/ jueves 21 de enero de 2021

La versión de Henry Kissinger

El libro de cabecera

Fue en una conversación, durante una cena con Charles Hill, Distinguished Fellow del Brady-Johnson Program in Grand Strategy y catedrático del Programa de Humanidades de la Universidad de Yale, en donde Henry A. Kissinger (27 de mayo de 1923), exsecretario de estado durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford, llegó a la conclusión de que la crisis del concepto de orden mundial era el problema más candente de las primeras décadas del siglo XX. Kissinger optó por seguir este hilo conductor: el orden mundial.

El resultado fue Orden mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia (Debate, 2016), el más reciente libro del polémico consultor en política internacional quien presenta un volumen que oscila entre la presentación de un libro de historia y un conjunto de memorias desde la visión de la élite. Pero no caigamos de manera prematura en la tentación demagógica. Al referirme a la élite lo hago con el desprendimiento ideológico acudiendo al concepto de manera concisa: la élite como una minoría que toma acciones determinantes en los asuntos públicos. Desde esta visión, Kissinger aborda la construcción del orden internacional pluralista a partir de la Paz de Westfalia, consistente en los tratados firmados en las ciudades de Osnabrück y Münster el 24 de octubre de 1648, con la que se puso fin a la llamada Guerra de los Treinta Años y la Guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos.

Fue precisamente con los tratados de Westfalia que Europa acuñó el término de soberanía nacional y fraguó el orden de la Europa Central. Asimismo, con la paz westfaliana se establecieron los principios de integridad territorial con el fundamento de la existencia de los estados, de manera antagónica a la concepción feudal, sustrato fundamental para el surgimiento de los estados-nación. En realidad, de acuerdo con Kissinger, la Paz de Westfalia consiste en la suma de tres acuerdos separados complementarios firmados en diferentes momentos y ciudades:

· La Paz de Münster, enero de 1948: España reconoce la independencia de la República Holandesa, lo que ponía fin a una revuelta de ocho décadas encabalgada a la Guerra de los Treinta Años.

· Tratado de Münster y Tratado de Osnabrück, octubre de 1948: en donde se proclamó la intención de mantener una verdadera y sincera paz y amistad cristiana, universal y perpetua, para gloria de Dios y seguridad de la cristiandad.

No obstante, la versión de Kissinger se ha visto históricamente comprometido con los documentos publicados el pasado noviembre. De acuerdo con una nota de El País, “los documentos divulgados ahora muestran que el asesor nacional de seguridad influyó de manera decisiva en la política que el gobierno estadounidense desplegó hacia Chile, que incluyó un frustrado intento de golpe de estado para impedir que Allende asumiera la presidencia que había ganado democráticamente”. Es decir, mientras que Kissinger afirma en su libro que no hubo una injerencia en la vida pública de Latinoamérica, en la nota se afirma que “el 5 de noviembre de 1970 se iba a llevar a cabo, en la Casa Blanca, una reunión formal del Consejo de Seguridad Nacional para abordar la política hacia Chile. Pero Kissinger se las arregló para retrasar la cita 24 horas y, de esa forma, lograr reunirse a solas con el presidente para que desistiera de adoptar una política amable hacia la administración de Allende, que acababa de arrancar en Sudamérica”. La afirmación de Kissinger hacia el presidente es determinante: “Es esencial que deje muy claro cuál es su posición sobre este tema”, a pesar de que no todos los funcionarios estadounidenses estaban de acuerdo con una estrategia hostil.

La versión de Kissinger es una invitación al análisis y al debate de lo que se concibe como orden mundial. Obviamente el diplomático va a ofrecer una versión sesgada y distinta que amerita un acercamiento distinto más allá de los juicios contrafactuales a partir de esgrimir falacias ad hominem, como ocurre en los casos de las opiniones antioccidentales que cobran factura ideológica de lo políticamente correcto. Lo destaco porque no es políticamente correcto señalar que Estados Unidos ayudó a reconstruir las devastadas economías europeas, creó la Alianza del Atlántico y forjó una red de seguridad global y de colaboraciones económicas, optó por una relación de cooperación con China en lugar de prolongar su aislamiento, diseñó un sistema mundial de comercio abierto que ha generado productividad y prosperidad, y estuvo durante todo el siglo pasado a la vanguardia de casi todas las revoluciones tecnológicas del periodo. Asimismo, Estados Unidos apoyó las políticas públicas inspiradas en el gobierno participativo tanto en países aliados como adversarios, y desempeño el rol de líder en la articulación de los nuevos principios humanitarios. Ningún otro país ha tenido, ni el idealismo, ni los recursos, para afrontar el complejo espectro de desafíos que trajó consigo el siglo XX, ni mucho menos la capacidad de salir victorioso de ellos, como lo hizo Estados Unidos, de acuerdo con Kissinger.

La tarea de múltiples generaciones en torno al concepto de orden mundial, no obstante, ha dado frutos en muchos sentidos, siguiendo a Kissinger. A pesar de la tentación demagógica, la gran mayoría de los países son soberanos e independientes. La extensión de la democracia y de la imagen de los gobiernos representativos es una aspiración internacional compartida en camino constante hacia una realidad universal. Los sistemas de comunicación, tanto los tradicionales como los que irrumpen a través de la brecha digital, posibilitan las relaciones humanas en tiempo real, inimaginables para las generaciones anteriores. La conciencia por resolver los problemas medioambientales, existe. Mientras la comunidad científica y médica, aquella que creó en tiempo record la vacuna para combatir la pandemia por Covid-19, pueden mantener su enfoque en la atención de ésta y ulteriores enfermedades.

En su ensayo más reciente titulado “The american abyss” publicado en The New York Times, Timothy Snyder coincide con Kissinger cuando señala que “se necesita una enorme cantidad de trabajo para educar a los ciudadanos para que resistan el poderoso tirón de creer en lo que ya creen, o en lo que creen los demás a su alrededor, o en lo que tendría sentido de sus propias elecciones anteriores”. Para ejemplificar esto, Snyder recurre a Platón para señalar un riesgo particular para los tiranos: que al final estarían rodeados de hombres que sólo se limitan a decir sí, como los incondicionales de Trump, en el caso de la toma del Capitolio. Por su parte, siguiendo a Snyder, a Aristóteles le preocupaba que, en una democracia, un demagogo rico y talentoso pudiera dominar con demasiada facilidad las mentes de la población. Para Snyder, los redactores de la Constitución, conscientes del riesgo permanente de la demagogia, instituyeron un sistema de frenos y contrapesos cuyo objetivo no era simplemente asegurar que ninguna rama del gobierno dominara a las demás, sino también anclar en las instituciones diferentes puntos de vista.

En el análisis del orden mundial el debate está abierto y trasciende a las personas, los cuales solamente ocupan un rol por su cualidad de actores. Este es el caso de Henry Kissinger.

Fue en una conversación, durante una cena con Charles Hill, Distinguished Fellow del Brady-Johnson Program in Grand Strategy y catedrático del Programa de Humanidades de la Universidad de Yale, en donde Henry A. Kissinger (27 de mayo de 1923), exsecretario de estado durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford, llegó a la conclusión de que la crisis del concepto de orden mundial era el problema más candente de las primeras décadas del siglo XX. Kissinger optó por seguir este hilo conductor: el orden mundial.

El resultado fue Orden mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia (Debate, 2016), el más reciente libro del polémico consultor en política internacional quien presenta un volumen que oscila entre la presentación de un libro de historia y un conjunto de memorias desde la visión de la élite. Pero no caigamos de manera prematura en la tentación demagógica. Al referirme a la élite lo hago con el desprendimiento ideológico acudiendo al concepto de manera concisa: la élite como una minoría que toma acciones determinantes en los asuntos públicos. Desde esta visión, Kissinger aborda la construcción del orden internacional pluralista a partir de la Paz de Westfalia, consistente en los tratados firmados en las ciudades de Osnabrück y Münster el 24 de octubre de 1648, con la que se puso fin a la llamada Guerra de los Treinta Años y la Guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos.

Fue precisamente con los tratados de Westfalia que Europa acuñó el término de soberanía nacional y fraguó el orden de la Europa Central. Asimismo, con la paz westfaliana se establecieron los principios de integridad territorial con el fundamento de la existencia de los estados, de manera antagónica a la concepción feudal, sustrato fundamental para el surgimiento de los estados-nación. En realidad, de acuerdo con Kissinger, la Paz de Westfalia consiste en la suma de tres acuerdos separados complementarios firmados en diferentes momentos y ciudades:

· La Paz de Münster, enero de 1948: España reconoce la independencia de la República Holandesa, lo que ponía fin a una revuelta de ocho décadas encabalgada a la Guerra de los Treinta Años.

· Tratado de Münster y Tratado de Osnabrück, octubre de 1948: en donde se proclamó la intención de mantener una verdadera y sincera paz y amistad cristiana, universal y perpetua, para gloria de Dios y seguridad de la cristiandad.

No obstante, la versión de Kissinger se ha visto históricamente comprometido con los documentos publicados el pasado noviembre. De acuerdo con una nota de El País, “los documentos divulgados ahora muestran que el asesor nacional de seguridad influyó de manera decisiva en la política que el gobierno estadounidense desplegó hacia Chile, que incluyó un frustrado intento de golpe de estado para impedir que Allende asumiera la presidencia que había ganado democráticamente”. Es decir, mientras que Kissinger afirma en su libro que no hubo una injerencia en la vida pública de Latinoamérica, en la nota se afirma que “el 5 de noviembre de 1970 se iba a llevar a cabo, en la Casa Blanca, una reunión formal del Consejo de Seguridad Nacional para abordar la política hacia Chile. Pero Kissinger se las arregló para retrasar la cita 24 horas y, de esa forma, lograr reunirse a solas con el presidente para que desistiera de adoptar una política amable hacia la administración de Allende, que acababa de arrancar en Sudamérica”. La afirmación de Kissinger hacia el presidente es determinante: “Es esencial que deje muy claro cuál es su posición sobre este tema”, a pesar de que no todos los funcionarios estadounidenses estaban de acuerdo con una estrategia hostil.

La versión de Kissinger es una invitación al análisis y al debate de lo que se concibe como orden mundial. Obviamente el diplomático va a ofrecer una versión sesgada y distinta que amerita un acercamiento distinto más allá de los juicios contrafactuales a partir de esgrimir falacias ad hominem, como ocurre en los casos de las opiniones antioccidentales que cobran factura ideológica de lo políticamente correcto. Lo destaco porque no es políticamente correcto señalar que Estados Unidos ayudó a reconstruir las devastadas economías europeas, creó la Alianza del Atlántico y forjó una red de seguridad global y de colaboraciones económicas, optó por una relación de cooperación con China en lugar de prolongar su aislamiento, diseñó un sistema mundial de comercio abierto que ha generado productividad y prosperidad, y estuvo durante todo el siglo pasado a la vanguardia de casi todas las revoluciones tecnológicas del periodo. Asimismo, Estados Unidos apoyó las políticas públicas inspiradas en el gobierno participativo tanto en países aliados como adversarios, y desempeño el rol de líder en la articulación de los nuevos principios humanitarios. Ningún otro país ha tenido, ni el idealismo, ni los recursos, para afrontar el complejo espectro de desafíos que trajó consigo el siglo XX, ni mucho menos la capacidad de salir victorioso de ellos, como lo hizo Estados Unidos, de acuerdo con Kissinger.

La tarea de múltiples generaciones en torno al concepto de orden mundial, no obstante, ha dado frutos en muchos sentidos, siguiendo a Kissinger. A pesar de la tentación demagógica, la gran mayoría de los países son soberanos e independientes. La extensión de la democracia y de la imagen de los gobiernos representativos es una aspiración internacional compartida en camino constante hacia una realidad universal. Los sistemas de comunicación, tanto los tradicionales como los que irrumpen a través de la brecha digital, posibilitan las relaciones humanas en tiempo real, inimaginables para las generaciones anteriores. La conciencia por resolver los problemas medioambientales, existe. Mientras la comunidad científica y médica, aquella que creó en tiempo record la vacuna para combatir la pandemia por Covid-19, pueden mantener su enfoque en la atención de ésta y ulteriores enfermedades.

En su ensayo más reciente titulado “The american abyss” publicado en The New York Times, Timothy Snyder coincide con Kissinger cuando señala que “se necesita una enorme cantidad de trabajo para educar a los ciudadanos para que resistan el poderoso tirón de creer en lo que ya creen, o en lo que creen los demás a su alrededor, o en lo que tendría sentido de sus propias elecciones anteriores”. Para ejemplificar esto, Snyder recurre a Platón para señalar un riesgo particular para los tiranos: que al final estarían rodeados de hombres que sólo se limitan a decir sí, como los incondicionales de Trump, en el caso de la toma del Capitolio. Por su parte, siguiendo a Snyder, a Aristóteles le preocupaba que, en una democracia, un demagogo rico y talentoso pudiera dominar con demasiada facilidad las mentes de la población. Para Snyder, los redactores de la Constitución, conscientes del riesgo permanente de la demagogia, instituyeron un sistema de frenos y contrapesos cuyo objetivo no era simplemente asegurar que ninguna rama del gobierno dominara a las demás, sino también anclar en las instituciones diferentes puntos de vista.

En el análisis del orden mundial el debate está abierto y trasciende a las personas, los cuales solamente ocupan un rol por su cualidad de actores. Este es el caso de Henry Kissinger.

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