/ miércoles 18 de julio de 2018

Alí Chumacero, el amor infinito por los libros. En el centenario del nacimiento del poeta

Cuando aún no había flores en las sendas porque las sendas no eran ni las flores estaban; cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, ya éramos tú y yo

Fragmento de Poema de amorosa raíz


No hay muchos amantes apasionados de los libros, no al grado de Alí Chumacero. Aunque esto es relativo, sí hay mucha gente que lee, pero uno desearía que hubiera más, pero, aquí también, se oculta una certeza: ser un gran lector no significa necesariamente ser mejor persona. Afortunadamente, esta verdad no forma parte de la historia de Alí Chumacero, quien sí era un gran lector, y sí era una gran persona. Un hombre que explícitamente amó los libros y se entregó con todo a ellos. Pero, ¿por qué amó tanto los libros Chumacero? ¿Qué significaban para él? ¿Cuál era su importancia? Pues porque los libros son vida, están vivos, vienen de la vida concreta y vuelven a ella. Ya Aldous Huxley lo experimentó y lo narró en Las puertas de la percepción (The doors of perception), en donde bajo el influjo de la mescalina pudo percibir como cada libro de su librero vibraba con diferente color e intensidad: estaban vivos. No son objetos inertes para unos cuantos iniciados, sino que para quien penetra en su secreto, se abre el enorme espacio de la sabiduría, la alegría, la diversión, el conocimiento, la plenitud intelectual, la emoción, el encuentro, lo insospechado, la magia, el misterio. Para eso se poseen, se comparten y se publican libros, porque son el devenir mismo de la vida, son todas las compuertas posibles, son el Aleph borgiano, la biblioteca de Babel.

40 mil textos atesoró don Alí Chumacero. En cada uno debió encontrar a un buen amigo, el que te comparte sabiduría o relatos vitales en cada página. El libro con el que te despiertas y te acuestas, el que te aconseja, te guía, te pone a dudar y a pensar, el que te nutre y enriquece. 40 mil amigos, compañeros, amantes bendecidos. Palabras, lengua, alimento para el espíritu, material para meditación, palabras en reposo.

Los libros que un hombre lee también nos revelan quién fue ese lector, qué intereses tenía, qué ideas lo nutrieron, cuáles fueron sus principales influencias. Sus libros cercanos son también su biografía.

Alí Chumacero fue un hombre alegre y triste, un hombre vital, un sabedor, un poeta. Un hombre que aprendió a desentrañar la vida armado del lenguaje, un Quijote enfrentado a molinos de viento. Un hombre que le escribió a un suicida y a un marino, a una rosa y a un viudo, a un peregrino y al azar.

Y quizá por ese amor incondicional a los libros las musas, o los dioses, o los dos, le concedieron el enorme don de la poesía, de la escrita y la de la visión poética del mundo. La que muchos anhelan, intentan, trabajan, pero de la que sólo a pocos se les da a beber del manantial inmenso de la palabra exacta y luminosa, reveladora y bella. Alí era uno de ellos, fue y lo será, porque el que es poeta lo es para siempre, en vida terrestre y después de ella. Pertenecen al Olimpo de los hacedores de palabras, de los descubridores de secretos, de los forjadores de truenos polisémicos, de los hermanos de Vulcano y Zeus, de los alimentadores de quimeras y sueños, de la declaración de los amantes, de los pares de Horacio, Hesíodo y Homero, de Virgilio y de Dante. De todos ellos se nutre y con ellos se codea Chumacero.

Oh, salve poeta nayarita, hace cien años la vida te parió y te forjaste como un ciudadano por derecho de la república de las letras y de la patria de los poetas. Carpe diem, maestro, brindo porque tus letras iluminen nuestra senda permitiendo que nuestros ojos se abran a la visión poética del mundo, donde los sentidos despiertan para, como dijo Blake, darnos cuenta que todo es infinito, y si lo es, entonces, al menos, respetemos y nos llenemos de flores abiertas y en botón, en favor de la justicia plena, de la solidaridad y del derecho de todos a estar contentos y felices. Porque eso, casi nada, es lo que pueden lograr los seres como tú.

¡Carpe diem! ¡Vive como si fuera tu último día! Quizá por eso, en la poesía de Chumacero, habitan permanentemente el contraste profundo de la vida y la muerte. Quizá por eso él mismo se declara, se reconoce, como un hombre con “un gran amor por la vida”, aunque a la vez , en sus poemas, se asoma siempre la muerte, “Un aire triste que arrastra las imágenes/ que de tu cuerpo surgen/ como hálito de una sepultura:/ …” (Elegía del marino); o “Antes que el viento fuera mar volcado,/ que la noche se unciera su vestido de luto…” (Poema de amorosa raíz), son tan sólo dos ejemplos de muchos posibles.

Entonces, para eso son los libros, para vivir esos viajes sin tiempo y sin fronteras, pero a la vez alimentando tu viaje terrestre bien concretamente. Los libros son para ser en el mundo, y cuando se tiene una conciencia amorosa como la de Alí Chumacero, son para ser más amoroso, más constructor de realidades distintas y benévolas.

Entrar a una biblioteca personal con 40 mil libros ha de ser como penetrar en un librote, un bosque inmenso, como los inacabables cuentos de la mil y una noches. Cada día un libro distinto, y podrían pasar décadas y cada día estarías abriendo un libro distinto y viviendo una aventura de sabiduría o diversión totalmente nueva. Entrar a una biblioteca así, sentir la presencia de los libros, palparlos, olfatearlos, vibrar con la personalidad de cada uno, arroparte en cada rincón de los libreros, es una experiencia que hay que vivir para gozar de toda su potencial vital, de toda su emoción inenarrable.

Chumacero es una invitación al diccionario, pero no como castigo o martirio, sino como gozo del lenguaje y llave para el ejercicio del habla, para tallar la expresión y flauberescamente decir lo exacto. Y eso paga, da paz, entendimiento. Se agradece, porque leer a Chumacero es, definitivamente, enriquecerte, colmarte de poesía, aprender para qué son y porqué se aman los libros.

A veces, los amantes de los libros parecen locos, viajan con ellos, hablan con ellos, se acuestan con uno debajo de la almohada, los cobijan, y hasta en el baño buscan su compañía. Esta clase de seres a veces creen que están trastornados, pero cuando se enteran de que han existido personas como Chumacero, con un amor inconmensurable por los libros, se tranquilizan, o enloquecen más, al no sentirse nunca más solos ni los únicos, existen otros locos que también son hermanos, cómplices, amantes, amigos, compañeros de los libros, y a los que siempre se les encontrará en la compañía de uno o de varios de ellos. Y a ti, ¿cuál te acompaña?

https://escritosdeaft.blogspot.com


Cuando aún no había flores en las sendas porque las sendas no eran ni las flores estaban; cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, ya éramos tú y yo

Fragmento de Poema de amorosa raíz


No hay muchos amantes apasionados de los libros, no al grado de Alí Chumacero. Aunque esto es relativo, sí hay mucha gente que lee, pero uno desearía que hubiera más, pero, aquí también, se oculta una certeza: ser un gran lector no significa necesariamente ser mejor persona. Afortunadamente, esta verdad no forma parte de la historia de Alí Chumacero, quien sí era un gran lector, y sí era una gran persona. Un hombre que explícitamente amó los libros y se entregó con todo a ellos. Pero, ¿por qué amó tanto los libros Chumacero? ¿Qué significaban para él? ¿Cuál era su importancia? Pues porque los libros son vida, están vivos, vienen de la vida concreta y vuelven a ella. Ya Aldous Huxley lo experimentó y lo narró en Las puertas de la percepción (The doors of perception), en donde bajo el influjo de la mescalina pudo percibir como cada libro de su librero vibraba con diferente color e intensidad: estaban vivos. No son objetos inertes para unos cuantos iniciados, sino que para quien penetra en su secreto, se abre el enorme espacio de la sabiduría, la alegría, la diversión, el conocimiento, la plenitud intelectual, la emoción, el encuentro, lo insospechado, la magia, el misterio. Para eso se poseen, se comparten y se publican libros, porque son el devenir mismo de la vida, son todas las compuertas posibles, son el Aleph borgiano, la biblioteca de Babel.

40 mil textos atesoró don Alí Chumacero. En cada uno debió encontrar a un buen amigo, el que te comparte sabiduría o relatos vitales en cada página. El libro con el que te despiertas y te acuestas, el que te aconseja, te guía, te pone a dudar y a pensar, el que te nutre y enriquece. 40 mil amigos, compañeros, amantes bendecidos. Palabras, lengua, alimento para el espíritu, material para meditación, palabras en reposo.

Los libros que un hombre lee también nos revelan quién fue ese lector, qué intereses tenía, qué ideas lo nutrieron, cuáles fueron sus principales influencias. Sus libros cercanos son también su biografía.

Alí Chumacero fue un hombre alegre y triste, un hombre vital, un sabedor, un poeta. Un hombre que aprendió a desentrañar la vida armado del lenguaje, un Quijote enfrentado a molinos de viento. Un hombre que le escribió a un suicida y a un marino, a una rosa y a un viudo, a un peregrino y al azar.

Y quizá por ese amor incondicional a los libros las musas, o los dioses, o los dos, le concedieron el enorme don de la poesía, de la escrita y la de la visión poética del mundo. La que muchos anhelan, intentan, trabajan, pero de la que sólo a pocos se les da a beber del manantial inmenso de la palabra exacta y luminosa, reveladora y bella. Alí era uno de ellos, fue y lo será, porque el que es poeta lo es para siempre, en vida terrestre y después de ella. Pertenecen al Olimpo de los hacedores de palabras, de los descubridores de secretos, de los forjadores de truenos polisémicos, de los hermanos de Vulcano y Zeus, de los alimentadores de quimeras y sueños, de la declaración de los amantes, de los pares de Horacio, Hesíodo y Homero, de Virgilio y de Dante. De todos ellos se nutre y con ellos se codea Chumacero.

Oh, salve poeta nayarita, hace cien años la vida te parió y te forjaste como un ciudadano por derecho de la república de las letras y de la patria de los poetas. Carpe diem, maestro, brindo porque tus letras iluminen nuestra senda permitiendo que nuestros ojos se abran a la visión poética del mundo, donde los sentidos despiertan para, como dijo Blake, darnos cuenta que todo es infinito, y si lo es, entonces, al menos, respetemos y nos llenemos de flores abiertas y en botón, en favor de la justicia plena, de la solidaridad y del derecho de todos a estar contentos y felices. Porque eso, casi nada, es lo que pueden lograr los seres como tú.

¡Carpe diem! ¡Vive como si fuera tu último día! Quizá por eso, en la poesía de Chumacero, habitan permanentemente el contraste profundo de la vida y la muerte. Quizá por eso él mismo se declara, se reconoce, como un hombre con “un gran amor por la vida”, aunque a la vez , en sus poemas, se asoma siempre la muerte, “Un aire triste que arrastra las imágenes/ que de tu cuerpo surgen/ como hálito de una sepultura:/ …” (Elegía del marino); o “Antes que el viento fuera mar volcado,/ que la noche se unciera su vestido de luto…” (Poema de amorosa raíz), son tan sólo dos ejemplos de muchos posibles.

Entonces, para eso son los libros, para vivir esos viajes sin tiempo y sin fronteras, pero a la vez alimentando tu viaje terrestre bien concretamente. Los libros son para ser en el mundo, y cuando se tiene una conciencia amorosa como la de Alí Chumacero, son para ser más amoroso, más constructor de realidades distintas y benévolas.

Entrar a una biblioteca personal con 40 mil libros ha de ser como penetrar en un librote, un bosque inmenso, como los inacabables cuentos de la mil y una noches. Cada día un libro distinto, y podrían pasar décadas y cada día estarías abriendo un libro distinto y viviendo una aventura de sabiduría o diversión totalmente nueva. Entrar a una biblioteca así, sentir la presencia de los libros, palparlos, olfatearlos, vibrar con la personalidad de cada uno, arroparte en cada rincón de los libreros, es una experiencia que hay que vivir para gozar de toda su potencial vital, de toda su emoción inenarrable.

Chumacero es una invitación al diccionario, pero no como castigo o martirio, sino como gozo del lenguaje y llave para el ejercicio del habla, para tallar la expresión y flauberescamente decir lo exacto. Y eso paga, da paz, entendimiento. Se agradece, porque leer a Chumacero es, definitivamente, enriquecerte, colmarte de poesía, aprender para qué son y porqué se aman los libros.

A veces, los amantes de los libros parecen locos, viajan con ellos, hablan con ellos, se acuestan con uno debajo de la almohada, los cobijan, y hasta en el baño buscan su compañía. Esta clase de seres a veces creen que están trastornados, pero cuando se enteran de que han existido personas como Chumacero, con un amor inconmensurable por los libros, se tranquilizan, o enloquecen más, al no sentirse nunca más solos ni los únicos, existen otros locos que también son hermanos, cómplices, amantes, amigos, compañeros de los libros, y a los que siempre se les encontrará en la compañía de uno o de varios de ellos. Y a ti, ¿cuál te acompaña?

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