/ miércoles 17 de abril de 2024

Fenómenos astronómicos, estudios, tratados e imaginarios del periodo virreinal

Cartografía del tiempo y la memoria


Teutl cualli, tlallollini: in teutl quitoznequi Tonatiuh… “Dios es comido, tiembla la tierra, Dios quiere decir Sol”. Fray Bernardino de Sahagún.

El lunes 8 de abril fuimos testigos de un eclipse solar que en otros tiempos era tenido como presagio del término y comienzo de nuevas épocas; causaba miedo y angustia en la población que recurría al pensamiento mágico para evitar la posibilidad de afectaciones. De igual manera producían temor los meteoros, cometas y los eclipses lunares tenidos como mensajes divinos. En esta ocasión fue visible el cometa del Diablo.

En las antiguas civilizaciones se ocuparon de estos fenómenos astronómicos. El eclipse registrado en Babilonia es el más antiguo que se conoce y está fechado el 31 de julio del año 1062 a.C. El libro del Apocalipsis en la Biblia, se narra: “Y vi, cuando abrió el sexto sello sobrevenir un gran terremoto, y el Sol se volvió negro como un tejido de crin, y la Luna toda ella se volvió de sangre". En la milenaria China se decía que el Sol era devorado por dragones. Homero dejó escrito en La Odisea;” Y el Sol ha muerto en el cielo y una maligna niebla todo lo cubre". En las culturas mesoamericanas y andinas fueron observados y registrados los eclipses y demás cosas extraordinarias en el espacio celeste y terrestre - el día se convierte en oscura noche, es posible ver estrellas y planetas, la temperatura disminuye sensiblemente y los animales cambian su comportamiento-. Se crearon cuentas y predicciones, por otra parte se manifestaron como mitos y relatos legendarios. “El Sol era comido”. Los mayas registraron el eclipse lunar del 15 de Febrero de 3379 a.C., contaban con un calendario solar y conocían la periodicidad de los eclipses.

En la época novohispana fueron consignados, Enrico Martínez en 1606 realizó los cálculos para determinar el eclipse acontecido el 10 de junio de 1611. En el Diario de Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpamn Cuauhtlehuanitzin se alude que en un 10 de junio de 1611 el Sol fue comido, el Sol fue eclipsado por la Luna. Tonatiuh quallo. El eclipse total de Sol fue un fenómeno que dejó una profunda impresión en la memoria de los habitantes de México, sobre todo en los que aún conservaban referencia de la antigua cosmovisión, subvertida por la conquista europea. El año de 1611 coincidió con un año Ome Acatl, Dos Caña, año en el que se festejaba al Fuego Nuevo que simbolizaba el término de una época. Esta concordancia desencadenó pavor que se observa en los escritos y crónicas de la época virreinal.

Estudios y tratados novohispanos. Fray Diego Rodríguez inició en 1620 sus estudios astronómicos y matemáticos; fue tan sobresaliente que el claustro de la Universidad lo eligió para ocupar la primera Cátedra de Astrología y Matemática en 1637. Entre otras obras escribió: Modo de calcular cualquier eclipse de Sol y Luna, y Doctrina general repartida por capítulos de los eclipses de Sol y Luna. El matemático y cosmógrafo Carlos Sigüenza y Góngora observó el del 23 de agosto de 1691: “A muy poco de las ocho y tres cuartos de la mañana, nos quedamos no a buena[s] sino a malas noches [...] al mismo instante en que faltó la luz, cayéndose las aves que iban volando, aullando los perros, gritando las mujeres y los muchachos, desamparando las indias sus puestos en que vendían en la plaza fruta, verdura y otras menudencias [...] se causó de todo tan repentina confusión y alboroto que causaba grima”. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, calculó que ocurriría un eclipse en la parte central de Nueva España el 13 de mayo de 1752. Asimismo, el astrónomo Antonio de León y Gama predijo el del 24 de junio de 1778, visto también desde Ciudad de México.

El jesuita Eusebio Kino, matemático y astrólogo, estudió la aparición de un gran cometa en noviembre de 1680, asociándolo como señal de desgracias, Sigüenza discrepaba de los augurios nefastos y los refutó con la obra La Libra astronómica y philosophica, donde citaba a Copérnico, Galileo, Descartes, Kepler y Tycho Brahe. Fue nombrado cosmógrafo real por Carlos II y también concursó para la cátedra de Matemáticas y Astronomía de la Real y Pontificia Universidad de México con una serie de lunarios, en los que se señalaban los eclipses de sol y de luna, el calendario anual y las condiciones climáticas que iban a prevalecer; criticando las falacias astrológicas. El eclipse del 23 de agosto de 1691 ocasionó pánico en la población. Antonio de Robles afirmó que "se vieron las estrellas, cantaron los gallos y quedó como a prima noche oscuro a las nueve del día, porque se eclipsó el sol totalmente". El marino don Antonio de Ulloa durante la expedición para la medición de un arco de meridiano, describe el eclipse del 24 de junio de 1778. Uno de los aspectos más relevantes de la observación realizada por Ulloa fue la aparición del anillo refractario, ánulo luminoso o corona resplandeciente, espectáculo ante el que quedó maravillado que testimonio como: “lo más asombroso y bello a contemplar”.

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En la ciudad de Querétaro, al igual que en otras poblaciones, se acudía a los templos parroquiales donde se “presentaba al Divinisimo”. Se hacían rogativas y penitencias para evitar epidemias, sequía y hambrunas. La clase ilustrada estaba al tanto de diversas noticias por los libros, folletos y revistas que circulaban en el siglo XVIII en la Nueva España. La Gazeta [sic] fundada por J. Ignacio Castorena y Ursúa de 1722 a 1809, publicaron noticias relacionadas con fenómenos astronómicos, lunarios epidemias, medicinas caseras, curaciones de heridas y rarezas fisiológicas. Proporcionaba información acerca de Europa, del virreinato, llegada y salida de flotas y la publicación de bandos. Otras fueron El Mercurio Volante, Diarios Literario de México; Gaceta de Literatura de México y Asuntos Varios sobre ciencias y artes de José Antonio Alzate. Contaban con una sección para informar sobre los eventos astronómicos más importantes del año –como el paso del Sol o de la Luna por las doce casas del zodiaco. Los eclipses, las conjunciones planetarias y la aparición de cometas. Se incluían secciones donde marcaban las ceremonias y fechas litúrgicas más significativas del año; fiestas móviles como Miércoles de Ceniza, Pascua de Resurrección, Corpus Christi y Adviento, así como las fechas de las “témporas” o ayunos que se habían de guardar en cada estación.

La Astronomía considerada como una de las profesiones más antiguas de la humanidad en un primer momento generó el culto a deidades que en esas construcciones del imaginarios se percibían en el firmamento; surgieron supersticiones, prácticas y creencias sobre el destino cifrado en las estrellas. A través de los siglos los astrónomos fueron perseguidos y juzgados por contradecir la ortodoxia. En la época novohispana los matemáticos y cosmógrafos fueron reprimidos y vigilados celosamente por los censores del Santo Oficio.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Abril de MMXXIV.


Teutl cualli, tlallollini: in teutl quitoznequi Tonatiuh… “Dios es comido, tiembla la tierra, Dios quiere decir Sol”. Fray Bernardino de Sahagún.

El lunes 8 de abril fuimos testigos de un eclipse solar que en otros tiempos era tenido como presagio del término y comienzo de nuevas épocas; causaba miedo y angustia en la población que recurría al pensamiento mágico para evitar la posibilidad de afectaciones. De igual manera producían temor los meteoros, cometas y los eclipses lunares tenidos como mensajes divinos. En esta ocasión fue visible el cometa del Diablo.

En las antiguas civilizaciones se ocuparon de estos fenómenos astronómicos. El eclipse registrado en Babilonia es el más antiguo que se conoce y está fechado el 31 de julio del año 1062 a.C. El libro del Apocalipsis en la Biblia, se narra: “Y vi, cuando abrió el sexto sello sobrevenir un gran terremoto, y el Sol se volvió negro como un tejido de crin, y la Luna toda ella se volvió de sangre". En la milenaria China se decía que el Sol era devorado por dragones. Homero dejó escrito en La Odisea;” Y el Sol ha muerto en el cielo y una maligna niebla todo lo cubre". En las culturas mesoamericanas y andinas fueron observados y registrados los eclipses y demás cosas extraordinarias en el espacio celeste y terrestre - el día se convierte en oscura noche, es posible ver estrellas y planetas, la temperatura disminuye sensiblemente y los animales cambian su comportamiento-. Se crearon cuentas y predicciones, por otra parte se manifestaron como mitos y relatos legendarios. “El Sol era comido”. Los mayas registraron el eclipse lunar del 15 de Febrero de 3379 a.C., contaban con un calendario solar y conocían la periodicidad de los eclipses.

En la época novohispana fueron consignados, Enrico Martínez en 1606 realizó los cálculos para determinar el eclipse acontecido el 10 de junio de 1611. En el Diario de Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpamn Cuauhtlehuanitzin se alude que en un 10 de junio de 1611 el Sol fue comido, el Sol fue eclipsado por la Luna. Tonatiuh quallo. El eclipse total de Sol fue un fenómeno que dejó una profunda impresión en la memoria de los habitantes de México, sobre todo en los que aún conservaban referencia de la antigua cosmovisión, subvertida por la conquista europea. El año de 1611 coincidió con un año Ome Acatl, Dos Caña, año en el que se festejaba al Fuego Nuevo que simbolizaba el término de una época. Esta concordancia desencadenó pavor que se observa en los escritos y crónicas de la época virreinal.

Estudios y tratados novohispanos. Fray Diego Rodríguez inició en 1620 sus estudios astronómicos y matemáticos; fue tan sobresaliente que el claustro de la Universidad lo eligió para ocupar la primera Cátedra de Astrología y Matemática en 1637. Entre otras obras escribió: Modo de calcular cualquier eclipse de Sol y Luna, y Doctrina general repartida por capítulos de los eclipses de Sol y Luna. El matemático y cosmógrafo Carlos Sigüenza y Góngora observó el del 23 de agosto de 1691: “A muy poco de las ocho y tres cuartos de la mañana, nos quedamos no a buena[s] sino a malas noches [...] al mismo instante en que faltó la luz, cayéndose las aves que iban volando, aullando los perros, gritando las mujeres y los muchachos, desamparando las indias sus puestos en que vendían en la plaza fruta, verdura y otras menudencias [...] se causó de todo tan repentina confusión y alboroto que causaba grima”. Felipe de Zúñiga y Ontiveros, calculó que ocurriría un eclipse en la parte central de Nueva España el 13 de mayo de 1752. Asimismo, el astrónomo Antonio de León y Gama predijo el del 24 de junio de 1778, visto también desde Ciudad de México.

El jesuita Eusebio Kino, matemático y astrólogo, estudió la aparición de un gran cometa en noviembre de 1680, asociándolo como señal de desgracias, Sigüenza discrepaba de los augurios nefastos y los refutó con la obra La Libra astronómica y philosophica, donde citaba a Copérnico, Galileo, Descartes, Kepler y Tycho Brahe. Fue nombrado cosmógrafo real por Carlos II y también concursó para la cátedra de Matemáticas y Astronomía de la Real y Pontificia Universidad de México con una serie de lunarios, en los que se señalaban los eclipses de sol y de luna, el calendario anual y las condiciones climáticas que iban a prevalecer; criticando las falacias astrológicas. El eclipse del 23 de agosto de 1691 ocasionó pánico en la población. Antonio de Robles afirmó que "se vieron las estrellas, cantaron los gallos y quedó como a prima noche oscuro a las nueve del día, porque se eclipsó el sol totalmente". El marino don Antonio de Ulloa durante la expedición para la medición de un arco de meridiano, describe el eclipse del 24 de junio de 1778. Uno de los aspectos más relevantes de la observación realizada por Ulloa fue la aparición del anillo refractario, ánulo luminoso o corona resplandeciente, espectáculo ante el que quedó maravillado que testimonio como: “lo más asombroso y bello a contemplar”.

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En la ciudad de Querétaro, al igual que en otras poblaciones, se acudía a los templos parroquiales donde se “presentaba al Divinisimo”. Se hacían rogativas y penitencias para evitar epidemias, sequía y hambrunas. La clase ilustrada estaba al tanto de diversas noticias por los libros, folletos y revistas que circulaban en el siglo XVIII en la Nueva España. La Gazeta [sic] fundada por J. Ignacio Castorena y Ursúa de 1722 a 1809, publicaron noticias relacionadas con fenómenos astronómicos, lunarios epidemias, medicinas caseras, curaciones de heridas y rarezas fisiológicas. Proporcionaba información acerca de Europa, del virreinato, llegada y salida de flotas y la publicación de bandos. Otras fueron El Mercurio Volante, Diarios Literario de México; Gaceta de Literatura de México y Asuntos Varios sobre ciencias y artes de José Antonio Alzate. Contaban con una sección para informar sobre los eventos astronómicos más importantes del año –como el paso del Sol o de la Luna por las doce casas del zodiaco. Los eclipses, las conjunciones planetarias y la aparición de cometas. Se incluían secciones donde marcaban las ceremonias y fechas litúrgicas más significativas del año; fiestas móviles como Miércoles de Ceniza, Pascua de Resurrección, Corpus Christi y Adviento, así como las fechas de las “témporas” o ayunos que se habían de guardar en cada estación.

La Astronomía considerada como una de las profesiones más antiguas de la humanidad en un primer momento generó el culto a deidades que en esas construcciones del imaginarios se percibían en el firmamento; surgieron supersticiones, prácticas y creencias sobre el destino cifrado en las estrellas. A través de los siglos los astrónomos fueron perseguidos y juzgados por contradecir la ortodoxia. En la época novohispana los matemáticos y cosmógrafos fueron reprimidos y vigilados celosamente por los censores del Santo Oficio.


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