no se avergonzaría la corte por su elegancia y apostura.

Para la muchachera insurgente, las huertas de San Juan del Río, sin tapias y sin restricciones son motivo constante de algazara, de rodillos, de reyertas con los dueños, y para el amor, a la luz de la luna que se refleja en el hermoso río, la sombra, el misterio. ¡Pues está usted lucido con semejantes observaciones señor Fidel!