/ domingo 12 de junio de 2022

El cronista sanjuanense | Maximiliano en San Juan del Río


El lunes 15 de agosto de 1864, llegó Maximiliano a San Juan del Río. Entró a la hacienda del Cazadero. Su dueño, el señor Peña, le obsequió con un coleadero, una corrida de toros y el almuerzo.

A las tres de la tarde hizo su entrada de lleno a la ciudad con traje de ranchero, montado en caballo jaezado al estilo del país. Le comentan que San Juan del Río es un Querétaro en miniatura. Tal como en la capital, en la época colonial, la población sacó provecho de las minas de plata de Guanajuato, que dieron origen a un pingüe negocio de transportes. Y al igual que Querétaro, San Juan, la pequeña ciudad, vive de la crianza de ganado y de la agricultura, de la alfarería, la curtiduría y las manufacturas textiles.

Don Manuel Domínguez, el prefecto, jefe supremo de numerosos funcionarios, le recibió. Infinidad de personas a pie y a caballo salieron a recibir al emperador, algunas hasta los límites del departamento, las más lo aguardaban a la entrada de la población, en la venta de San Cayetano.

Al presentarse el emperador se le aclamó con entusiasmo, Maximiliano subió a una carreta abierta que le prepararon. Las calles, hasta la casa del coronel Luis Larrauri, que fue preparada para su alojamiento sobre la Calle Real, fueron formadas por una valla que formó la guarnición francesa y la guardia civil. En todo el tránsito el gentío ocupa los balcones, azoteas y ventanas, y arroja flores. Las mujeres lo saludaron agitando pañuelos y gritando entusiastas “¡vivas!” al emperador.

Maximiliano llegó a su alojamiento, donde cambió de traje. Seguidamente se dirigió a la parroquia en compañía del prefecto, los miembros del Ayuntamiento, su chambelán y dos ayudantes en órdenes; un numeroso contingente del pueblo los siguió. Concluido el tedeum, volvió a su residencia.

A las cinco de la tarde se dirigió al convento de Santo Domingo, para asistir a la comida que él mismo obsequió a la guarnición francesa y a la propia escolta en el día del onomástico del emperador Napoleón III de los franceses. En el banquete militar se congregó toda la oficialidad y una parte de la tropa del ejército franco-mexicano, alrededor de cuatrocientas personas. El emperador y la oficialidad se colocan en una mesa elevada y la tropa en cuatro más bajas, distribuidas longitudinalmente. Al entrar se le saludó con el grito ritual de “¡viva el emperador!”. Ocupó su puesto en la mesa, a mitad de la comida se levantó y brindó por Napoleón emperador; brindis que es acogido con una explosión de “vivas” y aplausos.

La entrada a San Juan del Río fue descrita por el mismo Maximiliano en una carta a Carlota fechada el 20 de agosto de 1864 en Santiago de Querétaro: “En la tarde llegamos a San Juan del Río, pequeña ciudad muy deliciosa en una llanura maravillosa. La recepción fue tan cordial que sería difícil describirle. San Juan es una segunda Orizaba, por su belleza, cordialidad y ánimo despierto [de sus habitantes]. Anoche tuve un gran banquete con todos los oficiales franco-mexicanos y más de trescientos soldados. Llevé uniforme con el cordón de la Legión de Honor. Gracias a Dios, mis dos brindis, al emperador de Francia y al ejército, logré perfectamente. Hablé desde un estrado elevado, muy lento y en voz alta, de modo que toda la muchedumbre me escuchó y entendió bien; el entusiasmo de los franceses fue indescriptible.”

Anterior a esta carta, el martes 16 de agosto de 1864, Maximiliano acudió a escuelas, la cárcel y al hospital de San Juan de Dios. Distribuyó gratificaciones a varios niños adelantados. Del hospital quedó satisfecho por su aseo y cuidado. Allí, señaló una pensión de cuarenta pesos mensuales para la anciana Petra Mancilla, quien hacía todo el servicio del hospital por afición y sin cobrar.

Por la tarde convidó a su mesa al prefecto, a los miembros del Ayuntamiento, autoridades locales, empleados, cinco jueces indígenas de los pueblos inmediatos, varios particulares y señoras. Por la noche, antes de acudir al baile que le dispusieron, visitó una escuela especial que le fascinó, la cual estaba organizada exclusivamente para adultos, peculiaridad que le pareció acertada en un país donde gran parte de la población no sabía leer ni escribir. Maximiliano habló largamente con el maestro y los alumnos, quedando muy contento con los progresos que advirtió.

En el festejo de la noche, Maximiliano bailó la cuadrilla de honor con la hermana del prefecto. Se retiró a las nueve, y el baile continuó sólo hasta las once, porque el salón estaba contiguo a la casa de su alojamiento.

Es larga la lista de honores y gastos que hizo en San Juan: la insignia “Cruz de Guadalupe”, que fue instaurada por Agustín de Iturbide al ser el Primer Emperador de México, para el prefecto; la Medalla de Honor con pensión perpetua a un artesano honrado; más de mil pesos en limosnas, doscientos pesos a la Sociedad de San Carlos, entre otros.

De San Juan del Río, Maximiliano y su comitiva, partieron a conocer la ciudad de Santiago de Querétaro, a las cinco de la mañana del miércoles 17 de agosto de 1864.


El lunes 15 de agosto de 1864, llegó Maximiliano a San Juan del Río. Entró a la hacienda del Cazadero. Su dueño, el señor Peña, le obsequió con un coleadero, una corrida de toros y el almuerzo.

A las tres de la tarde hizo su entrada de lleno a la ciudad con traje de ranchero, montado en caballo jaezado al estilo del país. Le comentan que San Juan del Río es un Querétaro en miniatura. Tal como en la capital, en la época colonial, la población sacó provecho de las minas de plata de Guanajuato, que dieron origen a un pingüe negocio de transportes. Y al igual que Querétaro, San Juan, la pequeña ciudad, vive de la crianza de ganado y de la agricultura, de la alfarería, la curtiduría y las manufacturas textiles.

Don Manuel Domínguez, el prefecto, jefe supremo de numerosos funcionarios, le recibió. Infinidad de personas a pie y a caballo salieron a recibir al emperador, algunas hasta los límites del departamento, las más lo aguardaban a la entrada de la población, en la venta de San Cayetano.

Al presentarse el emperador se le aclamó con entusiasmo, Maximiliano subió a una carreta abierta que le prepararon. Las calles, hasta la casa del coronel Luis Larrauri, que fue preparada para su alojamiento sobre la Calle Real, fueron formadas por una valla que formó la guarnición francesa y la guardia civil. En todo el tránsito el gentío ocupa los balcones, azoteas y ventanas, y arroja flores. Las mujeres lo saludaron agitando pañuelos y gritando entusiastas “¡vivas!” al emperador.

Maximiliano llegó a su alojamiento, donde cambió de traje. Seguidamente se dirigió a la parroquia en compañía del prefecto, los miembros del Ayuntamiento, su chambelán y dos ayudantes en órdenes; un numeroso contingente del pueblo los siguió. Concluido el tedeum, volvió a su residencia.

A las cinco de la tarde se dirigió al convento de Santo Domingo, para asistir a la comida que él mismo obsequió a la guarnición francesa y a la propia escolta en el día del onomástico del emperador Napoleón III de los franceses. En el banquete militar se congregó toda la oficialidad y una parte de la tropa del ejército franco-mexicano, alrededor de cuatrocientas personas. El emperador y la oficialidad se colocan en una mesa elevada y la tropa en cuatro más bajas, distribuidas longitudinalmente. Al entrar se le saludó con el grito ritual de “¡viva el emperador!”. Ocupó su puesto en la mesa, a mitad de la comida se levantó y brindó por Napoleón emperador; brindis que es acogido con una explosión de “vivas” y aplausos.

La entrada a San Juan del Río fue descrita por el mismo Maximiliano en una carta a Carlota fechada el 20 de agosto de 1864 en Santiago de Querétaro: “En la tarde llegamos a San Juan del Río, pequeña ciudad muy deliciosa en una llanura maravillosa. La recepción fue tan cordial que sería difícil describirle. San Juan es una segunda Orizaba, por su belleza, cordialidad y ánimo despierto [de sus habitantes]. Anoche tuve un gran banquete con todos los oficiales franco-mexicanos y más de trescientos soldados. Llevé uniforme con el cordón de la Legión de Honor. Gracias a Dios, mis dos brindis, al emperador de Francia y al ejército, logré perfectamente. Hablé desde un estrado elevado, muy lento y en voz alta, de modo que toda la muchedumbre me escuchó y entendió bien; el entusiasmo de los franceses fue indescriptible.”

Anterior a esta carta, el martes 16 de agosto de 1864, Maximiliano acudió a escuelas, la cárcel y al hospital de San Juan de Dios. Distribuyó gratificaciones a varios niños adelantados. Del hospital quedó satisfecho por su aseo y cuidado. Allí, señaló una pensión de cuarenta pesos mensuales para la anciana Petra Mancilla, quien hacía todo el servicio del hospital por afición y sin cobrar.

Por la tarde convidó a su mesa al prefecto, a los miembros del Ayuntamiento, autoridades locales, empleados, cinco jueces indígenas de los pueblos inmediatos, varios particulares y señoras. Por la noche, antes de acudir al baile que le dispusieron, visitó una escuela especial que le fascinó, la cual estaba organizada exclusivamente para adultos, peculiaridad que le pareció acertada en un país donde gran parte de la población no sabía leer ni escribir. Maximiliano habló largamente con el maestro y los alumnos, quedando muy contento con los progresos que advirtió.

En el festejo de la noche, Maximiliano bailó la cuadrilla de honor con la hermana del prefecto. Se retiró a las nueve, y el baile continuó sólo hasta las once, porque el salón estaba contiguo a la casa de su alojamiento.

Es larga la lista de honores y gastos que hizo en San Juan: la insignia “Cruz de Guadalupe”, que fue instaurada por Agustín de Iturbide al ser el Primer Emperador de México, para el prefecto; la Medalla de Honor con pensión perpetua a un artesano honrado; más de mil pesos en limosnas, doscientos pesos a la Sociedad de San Carlos, entre otros.

De San Juan del Río, Maximiliano y su comitiva, partieron a conocer la ciudad de Santiago de Querétaro, a las cinco de la mañana del miércoles 17 de agosto de 1864.