/ martes 6 de abril de 2021

Psicología para todos | ¡Hay esperanza!

Quién nos iba decir que el Covid-19 iba a ser no solo un problema de salud; también de salud mental y de inequidad laboral en contra de las mujeres. Perder el trabajo, tener que dejarlo para trabajar aún más o hacer malabares para compaginarlo con el cuidado de los hijos; encerrarse con el maltratador, empobrecerse, retroceder en derechos. Son retos a la población femenina.

Los trabajos precarios y aquellos ni reconocidos ni pagados; los cuidados de niños y mayores y el peso del hogar. Las mujeres han aumentado más que los varones el tiempo que emplean en todas las tareas en casa: limpieza, cuidado y educación de los hijos, cocina y compras, advierte la ONU. En épocas de crisis, esta dedicación las saca del mercado laboral o las obliga a hacer malabares para poder combinar el trabajo exterior con el que les espera cuando acaban su jornada.

Es alarmante el aumento de la violencia intrafamiliar y el número de casos de feminicidios por la pandemia y este año empeoran las cifras. En México cada día asesinan a 10 mujeres y están primando a los hombres para los pocos trabajos que hay. Las mujeres vivimos con el miedo de un retroceso: “Nos condena a ser de nuevo amas de casa porque además la sociedad nos juzga si trabajamos teniendo familia”. ONU Mujeres calcula que en este 2021 habrá casi 435 millones de mujeres pobres, un 11% más que si no hubiera existido la pandemia.

En cuanto él te dice tonta, inútil, patética y tú no le respondes ahí te quedas, estás cavando tu tumba; la de tu paz, tu alegría, del respeto a ti misma. Nunca es pronto ni tarde para levantar cabeza, pero ya te tiene cogida del cuello y solo te soltará cuando se canse de ser tu verdugo, si no eres tú quien le quita el poder que le diste. Por eso, en cuanto la oí decir en la tele, llorando desde las tripas, que él la llamaba desde novios tonta, inútil, gorda patética, sin que ella le dijera ahí te quedas, hasta que fue tarde, supe que eso era cierto. Tanto como que ella no es una santa ni una madre perfecta. A quien lo sea que la saquen en procesión y le canten saetas.

Desde el instante en que pares, ya no eres tú, no solo eres la madre lo serás hasta que mueras. Así te miran, así te llaman, así te juzgan. Una madre nunca haría eso, lo que sea, sentencian, y lo peor es que son mujeres las que lanzan las peores piedras. Una madre no decide no amamantar pudiendo. Una madre no sale de juerga y deja a sus hijos con otra. Una madre no cede la custodia de los hijos por su carrera. Una madre aguanta lo que le echen.

De los padres no se habla, son hombres, ya sabes. Los hijos son de las madres, aunque lleven de primer apellido el de alguien que ni está ni se le espera. Dicho esto, se puede ser maltratada y avariciosa, maltratada y egoísta. maltratada y vuelta a maltratar sabiendo lo que sabe. Las maltratadas no son ángeles, son humanas; eso es lo que vi el domingo en la tele, una mujer contando el proceso del maltrato mejor que cien libros blancos. Lo demás: la música apocalíptica, las plañideras rasgándose la camisa después de haberle arrancado la piel a tiras, las políticas subiéndose al carro, los sorteos de 12.000 pesos entre golpes de pecho, sobra.

La Red Nacional de Refugios de México ha incrementado sus rescates un 300% en este último año. La ONU ve en el incremento de la violencia un problema más de salud pública mundial, una “pandemia en la sombra”. “Estamos particularmente preocupados por las jóvenes, por el número de adolescentes que han quedado embarazadas durante el encierro, las que no regresarán a la escuela, el aumento del tráfico de niñas”, advertía la directora de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka.

En palabras de la escritora Gabriela Wiener, “es la amistad entre mujeres que ni siquiera son amigas”; es decir, un pacto de base. La sororidad empieza en el espacio de enfrentarse a otras mujeres desde la conciencia de haber vivido experiencias comunes y se hace fuerte en la rebeldía, la desobediencia a uno de los clichés machistas más irritantes y persistentes: que las mujeres no conocemos la lealtad mutua. Es cierto que entre nosotras no es posible la fraternidad, la propia etimología del vocablo lo impide, sino la sororidad, palabra aceptada por la RAE en 2018. El lenguaje, al fin y al cabo, no responde tanto a la realidad como a la realidad hegemónicamente aceptada. Esta última sigue estando repleta de tóxicos lugares comunes sobre la supuesta tendencia natural de las mujeres a la competencia”

Quién nos iba decir que el Covid-19 iba a ser no solo un problema de salud; también de salud mental y de inequidad laboral en contra de las mujeres. Perder el trabajo, tener que dejarlo para trabajar aún más o hacer malabares para compaginarlo con el cuidado de los hijos; encerrarse con el maltratador, empobrecerse, retroceder en derechos. Son retos a la población femenina.

Los trabajos precarios y aquellos ni reconocidos ni pagados; los cuidados de niños y mayores y el peso del hogar. Las mujeres han aumentado más que los varones el tiempo que emplean en todas las tareas en casa: limpieza, cuidado y educación de los hijos, cocina y compras, advierte la ONU. En épocas de crisis, esta dedicación las saca del mercado laboral o las obliga a hacer malabares para poder combinar el trabajo exterior con el que les espera cuando acaban su jornada.

Es alarmante el aumento de la violencia intrafamiliar y el número de casos de feminicidios por la pandemia y este año empeoran las cifras. En México cada día asesinan a 10 mujeres y están primando a los hombres para los pocos trabajos que hay. Las mujeres vivimos con el miedo de un retroceso: “Nos condena a ser de nuevo amas de casa porque además la sociedad nos juzga si trabajamos teniendo familia”. ONU Mujeres calcula que en este 2021 habrá casi 435 millones de mujeres pobres, un 11% más que si no hubiera existido la pandemia.

En cuanto él te dice tonta, inútil, patética y tú no le respondes ahí te quedas, estás cavando tu tumba; la de tu paz, tu alegría, del respeto a ti misma. Nunca es pronto ni tarde para levantar cabeza, pero ya te tiene cogida del cuello y solo te soltará cuando se canse de ser tu verdugo, si no eres tú quien le quita el poder que le diste. Por eso, en cuanto la oí decir en la tele, llorando desde las tripas, que él la llamaba desde novios tonta, inútil, gorda patética, sin que ella le dijera ahí te quedas, hasta que fue tarde, supe que eso era cierto. Tanto como que ella no es una santa ni una madre perfecta. A quien lo sea que la saquen en procesión y le canten saetas.

Desde el instante en que pares, ya no eres tú, no solo eres la madre lo serás hasta que mueras. Así te miran, así te llaman, así te juzgan. Una madre nunca haría eso, lo que sea, sentencian, y lo peor es que son mujeres las que lanzan las peores piedras. Una madre no decide no amamantar pudiendo. Una madre no sale de juerga y deja a sus hijos con otra. Una madre no cede la custodia de los hijos por su carrera. Una madre aguanta lo que le echen.

De los padres no se habla, son hombres, ya sabes. Los hijos son de las madres, aunque lleven de primer apellido el de alguien que ni está ni se le espera. Dicho esto, se puede ser maltratada y avariciosa, maltratada y egoísta. maltratada y vuelta a maltratar sabiendo lo que sabe. Las maltratadas no son ángeles, son humanas; eso es lo que vi el domingo en la tele, una mujer contando el proceso del maltrato mejor que cien libros blancos. Lo demás: la música apocalíptica, las plañideras rasgándose la camisa después de haberle arrancado la piel a tiras, las políticas subiéndose al carro, los sorteos de 12.000 pesos entre golpes de pecho, sobra.

La Red Nacional de Refugios de México ha incrementado sus rescates un 300% en este último año. La ONU ve en el incremento de la violencia un problema más de salud pública mundial, una “pandemia en la sombra”. “Estamos particularmente preocupados por las jóvenes, por el número de adolescentes que han quedado embarazadas durante el encierro, las que no regresarán a la escuela, el aumento del tráfico de niñas”, advertía la directora de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka.

En palabras de la escritora Gabriela Wiener, “es la amistad entre mujeres que ni siquiera son amigas”; es decir, un pacto de base. La sororidad empieza en el espacio de enfrentarse a otras mujeres desde la conciencia de haber vivido experiencias comunes y se hace fuerte en la rebeldía, la desobediencia a uno de los clichés machistas más irritantes y persistentes: que las mujeres no conocemos la lealtad mutua. Es cierto que entre nosotras no es posible la fraternidad, la propia etimología del vocablo lo impide, sino la sororidad, palabra aceptada por la RAE en 2018. El lenguaje, al fin y al cabo, no responde tanto a la realidad como a la realidad hegemónicamente aceptada. Esta última sigue estando repleta de tóxicos lugares comunes sobre la supuesta tendencia natural de las mujeres a la competencia”