/ jueves 13 de julio de 2023

`Prismarama´ en concierto, un reflejo de lo que somos

Espressando riffs


Aquel sábado primero de julio, cayó la lluvia y la magia de la música de León Larregui. Ambos salpicaron a Querétaro de charcos, tanto acuíferos como de goce, respectivamente. Un goce llamado Prismarama Tour, el nombre de la gira de Larregui, cuya sede en el municipio fue el Auditorio Josefa Ortíz de Domínguez. Ese día, el músico y líder de la banda mexicana de rock, Zoé, nos regaló una experiencia simpática, como su persona en el escenario, y cálida, como un cafecito recién preparado en un día tan lluvioso como aquel; pero, a la vez, una sorpresilla que nos hizo quemarnos la punta de la lengua con el café.

Iluminado por una luz aguamarina, como el color predominante de la portada de su nuevo álbum, Prismarama (2023, Universal Music México), León Larregui danzaba en pantalones blancos elegantes y un saco negro como los lentes de sol que cubrían sus ojos, al ritmo de Su Majestad La Eternidad, la cuarta canción del álbum mencionado. Con este tema inauguró su presencia y sacudió al público, que le aplaudía y se empapaba de las luces del espectáculo, mientras cedían a la petición del verso: “No pares de bailar”.

La gira arrancó el 18 de marzo en Ciudad de México, avanzó hacia Monterrey el primero de abril y se concentró en Estados Unidos todo mayo. Volvió a tierras mexicanas el 23 de junio, en Morelia. El cantautor estuvo acompañado de otros músicos, como Salvador “Chavo” Sahagún en la guitarra, el tapatío al frente del proyecto musical Salvador y el Unicornio, cuyo estilo y psicodelia hacen el match perfecto con el arte que Larregui plasmó en Prismarama, un producto cultural que integra: la mexicanidad inmortalizada a través del uso del náhuatl (la voz al final de Quetzal, minuto 3:33) en un acto “rocanrolero”, definido así por el mismo Larregui en concierto; el rock psicodélico similar al de la banda Salvador y el Unicornio; las vivencias del propio artista; y su producción, algo que sus demás álbumes de estudio no poseen y que hace a este un logro innovador en su trayectoria.

Larregui lo definió como un concepto en el cual “me asumo justo como un prisma y las emociones son los colores que se desprenden de mí, pero terminan reflejando lo que hay dentro”. Es un recorrido sonoro poético y con una estética mexicana en armonía, digno de bailarse y, a la vez, deleitarse en íntimo y abrir el baúl de las emociones que se comparten con su creador.

Además de mostrar las plumas del pavorreal nombrado Prismarama, el músico tocó algunos temas de discos pasados, como Locos, Birdie, Carmín, Brillas (en compañía del público) y Souvenir. Fue esta última canción que, trágicamente, despertó a la muchedumbre del hechizo romántico de León. Al hacer un truco con el micrófono, se le cayó de las manos, tocó el suelo, Souvenir siguió y… ¡la voz del cantautor también! El playback al desnudo, visto por cientos de personas y viralizado en redes sociales.

Como era de esperarse, los ataques y los memes hirvieron en la olla ciberespacial. En la cuenta de Twitter, Larregui no hizo comentarios al respecto de forma pública. Sin embargo, días después, circularon en redes un par de capturas de pantalla de una conversación con el cantautor, quien aparentemente estuvo en charla con algún fan. Ahí reveló que el playback se debió a que estaba “totalmente afónico […] Me ha pasado pocas veces en la vida pero ya me ha pasado antes y es lo mas [sic] frustrante para mi el no tener mi voz, mi instrumento”, y que se encuentra en tratamiento debido a una infección en la garganta.

Si bien no hubo tuits o posts oficiales que respaldan las capturas de pantalla de la conversación, Larregui, desde su cuenta oficial en la red social, dio “like” a dos tuits, publicados el cuatro de este mes, que aseguraban un “porque [sic]” y que “algo pasó” con respecto al playback, así como otro donde la usuaria autora confirma que está “mal de la garganta y hace lo posible por presentarse a sus shows y no cancelar”.

Independientemente de las razones por las cuales se utilizó el recurso del playback, hubo quienes siguen enfadadas y enfadados porque se sienten en un juego de estafa. Como espectadora del concierto, no lo considero una “estafa” ni nada parecido. Creo que León, como el ser humano que es, no está exento de las enfermedades, errores e imperfecciones que nos caracterizan y nos hacen atractivas y atractivos. Su espectáculo no fue un engaño porque dio la cara, nos habló y nunca se ocultó o trató de maquillar la caída de ese micrófono. León simplemente se mostró como el artista simpático, romántico y ocurrente que es. El mismo hombre que se ríe de sus propios chistes y de los comentarios graciosos de sus fans en Twitter, aquel que admite que se traba al hablar porque otros espíritus se “apoderan” de él, y esa alma sentimental que buscó envolvernos en su vibra de empatía y reciprocidad amorosa a través de su “avalancha de baladas”.

León sí estuvo presente. Logró compartir sus emociones más allá del ritual de reproducir su álbum mediante la plataforma o formato que gustes y mandes. Nos hizo un mismo ser con la magia de su música, nos hizo parte del prisma de sus emociones y jamás se victimizó o ridiculizó en vano para justificar su sorpresilla. Hasta le cantó Las Mañanitas a Salvador “Chavo” Sahagún por su cumpleaños. Como entonó durante su canción, Alba (personalmente, mi favorita del álbum): “El amor es un mega súper poder / Aquí en la tierra y en cualquier dimensión”.

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La diferencia entre un espectáculo “estafa” o “engaño” y lo que se vio ese primero de julio, fue el amor, el mega súper poder con el que se entregó León y su rostro libre de falsedades y discursos ensayados. Fue la “experiencia prismarama”, un reflejo de su humanidad y de lo que somos y, como humanos, experimentamos. Nos sacó risas, aullidos, besos, abrazos y uno que otro “¡te amo, León!” tanto de voces femeninas como masculinas. El boleto y la noche valieron la pena. Incluso, el conducir tu coche o tomar el autobús si venías de otro municipio, pues el mismo León se acordó de sus fans foráneos y les agradeció su esfuerzo y largo camino.

Quizás el café tan caliente que fue su espectáculo sí nos dejó la punta de la lengua quemada, pero eso no le quitó el buen sabor. Habemos quienes, de repente, nos gusta quemarnos para sentir y saborear mejor la vida. Si León vuelve o tengo la oportunidad de verlo nuevamente, no me la perderé.



Aquel sábado primero de julio, cayó la lluvia y la magia de la música de León Larregui. Ambos salpicaron a Querétaro de charcos, tanto acuíferos como de goce, respectivamente. Un goce llamado Prismarama Tour, el nombre de la gira de Larregui, cuya sede en el municipio fue el Auditorio Josefa Ortíz de Domínguez. Ese día, el músico y líder de la banda mexicana de rock, Zoé, nos regaló una experiencia simpática, como su persona en el escenario, y cálida, como un cafecito recién preparado en un día tan lluvioso como aquel; pero, a la vez, una sorpresilla que nos hizo quemarnos la punta de la lengua con el café.

Iluminado por una luz aguamarina, como el color predominante de la portada de su nuevo álbum, Prismarama (2023, Universal Music México), León Larregui danzaba en pantalones blancos elegantes y un saco negro como los lentes de sol que cubrían sus ojos, al ritmo de Su Majestad La Eternidad, la cuarta canción del álbum mencionado. Con este tema inauguró su presencia y sacudió al público, que le aplaudía y se empapaba de las luces del espectáculo, mientras cedían a la petición del verso: “No pares de bailar”.

La gira arrancó el 18 de marzo en Ciudad de México, avanzó hacia Monterrey el primero de abril y se concentró en Estados Unidos todo mayo. Volvió a tierras mexicanas el 23 de junio, en Morelia. El cantautor estuvo acompañado de otros músicos, como Salvador “Chavo” Sahagún en la guitarra, el tapatío al frente del proyecto musical Salvador y el Unicornio, cuyo estilo y psicodelia hacen el match perfecto con el arte que Larregui plasmó en Prismarama, un producto cultural que integra: la mexicanidad inmortalizada a través del uso del náhuatl (la voz al final de Quetzal, minuto 3:33) en un acto “rocanrolero”, definido así por el mismo Larregui en concierto; el rock psicodélico similar al de la banda Salvador y el Unicornio; las vivencias del propio artista; y su producción, algo que sus demás álbumes de estudio no poseen y que hace a este un logro innovador en su trayectoria.

Larregui lo definió como un concepto en el cual “me asumo justo como un prisma y las emociones son los colores que se desprenden de mí, pero terminan reflejando lo que hay dentro”. Es un recorrido sonoro poético y con una estética mexicana en armonía, digno de bailarse y, a la vez, deleitarse en íntimo y abrir el baúl de las emociones que se comparten con su creador.

Además de mostrar las plumas del pavorreal nombrado Prismarama, el músico tocó algunos temas de discos pasados, como Locos, Birdie, Carmín, Brillas (en compañía del público) y Souvenir. Fue esta última canción que, trágicamente, despertó a la muchedumbre del hechizo romántico de León. Al hacer un truco con el micrófono, se le cayó de las manos, tocó el suelo, Souvenir siguió y… ¡la voz del cantautor también! El playback al desnudo, visto por cientos de personas y viralizado en redes sociales.

Como era de esperarse, los ataques y los memes hirvieron en la olla ciberespacial. En la cuenta de Twitter, Larregui no hizo comentarios al respecto de forma pública. Sin embargo, días después, circularon en redes un par de capturas de pantalla de una conversación con el cantautor, quien aparentemente estuvo en charla con algún fan. Ahí reveló que el playback se debió a que estaba “totalmente afónico […] Me ha pasado pocas veces en la vida pero ya me ha pasado antes y es lo mas [sic] frustrante para mi el no tener mi voz, mi instrumento”, y que se encuentra en tratamiento debido a una infección en la garganta.

Si bien no hubo tuits o posts oficiales que respaldan las capturas de pantalla de la conversación, Larregui, desde su cuenta oficial en la red social, dio “like” a dos tuits, publicados el cuatro de este mes, que aseguraban un “porque [sic]” y que “algo pasó” con respecto al playback, así como otro donde la usuaria autora confirma que está “mal de la garganta y hace lo posible por presentarse a sus shows y no cancelar”.

Independientemente de las razones por las cuales se utilizó el recurso del playback, hubo quienes siguen enfadadas y enfadados porque se sienten en un juego de estafa. Como espectadora del concierto, no lo considero una “estafa” ni nada parecido. Creo que León, como el ser humano que es, no está exento de las enfermedades, errores e imperfecciones que nos caracterizan y nos hacen atractivas y atractivos. Su espectáculo no fue un engaño porque dio la cara, nos habló y nunca se ocultó o trató de maquillar la caída de ese micrófono. León simplemente se mostró como el artista simpático, romántico y ocurrente que es. El mismo hombre que se ríe de sus propios chistes y de los comentarios graciosos de sus fans en Twitter, aquel que admite que se traba al hablar porque otros espíritus se “apoderan” de él, y esa alma sentimental que buscó envolvernos en su vibra de empatía y reciprocidad amorosa a través de su “avalancha de baladas”.

León sí estuvo presente. Logró compartir sus emociones más allá del ritual de reproducir su álbum mediante la plataforma o formato que gustes y mandes. Nos hizo un mismo ser con la magia de su música, nos hizo parte del prisma de sus emociones y jamás se victimizó o ridiculizó en vano para justificar su sorpresilla. Hasta le cantó Las Mañanitas a Salvador “Chavo” Sahagún por su cumpleaños. Como entonó durante su canción, Alba (personalmente, mi favorita del álbum): “El amor es un mega súper poder / Aquí en la tierra y en cualquier dimensión”.

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La diferencia entre un espectáculo “estafa” o “engaño” y lo que se vio ese primero de julio, fue el amor, el mega súper poder con el que se entregó León y su rostro libre de falsedades y discursos ensayados. Fue la “experiencia prismarama”, un reflejo de su humanidad y de lo que somos y, como humanos, experimentamos. Nos sacó risas, aullidos, besos, abrazos y uno que otro “¡te amo, León!” tanto de voces femeninas como masculinas. El boleto y la noche valieron la pena. Incluso, el conducir tu coche o tomar el autobús si venías de otro municipio, pues el mismo León se acordó de sus fans foráneos y les agradeció su esfuerzo y largo camino.

Quizás el café tan caliente que fue su espectáculo sí nos dejó la punta de la lengua quemada, pero eso no le quitó el buen sabor. Habemos quienes, de repente, nos gusta quemarnos para sentir y saborear mejor la vida. Si León vuelve o tengo la oportunidad de verlo nuevamente, no me la perderé.


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