/ viernes 16 de diciembre de 2022

Humanitas. Arte y pasión


La ciudad vive y padece hoy los embates del progreso y la modernidad, la razón instrumental nos invadió. El caos vial se convierte en un ritual cotidiano, la inseguridad se adopta como la nueva cultura.

Los barrios gentrificados han perdido su esencia y su sentido, los campos de cultivo se han metrificado, convirtiéndose en desarrollos habitacionales y centros comerciales.

Las fiestas religiosas y cívicas se convierten en espectáculo para turistas y forasteros.

Las santas imágenes saludan desde un helicóptero a la devota feligresía metropolitana, y esparcen bendiciones en un disparatado e inconsciente acto surrealista.

La ciudad ya no es lo que era antes comentan los mayores. Es que cambió dice los otros. ¿Para bien o para mal? ¿Que nos salvará? ¿La cultura? No lo sabemos.

Vivimos la distopía que tanto nos aterraba: la peste, el crimen, el caos.

Tal vez, si se les permite a las nuevas generaciones, y a los grupos de jóvenes artistas, de empresarios y promotores culturales, que están edificando desde el ámbito de lo privado acciones para una agenda cultural que considere el acompañamiento y la horizontalidad.

La era de la disrupción es un tiempo por el que estamos transitando, desde distintas identidades y territorialidades.

Lo que sí sabe por los hechos, es que las calles parecen sets de Hollywood, donde los actores se disparan en plena vía pública, el acontecimiento supera la pesadilla de los guardianes del orden, que no conocen el significado de los mil ojos de Argos en el plumaje de los pavorreales.

Rondan seres como apariciones de personajes huidos del teatro de la crueldad de Antonin Artaud. El desfiguro urbano es inagotable, la persistencia de la memoria nos ofrece fruslerías y voces estiradas.

Cafés y trashumantes en todas las esquinas, la indiferencia deambulando y esparciéndose como la tinta de un calamar que ensombrece todas las banquetas, en donde se tiran las comidas que una vez fueron engullidas.

Estamos en tiempo de “Wind of change” como cantaba Scorpions, pero sin el parque Gorky, es la narrativa apocalíptica del futuro.


bobiglez@gmail.com



La ciudad vive y padece hoy los embates del progreso y la modernidad, la razón instrumental nos invadió. El caos vial se convierte en un ritual cotidiano, la inseguridad se adopta como la nueva cultura.

Los barrios gentrificados han perdido su esencia y su sentido, los campos de cultivo se han metrificado, convirtiéndose en desarrollos habitacionales y centros comerciales.

Las fiestas religiosas y cívicas se convierten en espectáculo para turistas y forasteros.

Las santas imágenes saludan desde un helicóptero a la devota feligresía metropolitana, y esparcen bendiciones en un disparatado e inconsciente acto surrealista.

La ciudad ya no es lo que era antes comentan los mayores. Es que cambió dice los otros. ¿Para bien o para mal? ¿Que nos salvará? ¿La cultura? No lo sabemos.

Vivimos la distopía que tanto nos aterraba: la peste, el crimen, el caos.

Tal vez, si se les permite a las nuevas generaciones, y a los grupos de jóvenes artistas, de empresarios y promotores culturales, que están edificando desde el ámbito de lo privado acciones para una agenda cultural que considere el acompañamiento y la horizontalidad.

La era de la disrupción es un tiempo por el que estamos transitando, desde distintas identidades y territorialidades.

Lo que sí sabe por los hechos, es que las calles parecen sets de Hollywood, donde los actores se disparan en plena vía pública, el acontecimiento supera la pesadilla de los guardianes del orden, que no conocen el significado de los mil ojos de Argos en el plumaje de los pavorreales.

Rondan seres como apariciones de personajes huidos del teatro de la crueldad de Antonin Artaud. El desfiguro urbano es inagotable, la persistencia de la memoria nos ofrece fruslerías y voces estiradas.

Cafés y trashumantes en todas las esquinas, la indiferencia deambulando y esparciéndose como la tinta de un calamar que ensombrece todas las banquetas, en donde se tiran las comidas que una vez fueron engullidas.

Estamos en tiempo de “Wind of change” como cantaba Scorpions, pero sin el parque Gorky, es la narrativa apocalíptica del futuro.


bobiglez@gmail.com