/ miércoles 27 de mayo de 2020

Por los que han partido…

Vitral

¿Acaso los fallecidos por Covid-19 sólo se cuentan por cantidad? ¿no se puede hacer el recuento cualitativo? Todas las historias de la gente que ha padecido la pandemia no pueden ser sólo un número para las estadísticas que justifique el trabajo de los políticos. Tenemos que contarnos las historias de la gente que ha partido, tenemos que escuchar las historias de los amigos, familiares, porque les debemos la verdad a los fallecidos, y porque es justo y necesario una mínima honra para ellos por haber estado vivos y haber sido amados. Incluso, está actitud debía promoverse desde el poder, desde las esferas de gobierno implicadas en el caso, pero salvo la manida palabra de “lamentablemente” no se escucha nada más de parte de las autoridades, no hay un discurso, no hay una frase para ellos, ya no se diga una política pública que se encargue de reconfortar y fortalecer a familias, parientes, amistades, de los que han partido. Culturas milenarias como la tibetana, o culturas antiguas como la maya y náhuatl, en lo que ahora es Mexico, acompañaban a los dolientes durante semanas para reconfortarlos, ayudarles y apoyarlos. Lamentablemente esas costumbres están en extinción. Las sociedades no necesariamente caminan hacia adelante, muchas involucionan. Este parece ser el caso. La antes cálida y solidaria sociedad mexicana parece que se ha enfriado, quizá haya excepciones, pero basta revisar las estadísticas de violencia en el país para demostrarlo.

¿Por qué tanta frialdad? Nos hemos convertido en una sociedad fría lejana que no sabe de empatía, y esto se refleja a nivel de gobierno. ¿Qué es lo que puede hacer tan insensible a la gente y a los gobernantes? Ya desde los tiempos de los romanos se decía que el pueblo tiene el gobierno que merece. El nivel educativo es bajo, para colmo, durante recientes períodos sexenales, se han eliminado de la formación educativa de los jóvenes, materias clave como historia, civismo, filosofía, ética, argumentando que no servían, que no aportaban. Somos sociedades que tienen como valor máximo lo material, la competencia despiadada, el ego, el individualismo radical. Todo esto provoca envidia, y subraya más las injusticias cometidas en la repartición de la riqueza. Hay millones de seres hundidos en la pobreza, y no basta con la filantropía de los millonarios, sería mejor la justicia socioeconómica, el pago de buenos salarios, porque la ambición por poseer inequitativamente ha traído consigo miseria y pobreza. No hay apoyo para acceder a un buen nivel educativo, y en la ignorancia generalizada entre las grandes masas, que no saben nada ni les interesa, es donde nace la frialdad social e individual. Y esa condición no le conviene a nadie, a los ricos no les bastará con aislarse en islotes hedonistas y de placer, la inconformidad social los alcanzará donde sea. El bienestar tiene que generarse para todos.

No se puede proponer que cada quien se rasque con sus propias uñas. A nadie conviene que el camino sea pensar sólo en uno mismo y en su sobrevivencia. Sería una estrategia muy equivocada ya que los humanos solamente sobrevivimos y vivimos mejor si permanecemos juntos, si nos apoyamos unos a otros, tal como fue en nuestro origen. Y no se trata sólo de sobrevivir, se trata de vivir bien. Sobrevivir sería muy elemental, sería rebajar la vida humana más de lo que permanentemente está amenazada por guerras, explotación del trabajo, pobreza, enfermedades. Como señala el filósofo Byung-Chul Han “La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana”. Vivir tan sólo para sobrevivir ante la amenaza del Covid-19 es rebajar la vida a niveles infrahumanos. Sobrevivir tan sólo para escapar permanentemente de la muerte nos haría inmensamente egoístas. Es verdad, de alguna manera, nuestra vida siempre es una lucha continua por la sobrevivencia, pero en algunos períodos grupos humanos han logrado elevar el nivel de vida, con la plena conciencia de lo que ésta tiene de maravilloso, de misterio y milagro. Y es entonces cuando han creado arte, ciencia y filosofía, y cuando han sido capaces de mostrar solidaridad, bondad, empatía y amor para responder a los dilemas humanos. Es entonces cuando han sabido lo que es vivir, no sobrevivir, y cuando han comprendido lo que vale la vida y su potencial infinito de cara al universo entero.

Está en nuestras manos, como siempre, el siguiente paso en la historia de la humanidad: si decidimos aceptar y vivir cooptados por la cibervigilancia desde el poder, o si podemos intentar construir una sociedad libérrima, donde la libertad sea el máximo valor y a partir de ella se diseñe la vida social. Donde se enfrente a la pandemia, y lo que venga, con absolutos criterios libertarios, críticos, solidarios y amorosos. No veo otro camino para salir adelante. La senda no irá bien con una sociedad controlada, vigilada, y un estado impositivo y autoritario. Así que hay que combatir la ignorancia porque ésta es uno de los máximos enemigos para la construcción de una sociedad sana. La ignorancia lleva al fanatismo y éste a la ceguera y al linchamiento. Todo esto enfría a la sociedad, la torna insensible, lejana, apática.

Se entiende la urgente necesidad de volver a la normalidad en la cuestión económica, y en todas las áreas de lo político, cultural, en las relaciones humanas, pero esto no puede ser a cualquier costo y de cualquier manera. Debe prevalecer la vida humana como el valor máximo. Y no debe descuidarse de ninguna manera la reconstrucción del tejido social tan lastimado. Éste debe recomponerse de inmediato, es más ya se tardaron las autoridades, los gobiernos. Hasta ahora hay cerca de 6 mil fallecidos, y decenas de miles han pasado por procesos graves, hay miedo, y no se ve por ningún lado la atención psicológica, el apoyo emocional, las propuestas resilientes. Ese apoyo es fundamental para un país herido de tantas formas y debe venir, en primera instancia, del gobierno, con palabras solidarias y con acciones concretas para la gente que ha sufrido tanto. Es urgente que la sociedad se sienta abrazada, reconfortada en su dolor. No se puede cada tarde dar nada más cifras y más cifras y un seco “lamentablemente”, hay que dar pruebas reales de que hay pesar y solidaridad desde los gobiernos estatales hasta el federal.

https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

¿Acaso los fallecidos por Covid-19 sólo se cuentan por cantidad? ¿no se puede hacer el recuento cualitativo? Todas las historias de la gente que ha padecido la pandemia no pueden ser sólo un número para las estadísticas que justifique el trabajo de los políticos. Tenemos que contarnos las historias de la gente que ha partido, tenemos que escuchar las historias de los amigos, familiares, porque les debemos la verdad a los fallecidos, y porque es justo y necesario una mínima honra para ellos por haber estado vivos y haber sido amados. Incluso, está actitud debía promoverse desde el poder, desde las esferas de gobierno implicadas en el caso, pero salvo la manida palabra de “lamentablemente” no se escucha nada más de parte de las autoridades, no hay un discurso, no hay una frase para ellos, ya no se diga una política pública que se encargue de reconfortar y fortalecer a familias, parientes, amistades, de los que han partido. Culturas milenarias como la tibetana, o culturas antiguas como la maya y náhuatl, en lo que ahora es Mexico, acompañaban a los dolientes durante semanas para reconfortarlos, ayudarles y apoyarlos. Lamentablemente esas costumbres están en extinción. Las sociedades no necesariamente caminan hacia adelante, muchas involucionan. Este parece ser el caso. La antes cálida y solidaria sociedad mexicana parece que se ha enfriado, quizá haya excepciones, pero basta revisar las estadísticas de violencia en el país para demostrarlo.

¿Por qué tanta frialdad? Nos hemos convertido en una sociedad fría lejana que no sabe de empatía, y esto se refleja a nivel de gobierno. ¿Qué es lo que puede hacer tan insensible a la gente y a los gobernantes? Ya desde los tiempos de los romanos se decía que el pueblo tiene el gobierno que merece. El nivel educativo es bajo, para colmo, durante recientes períodos sexenales, se han eliminado de la formación educativa de los jóvenes, materias clave como historia, civismo, filosofía, ética, argumentando que no servían, que no aportaban. Somos sociedades que tienen como valor máximo lo material, la competencia despiadada, el ego, el individualismo radical. Todo esto provoca envidia, y subraya más las injusticias cometidas en la repartición de la riqueza. Hay millones de seres hundidos en la pobreza, y no basta con la filantropía de los millonarios, sería mejor la justicia socioeconómica, el pago de buenos salarios, porque la ambición por poseer inequitativamente ha traído consigo miseria y pobreza. No hay apoyo para acceder a un buen nivel educativo, y en la ignorancia generalizada entre las grandes masas, que no saben nada ni les interesa, es donde nace la frialdad social e individual. Y esa condición no le conviene a nadie, a los ricos no les bastará con aislarse en islotes hedonistas y de placer, la inconformidad social los alcanzará donde sea. El bienestar tiene que generarse para todos.

No se puede proponer que cada quien se rasque con sus propias uñas. A nadie conviene que el camino sea pensar sólo en uno mismo y en su sobrevivencia. Sería una estrategia muy equivocada ya que los humanos solamente sobrevivimos y vivimos mejor si permanecemos juntos, si nos apoyamos unos a otros, tal como fue en nuestro origen. Y no se trata sólo de sobrevivir, se trata de vivir bien. Sobrevivir sería muy elemental, sería rebajar la vida humana más de lo que permanentemente está amenazada por guerras, explotación del trabajo, pobreza, enfermedades. Como señala el filósofo Byung-Chul Han “La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana”. Vivir tan sólo para sobrevivir ante la amenaza del Covid-19 es rebajar la vida a niveles infrahumanos. Sobrevivir tan sólo para escapar permanentemente de la muerte nos haría inmensamente egoístas. Es verdad, de alguna manera, nuestra vida siempre es una lucha continua por la sobrevivencia, pero en algunos períodos grupos humanos han logrado elevar el nivel de vida, con la plena conciencia de lo que ésta tiene de maravilloso, de misterio y milagro. Y es entonces cuando han creado arte, ciencia y filosofía, y cuando han sido capaces de mostrar solidaridad, bondad, empatía y amor para responder a los dilemas humanos. Es entonces cuando han sabido lo que es vivir, no sobrevivir, y cuando han comprendido lo que vale la vida y su potencial infinito de cara al universo entero.

Está en nuestras manos, como siempre, el siguiente paso en la historia de la humanidad: si decidimos aceptar y vivir cooptados por la cibervigilancia desde el poder, o si podemos intentar construir una sociedad libérrima, donde la libertad sea el máximo valor y a partir de ella se diseñe la vida social. Donde se enfrente a la pandemia, y lo que venga, con absolutos criterios libertarios, críticos, solidarios y amorosos. No veo otro camino para salir adelante. La senda no irá bien con una sociedad controlada, vigilada, y un estado impositivo y autoritario. Así que hay que combatir la ignorancia porque ésta es uno de los máximos enemigos para la construcción de una sociedad sana. La ignorancia lleva al fanatismo y éste a la ceguera y al linchamiento. Todo esto enfría a la sociedad, la torna insensible, lejana, apática.

Se entiende la urgente necesidad de volver a la normalidad en la cuestión económica, y en todas las áreas de lo político, cultural, en las relaciones humanas, pero esto no puede ser a cualquier costo y de cualquier manera. Debe prevalecer la vida humana como el valor máximo. Y no debe descuidarse de ninguna manera la reconstrucción del tejido social tan lastimado. Éste debe recomponerse de inmediato, es más ya se tardaron las autoridades, los gobiernos. Hasta ahora hay cerca de 6 mil fallecidos, y decenas de miles han pasado por procesos graves, hay miedo, y no se ve por ningún lado la atención psicológica, el apoyo emocional, las propuestas resilientes. Ese apoyo es fundamental para un país herido de tantas formas y debe venir, en primera instancia, del gobierno, con palabras solidarias y con acciones concretas para la gente que ha sufrido tanto. Es urgente que la sociedad se sienta abrazada, reconfortada en su dolor. No se puede cada tarde dar nada más cifras y más cifras y un seco “lamentablemente”, hay que dar pruebas reales de que hay pesar y solidaridad desde los gobiernos estatales hasta el federal.

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