/ jueves 2 de noviembre de 2023

Antiguos rituales funerarios en Querétaro

Cartografía del tiempo y la memoria


“Envuelta en sombras, alta la guadaña, / rasando golpes de dolor profundo, / iba la muerte recorriendo el mundo/desde el alcázar regio a la cabaña.” […] Arriaza, Juan Bautista. Madrid. 1770 – 1837.

En la época novohispana al morir un monarca hispano –algún miembro de la familia real–, o un personaje connotado en la sociedad, se llevaban a efecto algunos ritos funerarios. Era todo un juego de ingenios y agudezas los monumentos, piras, catafalcos y cenotafios que se erigían en honor del difunto. Por supuesto tenían un mensaje transmitido por la propia fuerza visual del ostentoso aparato efímero. Eran las estrategias simbólicas que acudían tanto a la mitología grecolatina, como a los íconos cristianos con sus connotaciones teológicas sobre la muerte.

En esta constelación de significados encontramos referentes a las mentalidades de la historia y cultura novohispana. En las siguientes líneas desarrollaré –de manera breve–, las exequias que se llevaron a efecto por el fallecimiento del marqués de la Villa del Villar del Águila, mecenas de las artes del siglo XVIII en Querétaro, en el virreinato novohispano. Como una muestra de esas manifestaciones y sus significados emblemáticos de la fábrica de la pira funeraria dedicada Juan Antonio de Urrutia y Arana en la ciudad de Santiago de Querétaro.

En la antigüedad era parte del ceremonial funerario, incinerar el cuerpo para liberar el espíritu. El cristianismo, que por muchos siglos prohibía la cremación, debido a la creencia de la resurrección de la carne, acudió al recurso simbólico de los centenares de velas que aludían a la ancestral práctica de las piras funerarias.

El 29 de agosto de 1743, “falleció Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués de la Villa del Villar del Águila, casado con la señora María Josefa Guerrero Dávila. Recibió los santos sacramentos. Vivía en la calle de San Felipe Neri [en la ciudad de México] y enterró en la santa iglesia de Santo Domingo” … [Archivo de la Parroquia del Sagrario Metropolitano, libro de defunciones de españoles, f. 155 v.] El marqués había nacido en noviembre de 1670, en la Villa de Arciniega, provincia de Álava, España.

Exequias. Una vez que en la ciudad de Querétaro se conoció la muerte del marqués; el cabildo comisionó a Bernardo Gil y Rafael Pazos para organizar las exequias. El templo elegido para el solemne acto fue el templo de San Francisco el 26 de septiembre de 1743. Todavía el convento tenía su atrio - cementerio, capillas y templos del complejo seráfico. El templo fue engalanado con luces, flores y velas. Es posible que de acuerdo con la etiqueta ceremonial el templo estuviese decorado con colgaduras luctuosas, por lo regular con imágenes de esqueletos o cráneos sobre un fondo negro. El efecto dramático de la escenografía era acentuado con las luces y sombras de las centenas de luminarias. Por lo regular el piso del templo era cubierto con alfombras y bajo la bóveda se levantaba el túmulo funerario en forma de pirámide escalonada. Tenían la finalidad de exaltar las bondades del difunto a quien se tributaba el ceremonial.

El programa iconográfico del aparato fúnebre así como su descripción eran encargados a maestros ensambladores, artistas, poetas y asesores versados en temas teológicos e iconográficos, para no salir de la ortodoxia católica; –todos guiados por un alarife–. La pira que se levantó en el templo de San Francisco se encontraba al centro y su tema principal era la Gloria en la Derrota, formaba el monumento un túmulo de seis cuerpos revestido de los artilugios barrocos, de la emblemática y el arte perecedero en sus materiales de montaje. Jeroglíficos, letras, ninfas lacrimosas que sostenían sonetos en las manos y símbolos de las virtudes del marqués, nenias (composición que se hacía en alabanza de alguien después de muerto). Un Faetón con los caballos debocados (de la mitología griega, en este caso alusión a una estrella radiante que al caer “incendia al mundo”). El remate del catafalco un manto negro de terciopelo, sobre el cual posaba la blanca capa de la orden de los Caballeros de Alcántara. Al derredor cuatro candeleros de plata, con arandelas luminosas.

La asistencia a la ceremonia fúnebre fue de la élite social, política y clerical de la región. El ilustre ayuntamiento, las órdenes religiosas con monasterios en la ciudad, la nobleza y personas invitadas. El encargado de la celebración eucarística estuvo a cargo de fray Antonio Villalba acompañado de los frailes Pedro Domingo Barreto y Joaquín Delgado. La misa solemne estuvo acompañada de músicos y cantores. En los altares colaterales se dijeron misas rezadas. La homilía estuvo a cargo de fray Antonio Castrillón “quien pronunció un sermón gerundiano, pletórico de citas latinas y metáforas artificiosas. [Samaniego, 1946].

Sermón: El 26 de septiembre de 1743 el sermón panegírico fue predicado por fray Antonio Castrillón, predicador general jubilado, de la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, entonces Custodio de la Provincia y Vicario de Asistencia de San Pedro de la Cañada. La Oración Fúnebre fue impresa en 1744 en la imprenta de la Viuda de José Bernardo de Hogal.

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REFLEXIÓN: Las piras, máquinas, aparatos, capillas ardientes relacionadas con el ceremonial fúnebre no obedecía a criterios de la estética, en muchos de los casos; respondía a un tiempo de ejecución y presupuesto limitados. Significaron una forma de sobrellevar el luto, de igual manera los novenarios, misas de sufragio y las oraciones fúnebres. La emblemática halló en los túmulos un espacio fértil de desarrollo en donde el gusto barroco echó mano de los recursos simbólicos y alegóricos inherentes a aquella disciplina para resaltar las virtudes del finado. Manifestaciones que nos permiten entrever las mentalidades de aquellas sociedades con sus prácticas y creencias que conforman rasgos multiculturales que aun conservamos.

“Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba” […] Miguel de Cervantes Saavedra.

En la próxima entrega atisbaremos las exequias de Sor Juna Inés de la Cruz. Fecha instituida como el Día Nacional del Libro, por decreto presidencia de 1979.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Octubre de MMXXIII.



“Envuelta en sombras, alta la guadaña, / rasando golpes de dolor profundo, / iba la muerte recorriendo el mundo/desde el alcázar regio a la cabaña.” […] Arriaza, Juan Bautista. Madrid. 1770 – 1837.

En la época novohispana al morir un monarca hispano –algún miembro de la familia real–, o un personaje connotado en la sociedad, se llevaban a efecto algunos ritos funerarios. Era todo un juego de ingenios y agudezas los monumentos, piras, catafalcos y cenotafios que se erigían en honor del difunto. Por supuesto tenían un mensaje transmitido por la propia fuerza visual del ostentoso aparato efímero. Eran las estrategias simbólicas que acudían tanto a la mitología grecolatina, como a los íconos cristianos con sus connotaciones teológicas sobre la muerte.

En esta constelación de significados encontramos referentes a las mentalidades de la historia y cultura novohispana. En las siguientes líneas desarrollaré –de manera breve–, las exequias que se llevaron a efecto por el fallecimiento del marqués de la Villa del Villar del Águila, mecenas de las artes del siglo XVIII en Querétaro, en el virreinato novohispano. Como una muestra de esas manifestaciones y sus significados emblemáticos de la fábrica de la pira funeraria dedicada Juan Antonio de Urrutia y Arana en la ciudad de Santiago de Querétaro.

En la antigüedad era parte del ceremonial funerario, incinerar el cuerpo para liberar el espíritu. El cristianismo, que por muchos siglos prohibía la cremación, debido a la creencia de la resurrección de la carne, acudió al recurso simbólico de los centenares de velas que aludían a la ancestral práctica de las piras funerarias.

El 29 de agosto de 1743, “falleció Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués de la Villa del Villar del Águila, casado con la señora María Josefa Guerrero Dávila. Recibió los santos sacramentos. Vivía en la calle de San Felipe Neri [en la ciudad de México] y enterró en la santa iglesia de Santo Domingo” … [Archivo de la Parroquia del Sagrario Metropolitano, libro de defunciones de españoles, f. 155 v.] El marqués había nacido en noviembre de 1670, en la Villa de Arciniega, provincia de Álava, España.

Exequias. Una vez que en la ciudad de Querétaro se conoció la muerte del marqués; el cabildo comisionó a Bernardo Gil y Rafael Pazos para organizar las exequias. El templo elegido para el solemne acto fue el templo de San Francisco el 26 de septiembre de 1743. Todavía el convento tenía su atrio - cementerio, capillas y templos del complejo seráfico. El templo fue engalanado con luces, flores y velas. Es posible que de acuerdo con la etiqueta ceremonial el templo estuviese decorado con colgaduras luctuosas, por lo regular con imágenes de esqueletos o cráneos sobre un fondo negro. El efecto dramático de la escenografía era acentuado con las luces y sombras de las centenas de luminarias. Por lo regular el piso del templo era cubierto con alfombras y bajo la bóveda se levantaba el túmulo funerario en forma de pirámide escalonada. Tenían la finalidad de exaltar las bondades del difunto a quien se tributaba el ceremonial.

El programa iconográfico del aparato fúnebre así como su descripción eran encargados a maestros ensambladores, artistas, poetas y asesores versados en temas teológicos e iconográficos, para no salir de la ortodoxia católica; –todos guiados por un alarife–. La pira que se levantó en el templo de San Francisco se encontraba al centro y su tema principal era la Gloria en la Derrota, formaba el monumento un túmulo de seis cuerpos revestido de los artilugios barrocos, de la emblemática y el arte perecedero en sus materiales de montaje. Jeroglíficos, letras, ninfas lacrimosas que sostenían sonetos en las manos y símbolos de las virtudes del marqués, nenias (composición que se hacía en alabanza de alguien después de muerto). Un Faetón con los caballos debocados (de la mitología griega, en este caso alusión a una estrella radiante que al caer “incendia al mundo”). El remate del catafalco un manto negro de terciopelo, sobre el cual posaba la blanca capa de la orden de los Caballeros de Alcántara. Al derredor cuatro candeleros de plata, con arandelas luminosas.

La asistencia a la ceremonia fúnebre fue de la élite social, política y clerical de la región. El ilustre ayuntamiento, las órdenes religiosas con monasterios en la ciudad, la nobleza y personas invitadas. El encargado de la celebración eucarística estuvo a cargo de fray Antonio Villalba acompañado de los frailes Pedro Domingo Barreto y Joaquín Delgado. La misa solemne estuvo acompañada de músicos y cantores. En los altares colaterales se dijeron misas rezadas. La homilía estuvo a cargo de fray Antonio Castrillón “quien pronunció un sermón gerundiano, pletórico de citas latinas y metáforas artificiosas. [Samaniego, 1946].

Sermón: El 26 de septiembre de 1743 el sermón panegírico fue predicado por fray Antonio Castrillón, predicador general jubilado, de la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, entonces Custodio de la Provincia y Vicario de Asistencia de San Pedro de la Cañada. La Oración Fúnebre fue impresa en 1744 en la imprenta de la Viuda de José Bernardo de Hogal.

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REFLEXIÓN: Las piras, máquinas, aparatos, capillas ardientes relacionadas con el ceremonial fúnebre no obedecía a criterios de la estética, en muchos de los casos; respondía a un tiempo de ejecución y presupuesto limitados. Significaron una forma de sobrellevar el luto, de igual manera los novenarios, misas de sufragio y las oraciones fúnebres. La emblemática halló en los túmulos un espacio fértil de desarrollo en donde el gusto barroco echó mano de los recursos simbólicos y alegóricos inherentes a aquella disciplina para resaltar las virtudes del finado. Manifestaciones que nos permiten entrever las mentalidades de aquellas sociedades con sus prácticas y creencias que conforman rasgos multiculturales que aun conservamos.

“Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba” […] Miguel de Cervantes Saavedra.

En la próxima entrega atisbaremos las exequias de Sor Juna Inés de la Cruz. Fecha instituida como el Día Nacional del Libro, por decreto presidencia de 1979.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Octubre de MMXXIII.


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