/ viernes 21 de diciembre de 2018

Variaciones en torno al concepto de cultura

El libro de cabecera

No es posible comprender la trascendencia de las variaciones que ha experimentado el concepto de cultura. Para Pietro de Pedro (2006),

la curiosa deuda etimológica de la cultura con la naturaleza: cultura, que proviene de la voz latina colere, inicialmente solo designó […] la acción de cultivar la tierra; pero el uso metafórico (cultivar el espíritu) penetra con tal fuerza que terminará por desplazar aquel primer sentido, el cual, para permanecer en el diccionario, ha debido servirse de la muleta de una voz compuesta (agricultura), prueba evidente de su derrota semántica. Pero es también un hecho paradójico porque, en el juego de las oposiciones semánticas que preside la delimitación de los significados en el lenguaje, el concepto de naturaleza aparecerá como el antagonista principal del de cultura, habiendo sido esta oposición, desde Rousseau hasta hoy, un pilar básico de la construcción del concepto de cultura

El concepto de cultura, entendido éste como un conjunto de atributos y productos de las sociedades humanas, que son extrasomáticos y transmisibles por mecanismos sociales, no existía formalmente hasta antes de 1750. Es decir, en el periodo barroco se hacía cultura sin siquiera acudir al concepto tan recurrente en nuestros días.

A pesar de ello, persiste una tendencia iluminista del concepto, fundada a partir de una bifurcación conceptual que opone y aleja las acepciones materiales y figurativas del término, y que justamente tiene lugar con el desarrollo intelectual a partir del siglo XVIII. Es durante la Ilustración cuando aquellas acepciones ligadas al cultivo de la tierra, lo terrenal y lo material pierden terreno ante la irrupción de los nuevos cultivos del espíritu y la conciencia de lo racional que cobra relevancia en el contexto del llamado Siglo de las Luces.

Hacia el siglo XVIII se comienza a generalizar la noción figurativa del término cultural, aunque también se amplió la brecha entre el concepto primigenio que acudía a la naturaleza, y el de la noción que conocemos en la actualidad. Desde las corrientes principales del pensamiento de la época la cultura empieza a demeritarse como “espíritu natural”, formalizándose más bien como rasgo distintivo de los seres humanos, consolidando al término prácticamente como sinónimo de perfección espiritual y formando parte sustancial del discurso hegemónico.

Lo anterior va a generar una relación estrecha entre el concepto de cultura y civilización, condenando a la naturaleza del término a una noción frívole cercana a la barbarie. Como marca de refinamiento y progreso, el concepto de civilización es valorado como un estado avanzado y superior de la humanidad, en el que la ignorancia debe de ser superada en un proceso de perfeccionamiento perenne. En pos de dicho objeto, tanto la “cultura” como la “civilización” son concebidas como desarrollos universales, que alcanzan a la totalidad de los pueblos e, incluso, a aquellas etnias con mayor retraso respecto a esa línea evolutiva.

Durante los siglos posteriores, cultura y civilización se fundirán a rango de sinónimos, además se extenderán como parámetros para la medición del “nivel de civilidad” de las naciones. ¿Quién se encargará de implementar dichos parámetros? Enmarcadso en los procesos occidentales en torno al desarrollo, serán los rasgos que permitirán a Europa presentarse como la máxima institución cultural y la encargada de colonizar y civilizar a los llamados países “subdesarrollados”.

No es de extrañar que a nivel de las instituciones públicas este espíritu legitimador de lo que es culto, es decir, de lo que es civilizado, se efectúe desde las instituciones públicas con una visión europeizante, frívola, paternalista, centralista, evolucionista y elitista. Hoy por hoy, tanto el arte y la cultura son elitistas, y no menos románticos.

En el contexto de legitimación de la versión iluminista de lo cultural, se expresa también el surgimiento de la tradición romántica. Esta tradición, surgida a contracorriente a fines del siglo XVIII, surge para oponerse a los valores de la Ilustración y poner en crisis las nociones de universalismo y concepción progresista de la historia. Aunque no se trate de la línea de primacía dentro de las diversas corrientes de conceptualización del término, es importante remarcar que en la definición de cultura que propone Herder (expresión de la humanidad diversa) se manifiestan los orígenes de las concepciones de cultura que, por ejemplo, desde la antropología, tomarán el concepto de diversidad como un elemento central para la revalorización de la acepción de “culturas”.

No obstante, la concepción ilustrada de cultura implementó una serie de valoraciones: la universalidad y “unicidad” de la cultura; las artes, la literatura y las ciencias como las manifestaciones culturales más elevadas; la caracterización de la cultura europea como “avanzada”, “civilizada” y “superior”; y la noción de progreso cultural para las sociedades subdesarrolladas, cuyos parámetros están representados por la mencionada civilización europea. Para hacer evidente la digresión del concepto de cultura, Santillán Güemes denomina “matriz de la concepción restringida de cultura”, fenomeno gestado y prolongado lentamente desde el Renacimiento, que va a definir y caracterizar todo un modelo de políticas para el sector cultural, cuyas marcas y alcances llegan incluso hasta nuestros días.

Mientras que esta idea de cultura prevalece en nuestro contexto contemporáneo, la idea universalista de cultura encontró su desarrollo posterior en las Ciencias Sociales, desde donde se ha generado todo un abanico de acepciones susceptibles de delinear y sostener modelos abiertos de concepción e intervención para el sector cultural. De esto hablaremos en la siguiente entrega.

Referencias:

Prieto de Pedro, J. (2006) Cultura, culturas y constitución. Madrid: Centro de estudios políticos y constitucionales.


@doctorsimulacro

No es posible comprender la trascendencia de las variaciones que ha experimentado el concepto de cultura. Para Pietro de Pedro (2006),

la curiosa deuda etimológica de la cultura con la naturaleza: cultura, que proviene de la voz latina colere, inicialmente solo designó […] la acción de cultivar la tierra; pero el uso metafórico (cultivar el espíritu) penetra con tal fuerza que terminará por desplazar aquel primer sentido, el cual, para permanecer en el diccionario, ha debido servirse de la muleta de una voz compuesta (agricultura), prueba evidente de su derrota semántica. Pero es también un hecho paradójico porque, en el juego de las oposiciones semánticas que preside la delimitación de los significados en el lenguaje, el concepto de naturaleza aparecerá como el antagonista principal del de cultura, habiendo sido esta oposición, desde Rousseau hasta hoy, un pilar básico de la construcción del concepto de cultura

El concepto de cultura, entendido éste como un conjunto de atributos y productos de las sociedades humanas, que son extrasomáticos y transmisibles por mecanismos sociales, no existía formalmente hasta antes de 1750. Es decir, en el periodo barroco se hacía cultura sin siquiera acudir al concepto tan recurrente en nuestros días.

A pesar de ello, persiste una tendencia iluminista del concepto, fundada a partir de una bifurcación conceptual que opone y aleja las acepciones materiales y figurativas del término, y que justamente tiene lugar con el desarrollo intelectual a partir del siglo XVIII. Es durante la Ilustración cuando aquellas acepciones ligadas al cultivo de la tierra, lo terrenal y lo material pierden terreno ante la irrupción de los nuevos cultivos del espíritu y la conciencia de lo racional que cobra relevancia en el contexto del llamado Siglo de las Luces.

Hacia el siglo XVIII se comienza a generalizar la noción figurativa del término cultural, aunque también se amplió la brecha entre el concepto primigenio que acudía a la naturaleza, y el de la noción que conocemos en la actualidad. Desde las corrientes principales del pensamiento de la época la cultura empieza a demeritarse como “espíritu natural”, formalizándose más bien como rasgo distintivo de los seres humanos, consolidando al término prácticamente como sinónimo de perfección espiritual y formando parte sustancial del discurso hegemónico.

Lo anterior va a generar una relación estrecha entre el concepto de cultura y civilización, condenando a la naturaleza del término a una noción frívole cercana a la barbarie. Como marca de refinamiento y progreso, el concepto de civilización es valorado como un estado avanzado y superior de la humanidad, en el que la ignorancia debe de ser superada en un proceso de perfeccionamiento perenne. En pos de dicho objeto, tanto la “cultura” como la “civilización” son concebidas como desarrollos universales, que alcanzan a la totalidad de los pueblos e, incluso, a aquellas etnias con mayor retraso respecto a esa línea evolutiva.

Durante los siglos posteriores, cultura y civilización se fundirán a rango de sinónimos, además se extenderán como parámetros para la medición del “nivel de civilidad” de las naciones. ¿Quién se encargará de implementar dichos parámetros? Enmarcadso en los procesos occidentales en torno al desarrollo, serán los rasgos que permitirán a Europa presentarse como la máxima institución cultural y la encargada de colonizar y civilizar a los llamados países “subdesarrollados”.

No es de extrañar que a nivel de las instituciones públicas este espíritu legitimador de lo que es culto, es decir, de lo que es civilizado, se efectúe desde las instituciones públicas con una visión europeizante, frívola, paternalista, centralista, evolucionista y elitista. Hoy por hoy, tanto el arte y la cultura son elitistas, y no menos románticos.

En el contexto de legitimación de la versión iluminista de lo cultural, se expresa también el surgimiento de la tradición romántica. Esta tradición, surgida a contracorriente a fines del siglo XVIII, surge para oponerse a los valores de la Ilustración y poner en crisis las nociones de universalismo y concepción progresista de la historia. Aunque no se trate de la línea de primacía dentro de las diversas corrientes de conceptualización del término, es importante remarcar que en la definición de cultura que propone Herder (expresión de la humanidad diversa) se manifiestan los orígenes de las concepciones de cultura que, por ejemplo, desde la antropología, tomarán el concepto de diversidad como un elemento central para la revalorización de la acepción de “culturas”.

No obstante, la concepción ilustrada de cultura implementó una serie de valoraciones: la universalidad y “unicidad” de la cultura; las artes, la literatura y las ciencias como las manifestaciones culturales más elevadas; la caracterización de la cultura europea como “avanzada”, “civilizada” y “superior”; y la noción de progreso cultural para las sociedades subdesarrolladas, cuyos parámetros están representados por la mencionada civilización europea. Para hacer evidente la digresión del concepto de cultura, Santillán Güemes denomina “matriz de la concepción restringida de cultura”, fenomeno gestado y prolongado lentamente desde el Renacimiento, que va a definir y caracterizar todo un modelo de políticas para el sector cultural, cuyas marcas y alcances llegan incluso hasta nuestros días.

Mientras que esta idea de cultura prevalece en nuestro contexto contemporáneo, la idea universalista de cultura encontró su desarrollo posterior en las Ciencias Sociales, desde donde se ha generado todo un abanico de acepciones susceptibles de delinear y sostener modelos abiertos de concepción e intervención para el sector cultural. De esto hablaremos en la siguiente entrega.

Referencias:

Prieto de Pedro, J. (2006) Cultura, culturas y constitución. Madrid: Centro de estudios políticos y constitucionales.


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