/ domingo 5 de mayo de 2019

Aquí Querétaro

Cada año y por un fin de semana, San Joaquín se convierte, de alguna manera, en la capital del huapango huasteco, aún sin ser Huasteca.

Y es que la Huasteca, que algunos llaman Huastecas, es una zona cultural del país distinguida por su música, sus costumbres, sus artesanías y su gastronomía, que abarca buena parte de los estados de Hidalgo, Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí, y pequeñas porciones de los territorios de Puebla y Querétaro.

Nuestro estado está inmerso en el maravilloso mundo de la Huasteca en su límite del norte, allá por Jalpan, Pinal de Amoles, Landa de Matamoros y Arroyo Seco, en las fronteras, precisamente, con Hidalgo y San Luis Potosí. Incluso, y en alguna zona más específica, el huapango adquiere otra dimensión y formas, transformándose en huapango arribeño, que también compartimos con una zona serrana de Guanajuato.

Pero en San Joaquín, fuera de la influencia del huapango y el zacahuil, comida por excelencia de la Huasteca, hace muchos años, un grupo de visionarios emprendieron la organización de un concurso de baile de huapango que, a la postre, se convertiría en el más importante, no sólo de la región, sino, quizá, del mundo.

Hasta San Joaquín, casi siempre en abril, llegaban, y llegan, parejas de bailadores de huapango, no sólo de la región Huasteca, sino también de otras partes del país, e incluso del extranjero, y la población minera se convierte entonces en un escenario donde no hay cabida para otra cosa que no sea vivir con intensidad la música y el baile del huapango.

Se trata de una sólida tradición que ha transformado la vida de San Joaquín, que le provee de recursos y de pasión, y que atrae hasta ahí a infinidad de curiosos, dispuestos a embriagarse de huapango durante dos largas e intensas noches. Tradición a la que se le han ido adosando otras cosas, como el concurso de interpretación de violín, que también es ya algo inevitable en el marco del concurso de baile.

El acontecimiento anual no ha estado exento de controversia y pasión, pues en más de una ocasión las decisiones del jurado, instalado para definir a los ganadores, no han sido del agrado de las mayorías y se han desatado altercados mayúsculos; todo porque el concurso es mucho más que eso para los sanjoaquinenses.

Por razones de mis ocupaciones de entonces, un año tuve la oportunidad de participar, en representación del gobernador, en la inauguración del concurso, y viví, en carne propia, lo que es la voluntad y el ánimo del pueblo, ahí en un espacio donde no hay cabida para la hipocresía, o para los modales. Durante mi discurso, casi apenas iniciado, se presentaron los chiflidos, las mentadas y los gritos, y debo decir que, de inmediato, aprendí la lección, pues corté la alocución, pronuncié las palabras de inauguración de rigor y me senté a presenciar el espectáculo.

No pasó lo mismo con el alcalde de esa época, quien tenía para la ocasión un largo discurso preparado. Pese a los chiflidos, los gritos y las mentadas, como si nada escuchara, el Presidente Municipal se aventó aquella intervención, sin pausas, pero sin prisas, durante larguísimos, eternos, minutos, haciendo oídos sordos al reclamo popular.

Y es que, en San Joaquín, durante la realización del esperado concurso, que se organiza a lo largo de un año, nada cabe más que la música de huapango, interpretada en vivo por algunos de los mejores tríos huapangueros de la región, y el baile incesante de cientos de parejas que suben al escenario, con los trajes típicos y los estilos de los estados donde hay Huasteca, a buscar el triunfo.

Este año, con motivo de la edificación de un nuevo escenario para este acontecimiento cultural, el concurso de huapango de San Joaquín se celebró hasta este fin de semana de mayo. Ahí estuvo el gobernador, acompañado de funcionarios de primer nivel estatal, y el ahora alcalde. Deseo que hayan sido breves y le hayan dado al huapango el absoluto protagonismo que exigen los pobladores de aquel mágico lugar.