/ sábado 29 de junio de 2019

Las enseñanzas de Chernóbil

El libro de cabecera

“El 26 de abril de 1986, a la 1 h 23’ 58’’, una serie de explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe de Chernóbil se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX.

Con este párrafo inicia Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (Debate, 2015) de Svetlana Aleksiévich (Ucrania, 1948), premio Nobel de Literatura, relato polifónico que recoge las multiples historias de aquel funesto y vergonzoso suceso a modo de tragedia griega, con coros y héroes determinados por su sino fatal. La polis es la hoy extinta URSS; la tragedia es la extinción de aquellas voces que, a diferencia de una tragedia, en este relato no tuvieron ninguna posibilidad de catarsis.

Es precisamente en el libro de Aleksiévich que Craig Mazin se inspiró para crear Chernobyl, una miniserie para televisión de drama histórico en cinco capítulos, coproducida por los canales HBO EU y Sky UK. Se estrenó en Estados Unidos el 6 de mayo de 2019 y en Reino Unido el 7 de mayo de 2019, para finalizar el 3 de junio. No obstante, sigue colgada en HBO para quienes aún no la han visto. Al ser miniserie (concepto un tanto ajeno para las nuevas generaciones) no hay posibilidad de secuela ni spinoffs; tampoco de spoilers, a menos que Usted, Caro Lector, ignore la historia mundial contemporánea.

A causa de dicho accidente nuclear, por el hueco del núcleo del reactor se liberó material radioactivo en Bielorrusia, Rusia, Ucrania, así como en zonas de Escandinavia y Europa Central. La serie relata lo acontecido en 1986, en uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia reciente, así como los sacrificios realizados para salvar al continente de un desastre sin precedentes, y las secuelas tres años después.

A través de los cinco capítulos que dura la miniserie –la única que nos ha permitido interrumpir las charlas posteriores a Game of Thrones–, se nos presenta una reconstrucción del pasado que se apega en todo momento a la historia y a lo que se narra en el trabajo de Aleksiévich, sin ser una adaptación del libro. No hay sobreactuaciones, el diseño de producción es magnífico, los planos secuencia son delicados y profusos, proponiendo un trabajo visual que permite hilvanar el relato histórico con la estética de un bauhaus trágico. El guion es virtuosamente ejecutado por Jared Harris (Valery Legasov), Emily Watson (Ulana Khomyak) y un camaleónico y prolífico Stellan Skarsgård (Boris Scherbina), a quien recordamos en Will Junting (Mente indomable), Avengers: La era de Ultrón, Thor, Dogville y hasta Nymphomaniac.

La serie nos remite a la historia y a su vez, a las dolorosas enseñanzas cuyo debate valdría la pena retomar. Por principio hablamos de la mentira. Un estado soviético que se ostenta como un gobierno democrático, sólido, ordenado y moderno con las reformas radicales de la Perestroika, provocó una división entre los llamados Nuevos Pensadores y los conservadores soviéticos, quienes bloquearon deliberadamente el proceso de cambio. Esta división fue vergonsozamente exhibida con el desastre de Chernóbil. Gorbachov y sus aliados fueron “mal informados y traicionados por el complejo industrial-militar” por los conservadores, que bloquearon en todo momento la información en relación con el incidente y, en consecuencia, retrasaron la respuesta oficial. A pesar de que Gorbachov ordenó a las autoridades que revelaran, la burocracia del partido oficial ignoró y bloqueó la orden.

La comunidad científica que no simpatizaba con los conservadores del régimen es representada por el personaje de Ulana Khomyuk (Emily Watson). Este personaje, creado ipso facto, es la voz de dicha comunidad. A lo largo de la trama va desarrollando una investigación hasta llegar a la verdad, esa verdad incómoda que fue acallada por décadas. Apenas en el 1996 se comenzaron a filtrar desde Bielorrusia las primeras versiones del accidente, hasta que finalmente se dieron a conocer en tiempos recientes, como la crónica de Aleksiévich en el 2005. En la serie, evaluada como la mejor de todos los tiempos de acuerdo con IMDB, se menciona que las cifras oficiales del partido decretan 31 muertos, cuando otras fuentes (entre ellas los datos de la comunidad científica) hablan de 59 mil.

Otra lección es que las mentiras traen consecuencias graves para una nación. El hecho de que en un Estado el partido oficial se ostente como el dueño de la verdad por encima de la verdad misma, genera discursos demagógicos que se entronizan en el poder a costa de los ciudadanos. Aunque de manera astuta Gorbachov pudo tomar la tragedia como un verdadero impulso a su visión reformista, y el propio accidente constituyó la ruptura del dique para la caída del régimen soviético, las consecuencias fueron inmediatas: 200 personas fueron hospitalizadas inmediatamente, de las cuales 31 murieron (28 de ellas debido a la exposición directa a la radiación), de los cuales la mayoría eran bomberos y personal de rescate que participaban en los trabajos para controlar el accidente, algo que se ve claramente en el personaje de Vasily Ignatenko. Se estima que 135 mil personas fueron evacuadas de la zona, incluyendo a los alrededor de 50 mil habitantes de Prípiat. Las evacuaciones comenzaron hasta 36 horas después; y a largo plazo a causa del yodo radiactivo, que presentó un periodo de semidesintegración de ocho días. Apenas en 2011, las preocupaciones centraron nuevamente en la contaminación del suelo con estroncio-90 y cesio-137, con periodos de semidesintegración que rondan los 30 años. Los niveles más altos de cesio-137 se encuentran en las capas superficiales del suelo, donde son absorbidos por plantas, insectos y hongos, entrando en la cadena alimenticia.

Cuando en nombre del pueblo o del progreso se toman decisiones arbitrarias o, peor aún, se oculta información desde la más anacrónica y opulenta demagogia, la tragedia es inminente.

@doctorsimulacro

“El 26 de abril de 1986, a la 1 h 23’ 58’’, una serie de explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe de Chernóbil se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX.

Con este párrafo inicia Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (Debate, 2015) de Svetlana Aleksiévich (Ucrania, 1948), premio Nobel de Literatura, relato polifónico que recoge las multiples historias de aquel funesto y vergonzoso suceso a modo de tragedia griega, con coros y héroes determinados por su sino fatal. La polis es la hoy extinta URSS; la tragedia es la extinción de aquellas voces que, a diferencia de una tragedia, en este relato no tuvieron ninguna posibilidad de catarsis.

Es precisamente en el libro de Aleksiévich que Craig Mazin se inspiró para crear Chernobyl, una miniserie para televisión de drama histórico en cinco capítulos, coproducida por los canales HBO EU y Sky UK. Se estrenó en Estados Unidos el 6 de mayo de 2019 y en Reino Unido el 7 de mayo de 2019, para finalizar el 3 de junio. No obstante, sigue colgada en HBO para quienes aún no la han visto. Al ser miniserie (concepto un tanto ajeno para las nuevas generaciones) no hay posibilidad de secuela ni spinoffs; tampoco de spoilers, a menos que Usted, Caro Lector, ignore la historia mundial contemporánea.

A causa de dicho accidente nuclear, por el hueco del núcleo del reactor se liberó material radioactivo en Bielorrusia, Rusia, Ucrania, así como en zonas de Escandinavia y Europa Central. La serie relata lo acontecido en 1986, en uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia reciente, así como los sacrificios realizados para salvar al continente de un desastre sin precedentes, y las secuelas tres años después.

A través de los cinco capítulos que dura la miniserie –la única que nos ha permitido interrumpir las charlas posteriores a Game of Thrones–, se nos presenta una reconstrucción del pasado que se apega en todo momento a la historia y a lo que se narra en el trabajo de Aleksiévich, sin ser una adaptación del libro. No hay sobreactuaciones, el diseño de producción es magnífico, los planos secuencia son delicados y profusos, proponiendo un trabajo visual que permite hilvanar el relato histórico con la estética de un bauhaus trágico. El guion es virtuosamente ejecutado por Jared Harris (Valery Legasov), Emily Watson (Ulana Khomyak) y un camaleónico y prolífico Stellan Skarsgård (Boris Scherbina), a quien recordamos en Will Junting (Mente indomable), Avengers: La era de Ultrón, Thor, Dogville y hasta Nymphomaniac.

La serie nos remite a la historia y a su vez, a las dolorosas enseñanzas cuyo debate valdría la pena retomar. Por principio hablamos de la mentira. Un estado soviético que se ostenta como un gobierno democrático, sólido, ordenado y moderno con las reformas radicales de la Perestroika, provocó una división entre los llamados Nuevos Pensadores y los conservadores soviéticos, quienes bloquearon deliberadamente el proceso de cambio. Esta división fue vergonsozamente exhibida con el desastre de Chernóbil. Gorbachov y sus aliados fueron “mal informados y traicionados por el complejo industrial-militar” por los conservadores, que bloquearon en todo momento la información en relación con el incidente y, en consecuencia, retrasaron la respuesta oficial. A pesar de que Gorbachov ordenó a las autoridades que revelaran, la burocracia del partido oficial ignoró y bloqueó la orden.

La comunidad científica que no simpatizaba con los conservadores del régimen es representada por el personaje de Ulana Khomyuk (Emily Watson). Este personaje, creado ipso facto, es la voz de dicha comunidad. A lo largo de la trama va desarrollando una investigación hasta llegar a la verdad, esa verdad incómoda que fue acallada por décadas. Apenas en el 1996 se comenzaron a filtrar desde Bielorrusia las primeras versiones del accidente, hasta que finalmente se dieron a conocer en tiempos recientes, como la crónica de Aleksiévich en el 2005. En la serie, evaluada como la mejor de todos los tiempos de acuerdo con IMDB, se menciona que las cifras oficiales del partido decretan 31 muertos, cuando otras fuentes (entre ellas los datos de la comunidad científica) hablan de 59 mil.

Otra lección es que las mentiras traen consecuencias graves para una nación. El hecho de que en un Estado el partido oficial se ostente como el dueño de la verdad por encima de la verdad misma, genera discursos demagógicos que se entronizan en el poder a costa de los ciudadanos. Aunque de manera astuta Gorbachov pudo tomar la tragedia como un verdadero impulso a su visión reformista, y el propio accidente constituyó la ruptura del dique para la caída del régimen soviético, las consecuencias fueron inmediatas: 200 personas fueron hospitalizadas inmediatamente, de las cuales 31 murieron (28 de ellas debido a la exposición directa a la radiación), de los cuales la mayoría eran bomberos y personal de rescate que participaban en los trabajos para controlar el accidente, algo que se ve claramente en el personaje de Vasily Ignatenko. Se estima que 135 mil personas fueron evacuadas de la zona, incluyendo a los alrededor de 50 mil habitantes de Prípiat. Las evacuaciones comenzaron hasta 36 horas después; y a largo plazo a causa del yodo radiactivo, que presentó un periodo de semidesintegración de ocho días. Apenas en 2011, las preocupaciones centraron nuevamente en la contaminación del suelo con estroncio-90 y cesio-137, con periodos de semidesintegración que rondan los 30 años. Los niveles más altos de cesio-137 se encuentran en las capas superficiales del suelo, donde son absorbidos por plantas, insectos y hongos, entrando en la cadena alimenticia.

Cuando en nombre del pueblo o del progreso se toman decisiones arbitrarias o, peor aún, se oculta información desde la más anacrónica y opulenta demagogia, la tragedia es inminente.

@doctorsimulacro

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