/ sábado 6 de enero de 2024

Catadura | La megaocurrencia de la megafarmacia


Uno de los temas que más ha golpeado al gobierno del presidente López Obrador desde su inicio es el desabasto de medicamentos. Y después de cinco años de tropiezos la “solución” vino en forma de ocurrencia, al presidente le pareció una buena idea construir una farmacia gigante donde almacenar “todos los medicamentos del mundo” -como él mismo dijo- y desde ahí acabar de una vez con el problema. Así nace el Centro Federal de Almacenamiento y Distribución de Insumos para la Salud, su megafarmacia, donde decidió invertir más de dos mil millones de pesos. El problema va mas allá de las buenas intenciones, esto parece un gasto absurdo que no va a solucionar nada porque así no funcionan los sistemas de distribución farmacéutica en ninguna parte.

El presidente presume que la megafarmacia es del tamaño de siete planchas del Zócalo pero eso no nos garantiza de ninguna manera la eficiencia de la misma y menos, cuando será operada por el Laboratorio de Biológicos y Reactivos de México (Birmex) y claro -por si nos hacía falta- también por el ejército.

Ningún país del mundo guarda los medicamentos en una bodega como si se tratara de comidas enlatadas, los fabricantes de medicinas tampoco tienen todos los fármacos todo el tiempo, sino que los van produciendo por estaciones, temporalidades y cuidadosas proyecciones médicas.

Los gobiernos contratan a las farmacéuticas para que produzcan con anticipación las cantidades requeridas, ninguna tiene guardadas millones de medicinas para cuando alguien se las pida. Así no funciona la industria.

El gobierno no debe poseer los medicamentos ni dárselos en la mano a los enfermos, sino crear las condiciones para que éstos puedan recibirlos. Este modelo lo heredamos de mediados del siglo pasado cuando no había la cantidad de farmacias, ni farmacéuticas, ni productos, ni enfermos que tenemos ahora.

En los países más desarrollados del mundo uno escoge al médico al que quiere asistir y es el gobierno quien le paga tanto la consulta como la receta que le darán, para surtirla después en cualquier farmacia privada de su elección. Las farmacéuticas le cobran al gobierno precios justos generando así una cadena de valor que hace que el sistema funcione.

En esos países, el abasto y la distribución de los medicamentos está en las farmacias privadas, son ellas las que se encargan de ponerlas a disposición de los enfermos que las requieren. El gobierno no distribuye, solo financia, y precisamente por eso funciona.

No han entendido que esto es algo mucho mas complejo, que las medicinas tienen una caducidad especial, algunas tienen que estar refrigeradas para no perder sus propiedades, otras a distintas temperaturas, que el ciclo de distribución no termina cuando se llevan a una clínica o a un hospital, sino cuando finalmente son consumidas por los enfermos. No se trata de ponerlas en una bodega sino en las manos de la gente que las necesita. Al tiempo.


  • Facebook: Diego Foyo
  • X: @diego_foyo
  • Instagram: @diego_foyo



Uno de los temas que más ha golpeado al gobierno del presidente López Obrador desde su inicio es el desabasto de medicamentos. Y después de cinco años de tropiezos la “solución” vino en forma de ocurrencia, al presidente le pareció una buena idea construir una farmacia gigante donde almacenar “todos los medicamentos del mundo” -como él mismo dijo- y desde ahí acabar de una vez con el problema. Así nace el Centro Federal de Almacenamiento y Distribución de Insumos para la Salud, su megafarmacia, donde decidió invertir más de dos mil millones de pesos. El problema va mas allá de las buenas intenciones, esto parece un gasto absurdo que no va a solucionar nada porque así no funcionan los sistemas de distribución farmacéutica en ninguna parte.

El presidente presume que la megafarmacia es del tamaño de siete planchas del Zócalo pero eso no nos garantiza de ninguna manera la eficiencia de la misma y menos, cuando será operada por el Laboratorio de Biológicos y Reactivos de México (Birmex) y claro -por si nos hacía falta- también por el ejército.

Ningún país del mundo guarda los medicamentos en una bodega como si se tratara de comidas enlatadas, los fabricantes de medicinas tampoco tienen todos los fármacos todo el tiempo, sino que los van produciendo por estaciones, temporalidades y cuidadosas proyecciones médicas.

Los gobiernos contratan a las farmacéuticas para que produzcan con anticipación las cantidades requeridas, ninguna tiene guardadas millones de medicinas para cuando alguien se las pida. Así no funciona la industria.

El gobierno no debe poseer los medicamentos ni dárselos en la mano a los enfermos, sino crear las condiciones para que éstos puedan recibirlos. Este modelo lo heredamos de mediados del siglo pasado cuando no había la cantidad de farmacias, ni farmacéuticas, ni productos, ni enfermos que tenemos ahora.

En los países más desarrollados del mundo uno escoge al médico al que quiere asistir y es el gobierno quien le paga tanto la consulta como la receta que le darán, para surtirla después en cualquier farmacia privada de su elección. Las farmacéuticas le cobran al gobierno precios justos generando así una cadena de valor que hace que el sistema funcione.

En esos países, el abasto y la distribución de los medicamentos está en las farmacias privadas, son ellas las que se encargan de ponerlas a disposición de los enfermos que las requieren. El gobierno no distribuye, solo financia, y precisamente por eso funciona.

No han entendido que esto es algo mucho mas complejo, que las medicinas tienen una caducidad especial, algunas tienen que estar refrigeradas para no perder sus propiedades, otras a distintas temperaturas, que el ciclo de distribución no termina cuando se llevan a una clínica o a un hospital, sino cuando finalmente son consumidas por los enfermos. No se trata de ponerlas en una bodega sino en las manos de la gente que las necesita. Al tiempo.


  • Facebook: Diego Foyo
  • X: @diego_foyo
  • Instagram: @diego_foyo