/ viernes 23 de diciembre de 2022

Pregoneros y personajes de la vida cotidiana

Cartografía del tiempo y la memoria


Los ropavejeros y tilicheros, personajes tenebrosos para los niños; toda vez que las mamás de antaño amenazaban a los pequeños diablillos para que no hicieran travesuras ¡Te va a llevar el ropavejero! ¡te voy a cambiar con don fulano...! Mientras calle abajo, o calle arriba se perdía al igual que su grito: ¡Ropa que vendan!, ¡loza que cambien! En los días de tianguis la chiquillería le veían de reojo con un sentimiento ambivalente; entre la curiosidad y el miedo. Ahí estaban los tilicheros sentados o recostados sobre un gran lío de manta, aun en la duermevela de la cruda siempre vigilantes del tenderete improvisado en el efímero bazar callejero. Ocasionalmente en esos andurriales se podían ver letreros como: “UN TOCADOR PARA DAMAS DE ARMAR Y DESARMAR. PARAGUAS PARA NIÑAS USADAS. CUNA PARA NIÑOS DE LATÓN”.

Sociedad golosa. En otras épocas –antes de la incipiente cultura de la salud y la nutrición-, sin la información sobre las consecuencias de la diabetes, sin importar caries y muelas picadas; nuestros abuelos se daban gusto con los dulces presentados en gran surtido de golosinas. En la región los “¡caoooomotis”! ¡hay camotiiiis!” se vendían de uno o dos centavos, esa mercancía era portada en pailas de madera o en platones de barro que se cubría con manta. Algunos cargaban en su brazo las “tijeras” para eventualmente, colocarse en alguna esquina; los vendedores de melcocha, miel de abeja y “¡queso de tuuuunaaaa!” Fuera de los templos o en lugares concurridos, plazas y mercados estaban los dulceros con variedad de colores y sabores. Los había de los que cargaban pequeñas vitrinas y su mercancía consistía en natillas, cocadas, dulce de leche almendrado, alfajores y en ciertas épocas las charamuscas y alfeñiques. Entre la gritería de productos “¡pásele marchanta, tengo fruta fresca! ¡Gorditas de chile! ¡Queso y mantequilla del rancho!” y otros productos; se escuchaba al vendedor de “¡chuuuuurrrrroooos!” con su ruleta para despachar la medida solicitada o la que en suerte tocó al disparar un aditamento en el círculo. En temporadas estaban los fabricantes de “trompadas”, “coronitas”, “varitas y bastones de sabores: anís, menta, hierbabuena y demás. Por supuesto los “rompe muelas”, grajeas, peladillas, colaciones para las posadas. De mi generación, ¿quién no recuerda a los vendedores de las rojas manzanas o tejocotes acaramelados, que eran colocados simétricamente en un carrizo? Los merengues confitados reposando en canastos de mimbre, “¡Acá los mamones colorados!”.

“El santo olor”. La panadería es uno de los oficios milenarios y que mantiene en tiempos laicos cierta sacralidad. En cada región el pan recibe nombres diferentes; su elaboración es parte del secreto de los maestros panaderos y reposteros; trasladada a iniciados y aprendices. En locales fijos, así como en los portales, esquinas y mercados se encontraban los expendedores de pan con sus grandes canastos de mimbre y carrizo, donde estaba el aromático y diverso producto de las tahonas. Ahí estaban colocadas las chorreadas de piloncillo y de granillo; al decir de don Luis Vega y Monroy: “Poseían tres cualidades: Nutrir el cuerpo, limpiar la garganta y aclarar la vista ¡tal era el esfuerzo requerido para deglutir el tosco y reseco bocado abriendo desmesuradamente los ojos”.

Panes los hubo desde los muy sencillos hasta los manufacturados de maneras caprichosas y artísticas; de sal de dulce, “de agua”, piloncillo, de grasa –manteca-, mantequilla y huevo; de trigo, maíz, harina de trigo, en fin. Populares los cuernos y rosquillas de canela, corazones, tostadas azucaradas, cocoles, pambazos, virotes violines, palitos, panochas, ladrillos, puerquitos; la bizcochería y el “pan fino”: las puchas de palo, pastelillos de hojaldre, biscochos, dobladas de queso, pan de huevo y otros. Por supuesto que para las meriendas las conchas, las chinas, chilindrinas, corbatas, ojo de Pancha, cocoles y una larga lista… ¡alegría y delicia de sibaritas! Bocado exquisito para llenar “el huequito”. El pan era vendido por comerciantes ambulantes a ciertas horas y calles. El anuncio era “¡el pan! ¡recién sacado del horno! ¡de a veinte y tostón!”

Ecos de la vida cotidiana: En el paisaje citadino se encontraba el carrito de los raspados con el hielo envuelto en una arpilla y una botillería colorida por los jarabes que contenía. El vendedor de las ¡ricas paletas! acomodadas simétricamente en un cajoncillo por tamaño, color y naturaleza; de leche o de agua. Convivieron con los carritos de dos ruedas y decorados con motivos infantiles y paisajes nevados. Una serie de campanillas sonaban al impulsar el artefacto por las empedradas y empinadas calles. La venta callejera tuvo novedades con las camionetas que anunciaban sus helados productos de nieves de sabores y paletas de surtido sabor. El anuncio era parecido a las cajitas de música. Camionetas tipo combi comenzaron a circular –en el último tercio del siglo pasado–, vendiendo pan y otras frutas y verduras.

Los vendedores de ópalos en las plazas, jardines y mercados; afuera del Museo Regional, de los templos, en la Rotonda, en el Cerro de las Campanas, fuera del templo de la Cruz. Se acercaban con solemnidad y a media voz, –casi susurro–, abordaban a los turistas para hablarles de las propiedades de las piedras, por su color, corte, origen y rareza. Sacaban de sus maletines las piezas, las cuales desenvolvían lentamente y las mostraban ante la curiosa o maravillada vista del interlocutor. Había otras gemas colocadas en botellitas con agua. Después vendría el regateo.

Otro espacio del comercio era la Estación del Ferrocarril Nacional, ubicada desde hace más de un siglo en la Otra Banda. Una vez que frenaba el tren se escuchaba el característico sonido del metal y el parar acompasado de los vagones; se arremolinaban los vendedores a las ventanillas con sus pregones: “¡ópalos finos!, ¡quiote!, ¡jícamas de aguaaaa! ¡cacahuates asados! ¡Tacoooos, acá lo tacos! ¡carnitasssss. ¡Hay tortas y tacos! ¡Camote acicalado y de hornoooo! ¡Aguacateeees! ¡Quiere eloootes tiernitooos!” Otros productos: “¡Aguas de horchata! ¡Hay de chíaaa! ¡Compre la nieve! ¡traigo mantecado fino! ¡natillas, cajeta! ¡Llévese el recuerdo! ¡traigo cintos piteados!” Y así, entre silbatazos, campanillas, ulular de sirenas, los gritos del garrotero “¡vaaaamoooonosss!” . El vendedor de boletos, el trajín de paquetes y costales, bultos y petacas. La despedida de los viajeros y los que esperaban la llegada de un familiar o amigo.

Hace unas tres décadas todavía se escuchaban los pregones callejeros, ahora son cada vez menos. Recuerdo al señor sudoroso, pregonando –después de escupir, toser y limpiarse con un sucio y arrugado paliacate rojo; “¡tacoooos estilo Veracruuuuz!” En la década de los sesenta el riel o la campañilla que anunciaba que se acercaba el carretón de la basura; las voces pedigüeñas: “Limosnita juventuuuud!; “¿Ya llegó tu papá y no le das caridad…! ¡limasss y limonessss! En algunos barrios y colonias se ve pasar el carrito impulsado por el comerciante de plátanos y camotes. Un prolongado silbido y el grito: “¡camooooteeeees!” En los tianguis todavía se escuchan pregones, que nos remiten a otros tiempos. “¡No te gusta, te lo cambio! ¡Pásele! ¡Pásele! Por acá está lo bueno; ¡Mire, mire! ¡es de novedad!, ¡Bara! Bara!” Otras expresiones contemporáneas son los que ofrecen servicios o venta de diversos artículos. Todavía hay de los que compran, cambian y venden. Por lo regular anuncian su presencia a través de un megáfono instalado en un vehículo automotor. El anuncio de una canción a todo volumen: “el panadero con el pan” del pachuco mayor, Tin –Tan. “¡El gas! ¡ya llegó el gas! ¡Compre sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños! ¡Se compra, colchones, estufas, o algo de fierro viejo que vendaaaan! Por supuesto son voces de nuestros días, con otros recursos y expresiones que son parte de la cultura popular y de la vida cotidiana.

Reflexión: “¡Atrás de la raya…! ¡Aquellas voces cantantes, las “mil voces” de nuestro pueblo se apagaron! Sin embargo, siguen en nuestra memoria colectiva, que nos refiere los usos y costumbres de los queretanos de ayer. Nos ofrecen la posibilidad de visualizar en perspectiva las transformaciones y continuidades sociales de nuestra región.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Diciembre de MMXXII.



Los ropavejeros y tilicheros, personajes tenebrosos para los niños; toda vez que las mamás de antaño amenazaban a los pequeños diablillos para que no hicieran travesuras ¡Te va a llevar el ropavejero! ¡te voy a cambiar con don fulano...! Mientras calle abajo, o calle arriba se perdía al igual que su grito: ¡Ropa que vendan!, ¡loza que cambien! En los días de tianguis la chiquillería le veían de reojo con un sentimiento ambivalente; entre la curiosidad y el miedo. Ahí estaban los tilicheros sentados o recostados sobre un gran lío de manta, aun en la duermevela de la cruda siempre vigilantes del tenderete improvisado en el efímero bazar callejero. Ocasionalmente en esos andurriales se podían ver letreros como: “UN TOCADOR PARA DAMAS DE ARMAR Y DESARMAR. PARAGUAS PARA NIÑAS USADAS. CUNA PARA NIÑOS DE LATÓN”.

Sociedad golosa. En otras épocas –antes de la incipiente cultura de la salud y la nutrición-, sin la información sobre las consecuencias de la diabetes, sin importar caries y muelas picadas; nuestros abuelos se daban gusto con los dulces presentados en gran surtido de golosinas. En la región los “¡caoooomotis”! ¡hay camotiiiis!” se vendían de uno o dos centavos, esa mercancía era portada en pailas de madera o en platones de barro que se cubría con manta. Algunos cargaban en su brazo las “tijeras” para eventualmente, colocarse en alguna esquina; los vendedores de melcocha, miel de abeja y “¡queso de tuuuunaaaa!” Fuera de los templos o en lugares concurridos, plazas y mercados estaban los dulceros con variedad de colores y sabores. Los había de los que cargaban pequeñas vitrinas y su mercancía consistía en natillas, cocadas, dulce de leche almendrado, alfajores y en ciertas épocas las charamuscas y alfeñiques. Entre la gritería de productos “¡pásele marchanta, tengo fruta fresca! ¡Gorditas de chile! ¡Queso y mantequilla del rancho!” y otros productos; se escuchaba al vendedor de “¡chuuuuurrrrroooos!” con su ruleta para despachar la medida solicitada o la que en suerte tocó al disparar un aditamento en el círculo. En temporadas estaban los fabricantes de “trompadas”, “coronitas”, “varitas y bastones de sabores: anís, menta, hierbabuena y demás. Por supuesto los “rompe muelas”, grajeas, peladillas, colaciones para las posadas. De mi generación, ¿quién no recuerda a los vendedores de las rojas manzanas o tejocotes acaramelados, que eran colocados simétricamente en un carrizo? Los merengues confitados reposando en canastos de mimbre, “¡Acá los mamones colorados!”.

“El santo olor”. La panadería es uno de los oficios milenarios y que mantiene en tiempos laicos cierta sacralidad. En cada región el pan recibe nombres diferentes; su elaboración es parte del secreto de los maestros panaderos y reposteros; trasladada a iniciados y aprendices. En locales fijos, así como en los portales, esquinas y mercados se encontraban los expendedores de pan con sus grandes canastos de mimbre y carrizo, donde estaba el aromático y diverso producto de las tahonas. Ahí estaban colocadas las chorreadas de piloncillo y de granillo; al decir de don Luis Vega y Monroy: “Poseían tres cualidades: Nutrir el cuerpo, limpiar la garganta y aclarar la vista ¡tal era el esfuerzo requerido para deglutir el tosco y reseco bocado abriendo desmesuradamente los ojos”.

Panes los hubo desde los muy sencillos hasta los manufacturados de maneras caprichosas y artísticas; de sal de dulce, “de agua”, piloncillo, de grasa –manteca-, mantequilla y huevo; de trigo, maíz, harina de trigo, en fin. Populares los cuernos y rosquillas de canela, corazones, tostadas azucaradas, cocoles, pambazos, virotes violines, palitos, panochas, ladrillos, puerquitos; la bizcochería y el “pan fino”: las puchas de palo, pastelillos de hojaldre, biscochos, dobladas de queso, pan de huevo y otros. Por supuesto que para las meriendas las conchas, las chinas, chilindrinas, corbatas, ojo de Pancha, cocoles y una larga lista… ¡alegría y delicia de sibaritas! Bocado exquisito para llenar “el huequito”. El pan era vendido por comerciantes ambulantes a ciertas horas y calles. El anuncio era “¡el pan! ¡recién sacado del horno! ¡de a veinte y tostón!”

Ecos de la vida cotidiana: En el paisaje citadino se encontraba el carrito de los raspados con el hielo envuelto en una arpilla y una botillería colorida por los jarabes que contenía. El vendedor de las ¡ricas paletas! acomodadas simétricamente en un cajoncillo por tamaño, color y naturaleza; de leche o de agua. Convivieron con los carritos de dos ruedas y decorados con motivos infantiles y paisajes nevados. Una serie de campanillas sonaban al impulsar el artefacto por las empedradas y empinadas calles. La venta callejera tuvo novedades con las camionetas que anunciaban sus helados productos de nieves de sabores y paletas de surtido sabor. El anuncio era parecido a las cajitas de música. Camionetas tipo combi comenzaron a circular –en el último tercio del siglo pasado–, vendiendo pan y otras frutas y verduras.

Los vendedores de ópalos en las plazas, jardines y mercados; afuera del Museo Regional, de los templos, en la Rotonda, en el Cerro de las Campanas, fuera del templo de la Cruz. Se acercaban con solemnidad y a media voz, –casi susurro–, abordaban a los turistas para hablarles de las propiedades de las piedras, por su color, corte, origen y rareza. Sacaban de sus maletines las piezas, las cuales desenvolvían lentamente y las mostraban ante la curiosa o maravillada vista del interlocutor. Había otras gemas colocadas en botellitas con agua. Después vendría el regateo.

Otro espacio del comercio era la Estación del Ferrocarril Nacional, ubicada desde hace más de un siglo en la Otra Banda. Una vez que frenaba el tren se escuchaba el característico sonido del metal y el parar acompasado de los vagones; se arremolinaban los vendedores a las ventanillas con sus pregones: “¡ópalos finos!, ¡quiote!, ¡jícamas de aguaaaa! ¡cacahuates asados! ¡Tacoooos, acá lo tacos! ¡carnitasssss. ¡Hay tortas y tacos! ¡Camote acicalado y de hornoooo! ¡Aguacateeees! ¡Quiere eloootes tiernitooos!” Otros productos: “¡Aguas de horchata! ¡Hay de chíaaa! ¡Compre la nieve! ¡traigo mantecado fino! ¡natillas, cajeta! ¡Llévese el recuerdo! ¡traigo cintos piteados!” Y así, entre silbatazos, campanillas, ulular de sirenas, los gritos del garrotero “¡vaaaamoooonosss!” . El vendedor de boletos, el trajín de paquetes y costales, bultos y petacas. La despedida de los viajeros y los que esperaban la llegada de un familiar o amigo.

Hace unas tres décadas todavía se escuchaban los pregones callejeros, ahora son cada vez menos. Recuerdo al señor sudoroso, pregonando –después de escupir, toser y limpiarse con un sucio y arrugado paliacate rojo; “¡tacoooos estilo Veracruuuuz!” En la década de los sesenta el riel o la campañilla que anunciaba que se acercaba el carretón de la basura; las voces pedigüeñas: “Limosnita juventuuuud!; “¿Ya llegó tu papá y no le das caridad…! ¡limasss y limonessss! En algunos barrios y colonias se ve pasar el carrito impulsado por el comerciante de plátanos y camotes. Un prolongado silbido y el grito: “¡camooooteeeees!” En los tianguis todavía se escuchan pregones, que nos remiten a otros tiempos. “¡No te gusta, te lo cambio! ¡Pásele! ¡Pásele! Por acá está lo bueno; ¡Mire, mire! ¡es de novedad!, ¡Bara! Bara!” Otras expresiones contemporáneas son los que ofrecen servicios o venta de diversos artículos. Todavía hay de los que compran, cambian y venden. Por lo regular anuncian su presencia a través de un megáfono instalado en un vehículo automotor. El anuncio de una canción a todo volumen: “el panadero con el pan” del pachuco mayor, Tin –Tan. “¡El gas! ¡ya llegó el gas! ¡Compre sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños! ¡Se compra, colchones, estufas, o algo de fierro viejo que vendaaaan! Por supuesto son voces de nuestros días, con otros recursos y expresiones que son parte de la cultura popular y de la vida cotidiana.

Reflexión: “¡Atrás de la raya…! ¡Aquellas voces cantantes, las “mil voces” de nuestro pueblo se apagaron! Sin embargo, siguen en nuestra memoria colectiva, que nos refiere los usos y costumbres de los queretanos de ayer. Nos ofrecen la posibilidad de visualizar en perspectiva las transformaciones y continuidades sociales de nuestra región.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Diciembre de MMXXII.


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