/ domingo 8 de agosto de 2021

El cronista sanjuanense|1835. Un aristócrata ruso en San Juan

"Después de Querétaro, el camino hacia México es ascendente y la parte llana de la región, El Bajío, termina. La ciudad (Querétaro) queda atrás en un profundo valle. Es una vista primorosa. Un acueducto de esbeltos arcos se extiende largo trecho contribuyendo a la belleza natural de estos lugares. El camino se hace más pedregoso y la región, más desértica y menos cultivada, aunque de vez en cuando se encuentran grandes campos de cultivo y una que otra hacienda. Montes sin árboles; a ambos lados del camino se ven muchos cráteres de volcanes apagados. Al pie de una montaña, entre el verdor de sus jardines, se halla escondido el poblado de San Juan del Río. También tiene su acueducto de arcos, pero mucho más pequeño que el de Querétaro. Era miércoles de la primera semana de cuaresma. Las iglesias estaban todas adornadas, llenas de plantas. La gente con la que tropezábamos en la calle traía una cruz en la frente dibujada con ceniza."

Esto fue lo que escribió el aristócrata ruso Ferdinand Petróvich Wrángel, quien después de cinco años de residencia en Sitka (Alaska), sede de su gubernatura, en 1835 emprende el regreso a San Petesburgo, Rusia, con su esposa y un hijo, pero en lugar de volver por Asia, se embarcaron de Alaska a San Blas, en Nayarit, y después por tierra viajeron -a caballo, en diligencia o en litera- recorrieron la ruta a Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México y el puerto de Veracruz, donde subieron al barco de nuevo, rumbo a Europa.

El texto, en el que deja plasmada su vista de un acueducto con arcos de San Juan del Río, nos permite constatar que existió tal edificación, aunque no sabemos el lugar exacto donde se encontraba. Cabe mencionar que no se trata del acueducto que fue expresamente construido a partir de la presa Lomo de Toro, que fue edificada con el fin de tomar desde allí el agua del río San Juan y transportarla a través de un canal hasta la base de Las Peñitas, en donde seguía siendo conducida hasta verter en la caja de agua ubicada en la plazuela del Sacro Monte.

El acueducto de San Juan del Río se comenzó a construir 50 años después de la visita de Ferdinand, el 16 de agosto de 1885 y se concluyó el 15 de marzo de 1886. Recorría hasta la fuente del Sacro Monte un trayecto de 3,153 metros y su costo, incluso el de la caja de agua, fue de $8,527.80. El maestro constructor fue don Higinio Ángeles.

Curioso es otro dato. En la revista ilustrada francesa Le Monde Illustré, publicó un dibujo de San Juan del Río a la llegada de las tropas extranjeras durante la intervención francesa en 1863, en el que se plasmó el acueducto con arcos del que había hablado Petróvich 28 años antes. En el dibujo se observan ocho arcos –uno derrumbado-, eran bajos, de entre 3 o 6 metros de altura y se entrevé que venía de algún lugar y entraba en el pueblo. DE aquello no queda nada, sólo los relatos y el dibujo que nos dan la seguridad de que el acueducto existió.

En el año 1836, Petróvich escribió diversos artículos periodísticos sobre ese viaje, recopilados poco después en su libro “De Sitka a San Petersburgo al través de México: diario de una expedición (13-X-1835--22-V-1836)”. Éste, que era su diario, permaneció inédito hasta el año 1971 en que fue publicado en ruso y a los cuatro años en español. Su trayecto mexicano (del 18 de diciembre de 1835 al 3 de abril de 1836) fue programado para que, a su paso por la capital, promoviera el reconocimiento del zar Nicolás I a la independencia de México, a cambio de que nuestro gobierno permitiera a Rusia ampliar la colonia de Ross, fundada en 1812, hacia California. Obtuvo una promesa de las autoridades mexicanas para que nuestro embajador en Londres continuara esa negociación, pero ya nunca tuvo lugar.

El barón Ferdinand Petróvich nació en 1796 en el litoral báltico y murió en 1870 en Estonia. De añeja alcurnia que se remonta al siglo XIV, estudió en la Academia Naval de San Petesburgo. Hizo un primer viaje alrededor del mundo en 1817-1819; en 1820-1824 dirigió una expedición por las costas del norte de Siberia y en 1825-1827 realizó una segunda circunnavegación. En 1831-1835 fue gobernador general de las colonias rusas en América, destacando su preocupación por los indígenas. Después fue trece años director del Departamento de Construcción de Buques en su país, en 1847 es ascendido a vicealmirante y en 1853-1858 es ministro de Marina. Políglota y con intereses científicos y etnográficos, fue miembro de la Academia de Ciencias y de la Sociedad Geográfica. Protestó airadamente cuando Rusia vendió en 1867 sus colonias de Alaska a los Estados Unidos.

"Después de Querétaro, el camino hacia México es ascendente y la parte llana de la región, El Bajío, termina. La ciudad (Querétaro) queda atrás en un profundo valle. Es una vista primorosa. Un acueducto de esbeltos arcos se extiende largo trecho contribuyendo a la belleza natural de estos lugares. El camino se hace más pedregoso y la región, más desértica y menos cultivada, aunque de vez en cuando se encuentran grandes campos de cultivo y una que otra hacienda. Montes sin árboles; a ambos lados del camino se ven muchos cráteres de volcanes apagados. Al pie de una montaña, entre el verdor de sus jardines, se halla escondido el poblado de San Juan del Río. También tiene su acueducto de arcos, pero mucho más pequeño que el de Querétaro. Era miércoles de la primera semana de cuaresma. Las iglesias estaban todas adornadas, llenas de plantas. La gente con la que tropezábamos en la calle traía una cruz en la frente dibujada con ceniza."

Esto fue lo que escribió el aristócrata ruso Ferdinand Petróvich Wrángel, quien después de cinco años de residencia en Sitka (Alaska), sede de su gubernatura, en 1835 emprende el regreso a San Petesburgo, Rusia, con su esposa y un hijo, pero en lugar de volver por Asia, se embarcaron de Alaska a San Blas, en Nayarit, y después por tierra viajeron -a caballo, en diligencia o en litera- recorrieron la ruta a Guadalajara, Querétaro, la Ciudad de México y el puerto de Veracruz, donde subieron al barco de nuevo, rumbo a Europa.

El texto, en el que deja plasmada su vista de un acueducto con arcos de San Juan del Río, nos permite constatar que existió tal edificación, aunque no sabemos el lugar exacto donde se encontraba. Cabe mencionar que no se trata del acueducto que fue expresamente construido a partir de la presa Lomo de Toro, que fue edificada con el fin de tomar desde allí el agua del río San Juan y transportarla a través de un canal hasta la base de Las Peñitas, en donde seguía siendo conducida hasta verter en la caja de agua ubicada en la plazuela del Sacro Monte.

El acueducto de San Juan del Río se comenzó a construir 50 años después de la visita de Ferdinand, el 16 de agosto de 1885 y se concluyó el 15 de marzo de 1886. Recorría hasta la fuente del Sacro Monte un trayecto de 3,153 metros y su costo, incluso el de la caja de agua, fue de $8,527.80. El maestro constructor fue don Higinio Ángeles.

Curioso es otro dato. En la revista ilustrada francesa Le Monde Illustré, publicó un dibujo de San Juan del Río a la llegada de las tropas extranjeras durante la intervención francesa en 1863, en el que se plasmó el acueducto con arcos del que había hablado Petróvich 28 años antes. En el dibujo se observan ocho arcos –uno derrumbado-, eran bajos, de entre 3 o 6 metros de altura y se entrevé que venía de algún lugar y entraba en el pueblo. DE aquello no queda nada, sólo los relatos y el dibujo que nos dan la seguridad de que el acueducto existió.

En el año 1836, Petróvich escribió diversos artículos periodísticos sobre ese viaje, recopilados poco después en su libro “De Sitka a San Petersburgo al través de México: diario de una expedición (13-X-1835--22-V-1836)”. Éste, que era su diario, permaneció inédito hasta el año 1971 en que fue publicado en ruso y a los cuatro años en español. Su trayecto mexicano (del 18 de diciembre de 1835 al 3 de abril de 1836) fue programado para que, a su paso por la capital, promoviera el reconocimiento del zar Nicolás I a la independencia de México, a cambio de que nuestro gobierno permitiera a Rusia ampliar la colonia de Ross, fundada en 1812, hacia California. Obtuvo una promesa de las autoridades mexicanas para que nuestro embajador en Londres continuara esa negociación, pero ya nunca tuvo lugar.

El barón Ferdinand Petróvich nació en 1796 en el litoral báltico y murió en 1870 en Estonia. De añeja alcurnia que se remonta al siglo XIV, estudió en la Academia Naval de San Petesburgo. Hizo un primer viaje alrededor del mundo en 1817-1819; en 1820-1824 dirigió una expedición por las costas del norte de Siberia y en 1825-1827 realizó una segunda circunnavegación. En 1831-1835 fue gobernador general de las colonias rusas en América, destacando su preocupación por los indígenas. Después fue trece años director del Departamento de Construcción de Buques en su país, en 1847 es ascendido a vicealmirante y en 1853-1858 es ministro de Marina. Políglota y con intereses científicos y etnográficos, fue miembro de la Academia de Ciencias y de la Sociedad Geográfica. Protestó airadamente cuando Rusia vendió en 1867 sus colonias de Alaska a los Estados Unidos.