/ lunes 25 de junio de 2018

Cardumen en texto : movimiento instintivo : lector-masa

Estoy en el texto, no sólo frente a él. Al leerlo soy el mismo texto que se desdobla para moverse en peces infinitos y una sola dirección | Instinto | Supervivencia lectora | Las letras se acomodan entre las aguas del papel, se dejan llevar por la mirada que hace la corriente marina. Todo parece en calma. Sin embargo, la realidad es un marasmo. Confusión de la que se desprende el cardumen. Acento circunflejo ^ que toma una sola dirección. Así —como catapulta— busca perderse entre la masa del contenido escriturario.

El cardumen —la mirada lectora— se mueve de aquí hacia allá y de allá hacia cualquier parte. Lo que importa es que el texto no sea un predador. Que no provoque la reflexión, mucho menos la crítica o la toma de postura después de haber leído (después de haberse apropiado del texto | leer: legere, legi, lectum). Para qué pensar —dice la masa— si con repetir el texto es suficiente. ¡Ay! Cuántos ʻpretextosʼ para no ir al ʻtextoʼ, y mucho menos al ʻpostextoʼ. Para qué ver a la sardina como individuo, si ésta es subsumida en un individuo mayor: el cardumen que la masifica; y, en ese sentido, la desaparece, borrando así cualquier posibilidad de enfrentamiento con el Otro (con el texto).

Ser-difuso, cardumen de sardinas, eso es ser lector-masa. Superviviente gramatical que invoca cualquier resquicio para perderse entre «la nada». Porque el todo (el cardumen) es la negación del individuo (la sardina). De ahí que la nada sea proporcional y equidistante al tamaño y forma del cardumen. 1 + 1 —en ese sentido— es la desaparición del individuo 1 + 1 = 0. ʻSerʼ más ʻser-masaʼ es la incrustación del primero en lo segundo, es decir, es ser nada, es no-ser.

En otras palabras, leer como cardumen es volver a la disputa entre ser y no-ser. Aquí siguen Parménides y Heráclito en su disputa, dialéctica flamígera. Por eso la «diferencia» que mostró Derrida no es asequible en este enfrentamiento. La igualdad de la sardina es cardumen: totalidad como absoluto. Sin embargo, como afirmaba Avicena: la racionalidad no es la diferencia, sino el principio de la diferencia. Es decir, el pez, como individuo, es la punta del hilo que se desteje para desaparecer. Pero —aun así— no deja de ser masa, masa lectora. ¿Quién puede dejar de ser masa? Que lance la primera piedra quien esté a salvo de ser masa, o de no haberlo sido en algún momento de su vida lectora.

Y mientras la piedra aguarda a ser lanzada, el cardumen sigue en su posición de absoluto perfecto. Sus movimientos delatan —sin embargo— un ser difuso, instintivo, incrustado en un ʻsíʼ que lo niega. Movimientos rápidos, esquivos, nerviosos. En suma: una materia lectora que se mueve en el papel como si éste fuera el predador. Y es que las letras han dejado de ser grafías para convertirse en colmillos-ideas-que-desgarran. | Miedo-lector a aparecer con voz propia | Sin embargo, las palabras suelen ser pacientes: aguardan a la presa que las ve con mayor o menor sentido existencial.

No hay, en ese sentido, una única salida del texto. Cualquier margen puede ser el límite para detenerse o transgredirlo. En todo caso, si tomamos en consideración que el principio de individuación es la materia, en particular —como diría Santo Tomás de Aquino— la materia signada (señalada), entonces podemos comprender a la sardina como parte de dos principios: primero, como una individuación como pez; segundo, como individuación en forma de cardumen. Porque éste (el cardumen, es decir, la suma infinita de sardinas) es un todo —individuo— que se mueve por instinto de supervivencia, actuando como un solo organismo. ¿Saben esto los peces? ¿Qué saben de su proceso lector los lectores?

La racionalidad no siempre acompaña al cardumen. Más bien son los movimientos imprecisos que se repiten de manera autómata, de manera certera, los que lo hacen moverse con extrema facilidad en el papel escrito. Sin embargo, sólo logra sobrevivir si no se aparta de la masa. Si lo hace —en cambio— morirá por ser presa más fácil de atrapar. El lector, en ese sentido, busca ser como los lectores que son cardumen.

Así el lector se convierte en lector-masa: sobreviviendo con una lectura esquiva, instintiva, acompañada de la imagen que sólo refleja la superficie del texto. No busca la individualidad, la diferencia. Para qué hacerlo si lo que se pretende es sólo sobrevivir en aguas apacibles, en textos que se leen por obligación.

Para el individuo que es cardumen no hay aguas profundas, mares extensos; sólo remansos de papel en calma, con brisas de comas y puntos suspensivos (sobre todo suspensivos). Lo que importa es el instante que se detiene para ser tiempo impreciso. Cualquier momento que no tenga que definirse para asumirse como lector reflexivo. Para que la «gramatología», la «diseminación», la «escritura y la diferencia» de Derrida —pensarán los lectores-masa—, si se vive bien en un «estructuralismo» totalizador. En todo caso, lo único que [nos] hace falta —continuarían— es ubicar el lugar que cada uno ocupamos en el cardumen. Saberlo nos es preciso para movernos al unísono del instinto, así podemos pasar por el texto sin haber estado nunca en él.

Y con estas últimas palabras, el texto va y viene en el papel que es mar, océano infinito de gramatologías y semanticidades inadvertidas por el cardumen.


Estoy en el texto, no sólo frente a él. Al leerlo soy el mismo texto que se desdobla para moverse en peces infinitos y una sola dirección | Instinto | Supervivencia lectora | Las letras se acomodan entre las aguas del papel, se dejan llevar por la mirada que hace la corriente marina. Todo parece en calma. Sin embargo, la realidad es un marasmo. Confusión de la que se desprende el cardumen. Acento circunflejo ^ que toma una sola dirección. Así —como catapulta— busca perderse entre la masa del contenido escriturario.

El cardumen —la mirada lectora— se mueve de aquí hacia allá y de allá hacia cualquier parte. Lo que importa es que el texto no sea un predador. Que no provoque la reflexión, mucho menos la crítica o la toma de postura después de haber leído (después de haberse apropiado del texto | leer: legere, legi, lectum). Para qué pensar —dice la masa— si con repetir el texto es suficiente. ¡Ay! Cuántos ʻpretextosʼ para no ir al ʻtextoʼ, y mucho menos al ʻpostextoʼ. Para qué ver a la sardina como individuo, si ésta es subsumida en un individuo mayor: el cardumen que la masifica; y, en ese sentido, la desaparece, borrando así cualquier posibilidad de enfrentamiento con el Otro (con el texto).

Ser-difuso, cardumen de sardinas, eso es ser lector-masa. Superviviente gramatical que invoca cualquier resquicio para perderse entre «la nada». Porque el todo (el cardumen) es la negación del individuo (la sardina). De ahí que la nada sea proporcional y equidistante al tamaño y forma del cardumen. 1 + 1 —en ese sentido— es la desaparición del individuo 1 + 1 = 0. ʻSerʼ más ʻser-masaʼ es la incrustación del primero en lo segundo, es decir, es ser nada, es no-ser.

En otras palabras, leer como cardumen es volver a la disputa entre ser y no-ser. Aquí siguen Parménides y Heráclito en su disputa, dialéctica flamígera. Por eso la «diferencia» que mostró Derrida no es asequible en este enfrentamiento. La igualdad de la sardina es cardumen: totalidad como absoluto. Sin embargo, como afirmaba Avicena: la racionalidad no es la diferencia, sino el principio de la diferencia. Es decir, el pez, como individuo, es la punta del hilo que se desteje para desaparecer. Pero —aun así— no deja de ser masa, masa lectora. ¿Quién puede dejar de ser masa? Que lance la primera piedra quien esté a salvo de ser masa, o de no haberlo sido en algún momento de su vida lectora.

Y mientras la piedra aguarda a ser lanzada, el cardumen sigue en su posición de absoluto perfecto. Sus movimientos delatan —sin embargo— un ser difuso, instintivo, incrustado en un ʻsíʼ que lo niega. Movimientos rápidos, esquivos, nerviosos. En suma: una materia lectora que se mueve en el papel como si éste fuera el predador. Y es que las letras han dejado de ser grafías para convertirse en colmillos-ideas-que-desgarran. | Miedo-lector a aparecer con voz propia | Sin embargo, las palabras suelen ser pacientes: aguardan a la presa que las ve con mayor o menor sentido existencial.

No hay, en ese sentido, una única salida del texto. Cualquier margen puede ser el límite para detenerse o transgredirlo. En todo caso, si tomamos en consideración que el principio de individuación es la materia, en particular —como diría Santo Tomás de Aquino— la materia signada (señalada), entonces podemos comprender a la sardina como parte de dos principios: primero, como una individuación como pez; segundo, como individuación en forma de cardumen. Porque éste (el cardumen, es decir, la suma infinita de sardinas) es un todo —individuo— que se mueve por instinto de supervivencia, actuando como un solo organismo. ¿Saben esto los peces? ¿Qué saben de su proceso lector los lectores?

La racionalidad no siempre acompaña al cardumen. Más bien son los movimientos imprecisos que se repiten de manera autómata, de manera certera, los que lo hacen moverse con extrema facilidad en el papel escrito. Sin embargo, sólo logra sobrevivir si no se aparta de la masa. Si lo hace —en cambio— morirá por ser presa más fácil de atrapar. El lector, en ese sentido, busca ser como los lectores que son cardumen.

Así el lector se convierte en lector-masa: sobreviviendo con una lectura esquiva, instintiva, acompañada de la imagen que sólo refleja la superficie del texto. No busca la individualidad, la diferencia. Para qué hacerlo si lo que se pretende es sólo sobrevivir en aguas apacibles, en textos que se leen por obligación.

Para el individuo que es cardumen no hay aguas profundas, mares extensos; sólo remansos de papel en calma, con brisas de comas y puntos suspensivos (sobre todo suspensivos). Lo que importa es el instante que se detiene para ser tiempo impreciso. Cualquier momento que no tenga que definirse para asumirse como lector reflexivo. Para que la «gramatología», la «diseminación», la «escritura y la diferencia» de Derrida —pensarán los lectores-masa—, si se vive bien en un «estructuralismo» totalizador. En todo caso, lo único que [nos] hace falta —continuarían— es ubicar el lugar que cada uno ocupamos en el cardumen. Saberlo nos es preciso para movernos al unísono del instinto, así podemos pasar por el texto sin haber estado nunca en él.

Y con estas últimas palabras, el texto va y viene en el papel que es mar, océano infinito de gramatologías y semanticidades inadvertidas por el cardumen.


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