/ domingo 8 de noviembre de 2020

El Cronista Sanjuanense|El Estandarte de Hidalgo en San Juan

La leyenda histórica refiere que la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, al pasar por el pueblo de Atotonilco –entre Dolores y San Miguel- tuvo la ocurrencia de tomar un cuadro de caballete con la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en la capilla del poblado, para convocar al pueblo a la insurrección. Esa pintura —en el sentido estricto de la palabra— devino en estandarte, convirtiéndose además en trofeo de guerra. En la actualidad se considera una reliquia histórica de valor incalculable y se encuentra expuesto en la Sala de Banderas del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec en la Ciudad de México.

Regresemos en el tiempo, al año 1854, tiempos del presidente y dictador Antonio López de Santa Anna. Él fue quien dispuso que el estandarte, que sirvió al cura Hidalgo como bandera del inicio de la guerra de Independencia, debiera conducirse a la capital del país para su resguardo y preservación como reliquia histórica. La ruta por la que habría de viajar el estandarte hasta su destino pasó por distintas ciudades, entre ellas San Juan del Río.

Un acta de cabildo, que resguarda el Archivo Histórico Municipal, fechada el 9 de septiembre de 1854, da cuenta de que el entonces Supremo Gobierno del Departamento de Querétaro notificaba al Ilustre Ayuntamiento de San Juan que debía pasar por esta ciudad el estandarte del “Excelentísimo Señor Don Miguel Hidalgo”.

Se previno que sería recibido con toda solemnidad. El ayuntamiento sanjuanense acordó en aquella ocasión que el prefecto, el cura párroco, las demás autoridades, empleados y vecinos, se reunieran en la Casa Consistorial para después acudir a recibir el estandarte a la garita de Querétaro, ubicada inmediaciones del Puente de Piedra, lo que en efecto hicieron. Acto seguido fue trasladar, con el debido trato, el estandarte hacia el interior del templo de San Juan de Dios.

Posteriormente, de allí salió el lienzo insigne en paseo solemne hacia el Salón de Cabildos. Por la noche se rindieron los honores a alto trofeo con una serenata e iluminación. Al día siguiente, la misma comitiva de recepción condujo la preciosa alhaja hasta el templo del Sacro Monte y de allí a la garita de México.

El ayuntamiento nombró otras tres comisiones que fueron las encargadas de procurar los coches necesarios para las comitivas, la iluminación, serenata, adorno del Salón de Cabildos y para colectas y donativos para solvencia a los gastos que se generaron “…para acompañar a los señores Prefecto y Cura Párroco quedaron electos los señores Layseca y Quintanar; para solicitar carruajes el señor Díaz; para iluminación, serenata y adorno, los señores García, Chávez y yo el Secretario; y para colectar donativos, los señores Castillo y Herrera; además se encargó a la comisión de Hospital el adorno de dicha casa.”

“Se acordó que el Ylustre Ayuntamiento asista bajo de masa a la función de gracias, y que la comisión de fiestas ponga sus convites a las autoridades, particulares y empleados, de cuya función se pondrá el programa en conocimiento del público, previniéndose se cierre el comercio durante el tiempo de las funciones dichas.”

El 16 de septiembre de 1810, está pintura se encontraba enmarcada en la sacristía de la parroquia de Atotonilco en Guanajuato, donde estuvieron reunidos por unas horas los cabecillas del naciente movimiento armado, al salir ellos y tras una discusión sobre que bandera usar, fue arrancada de su marco por un ranchero que estaba entre las huestes de Miguel Hidalgo, el ranchero entonces la amarró a un simple palo de tendedero de la misma parroquia y literalmente se las arrojó a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende para que la enarbolaran delante de las tropa.

La leyenda histórica refiere que la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, al pasar por el pueblo de Atotonilco –entre Dolores y San Miguel- tuvo la ocurrencia de tomar un cuadro de caballete con la imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en la capilla del poblado, para convocar al pueblo a la insurrección. Esa pintura —en el sentido estricto de la palabra— devino en estandarte, convirtiéndose además en trofeo de guerra. En la actualidad se considera una reliquia histórica de valor incalculable y se encuentra expuesto en la Sala de Banderas del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec en la Ciudad de México.

Regresemos en el tiempo, al año 1854, tiempos del presidente y dictador Antonio López de Santa Anna. Él fue quien dispuso que el estandarte, que sirvió al cura Hidalgo como bandera del inicio de la guerra de Independencia, debiera conducirse a la capital del país para su resguardo y preservación como reliquia histórica. La ruta por la que habría de viajar el estandarte hasta su destino pasó por distintas ciudades, entre ellas San Juan del Río.

Un acta de cabildo, que resguarda el Archivo Histórico Municipal, fechada el 9 de septiembre de 1854, da cuenta de que el entonces Supremo Gobierno del Departamento de Querétaro notificaba al Ilustre Ayuntamiento de San Juan que debía pasar por esta ciudad el estandarte del “Excelentísimo Señor Don Miguel Hidalgo”.

Se previno que sería recibido con toda solemnidad. El ayuntamiento sanjuanense acordó en aquella ocasión que el prefecto, el cura párroco, las demás autoridades, empleados y vecinos, se reunieran en la Casa Consistorial para después acudir a recibir el estandarte a la garita de Querétaro, ubicada inmediaciones del Puente de Piedra, lo que en efecto hicieron. Acto seguido fue trasladar, con el debido trato, el estandarte hacia el interior del templo de San Juan de Dios.

Posteriormente, de allí salió el lienzo insigne en paseo solemne hacia el Salón de Cabildos. Por la noche se rindieron los honores a alto trofeo con una serenata e iluminación. Al día siguiente, la misma comitiva de recepción condujo la preciosa alhaja hasta el templo del Sacro Monte y de allí a la garita de México.

El ayuntamiento nombró otras tres comisiones que fueron las encargadas de procurar los coches necesarios para las comitivas, la iluminación, serenata, adorno del Salón de Cabildos y para colectas y donativos para solvencia a los gastos que se generaron “…para acompañar a los señores Prefecto y Cura Párroco quedaron electos los señores Layseca y Quintanar; para solicitar carruajes el señor Díaz; para iluminación, serenata y adorno, los señores García, Chávez y yo el Secretario; y para colectar donativos, los señores Castillo y Herrera; además se encargó a la comisión de Hospital el adorno de dicha casa.”

“Se acordó que el Ylustre Ayuntamiento asista bajo de masa a la función de gracias, y que la comisión de fiestas ponga sus convites a las autoridades, particulares y empleados, de cuya función se pondrá el programa en conocimiento del público, previniéndose se cierre el comercio durante el tiempo de las funciones dichas.”

El 16 de septiembre de 1810, está pintura se encontraba enmarcada en la sacristía de la parroquia de Atotonilco en Guanajuato, donde estuvieron reunidos por unas horas los cabecillas del naciente movimiento armado, al salir ellos y tras una discusión sobre que bandera usar, fue arrancada de su marco por un ranchero que estaba entre las huestes de Miguel Hidalgo, el ranchero entonces la amarró a un simple palo de tendedero de la misma parroquia y literalmente se las arrojó a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende para que la enarbolaran delante de las tropa.