/ lunes 27 de noviembre de 2023

Casas Modernas hizo otra ciudad

Unas 40 colonias fueron construidas por esta empresa, como Las Rosas, Estrella, Mercurio, San Ángel, Los Alcanfores, Molinos de la Era, Ensueño, Viveros o Los Fresnos

Envuelto por una sencillez y humildad características de su personalidad, un hombre que dejó la escuela a los catorce años ante la necesidad de apoyar la manutención de sus padres, a base de trabajo y esfuerzo, sostenido por una sólida honradez, forjó una empresa que, más que ninguna otra, transformó al Querétaro del siglo pasado al crear más de una cuarentena de desarrollos habitacionales.

Don Jesús Ruiz Ortiz, quien con don José Roiz González fundó la inmobiliaria Casas Modernas de Querétaro en 1967, había nacido en Amealco y con su familia se había trasladado hasta la capital del estado. Ya aquí, trabajó en la Harinera Queretana, conocida como el Molino El Fénix, donde inició cargando costales y se convirtió, gracias a la confianza que siempre inspiró en sus superiores, en la mano derecha del entonces propietario de aquella empresa, don Francisco Vega Naredo.

De ahí salió, precisamente, para asociarse con don Pepe Roiz, quien descargó en él la responsabilidad de administrar diversos negocios y emprender la aventura de crear aquella empresa inmobiliaria, con capital exclusivamente queretano, que transformaría la hasta entonces pequeña ciudad, comprando predios para construir fraccionamientos para sectores medios y de interés social.

Fue así como, desde entonces, se crearon colonias y fraccionamientos como Las Rosas, Estrella, Mercurio, San Ángel, Los Alcanfores, Molinos de la Era, Ensueño, Prados del Mirador, Residencial Italia, Viveros o Los Fresnos, y se desarrollaron puntos importantes para la ciudad, como la Avenida del 57, la Privada Hércules, el Conjunto Habitacional San Roque, la Calzada Colón o la Privada Conín.

A diez años de la fundación de aquella primera empresa, don Jesús Ruiz fundó la llamada Inmobiliaria Alfa de Querétaro, dedicada a la planeación, construcción y desarrollo de bienes raíces, misma que continúa operaciones, ahora bajo la dirección de sus hijos, y más tarde también surgieron otras, como la Promotora Habitacional La Paz, Promociones y Condominios La Cruz, Servicios Médicos Integrales, y Materiales y Construcciones de Querétaro.

Las constructoras de don Jesús, sin embargo, no se limitaron al desarrollo habitacional, sino a la construcción de edificios, bodegas y centros comerciales que se convirtieron en hitos del crecimiento queretano, además de que incursionaron con éxito en la administración de estacionamientos en el Centro Histórico de la capital. En este último rubro, fueron las administradoras del primer estacionamiento construido en los bajos de la Plaza de la Constitución y actualmente llevan la dirección de los de Pino Suárez, Vergara y Balvanera.

Ruiz Ortiz construyó uno de los primeros edificios de tres pisos en el Centro Histórico, en Ezequiel Montes frente a la desembocadura de la Avenida del 57, para establecer ahí sus oficinas, y más tarde hizo lo propio con el Condominio Querétaro, en la Avenida Tecnológico, que con sus ocho pisos fue el más alto de la ciudad por años. Se haría cargo también de la Torre Azul, en Zaragoza, la que adquirió en obra negra y acabó concluyendo.

Pero, más allá de todos estas construcciones y desarrollos, don Chucho, como le llamaban los queretanos que lo conocieron de cerca, tuvo un día la ilusión de darle a Querétaro un buen centro hospitalario del que carecía y emprendió la tarea de construir, en uno de sus desarrollos urbanos, el llamado inicialmente Hospital San Carlos. A decir de sus hijos, aquella empresa distaba mucho de ser un negocio y tan solo era sustentada en el deseo de apoyar a la tierra en la que había desarrollado toda su trayectoria empresarial. Con el paso del tiempo, la venta del inmueble, su recuperación posterior y su nueva venta, el San Carlos acabó convirtiéndose en el Hospital Ángeles.

Don Chucho era el menor de cinco hermanos, su padre, ya mayor y casado en segundas nupcias, se dedicaba al duro trabajo del campo, su madre era maestra, y cuando la familia emigró desde sus orígenes amealcenses a Querétaro, tuvo que abandonar sus estudios, a los catorce años, para hacerle frente al sustento familiar. Trabajó incansablemente a lo largo de los años, conoció a doña Luz María Burgos Negrete, que trabajaba en La Concordia cuando él lo hacía en El Fénix, y forjó con ella una tan sólida familia como sus empresas, constituida por cinco hijos.

Dicen quienes lo conocieron, que era un hombre extremadamente tranquilo, enemigo de las peleas, que siempre ayudó a quienes lo necesitaban y recurrían a él en busca de apoyo, como lo demuestran las variadas historias de las familias que se pudieron hacer de una casa en alguno de sus fraccionamientos. Pese al éxito de sus empresas, nunca perdió la sencillez en su vida cotidiana y en su trato con los demás, y jamás cayó en el embrujo de la ostentación.

Sus hijos recuerdan que nunca le oyeron hablar mal de nadie, incluso en la intimidad familiar, que solía hacer sus cuentas a mano en papeles reciclados, y que les inculcó la honradez como bandera. “Si eres honrado”, dicen que les aconsejaba, “puede que aparentemente no te de frutos inmediatos, pero a la larga se te van a abrir todas las puertas”.

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Hogareño y lector voraz, poseedor de una carismática personalidad que le ayudaba mucho a vender, don Jesús mantuvo amistades largas y firmes, como con don Chucho Alcocer y su esposa, o con don Jesús Lara, y más tarde con Casimiro González; gustaba de jugar dominó y de ser anfitrión en su casa, pero, sobre todo, gozaba de tener reunida a la familia.

Más allá de la influencia en el desarrollo habitacional de Querétaro que ejercieron grandes empresas, como ICA o DRT, o el impresionante crecimiento de Jurica y Juriquilla bajo la tutela de la familia Torres Landa, Casas Modernas de Querétaro e Inmobiliaria Alfa de Querétaro, ambas sociedades anónimas impulsadas por Jesús Ruiz Ortiz trasformaron, con capital estrictamente queretano, una ciudad. Todo por la paciencia, la honradez, y el trabajo persistente de un hombre bueno, afable y hogareño, que había nacido en Amealco en julio de 1927, que aprendió desde pequeño el esfuerzo cotidiano para ganarse la vida, y que legó a los queretanos una ciudad distinta cuando murió en ella, a los setenta y ocho años, el día de reyes del 2006: don Chucho Ruiz.

Envuelto por una sencillez y humildad características de su personalidad, un hombre que dejó la escuela a los catorce años ante la necesidad de apoyar la manutención de sus padres, a base de trabajo y esfuerzo, sostenido por una sólida honradez, forjó una empresa que, más que ninguna otra, transformó al Querétaro del siglo pasado al crear más de una cuarentena de desarrollos habitacionales.

Don Jesús Ruiz Ortiz, quien con don José Roiz González fundó la inmobiliaria Casas Modernas de Querétaro en 1967, había nacido en Amealco y con su familia se había trasladado hasta la capital del estado. Ya aquí, trabajó en la Harinera Queretana, conocida como el Molino El Fénix, donde inició cargando costales y se convirtió, gracias a la confianza que siempre inspiró en sus superiores, en la mano derecha del entonces propietario de aquella empresa, don Francisco Vega Naredo.

De ahí salió, precisamente, para asociarse con don Pepe Roiz, quien descargó en él la responsabilidad de administrar diversos negocios y emprender la aventura de crear aquella empresa inmobiliaria, con capital exclusivamente queretano, que transformaría la hasta entonces pequeña ciudad, comprando predios para construir fraccionamientos para sectores medios y de interés social.

Fue así como, desde entonces, se crearon colonias y fraccionamientos como Las Rosas, Estrella, Mercurio, San Ángel, Los Alcanfores, Molinos de la Era, Ensueño, Prados del Mirador, Residencial Italia, Viveros o Los Fresnos, y se desarrollaron puntos importantes para la ciudad, como la Avenida del 57, la Privada Hércules, el Conjunto Habitacional San Roque, la Calzada Colón o la Privada Conín.

A diez años de la fundación de aquella primera empresa, don Jesús Ruiz fundó la llamada Inmobiliaria Alfa de Querétaro, dedicada a la planeación, construcción y desarrollo de bienes raíces, misma que continúa operaciones, ahora bajo la dirección de sus hijos, y más tarde también surgieron otras, como la Promotora Habitacional La Paz, Promociones y Condominios La Cruz, Servicios Médicos Integrales, y Materiales y Construcciones de Querétaro.

Las constructoras de don Jesús, sin embargo, no se limitaron al desarrollo habitacional, sino a la construcción de edificios, bodegas y centros comerciales que se convirtieron en hitos del crecimiento queretano, además de que incursionaron con éxito en la administración de estacionamientos en el Centro Histórico de la capital. En este último rubro, fueron las administradoras del primer estacionamiento construido en los bajos de la Plaza de la Constitución y actualmente llevan la dirección de los de Pino Suárez, Vergara y Balvanera.

Ruiz Ortiz construyó uno de los primeros edificios de tres pisos en el Centro Histórico, en Ezequiel Montes frente a la desembocadura de la Avenida del 57, para establecer ahí sus oficinas, y más tarde hizo lo propio con el Condominio Querétaro, en la Avenida Tecnológico, que con sus ocho pisos fue el más alto de la ciudad por años. Se haría cargo también de la Torre Azul, en Zaragoza, la que adquirió en obra negra y acabó concluyendo.

Pero, más allá de todos estas construcciones y desarrollos, don Chucho, como le llamaban los queretanos que lo conocieron de cerca, tuvo un día la ilusión de darle a Querétaro un buen centro hospitalario del que carecía y emprendió la tarea de construir, en uno de sus desarrollos urbanos, el llamado inicialmente Hospital San Carlos. A decir de sus hijos, aquella empresa distaba mucho de ser un negocio y tan solo era sustentada en el deseo de apoyar a la tierra en la que había desarrollado toda su trayectoria empresarial. Con el paso del tiempo, la venta del inmueble, su recuperación posterior y su nueva venta, el San Carlos acabó convirtiéndose en el Hospital Ángeles.

Don Chucho era el menor de cinco hermanos, su padre, ya mayor y casado en segundas nupcias, se dedicaba al duro trabajo del campo, su madre era maestra, y cuando la familia emigró desde sus orígenes amealcenses a Querétaro, tuvo que abandonar sus estudios, a los catorce años, para hacerle frente al sustento familiar. Trabajó incansablemente a lo largo de los años, conoció a doña Luz María Burgos Negrete, que trabajaba en La Concordia cuando él lo hacía en El Fénix, y forjó con ella una tan sólida familia como sus empresas, constituida por cinco hijos.

Dicen quienes lo conocieron, que era un hombre extremadamente tranquilo, enemigo de las peleas, que siempre ayudó a quienes lo necesitaban y recurrían a él en busca de apoyo, como lo demuestran las variadas historias de las familias que se pudieron hacer de una casa en alguno de sus fraccionamientos. Pese al éxito de sus empresas, nunca perdió la sencillez en su vida cotidiana y en su trato con los demás, y jamás cayó en el embrujo de la ostentación.

Sus hijos recuerdan que nunca le oyeron hablar mal de nadie, incluso en la intimidad familiar, que solía hacer sus cuentas a mano en papeles reciclados, y que les inculcó la honradez como bandera. “Si eres honrado”, dicen que les aconsejaba, “puede que aparentemente no te de frutos inmediatos, pero a la larga se te van a abrir todas las puertas”.

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Hogareño y lector voraz, poseedor de una carismática personalidad que le ayudaba mucho a vender, don Jesús mantuvo amistades largas y firmes, como con don Chucho Alcocer y su esposa, o con don Jesús Lara, y más tarde con Casimiro González; gustaba de jugar dominó y de ser anfitrión en su casa, pero, sobre todo, gozaba de tener reunida a la familia.

Más allá de la influencia en el desarrollo habitacional de Querétaro que ejercieron grandes empresas, como ICA o DRT, o el impresionante crecimiento de Jurica y Juriquilla bajo la tutela de la familia Torres Landa, Casas Modernas de Querétaro e Inmobiliaria Alfa de Querétaro, ambas sociedades anónimas impulsadas por Jesús Ruiz Ortiz trasformaron, con capital estrictamente queretano, una ciudad. Todo por la paciencia, la honradez, y el trabajo persistente de un hombre bueno, afable y hogareño, que había nacido en Amealco en julio de 1927, que aprendió desde pequeño el esfuerzo cotidiano para ganarse la vida, y que legó a los queretanos una ciudad distinta cuando murió en ella, a los setenta y ocho años, el día de reyes del 2006: don Chucho Ruiz.

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