/ viernes 7 de julio de 2023

Humanitas | Rufino Tamayo, el hijo del Quinto Sol


El arte mexicano del siglo XX es una cartografía de nuestra cultura desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días, colmada por los acontecimientos políticos y sociales que han configurado la identidad nacional. Debe de ser entendido también a partir de artistas que rompieron con las tradiciones nacionalistas como el muralismo, pero que partieron de intenciones mexicanistas. Un caso singular fue el del maestro Rufino Tamayo, artista Oaxaqueño 1899-1991, y que marcó una nueva ruta del arte mexicano a nivel internacional pero también fue una ruta de salida, un escape, un hito para la geografía de las nuevas identidades de la mexicanidad posrevolucionaria.

La pintura mexicana moderna comenzó con Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jean Charlot, Roberto Montenegro, Fermín Revueltas, Alva de la Canal, entre otros nos explica Octavio Paz (Octavio, 1999). Pero entre esos “otros” hay que incluir al muralista Fernando Leal autor del mural “La fiesta del señor de Chalma” 1923-24, en el Colegio de San Idelfonso.

Fue un comienzo admirable y poderoso. Pero fue un comienzo: la pintura mexicana no termina en ellos.

La aparición de un nuevo grupo de pintores Tamayo, Agustín lazo, María Izquierdo, Manuel Rodríguez Lozano, Carlos Orozco Romero, Antonio Ruíz, Julio Castellanos y otros _entre 1925 y 1930, produjo una escisión en el movimiento iniciado por los muralistas. (Octavio, 1999, pág. 13)

Su pintura influyó principalmente en los artistas de la nueva generación, particularmente en los de la llamada ruptura y siguientes generaciones que vieron en su trabajo y en su pintura un diálogo innovador de lo mexicano con las vanguardias artísticas del siglo XX.

El diálogo que estableció Tamayo fue decantando en una pintura matérica, en texturas, en polvos y arenas, que también impusieron el color de su tierra y del cielo. El color sin duda y la geometría son características en la obra de este creador, siendo uno de los artistas más reconocidos del arte mexicano.

Rufino Tamayo desde su infancia vivió situaciones dolorosas y dramáticas, el abandono de su padre le pegó fuerte, y más tarde la perdida de su madre Florentina, que cuidó de él con esmero y dedicación, murió de tuberculosis un 21 de mayo de 1911, hecho que lo llevó a vivir con sus tíos los Tamayo Navarro, en especial con su tía Amalia en la ciudad de Oaxaca, en donde era un niño que participaba en los ritos de la iglesia como monaguillo y en el coro donde adquirió el gusto por el canto y la música. Durante su infancia en Oaxaca fue testigo en 1910 del espectáculo celeste que presento el cometa Haley, que iluminaba el cielo nocturno de su ciudad con su caudal de polvo brillante, que probablemente fijo en el niño Rufino esa atracción por mirar el cielo nocturno y admirar el cosmos. Existen registros que en enero de 1911 el niño Tamayo estaba matriculado en la escuela en el cuarto grado y tenía 11 años. (Suckaer, 2000)

…Yo tuve la desgracia de perder a mi madre a muy temprana edad, así es que mi niñez fue un poco dura en ese sentido. Cierto día, al regresar de estar cantando en una de las iglesias del pueblo, mi madre había fallecido. Al quedar huérfano, mi tía Amalia, hermana menor de mi madre y que era morena, de rasgos más indígenas y de carácter muy fuerte, me llevó a vivir a su casa en el barrio de san francisco. Después decidió abandonar sus estudios para profesora y trasladarse al Distrito federal. Me trajo con ella cuando yo tenía 11 años.

Luego de la muerte de Florentina Tamayo y una situación económica difícil la familia decidió mudarse a la capital del país con el objeto de poner un negocio de frutas en el mercado de la Merced

Ya en la ciudad de México todavía siendo niño vivió con sus tíos que lo cuidaban, Rufino les ayudaba en el puesto del mercado, en donde los puestos de frutas le provocaban el gusto por el color, Rufino contenía la esencia vital de Oaxaca en su espíritu, y todo esto es lo que lo hizo un artista del color que empezó a representar una región del sur de México y que al mismo tiempo fue capaz de dialogar con sus ancestros indígenas, con su entorno, con la naturaleza, con sus ritos y mitos de la comunidad a la que pertenecía, dialogó con las corrientes de vanguardias internacionales.

Como casi todos los artistas Tamayo evolucionó, lo hizo en diferentes etapas de su vida artística, desde los años veinte prácticamente hasta los ochenta años, en donde alcanza el la gloria del reconocimiento total, su desarrollo es vital en cada una de las décadas de su vida para comprender mejor la importancia de su trabajo, desde la práctica artística.

Su ingreso en la Escuela Nacional de Bellas Artes se registra en 1917 sus maestros fueron Germán Gedovius, Saturnino Herrán y Roberto Montenegro entre otros.

En el año de 1920 desiste de la academia y decide buscarse la vida fuera de la academia.

“En 1920 de nuevo se nombró director de la escuela a Alfredo ramos Martínez, quien era una persona con ciertos deseos de hacer cosas nuevas. Pese a que los avances no fueron muy lejos sí me interesó permanecer en la escuela por breve tiempo más. También fue importante el regreso de Diego Rivera, él había estado durante varios años en Europa y para nosotros vino hacer algo así como la salvación, ya que se atrevió a rebatir abiertamente a todos aquellos que se negaban a entender los cambios. Durante el poco tiempo que seguí en la ENBA, los alumnos montamos una exposición. Ello coincidió con una visita que Diego Rivera hizo a la escuela; visitó la muestra y señalando un cuadro, dijo: “Este muchacho es pintor”. Era una de mis pinturas”. (Suckaer, 2000, pág. 54)

Más tarde en 1921 ya fuera de la escuela, contando con 22 años de edad, Tamayo decide buscar trabajo para sobrevivir y en un encuentro con el secretario de educación José Vasconcelos, le explica su situación y este le ofrece trabajo como primer dibujante adscrito a la Sección de Fomento de las Artes Industriales y Aborígenes del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía (Suckaer, 2000, pág. 72) Tamayo acepto que haber dejado la escuela y obtener ese trabajo lo nutrió de inspiración y lo reafirmó como artista plástico. “En el transcurso de 1921 abandoné para siempre La Escuela de bellas Artes y busqué nuevas vías para realizar lo que deseaba” (Suckaer, 2000, pág. 56)

También trabajó como profesor de dibujo en escuelas publicas utilizando el método de dibujo inventado por Adolfo Best Maugard que consistía en aplicar 7 figuras geométricas que correspondían a la ornamentación popular y a partir de su combinación resultaban composiciones armoniosas. “Por un momento se creyó que gracias a su método de dibujo se produciría en las escuelas públicas del país el gran renacimiento del arte indígena. Esto no ocurrió. Pero aquella revalorización no fue estéril, gracias a ella se comenzó a proteger y fomentar la producción de arte popular, evitando o postergando su desaparición” (Tibol, 1975, pág. 260)

En una primera exposición colectiva fuera de la ENBA realiza obras representando indígenas, con rasgos fuertes y piel obscura. Llamó la atención su enfoque que parecía primitivo además un critico lo tildó de necio en el periódico el Universal Ilustrado en 1922, su obra no era nacionalista ni folclórica, era muy original.

En la revista Azulejos de octubre 1921 Diego Rivera elogió su trabajo diciendo: “Tamayo, presteza en la notación, sensibilidad y buena comprensión de los planos; muy pintor” (Suckaer, 2000, pág. 54)

En 1925 renta un local en la antigua calle de La Soledad en donde realiza su obra con atrevidas composiciones, colores y temáticas novedosas tal vez inspirado por artistas de las vanguardias europeas como Giorgio de Chirico. Produce un buen número de obras y decide rentar un local en la céntrica calle de Madero número 66 y montar su primera exposición individual para mostrar su trabajo, en el mes de abril realiza la muestra inaugural y se dan cita un buen grupo de artistas e intelectuales, la prensa publica varias crónicas e imágenes de sus obras que por sus composiciones llaman la atención.

Además, hizo editar un catálogo pequeño en el que incluyó un texto de Xavier Villaurrutia con una reproducción del cuadro Los espectadores (Suckaer, 2000, pág. 83)

Tamayo había nacido como un quinto sol para el arte mexicano.

Tres meses después Tamayo toma la decisión de viajar a Estados Unidos con los ahorros que tiene acompañado de su amigo el músico Carlos Chávez. Juntos llegan a Nueva York y los recibe Miguel Covarrubias para introducirlos con personalidades del mundo del arte.

Tamayo hace amigos y conocidos hasta que consigue una exposición en la Weyhe Gallery de Nueva york en donde exhibe 39 0bras entre pinturas, acuarelas, grabados y dibujos (Suckaer, 2000, pág. 92). La muestra tuvo cierto éxito y en sus obras se reflejó la mirada y la nostalgia de Tamayo de esa cercana lejanía que era México y su tierra natal. En Nueva York Rufino se declaraba indio, se preocupaba mucho y hacía énfasis de la cuestión racial, sabía que no era blanco ni criollo, y eso lo manifestaba en su trabajo plástico. La experiencia norteamericana será contundente para Tamayo, es objeto de buenas críticas por parte distinguidos especialistas en la materia.

Por razones de salud y económicas Rufino y su amigo regresan a México a finales de 1928.

En el país la situación política estaba convulsa, la Guerra Cristera estaba en su apogeo, y el asesinato del presidente electo Álvaro obregón había desequilibrado el orden político.

En 1929 Carlos Chávez se hizo cargo de la dirección de la Orquesta Sinfónica y Tamayo había recibido en el mes de marzo una oferta del rector de la universidad para impartir clases en la ENBA y esto postergó sus compromisos acordados en Nueva York.

En esta época Tamayo ya había optado por despreciar a la pintura con motivos ideológicos y nacionalista, es decir al muralismo, lo que ocasionó que lo expulsaran del Sindicato de Pintores y Escultores en ese mismo año. (Suckaer, 2000, pág. 119). Este hecho de alguna manera marcará la posición estética, política que define a Tamayo, preferirá estar en el otro lado con los “artepuristas” como les decían que se oponían al nacionalismo oficial y preferían producir un arte libre de tendencias políticas como lo hizo el grupo de los Contemporáneos, que fueron la contraparte y contrapeso del muralismo nacionalista que se identificaba con un “comunismo” que pretendía exaltar a una clase obrera y campesina, narrando una florida historia nacional así como una revolución social colmada de héroes y villanos.

Esta posición estético-política que toma Tamayo provoca una reacción por parte de las elites culturales de la época, que estaban dominadas por las tendencias socialistas y despiden a Tamayo de su trabajo como profesor de la ENBA, además se realiza una especie de veto o bloqueo para que Tamayo no se le encarguen obra en las instituciones.

En ese mismo año de 1929 Tamayo tenía programada una exposición en la galería del vestíbulo del Teatro Nacional (Hoy Palacio de Bellas Artes) que estaba dirigida por dos pintores que tenían prestigio: Carlos Mérida y Romero Orozco, que coqueteaban con el nacionalismo y la vanguardia. En ese espacio Tamayo inauguró la exhibición con cerca de 30 obras que llamaron la atención de la prensa y fue visitada por multitudes, algo que provocó discusiones en la prensa y entre la comunidad, pues artistas y críticos destacados veían la obra de Tamayo como un arte refinado y purificado de los recursos extra-pictóricos del nacionalismo mexicano, otros lo tachaban de banal y sin contenido.

La obra de Rufino Tamayo expresaba con inteligencia el abordaje a las vanguardias artísticas modernas sin despreciar su esencia indígena y mexicana.

En la época de maestro de la ENBA, Rufino Tamayo conoció a María Izquierdo mujer divorciada con dos hijos quien estudiaba pintura y con la que mantuvo una relación durante algunos años.

Con ella compartió la exploración de temas como el desnudo, la figura expresionista y el retrato, personajes del circo y las carpas; vivieron también una pasión amorosa en un estudio que habían rentado en La Plaza de Santo Domingo. María Izquierdo abrevó de la experiencia y técnicas que dominaba Tamayo, juntos realizaron una revisión de las posibilidades de la pintura, ella cercana al surrealismo y él a las composiciones que proponía la pintura metafísica. María Izquierdo empezó a ser reconocida y a exponer su obra. Más tarde la relación se fracturó y cada uno caminó por su propia ruta creativa.

En el año de 1933 el veto impuesto a Tamayo se estaba vulnerado gracias a que el Secretario de Educación Pública Narciso Bassols le simpatizaban los Contemporáneos, particularmente Salvador Novo, por lo que el deseo de Tamayo de realizar un mural en un edificio público había llegado. Se le comisionó realizar un mural en la Escuela nacional de Música en el cubo de la escalera, fue realizado al fresco con el tema “El canto y la música”

Tamayo relaciona la música con el cielo y con personajes voladores en colores propios de su paleta de caballete. Más tarde que temprano el escándalo y la polémica estallan en los diarios y en la comunidad artística reacciones en contra y a favor del mural. La obra fue objetos de vandalismo. Celestino Gorostiza elogió los méritos logrados por Tamayo en el boletín no. 8 de la galería de Pintores Modernos Mexicanos: “La música es una muestra de la severidad con que Tamayo se impuso a las seducciones de un tema siempre al borde de los peligros de lo pintoresco y de la perfección técnica que le permitió dar esa impresión de plenitud y de equilibrio con la máxima economía de elementos, todos ellos reducidos a su valor puramente plástico. (Suckaer, 2000, pág. 141)

En ese año de 1933 y durante la realización del mural sobre la música, conoce a la pianista Olga Flores Rivas con quien establece una relación que más adelante en 1934 se decanta en matrimonio

Es significativo para comprender la postura de Tamayo frente al arte mexicano, y su decisión de lograr una nueva ruta a partir de obra, el autorretrato que realiza en el año 1928, cuando está regresando de nueva York, representa su rostro indígena y mirada penetrante frente al espectador, como si quisiera revelar que el camino para su pintura está en sus raíces. Una de las confrontaciones en las que se vio involucrado Rufino fue que la comunidad artística criticaba su obra por considerarlo un pintor abstracto que se alejaba de la figuración y por ende de la narrativa nacionalista, incluso en la prensa nacional e internacional se discutía si su obra pertenecía al surrealismo.

Los prolegómenos de Rufino Tamayo habían partido de su aprendizaje en la ENBA, él se había apropiado de lo necesario para producir su obra llenándola de experiencias plásticas con la pintura, el color y la forma; la materia hecha color fue algo importante en la pintura de Tamayo, así como la figuración que resumió en breves trazos, esto marcó la diferencia con el realismo nacionalista de la escuela muralista de la época.

Rufino Tamayo viajó junto con Olga su esposa a Nueva York en 1936 para cumplir una comisión de la Secretaria de Educación Pública representando a México en el “American Artist´s Congress” que buscaba agrupar a los artistas para rechazar el fascismo. El viaje estaba planeado para permanecer 45 días en Estados Unidos y esa estancia se prolongó por 15 años.

En Nueva York donde logró instalarse a pesar de tener que sortear muchos problemas económicos y como inmigrante, que fue resolviendo con algunas ayudas, le permitieron producir mucha obra en la que se fue decantando el estilo único de Tamayo como el mayor representante del arte mexicano del siglo XX.

El irremediable mecenazgo que ejerció el estado mexicano sobre los artistas del muralismo nacionalista era motivo de envidias y luchas políticas para obtener trabajos y comisiones lo que a veces enrarecía el ambiente cultural. Tamayo lo evitó saliendo del país.

Siempre tuvo una presencia en México en exposiciones y publicaciones. pero cuando su amigo Carlos Chávez dirigió el Instituto Nacional de Bellas Artes le comisionó realizar un mural en el primer piso del palacio, esto representó un gran honor para el artista.

Durante el mandato del presidente Miguel Alemán las injurias y envidias sobre Tamayo se neutralizaron, la Guerra Fría determinó nuevas políticas culturales ante la amenaza de la revolución comunistas. La clase política mexicana vio con buenos ojos la pintura despolitizada de Tamayo y le brindaron el reconocimiento que merecía como el gran artista mexicano de la segunda mitad del siglo XX, convertido hasta su muerte en 1991 en el más célebre pintor mexicano.

El hijo del Quinto Sol es una metáfora inspirada en la mitología prehispánica, en donde el alumbramiento del arte mexicano se llevó acabo en el siglo XX durante el proceso de revolución y posrevolución, de ese comienzo tan importante, de ese árbol que fue el muralismo nacionalista, surgirán decenas de ramificaciones que dieron frutos, uno de ellos fue sin duda Rufino Tamayo.

FIN



El arte mexicano del siglo XX es una cartografía de nuestra cultura desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días, colmada por los acontecimientos políticos y sociales que han configurado la identidad nacional. Debe de ser entendido también a partir de artistas que rompieron con las tradiciones nacionalistas como el muralismo, pero que partieron de intenciones mexicanistas. Un caso singular fue el del maestro Rufino Tamayo, artista Oaxaqueño 1899-1991, y que marcó una nueva ruta del arte mexicano a nivel internacional pero también fue una ruta de salida, un escape, un hito para la geografía de las nuevas identidades de la mexicanidad posrevolucionaria.

La pintura mexicana moderna comenzó con Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Jean Charlot, Roberto Montenegro, Fermín Revueltas, Alva de la Canal, entre otros nos explica Octavio Paz (Octavio, 1999). Pero entre esos “otros” hay que incluir al muralista Fernando Leal autor del mural “La fiesta del señor de Chalma” 1923-24, en el Colegio de San Idelfonso.

Fue un comienzo admirable y poderoso. Pero fue un comienzo: la pintura mexicana no termina en ellos.

La aparición de un nuevo grupo de pintores Tamayo, Agustín lazo, María Izquierdo, Manuel Rodríguez Lozano, Carlos Orozco Romero, Antonio Ruíz, Julio Castellanos y otros _entre 1925 y 1930, produjo una escisión en el movimiento iniciado por los muralistas. (Octavio, 1999, pág. 13)

Su pintura influyó principalmente en los artistas de la nueva generación, particularmente en los de la llamada ruptura y siguientes generaciones que vieron en su trabajo y en su pintura un diálogo innovador de lo mexicano con las vanguardias artísticas del siglo XX.

El diálogo que estableció Tamayo fue decantando en una pintura matérica, en texturas, en polvos y arenas, que también impusieron el color de su tierra y del cielo. El color sin duda y la geometría son características en la obra de este creador, siendo uno de los artistas más reconocidos del arte mexicano.

Rufino Tamayo desde su infancia vivió situaciones dolorosas y dramáticas, el abandono de su padre le pegó fuerte, y más tarde la perdida de su madre Florentina, que cuidó de él con esmero y dedicación, murió de tuberculosis un 21 de mayo de 1911, hecho que lo llevó a vivir con sus tíos los Tamayo Navarro, en especial con su tía Amalia en la ciudad de Oaxaca, en donde era un niño que participaba en los ritos de la iglesia como monaguillo y en el coro donde adquirió el gusto por el canto y la música. Durante su infancia en Oaxaca fue testigo en 1910 del espectáculo celeste que presento el cometa Haley, que iluminaba el cielo nocturno de su ciudad con su caudal de polvo brillante, que probablemente fijo en el niño Rufino esa atracción por mirar el cielo nocturno y admirar el cosmos. Existen registros que en enero de 1911 el niño Tamayo estaba matriculado en la escuela en el cuarto grado y tenía 11 años. (Suckaer, 2000)

…Yo tuve la desgracia de perder a mi madre a muy temprana edad, así es que mi niñez fue un poco dura en ese sentido. Cierto día, al regresar de estar cantando en una de las iglesias del pueblo, mi madre había fallecido. Al quedar huérfano, mi tía Amalia, hermana menor de mi madre y que era morena, de rasgos más indígenas y de carácter muy fuerte, me llevó a vivir a su casa en el barrio de san francisco. Después decidió abandonar sus estudios para profesora y trasladarse al Distrito federal. Me trajo con ella cuando yo tenía 11 años.

Luego de la muerte de Florentina Tamayo y una situación económica difícil la familia decidió mudarse a la capital del país con el objeto de poner un negocio de frutas en el mercado de la Merced

Ya en la ciudad de México todavía siendo niño vivió con sus tíos que lo cuidaban, Rufino les ayudaba en el puesto del mercado, en donde los puestos de frutas le provocaban el gusto por el color, Rufino contenía la esencia vital de Oaxaca en su espíritu, y todo esto es lo que lo hizo un artista del color que empezó a representar una región del sur de México y que al mismo tiempo fue capaz de dialogar con sus ancestros indígenas, con su entorno, con la naturaleza, con sus ritos y mitos de la comunidad a la que pertenecía, dialogó con las corrientes de vanguardias internacionales.

Como casi todos los artistas Tamayo evolucionó, lo hizo en diferentes etapas de su vida artística, desde los años veinte prácticamente hasta los ochenta años, en donde alcanza el la gloria del reconocimiento total, su desarrollo es vital en cada una de las décadas de su vida para comprender mejor la importancia de su trabajo, desde la práctica artística.

Su ingreso en la Escuela Nacional de Bellas Artes se registra en 1917 sus maestros fueron Germán Gedovius, Saturnino Herrán y Roberto Montenegro entre otros.

En el año de 1920 desiste de la academia y decide buscarse la vida fuera de la academia.

“En 1920 de nuevo se nombró director de la escuela a Alfredo ramos Martínez, quien era una persona con ciertos deseos de hacer cosas nuevas. Pese a que los avances no fueron muy lejos sí me interesó permanecer en la escuela por breve tiempo más. También fue importante el regreso de Diego Rivera, él había estado durante varios años en Europa y para nosotros vino hacer algo así como la salvación, ya que se atrevió a rebatir abiertamente a todos aquellos que se negaban a entender los cambios. Durante el poco tiempo que seguí en la ENBA, los alumnos montamos una exposición. Ello coincidió con una visita que Diego Rivera hizo a la escuela; visitó la muestra y señalando un cuadro, dijo: “Este muchacho es pintor”. Era una de mis pinturas”. (Suckaer, 2000, pág. 54)

Más tarde en 1921 ya fuera de la escuela, contando con 22 años de edad, Tamayo decide buscar trabajo para sobrevivir y en un encuentro con el secretario de educación José Vasconcelos, le explica su situación y este le ofrece trabajo como primer dibujante adscrito a la Sección de Fomento de las Artes Industriales y Aborígenes del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía (Suckaer, 2000, pág. 72) Tamayo acepto que haber dejado la escuela y obtener ese trabajo lo nutrió de inspiración y lo reafirmó como artista plástico. “En el transcurso de 1921 abandoné para siempre La Escuela de bellas Artes y busqué nuevas vías para realizar lo que deseaba” (Suckaer, 2000, pág. 56)

También trabajó como profesor de dibujo en escuelas publicas utilizando el método de dibujo inventado por Adolfo Best Maugard que consistía en aplicar 7 figuras geométricas que correspondían a la ornamentación popular y a partir de su combinación resultaban composiciones armoniosas. “Por un momento se creyó que gracias a su método de dibujo se produciría en las escuelas públicas del país el gran renacimiento del arte indígena. Esto no ocurrió. Pero aquella revalorización no fue estéril, gracias a ella se comenzó a proteger y fomentar la producción de arte popular, evitando o postergando su desaparición” (Tibol, 1975, pág. 260)

En una primera exposición colectiva fuera de la ENBA realiza obras representando indígenas, con rasgos fuertes y piel obscura. Llamó la atención su enfoque que parecía primitivo además un critico lo tildó de necio en el periódico el Universal Ilustrado en 1922, su obra no era nacionalista ni folclórica, era muy original.

En la revista Azulejos de octubre 1921 Diego Rivera elogió su trabajo diciendo: “Tamayo, presteza en la notación, sensibilidad y buena comprensión de los planos; muy pintor” (Suckaer, 2000, pág. 54)

En 1925 renta un local en la antigua calle de La Soledad en donde realiza su obra con atrevidas composiciones, colores y temáticas novedosas tal vez inspirado por artistas de las vanguardias europeas como Giorgio de Chirico. Produce un buen número de obras y decide rentar un local en la céntrica calle de Madero número 66 y montar su primera exposición individual para mostrar su trabajo, en el mes de abril realiza la muestra inaugural y se dan cita un buen grupo de artistas e intelectuales, la prensa publica varias crónicas e imágenes de sus obras que por sus composiciones llaman la atención.

Además, hizo editar un catálogo pequeño en el que incluyó un texto de Xavier Villaurrutia con una reproducción del cuadro Los espectadores (Suckaer, 2000, pág. 83)

Tamayo había nacido como un quinto sol para el arte mexicano.

Tres meses después Tamayo toma la decisión de viajar a Estados Unidos con los ahorros que tiene acompañado de su amigo el músico Carlos Chávez. Juntos llegan a Nueva York y los recibe Miguel Covarrubias para introducirlos con personalidades del mundo del arte.

Tamayo hace amigos y conocidos hasta que consigue una exposición en la Weyhe Gallery de Nueva york en donde exhibe 39 0bras entre pinturas, acuarelas, grabados y dibujos (Suckaer, 2000, pág. 92). La muestra tuvo cierto éxito y en sus obras se reflejó la mirada y la nostalgia de Tamayo de esa cercana lejanía que era México y su tierra natal. En Nueva York Rufino se declaraba indio, se preocupaba mucho y hacía énfasis de la cuestión racial, sabía que no era blanco ni criollo, y eso lo manifestaba en su trabajo plástico. La experiencia norteamericana será contundente para Tamayo, es objeto de buenas críticas por parte distinguidos especialistas en la materia.

Por razones de salud y económicas Rufino y su amigo regresan a México a finales de 1928.

En el país la situación política estaba convulsa, la Guerra Cristera estaba en su apogeo, y el asesinato del presidente electo Álvaro obregón había desequilibrado el orden político.

En 1929 Carlos Chávez se hizo cargo de la dirección de la Orquesta Sinfónica y Tamayo había recibido en el mes de marzo una oferta del rector de la universidad para impartir clases en la ENBA y esto postergó sus compromisos acordados en Nueva York.

En esta época Tamayo ya había optado por despreciar a la pintura con motivos ideológicos y nacionalista, es decir al muralismo, lo que ocasionó que lo expulsaran del Sindicato de Pintores y Escultores en ese mismo año. (Suckaer, 2000, pág. 119). Este hecho de alguna manera marcará la posición estética, política que define a Tamayo, preferirá estar en el otro lado con los “artepuristas” como les decían que se oponían al nacionalismo oficial y preferían producir un arte libre de tendencias políticas como lo hizo el grupo de los Contemporáneos, que fueron la contraparte y contrapeso del muralismo nacionalista que se identificaba con un “comunismo” que pretendía exaltar a una clase obrera y campesina, narrando una florida historia nacional así como una revolución social colmada de héroes y villanos.

Esta posición estético-política que toma Tamayo provoca una reacción por parte de las elites culturales de la época, que estaban dominadas por las tendencias socialistas y despiden a Tamayo de su trabajo como profesor de la ENBA, además se realiza una especie de veto o bloqueo para que Tamayo no se le encarguen obra en las instituciones.

En ese mismo año de 1929 Tamayo tenía programada una exposición en la galería del vestíbulo del Teatro Nacional (Hoy Palacio de Bellas Artes) que estaba dirigida por dos pintores que tenían prestigio: Carlos Mérida y Romero Orozco, que coqueteaban con el nacionalismo y la vanguardia. En ese espacio Tamayo inauguró la exhibición con cerca de 30 obras que llamaron la atención de la prensa y fue visitada por multitudes, algo que provocó discusiones en la prensa y entre la comunidad, pues artistas y críticos destacados veían la obra de Tamayo como un arte refinado y purificado de los recursos extra-pictóricos del nacionalismo mexicano, otros lo tachaban de banal y sin contenido.

La obra de Rufino Tamayo expresaba con inteligencia el abordaje a las vanguardias artísticas modernas sin despreciar su esencia indígena y mexicana.

En la época de maestro de la ENBA, Rufino Tamayo conoció a María Izquierdo mujer divorciada con dos hijos quien estudiaba pintura y con la que mantuvo una relación durante algunos años.

Con ella compartió la exploración de temas como el desnudo, la figura expresionista y el retrato, personajes del circo y las carpas; vivieron también una pasión amorosa en un estudio que habían rentado en La Plaza de Santo Domingo. María Izquierdo abrevó de la experiencia y técnicas que dominaba Tamayo, juntos realizaron una revisión de las posibilidades de la pintura, ella cercana al surrealismo y él a las composiciones que proponía la pintura metafísica. María Izquierdo empezó a ser reconocida y a exponer su obra. Más tarde la relación se fracturó y cada uno caminó por su propia ruta creativa.

En el año de 1933 el veto impuesto a Tamayo se estaba vulnerado gracias a que el Secretario de Educación Pública Narciso Bassols le simpatizaban los Contemporáneos, particularmente Salvador Novo, por lo que el deseo de Tamayo de realizar un mural en un edificio público había llegado. Se le comisionó realizar un mural en la Escuela nacional de Música en el cubo de la escalera, fue realizado al fresco con el tema “El canto y la música”

Tamayo relaciona la música con el cielo y con personajes voladores en colores propios de su paleta de caballete. Más tarde que temprano el escándalo y la polémica estallan en los diarios y en la comunidad artística reacciones en contra y a favor del mural. La obra fue objetos de vandalismo. Celestino Gorostiza elogió los méritos logrados por Tamayo en el boletín no. 8 de la galería de Pintores Modernos Mexicanos: “La música es una muestra de la severidad con que Tamayo se impuso a las seducciones de un tema siempre al borde de los peligros de lo pintoresco y de la perfección técnica que le permitió dar esa impresión de plenitud y de equilibrio con la máxima economía de elementos, todos ellos reducidos a su valor puramente plástico. (Suckaer, 2000, pág. 141)

En ese año de 1933 y durante la realización del mural sobre la música, conoce a la pianista Olga Flores Rivas con quien establece una relación que más adelante en 1934 se decanta en matrimonio

Es significativo para comprender la postura de Tamayo frente al arte mexicano, y su decisión de lograr una nueva ruta a partir de obra, el autorretrato que realiza en el año 1928, cuando está regresando de nueva York, representa su rostro indígena y mirada penetrante frente al espectador, como si quisiera revelar que el camino para su pintura está en sus raíces. Una de las confrontaciones en las que se vio involucrado Rufino fue que la comunidad artística criticaba su obra por considerarlo un pintor abstracto que se alejaba de la figuración y por ende de la narrativa nacionalista, incluso en la prensa nacional e internacional se discutía si su obra pertenecía al surrealismo.

Los prolegómenos de Rufino Tamayo habían partido de su aprendizaje en la ENBA, él se había apropiado de lo necesario para producir su obra llenándola de experiencias plásticas con la pintura, el color y la forma; la materia hecha color fue algo importante en la pintura de Tamayo, así como la figuración que resumió en breves trazos, esto marcó la diferencia con el realismo nacionalista de la escuela muralista de la época.

Rufino Tamayo viajó junto con Olga su esposa a Nueva York en 1936 para cumplir una comisión de la Secretaria de Educación Pública representando a México en el “American Artist´s Congress” que buscaba agrupar a los artistas para rechazar el fascismo. El viaje estaba planeado para permanecer 45 días en Estados Unidos y esa estancia se prolongó por 15 años.

En Nueva York donde logró instalarse a pesar de tener que sortear muchos problemas económicos y como inmigrante, que fue resolviendo con algunas ayudas, le permitieron producir mucha obra en la que se fue decantando el estilo único de Tamayo como el mayor representante del arte mexicano del siglo XX.

El irremediable mecenazgo que ejerció el estado mexicano sobre los artistas del muralismo nacionalista era motivo de envidias y luchas políticas para obtener trabajos y comisiones lo que a veces enrarecía el ambiente cultural. Tamayo lo evitó saliendo del país.

Siempre tuvo una presencia en México en exposiciones y publicaciones. pero cuando su amigo Carlos Chávez dirigió el Instituto Nacional de Bellas Artes le comisionó realizar un mural en el primer piso del palacio, esto representó un gran honor para el artista.

Durante el mandato del presidente Miguel Alemán las injurias y envidias sobre Tamayo se neutralizaron, la Guerra Fría determinó nuevas políticas culturales ante la amenaza de la revolución comunistas. La clase política mexicana vio con buenos ojos la pintura despolitizada de Tamayo y le brindaron el reconocimiento que merecía como el gran artista mexicano de la segunda mitad del siglo XX, convertido hasta su muerte en 1991 en el más célebre pintor mexicano.

El hijo del Quinto Sol es una metáfora inspirada en la mitología prehispánica, en donde el alumbramiento del arte mexicano se llevó acabo en el siglo XX durante el proceso de revolución y posrevolución, de ese comienzo tan importante, de ese árbol que fue el muralismo nacionalista, surgirán decenas de ramificaciones que dieron frutos, uno de ellos fue sin duda Rufino Tamayo.

FIN