/ viernes 24 de abril de 2020

La expulsión de lo distinto de Byung-Chul Han

El libro de cabecera

En la segunda mitad de los noventa, en nuestro país se hizo famoso el juego Yu-Gi-Oh!, el cual consiste en ganar la partida a partir de las cartas que cada jugador posee. Las cartas tienen monstruos de distintas clases, colores y habilidades para enfrentar una situación determinada. De los monstruos que tengas, dependerá tu desempeño en la partida.

Esta misma lógica es similar al proceder ensayístico de Byung-Chul Han (Surcorea, 1959) en La expulsión de lo distinto (Herder, 2017). Sus tarjetas de monstruos son tan disimiles como predecibles: Heidegger, Kant, Foucault, Baudrillard, Nietzsche, Sócrates, Barthes, Freud, Lacan, Blanchot, Adorno… Parafraseando sus propias afirmaciones, Han vuelve a todos los filósofos comparables, es decir, iguales. ¿Qué justifica que los trabajos de los anteriores teóricos sean puestos indiscriminadamente y sin un plano contextual y teórico en un pastiche? No importa, puesto que Han es experto en ese maremágnum conocido como Estudios Culturales. En esto radica su principal estrategia de venta: ¿Para qué te lees a todos esos teóricos si aquí puedes encontrar una versión condensada, complaciente, interpretada y friendly de todos ellos?

Más que eclecticismo, lo de Byung-Chul Han es un pastiche de viñetas más que de referencias, yendo de Heidegger hasta reseñas de películas de Hitchcock, Fellini, Kaufman.

Han tampoco se atreve a problematizar los conceptos que coloca en su texto, de otro modo no sería trendy. Es una especie de buffet en donde sus seguidores (en sector consumidor que cada día se incrementa) encuentran sin reparo palabras que refuerzan su visión del mundo. El villano favorito de Han, el enemigo todopoderoso, es el concepto de Neoliberalismo. ¿Les suena a alguien?

Con esta lógica, Byung-Chul Han se convierte en lo mismo que él critica: una reproducción de lo igual desde el mismo momento en que su tratamiento del Neoliberalismo es igual en otros textos y discursos políticos. Asimismo, como muchos filósofos de streaming, Byung-Chul Han no tarda en desorientarse en su propio circunloquio. Aunque por momentos intenta ser aforístico, no tarda en rayar en lo predecible. Byung-Chul Han puebla un mundo filosófico en el que, paradójicamente, todos los filósofos similares a él pretenden ser distintos a los demás, un intento por distinguirse, desde el sentido bourdieuano del término.

Lo mismo ocurre con el concepto de Globalización, al que le endilga en automático y de manera inherente a la violencia, lo cual hace que todo resulte intercambiable, comparable y, por ende, igual.

Aunque para el filósofo surcoreano la comparación igualatoria (sí, a Han le fascina el oxímoron: comunicación silenciosa, alienación de sí mismo…), es violenta, resulta que para él el terrorismo no es religioso en sí, sino una resistencia singular frente al violento poder de lo global. ¿Acaso el fundamentalismo religioso no se funda precisamente en el sentido de la Guerra Santa que incita a la conflagración en una búsqueda por la redención espiritual como recompensa?

Sin reparos, sin someterlo al escrutinio o al intercambio general (según sus propias palabras), Byung-Chul Han coloca en la misma canasta de la violencia al Neoliberalismo, al Capitalismo, a la producción y a la Globalización. Cuando afirma que la muerte irrumpe brutalmente en el sistema tal pareciera que Han le otorga el beneficio de la duda al terrorismo porque, a final de cuentas, “la muerte es el final de la producción”.

Aunque más adelante trata de matizar sus propias ideas, al apelar a la glorificación de la muerte por parte de los terroristas, este guiño no es suficiente para opacar su concupiscencia antioccidental, la cual se exhibe cuando afirma que “el atentado terrorista abrió brechas en este sistema global de lo igual”.

Por supuesto, como suele pasar en los juegos de cartas, sin reparar en el advenimiento de los populismos ni en las dictaduras o demagogias de izquierda (en donde la expulsión de lo distinto es sistemática), Byung-Chul Han arremete contra los nacionalismos de derecha mediante las cartas del panóptico, que recuerdan a un monstruo llamado Foucault, y de la seguridad pública, que nos remite a un monstruo de apellido Bauman.

Aunque menciona a Alexander Rüstow para recordarnos lacónicamente que él fue quien acuñó el término “Neoliberalismo”, sin ahondar ni contextualizar lo suficiente para justificar la referencia, la referencia redunda en un simple chisme porque, de cualquier modo, contra el monstruo enemigo todo se vale.

En el tratamiento del concepto ‘dinero’, ente que para Byung-Chul Han es “un mal transmisor de identidad”, suena por momentos ingenuo, ya que éste “se inventa enemigos como el islam”. Obvio, no se atreve a tocar al fundamentalismo, ni las dictaduras, ni el narcotráfico, ni el terrorismo. Igual de ingenuo suena cuando arguye que “Kant no se dio cuenta del carácter diabólico, de la irracionalidad del espíritu comercial”. Supongo que este ejercicio especulativo y agorero le ha funcionado muy bien, de allí su ferviente recurrencia, a pesar de exhibirse como un ignorante en temas macroeconómicos.

En 128 páginas, Han nos regala muchas joyas que se inscriben al instante en la galería de la ingenuidad y la frivolidad, como las que aporta cuando afirma que “La política de lo bello es la política de la hospitalidad. La xenofobia es odio y es fea” o “No es lo mismo el narcisismo que el sano amor a sí mismo, que no tiene nada de patológico”.

Byung-Chul Han, quien curiosamente se muestra conservador ante el arte, es famoso porque es relativamente nuevo, aunque no innovador. De hecho, algunas de sus más temerarias afirmaciones ya nos habían sido legadas desde la filosofía popular, pues mientras Han afirma que “dentro de ese orden de lo global que hoy es hegemónico y que totaliza lo igual, en realidad sólo existen más iguales u otros que son iguales”, nosotros sabemos que “todos somos iguales, aunque algunos son más iguales que otros”.

También es interesante que, imitando a Baudrillard, se lanza contra el consumo a pesar de que paradójicamente los libros de Byung-Chul Han son bestsellers y de que ha sido autentificado como filósofo mediante el consumo que él mismo critica. Parafraseando a Han, en la sociedad del “Me gusta” todo se vuelve complaciente… ¡Incluso sus propios ensayos! Por cierto, en Facebook, objetivo hacia el que el Han también dirige sus invectivas, es una celebridad, un influencer.

Leer a Byung-Chul Han es atender a un filosofo complaciente que esgrime sus cartas de monstruos más por lucimiento personal que como una verdadera propuesta meditada, parsimoniosa, contundente. Como las cartas, por momentos su ensayo se disuelve en una dialéctica líquida, una malabar de nombres que salta de un tema a otro sin orden ni concierto, como quien acaba de descubrir en el posestructuralismo francés un paquete nuevo de cartas para jugar y presumir.

A pesar de su rampante popularidad, considero que el riesgo de leer a Byung-Chul Han en un país que jamás ha sido neoliberal (en México ha predominado más bien un Capitalismo de cuates) es que aporta mucho material para la frivolidad filosófica y el simplismo ideológico que tanto daño ha hecho al debate público. Byung-Chul Han no propone ningún sistema filosófico propio. A cambio, ofrece un caldo de cultivo para las feligresías acríticas, para las incondicionales militancias de dizque izquierda y, lo peor, para las conflagraciones oportunistas.

@doctorsimulacro

En la segunda mitad de los noventa, en nuestro país se hizo famoso el juego Yu-Gi-Oh!, el cual consiste en ganar la partida a partir de las cartas que cada jugador posee. Las cartas tienen monstruos de distintas clases, colores y habilidades para enfrentar una situación determinada. De los monstruos que tengas, dependerá tu desempeño en la partida.

Esta misma lógica es similar al proceder ensayístico de Byung-Chul Han (Surcorea, 1959) en La expulsión de lo distinto (Herder, 2017). Sus tarjetas de monstruos son tan disimiles como predecibles: Heidegger, Kant, Foucault, Baudrillard, Nietzsche, Sócrates, Barthes, Freud, Lacan, Blanchot, Adorno… Parafraseando sus propias afirmaciones, Han vuelve a todos los filósofos comparables, es decir, iguales. ¿Qué justifica que los trabajos de los anteriores teóricos sean puestos indiscriminadamente y sin un plano contextual y teórico en un pastiche? No importa, puesto que Han es experto en ese maremágnum conocido como Estudios Culturales. En esto radica su principal estrategia de venta: ¿Para qué te lees a todos esos teóricos si aquí puedes encontrar una versión condensada, complaciente, interpretada y friendly de todos ellos?

Más que eclecticismo, lo de Byung-Chul Han es un pastiche de viñetas más que de referencias, yendo de Heidegger hasta reseñas de películas de Hitchcock, Fellini, Kaufman.

Han tampoco se atreve a problematizar los conceptos que coloca en su texto, de otro modo no sería trendy. Es una especie de buffet en donde sus seguidores (en sector consumidor que cada día se incrementa) encuentran sin reparo palabras que refuerzan su visión del mundo. El villano favorito de Han, el enemigo todopoderoso, es el concepto de Neoliberalismo. ¿Les suena a alguien?

Con esta lógica, Byung-Chul Han se convierte en lo mismo que él critica: una reproducción de lo igual desde el mismo momento en que su tratamiento del Neoliberalismo es igual en otros textos y discursos políticos. Asimismo, como muchos filósofos de streaming, Byung-Chul Han no tarda en desorientarse en su propio circunloquio. Aunque por momentos intenta ser aforístico, no tarda en rayar en lo predecible. Byung-Chul Han puebla un mundo filosófico en el que, paradójicamente, todos los filósofos similares a él pretenden ser distintos a los demás, un intento por distinguirse, desde el sentido bourdieuano del término.

Lo mismo ocurre con el concepto de Globalización, al que le endilga en automático y de manera inherente a la violencia, lo cual hace que todo resulte intercambiable, comparable y, por ende, igual.

Aunque para el filósofo surcoreano la comparación igualatoria (sí, a Han le fascina el oxímoron: comunicación silenciosa, alienación de sí mismo…), es violenta, resulta que para él el terrorismo no es religioso en sí, sino una resistencia singular frente al violento poder de lo global. ¿Acaso el fundamentalismo religioso no se funda precisamente en el sentido de la Guerra Santa que incita a la conflagración en una búsqueda por la redención espiritual como recompensa?

Sin reparos, sin someterlo al escrutinio o al intercambio general (según sus propias palabras), Byung-Chul Han coloca en la misma canasta de la violencia al Neoliberalismo, al Capitalismo, a la producción y a la Globalización. Cuando afirma que la muerte irrumpe brutalmente en el sistema tal pareciera que Han le otorga el beneficio de la duda al terrorismo porque, a final de cuentas, “la muerte es el final de la producción”.

Aunque más adelante trata de matizar sus propias ideas, al apelar a la glorificación de la muerte por parte de los terroristas, este guiño no es suficiente para opacar su concupiscencia antioccidental, la cual se exhibe cuando afirma que “el atentado terrorista abrió brechas en este sistema global de lo igual”.

Por supuesto, como suele pasar en los juegos de cartas, sin reparar en el advenimiento de los populismos ni en las dictaduras o demagogias de izquierda (en donde la expulsión de lo distinto es sistemática), Byung-Chul Han arremete contra los nacionalismos de derecha mediante las cartas del panóptico, que recuerdan a un monstruo llamado Foucault, y de la seguridad pública, que nos remite a un monstruo de apellido Bauman.

Aunque menciona a Alexander Rüstow para recordarnos lacónicamente que él fue quien acuñó el término “Neoliberalismo”, sin ahondar ni contextualizar lo suficiente para justificar la referencia, la referencia redunda en un simple chisme porque, de cualquier modo, contra el monstruo enemigo todo se vale.

En el tratamiento del concepto ‘dinero’, ente que para Byung-Chul Han es “un mal transmisor de identidad”, suena por momentos ingenuo, ya que éste “se inventa enemigos como el islam”. Obvio, no se atreve a tocar al fundamentalismo, ni las dictaduras, ni el narcotráfico, ni el terrorismo. Igual de ingenuo suena cuando arguye que “Kant no se dio cuenta del carácter diabólico, de la irracionalidad del espíritu comercial”. Supongo que este ejercicio especulativo y agorero le ha funcionado muy bien, de allí su ferviente recurrencia, a pesar de exhibirse como un ignorante en temas macroeconómicos.

En 128 páginas, Han nos regala muchas joyas que se inscriben al instante en la galería de la ingenuidad y la frivolidad, como las que aporta cuando afirma que “La política de lo bello es la política de la hospitalidad. La xenofobia es odio y es fea” o “No es lo mismo el narcisismo que el sano amor a sí mismo, que no tiene nada de patológico”.

Byung-Chul Han, quien curiosamente se muestra conservador ante el arte, es famoso porque es relativamente nuevo, aunque no innovador. De hecho, algunas de sus más temerarias afirmaciones ya nos habían sido legadas desde la filosofía popular, pues mientras Han afirma que “dentro de ese orden de lo global que hoy es hegemónico y que totaliza lo igual, en realidad sólo existen más iguales u otros que son iguales”, nosotros sabemos que “todos somos iguales, aunque algunos son más iguales que otros”.

También es interesante que, imitando a Baudrillard, se lanza contra el consumo a pesar de que paradójicamente los libros de Byung-Chul Han son bestsellers y de que ha sido autentificado como filósofo mediante el consumo que él mismo critica. Parafraseando a Han, en la sociedad del “Me gusta” todo se vuelve complaciente… ¡Incluso sus propios ensayos! Por cierto, en Facebook, objetivo hacia el que el Han también dirige sus invectivas, es una celebridad, un influencer.

Leer a Byung-Chul Han es atender a un filosofo complaciente que esgrime sus cartas de monstruos más por lucimiento personal que como una verdadera propuesta meditada, parsimoniosa, contundente. Como las cartas, por momentos su ensayo se disuelve en una dialéctica líquida, una malabar de nombres que salta de un tema a otro sin orden ni concierto, como quien acaba de descubrir en el posestructuralismo francés un paquete nuevo de cartas para jugar y presumir.

A pesar de su rampante popularidad, considero que el riesgo de leer a Byung-Chul Han en un país que jamás ha sido neoliberal (en México ha predominado más bien un Capitalismo de cuates) es que aporta mucho material para la frivolidad filosófica y el simplismo ideológico que tanto daño ha hecho al debate público. Byung-Chul Han no propone ningún sistema filosófico propio. A cambio, ofrece un caldo de cultivo para las feligresías acríticas, para las incondicionales militancias de dizque izquierda y, lo peor, para las conflagraciones oportunistas.

@doctorsimulacro

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