/ jueves 14 de julio de 2022

Entre el pensamiento kafkiano y el argumento ontológico

Literatura y filosofía

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883. En este artículo no quiero hablar de la importancia que tiene su obra (razonamiento casi de perogrullo). No pretendo tampoco caer en circunloquios que me lleven a subterfugios tautológicos, por no decir lugares comunes en el razonamiento-literario. Lo que pretendo es reflexionar (al menos atisbar) sobre uno de los conceptos de su obra, por el que es más identificado: la metamorfosis. Sin embargo, no pretendo repetir la riqueza literaria de esta idea. Gregorio Samsa (como humano o insecto) ya ha sido bastante manoseado en este sentido. Tomo su idea (metamorfosis) porque la necesito para unirla al de «argumento ontológico»: son antípodas desde las que reflexiono sobre el sentido del ser.

Ahora bien, una primera actividad, en un texto como este, sería empezar por definir las categorías de análisis que se utilizan; sin embargo, pregunto (inclinándome más a la reflexión): ¿cómo definir una idea sustancial y esencialmente escurridiza?, ¿puede acaso reducirse el cambio (metamorfosis) al no-cambio (definición) para acotar su sentido definitivo a la vez que definitorio? En todo caso, pienso que, si se definiera, se correría el riesgo de caer en una interrogación retórica, incluso antes de enunciarla (erotema). Es por ello que defino, y esta es —en todo caso— mi primer acercamiento conceptual, como la indefinición de la metamorfosis, como su sentido más claramente difuso. Aclaro que esto no es una hipálage (aplicación del adjetivo de un sustantivo a otro sustantivo), tampoco se trata de un oxímoron (figura literaria que implica contradicción, por ejemplo: la oscuridad del día). Se trata, más bien, de la certeza apodíctica desde la obnubilación que provoca el cambio (del ser al no-ser). Y es que la entidad escriturística de estos términos no se limita o subsume en su aspecto material (el que pueda aprehenderse o desprenderse). Su ser-siendo-metamorfosis se da en un proyecto heideggeriano (pro-yecto): arrojado hacia un futuro que no cesa de desdibujarse en múltiples posibilidades fragmentarias.

El argumento ontológico, por su parte, es la demostración de lo que es Dios. Tomo esta idea desde San Anselmo, sin obviar sus vaivenes teoréticos a través del tiempo, incluso llegando a Hegel. En fin, este argumento parte del ontos divino: el ser que permite su identificación a partir de lo que es; aquello que le es consustancial: su esencia. Es por ello que en la Edad Media se llegó a decir que el único ser «ser» es Dios, ya que no cambia su ser (al menos no como sustancia, lo que es; ni como esencia, la manera como es). De esto colijo y coligo dos cosas: primero, colijo la necesidad de unir elementos dispersos (evidencias) para construir un primer acercamiento discursivo que descubra el ser; segundo, coligo lo dicho por Kafka, para comprender al ser, al oponer su pensamiento con respecto del argumento ontológico. Esto me permite comprender al «ser» desde un «no ser» sui generis: desde la metamorfosis que lo cambia y que, sin embargo, lo identifica no desde lo que ahora <es>, sino desde lo que antes era y ya <no es>; de ahí la posibilidad de referirlo como ente.

La metamorfosis —siguiendo este hilo conductor— viene a ser no el cambio en un sentido de dejar de ser lo que se era, sino, más bien, lo que ahora es, sin dejar de ser al ser que se era. En otras palabras: no se puede identificar al ser que ahora es, sin dejar de verlo desde lo que dejó de ser. Me parece que Kafka sabía muy bien de esto, ya que su ‘insecto’ no era tal (no podría haberse comprendido), sino en relación con Gregorio Samsa (Ley de Tarsky: “la nieve es blanca si y sólo si la nieve es blanca”); mientras que éste, a su vez, no tendría sentido si no fuera por el insecto en el que se convirtió.

Lo mismo sucede con el argumento ontológico: lo vemos como comprobación de la existencia de Dios, porque el argumento no refiere solamente a Dios, sino a nosotros mismos en un sentido de «ser»: “el ser es y el no ser no es”, diría Aristóteles en su Metafísica. Pues bien, este ser lo que es deviene de lo que sabemos de Él, a través de una aprehensión que parte de aquello que es o no es. En otras palabras: observamos una división absoluta entre estas dos posibilidades de estar o no estar: si se es, está; si no se es, no está. Sin embargo, habría que considerar esta tercera posibilidad: se deja de ser, sin dejar de ser del todo. No es, pues, una posibilidad u otra, sino la unión de ambas a través de ver lo que está siendo, no lo que fue ni lo que ahora es. El tiempo, en ese sentido, no se reduce a cambios absolutos, sino a movimientos ascendentes o descendentes del ser en sí y para sí.

La metamorfosis que plantea Kafka no es, siguiendo este orden de ideas, un dejar de ser Gregorio Samsa, sino un Gregorio Samsa que, aunque ya no es el mismo que se acostó la noche anterior (ahora es un insecto), sí lo es al momento de referirlo, de reconocerlo y, por supuesto, de asombrarse al observar que ha cambiado. Esta oposición ontológica cobra mayor sentido —me parece— porque permite advertir al ser no desde su aparición fenomenológica (reducción eidética), sino desde una ontología que no niega al ser, aun y cuando éste no sea el mismo ser. En todo caso, lo que subyace (el ser que era, antes de haber sufrido la metamorfosis) puede no estar enfrente de quien lo advierte u observa y, al mismo tiempo, nunca haberse ido: lo que es, deja de ser, en mayor o menor medida, para seguir siendo lo que es. El argumento ontológico puede ampliarse a esta posibilidad, sobre todo cuando se trata de reconocer al ser (no sólo Dios) desde lo que es y está siendo.

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883. En este artículo no quiero hablar de la importancia que tiene su obra (razonamiento casi de perogrullo). No pretendo tampoco caer en circunloquios que me lleven a subterfugios tautológicos, por no decir lugares comunes en el razonamiento-literario. Lo que pretendo es reflexionar (al menos atisbar) sobre uno de los conceptos de su obra, por el que es más identificado: la metamorfosis. Sin embargo, no pretendo repetir la riqueza literaria de esta idea. Gregorio Samsa (como humano o insecto) ya ha sido bastante manoseado en este sentido. Tomo su idea (metamorfosis) porque la necesito para unirla al de «argumento ontológico»: son antípodas desde las que reflexiono sobre el sentido del ser.

Ahora bien, una primera actividad, en un texto como este, sería empezar por definir las categorías de análisis que se utilizan; sin embargo, pregunto (inclinándome más a la reflexión): ¿cómo definir una idea sustancial y esencialmente escurridiza?, ¿puede acaso reducirse el cambio (metamorfosis) al no-cambio (definición) para acotar su sentido definitivo a la vez que definitorio? En todo caso, pienso que, si se definiera, se correría el riesgo de caer en una interrogación retórica, incluso antes de enunciarla (erotema). Es por ello que defino, y esta es —en todo caso— mi primer acercamiento conceptual, como la indefinición de la metamorfosis, como su sentido más claramente difuso. Aclaro que esto no es una hipálage (aplicación del adjetivo de un sustantivo a otro sustantivo), tampoco se trata de un oxímoron (figura literaria que implica contradicción, por ejemplo: la oscuridad del día). Se trata, más bien, de la certeza apodíctica desde la obnubilación que provoca el cambio (del ser al no-ser). Y es que la entidad escriturística de estos términos no se limita o subsume en su aspecto material (el que pueda aprehenderse o desprenderse). Su ser-siendo-metamorfosis se da en un proyecto heideggeriano (pro-yecto): arrojado hacia un futuro que no cesa de desdibujarse en múltiples posibilidades fragmentarias.

El argumento ontológico, por su parte, es la demostración de lo que es Dios. Tomo esta idea desde San Anselmo, sin obviar sus vaivenes teoréticos a través del tiempo, incluso llegando a Hegel. En fin, este argumento parte del ontos divino: el ser que permite su identificación a partir de lo que es; aquello que le es consustancial: su esencia. Es por ello que en la Edad Media se llegó a decir que el único ser «ser» es Dios, ya que no cambia su ser (al menos no como sustancia, lo que es; ni como esencia, la manera como es). De esto colijo y coligo dos cosas: primero, colijo la necesidad de unir elementos dispersos (evidencias) para construir un primer acercamiento discursivo que descubra el ser; segundo, coligo lo dicho por Kafka, para comprender al ser, al oponer su pensamiento con respecto del argumento ontológico. Esto me permite comprender al «ser» desde un «no ser» sui generis: desde la metamorfosis que lo cambia y que, sin embargo, lo identifica no desde lo que ahora <es>, sino desde lo que antes era y ya <no es>; de ahí la posibilidad de referirlo como ente.

La metamorfosis —siguiendo este hilo conductor— viene a ser no el cambio en un sentido de dejar de ser lo que se era, sino, más bien, lo que ahora es, sin dejar de ser al ser que se era. En otras palabras: no se puede identificar al ser que ahora es, sin dejar de verlo desde lo que dejó de ser. Me parece que Kafka sabía muy bien de esto, ya que su ‘insecto’ no era tal (no podría haberse comprendido), sino en relación con Gregorio Samsa (Ley de Tarsky: “la nieve es blanca si y sólo si la nieve es blanca”); mientras que éste, a su vez, no tendría sentido si no fuera por el insecto en el que se convirtió.

Lo mismo sucede con el argumento ontológico: lo vemos como comprobación de la existencia de Dios, porque el argumento no refiere solamente a Dios, sino a nosotros mismos en un sentido de «ser»: “el ser es y el no ser no es”, diría Aristóteles en su Metafísica. Pues bien, este ser lo que es deviene de lo que sabemos de Él, a través de una aprehensión que parte de aquello que es o no es. En otras palabras: observamos una división absoluta entre estas dos posibilidades de estar o no estar: si se es, está; si no se es, no está. Sin embargo, habría que considerar esta tercera posibilidad: se deja de ser, sin dejar de ser del todo. No es, pues, una posibilidad u otra, sino la unión de ambas a través de ver lo que está siendo, no lo que fue ni lo que ahora es. El tiempo, en ese sentido, no se reduce a cambios absolutos, sino a movimientos ascendentes o descendentes del ser en sí y para sí.

La metamorfosis que plantea Kafka no es, siguiendo este orden de ideas, un dejar de ser Gregorio Samsa, sino un Gregorio Samsa que, aunque ya no es el mismo que se acostó la noche anterior (ahora es un insecto), sí lo es al momento de referirlo, de reconocerlo y, por supuesto, de asombrarse al observar que ha cambiado. Esta oposición ontológica cobra mayor sentido —me parece— porque permite advertir al ser no desde su aparición fenomenológica (reducción eidética), sino desde una ontología que no niega al ser, aun y cuando éste no sea el mismo ser. En todo caso, lo que subyace (el ser que era, antes de haber sufrido la metamorfosis) puede no estar enfrente de quien lo advierte u observa y, al mismo tiempo, nunca haberse ido: lo que es, deja de ser, en mayor o menor medida, para seguir siendo lo que es. El argumento ontológico puede ampliarse a esta posibilidad, sobre todo cuando se trata de reconocer al ser (no sólo Dios) desde lo que es y está siendo.

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