/ sábado 1 de agosto de 2020

Salud mental. El punto de partida

Recuerdo que hace unos años vi un documental sobre Leopoldo María Panero -poeta español que estuvo internado padeciendo de esquizofrenia por 3 décadas en diversos hospitales psiquiátricos – en el que terminando la jornada, y él entrando al manicomio, espetó a la cámara una especie de advertencia diciendo que los que estamos realmente recluidos somos nosotros, los de afuera.

En ese momento debo confesar que dicha frase no tuvo ninguna implicación en mi memoria hasta hace unos meses en los que derivado del confinamiento he venido reflexionando sobre los retos y problemáticas que enfrentamos; y donde la salud mental se posiciona como uno de los principales focos de atención.

La Salud Mental no es un tema objeto de idealización poética o una muestra de fragilidad generacional. Tampoco es agenda de sociedades insípidas que han alcanzado cierto nivel de bienestar. No es algo que deba pasar inadvertido por las prioridades que nos impone la coyuntura actual, sino el punto de partida que debe trazarnos una ruta de sensibilización -personal y colectiva- en este proceso histórico de revalorización de lo público y lo privado.

Es un fenómeno complejo con muchos factores, que antes de la pandemia se posicionaba como uno de los principales focos de atención en la agenda multilateral de salud pública, ya que los costos asociados a trastornos mentales cuestan a la economía mundial más de un billón de dólares al año. La depresión, por ejemplo, es una enfermedad que tiene una incidencia sobre 300 millones de personas en el mundo. Estadísticamente, afecta más a la mujer y tiene una prevalencia de 1.5 a 2 veces más entre las personas de bajos ingresos de la población.

En México, este padecimiento es sufrido de manera frecuente por 12.4 % de la población, señala el INEGI. De las mismas cifras, alrededor de 2.86 millones de personas afirman tomar medicamentos como ansiolíticos -sin tomar en cuenta también la falta de diagnóstico adecuado, atención, subreportaje o la automedicación-. Adicionalmente, en nuestra entidad se estima que más de 200 mil personas sufren depresión diagnosticada.

Es indudable que la pandemia ha tenido y tendrá un impacto considerable en la Salud Mental de todos nosotros. Es una situación sobre la que debemos ser conscientes y atajar de inmediato tanto con acciones individuales, medidas laborales, sociales y políticas públicas; en todos los niveles y para todas las edades ¿o cómo pretenderemos buscar una nueva normalidad si partimos de que no será nueva, ni será normal?

Recuerdo que hace unos años vi un documental sobre Leopoldo María Panero -poeta español que estuvo internado padeciendo de esquizofrenia por 3 décadas en diversos hospitales psiquiátricos – en el que terminando la jornada, y él entrando al manicomio, espetó a la cámara una especie de advertencia diciendo que los que estamos realmente recluidos somos nosotros, los de afuera.

En ese momento debo confesar que dicha frase no tuvo ninguna implicación en mi memoria hasta hace unos meses en los que derivado del confinamiento he venido reflexionando sobre los retos y problemáticas que enfrentamos; y donde la salud mental se posiciona como uno de los principales focos de atención.

La Salud Mental no es un tema objeto de idealización poética o una muestra de fragilidad generacional. Tampoco es agenda de sociedades insípidas que han alcanzado cierto nivel de bienestar. No es algo que deba pasar inadvertido por las prioridades que nos impone la coyuntura actual, sino el punto de partida que debe trazarnos una ruta de sensibilización -personal y colectiva- en este proceso histórico de revalorización de lo público y lo privado.

Es un fenómeno complejo con muchos factores, que antes de la pandemia se posicionaba como uno de los principales focos de atención en la agenda multilateral de salud pública, ya que los costos asociados a trastornos mentales cuestan a la economía mundial más de un billón de dólares al año. La depresión, por ejemplo, es una enfermedad que tiene una incidencia sobre 300 millones de personas en el mundo. Estadísticamente, afecta más a la mujer y tiene una prevalencia de 1.5 a 2 veces más entre las personas de bajos ingresos de la población.

En México, este padecimiento es sufrido de manera frecuente por 12.4 % de la población, señala el INEGI. De las mismas cifras, alrededor de 2.86 millones de personas afirman tomar medicamentos como ansiolíticos -sin tomar en cuenta también la falta de diagnóstico adecuado, atención, subreportaje o la automedicación-. Adicionalmente, en nuestra entidad se estima que más de 200 mil personas sufren depresión diagnosticada.

Es indudable que la pandemia ha tenido y tendrá un impacto considerable en la Salud Mental de todos nosotros. Es una situación sobre la que debemos ser conscientes y atajar de inmediato tanto con acciones individuales, medidas laborales, sociales y políticas públicas; en todos los niveles y para todas las edades ¿o cómo pretenderemos buscar una nueva normalidad si partimos de que no será nueva, ni será normal?

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