/ lunes 7 de mayo de 2018

La liebre hace camino al saltar de idea

La lectura no siempre es unidireccional. A veces se salta de idea. Entonces los enunciados se multiplican y siguen diferentes caminos. La necesidad se mueve al contacto de los saltos de la liebre que lee: reacomodo de ideas para sobrevivir. Salto | | Salto | | Salto | |.

No importa que los renglones o líneas estén hechos de hierro forjado, tampoco que los párrafos estén encadenados a la dictadura de la idea principal. Nada es absoluto cuando se lee. Apropiación in situ hace «ser» al multiplicar el nido y la fuga de voz.

En cada coma —incluso— hay un infinito de posibilidades de construcción ontológica. | Ser-espacio-apertura-espacio-Ser |. Construcción que se vuelve clara en la medida en que es capaz de referenciar una apariencia específica, inclusive a través del espejo. Pero ¿qué apariencia tienen los lectores?, ¿cómo es su rostro? Hay que contestar que no hay una sola fisonomía de lector. Los saltos que realiza reflejan su propio ser-siendo. Sus cicatrices hacen rostridad in crescendo.

Pero brincar no es aleatorio: implica diversas posibilidades de fuga o hambre que precisan —a su vez— de nuevos espacios de intersección ontológica. Mediatriz de la que emergen geometrías dinámicas para leer-ser-leer.

Pero vayamos por partes. En el primer caso (el de fuga) la abstracción irrumpe como ariete hasta hacer saltar una nueva realidad escriturística. El segundo refiere —por su parte— la falta de comprensión lectora como alimento.

En ambos casos, sin embargo, no hay una sola dirección: se es liebre cuando se lee como liebre: a saltos. En cada acto lector (lectura-salto), la libertad modifica el escenario por el que transita la mirada. De hecho, leer es libertad in situ. O mejor, no hay libertad que no sea raíz de una lectura. Y toda lectura es raíz, sí, pero también es fruto que… como la liebre.

Los saltos en la página son los que reacomodan el texto. Hay pues una continua movilización de ideas dinámicas. De ello se colige —aunque no necesariamente— la posibilidad de un quiasmo en fuga: leer-ser | ser-leer.

La intencionalidad no está en el sujeto o en el objeto, sino en la acción que da sentido a la relación entre ambos. Hay una bidireccionalidad onto-teleológica en la dialogicidad que se da como aprehensión abierta.

Diáspora semántica en la que la idea prístina del texto echa raíces para florecer en la mirada del lector. Por eso la inhabitación como expresión divina entre el lector y el texto. No basta la lectura en sí. La liebre no deja de saltar. Salto | | Salto | | Salto | |. Los espacios crecen y se multiplican en la medida en que se lee.

Leer: legere, legi, lectum: «apropiarse de la idea del lector» sin que por ello se pierda la propia identidad que denota una aprehensión constante: abierta a la realidad lectora, se puede asir el infinito.

El texto sigue en la página. El tono de la realidad ha mutado una vez más. Esta palabra sigue moviéndose: aquí tiene un nuevo rostro, diferente al que tenía en la página anterior. El enunciado anuncia la profecía: profetés: ser mensajero, llevar la idea de ʻotroʼ a ʻalguienʼ. Suma de identidades por medio del texto: otro-alguien | yo-cualquiera. Ida y vuelta en círculo existencial y existenciario.

El camino se vuelve banda de möbius: el infinito no implica necesariamente que no haya final, sino que un mismo lugar se puede volver siempre, abierto para siempre: eso también es infinito. | punto en fuga que es llegada es qué fuga en punto |.

Avanzar consistencia inmaterial que imbrica no dejar de saltar de dimensión. Después de todo, la última dimensión que podemos imaginar, la décima, es producto de haber saltado las nueve anteriores.

El tiempo, la cuarta dimensión, no es suficiente para leer un texto en un mismo espacio de luz. Hace falta el delta: abrir la posibilidad a la suma de desencantos que provoca el acto de leer. Aquí quedó una idea tirada, allá una frase que no me es del todo consustancial, más lejos, casi hasta el margen de la hoja, un verbo lucha por ser un sustantivo propio. En fin, el texto se reacomoda durante el proceso de leer. La liebre no cesa de saltar. En todo caso, hacen falta espacios desde donde mirar, desde la seguridad de poder afirmar la intención del salto lector.

El alba no hace crepúsculo sin quiebre y bifurcación. La continuidad se entiende sólo a partir de la factibilidad de lo no factible. Leer: hacer aparecer lo presente que no está visible, y volverlo parte de una materialidad de fuga. Regresar la mirada, como consecuencia, a la errabunda necesidad de ser desde la decantación inmediata de los ojos en el texto.

Ser y leer. Saltar y ser. Leer para seguir siendo. Ser-siendo —en suma— desde la lectura que se hace lecto-dura, lecto-cura: recreación de espacios que detonan nuevas aperturas. Salto | | Salto | | Salto | |. La liebre sigue leyendo en este campo que no existe más allá de la imaginación.

La lectura no siempre es unidireccional. A veces se salta de idea. Entonces los enunciados se multiplican y siguen diferentes caminos. La necesidad se mueve al contacto de los saltos de la liebre que lee: reacomodo de ideas para sobrevivir. Salto | | Salto | | Salto | |.

No importa que los renglones o líneas estén hechos de hierro forjado, tampoco que los párrafos estén encadenados a la dictadura de la idea principal. Nada es absoluto cuando se lee. Apropiación in situ hace «ser» al multiplicar el nido y la fuga de voz.

En cada coma —incluso— hay un infinito de posibilidades de construcción ontológica. | Ser-espacio-apertura-espacio-Ser |. Construcción que se vuelve clara en la medida en que es capaz de referenciar una apariencia específica, inclusive a través del espejo. Pero ¿qué apariencia tienen los lectores?, ¿cómo es su rostro? Hay que contestar que no hay una sola fisonomía de lector. Los saltos que realiza reflejan su propio ser-siendo. Sus cicatrices hacen rostridad in crescendo.

Pero brincar no es aleatorio: implica diversas posibilidades de fuga o hambre que precisan —a su vez— de nuevos espacios de intersección ontológica. Mediatriz de la que emergen geometrías dinámicas para leer-ser-leer.

Pero vayamos por partes. En el primer caso (el de fuga) la abstracción irrumpe como ariete hasta hacer saltar una nueva realidad escriturística. El segundo refiere —por su parte— la falta de comprensión lectora como alimento.

En ambos casos, sin embargo, no hay una sola dirección: se es liebre cuando se lee como liebre: a saltos. En cada acto lector (lectura-salto), la libertad modifica el escenario por el que transita la mirada. De hecho, leer es libertad in situ. O mejor, no hay libertad que no sea raíz de una lectura. Y toda lectura es raíz, sí, pero también es fruto que… como la liebre.

Los saltos en la página son los que reacomodan el texto. Hay pues una continua movilización de ideas dinámicas. De ello se colige —aunque no necesariamente— la posibilidad de un quiasmo en fuga: leer-ser | ser-leer.

La intencionalidad no está en el sujeto o en el objeto, sino en la acción que da sentido a la relación entre ambos. Hay una bidireccionalidad onto-teleológica en la dialogicidad que se da como aprehensión abierta.

Diáspora semántica en la que la idea prístina del texto echa raíces para florecer en la mirada del lector. Por eso la inhabitación como expresión divina entre el lector y el texto. No basta la lectura en sí. La liebre no deja de saltar. Salto | | Salto | | Salto | |. Los espacios crecen y se multiplican en la medida en que se lee.

Leer: legere, legi, lectum: «apropiarse de la idea del lector» sin que por ello se pierda la propia identidad que denota una aprehensión constante: abierta a la realidad lectora, se puede asir el infinito.

El texto sigue en la página. El tono de la realidad ha mutado una vez más. Esta palabra sigue moviéndose: aquí tiene un nuevo rostro, diferente al que tenía en la página anterior. El enunciado anuncia la profecía: profetés: ser mensajero, llevar la idea de ʻotroʼ a ʻalguienʼ. Suma de identidades por medio del texto: otro-alguien | yo-cualquiera. Ida y vuelta en círculo existencial y existenciario.

El camino se vuelve banda de möbius: el infinito no implica necesariamente que no haya final, sino que un mismo lugar se puede volver siempre, abierto para siempre: eso también es infinito. | punto en fuga que es llegada es qué fuga en punto |.

Avanzar consistencia inmaterial que imbrica no dejar de saltar de dimensión. Después de todo, la última dimensión que podemos imaginar, la décima, es producto de haber saltado las nueve anteriores.

El tiempo, la cuarta dimensión, no es suficiente para leer un texto en un mismo espacio de luz. Hace falta el delta: abrir la posibilidad a la suma de desencantos que provoca el acto de leer. Aquí quedó una idea tirada, allá una frase que no me es del todo consustancial, más lejos, casi hasta el margen de la hoja, un verbo lucha por ser un sustantivo propio. En fin, el texto se reacomoda durante el proceso de leer. La liebre no cesa de saltar. En todo caso, hacen falta espacios desde donde mirar, desde la seguridad de poder afirmar la intención del salto lector.

El alba no hace crepúsculo sin quiebre y bifurcación. La continuidad se entiende sólo a partir de la factibilidad de lo no factible. Leer: hacer aparecer lo presente que no está visible, y volverlo parte de una materialidad de fuga. Regresar la mirada, como consecuencia, a la errabunda necesidad de ser desde la decantación inmediata de los ojos en el texto.

Ser y leer. Saltar y ser. Leer para seguir siendo. Ser-siendo —en suma— desde la lectura que se hace lecto-dura, lecto-cura: recreación de espacios que detonan nuevas aperturas. Salto | | Salto | | Salto | |. La liebre sigue leyendo en este campo que no existe más allá de la imaginación.

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