/ miércoles 21 de octubre de 2020

Contraluz | Humbolt y Poinsett


La cuestión de la desigualdad social en México ha sido un reto permanente que en dimensiones diversas ha permeado en toda nuestra historia.

La Evangelización que evitó muchos genocidios brutales y totales como ocurrió en otras latitudes y en otras colonizaciones, no significó, sin embargo, arribar a las utopías proclamadas.

Si bien se ha avanzado, Querétaro que ha sido a lo largo de su historia, signo de estabilidad, no ha podido evitar tampoco, páginas oscuras de opresión, desequilibrios y desigualdades inaceptables.

Vale retomar notas de dos visitantes distinguidos que en el siglo XIX escribieron páginas sobre nuestra ciudad, aunque evidentemente con distintos objetivos.

A principios del siglo XIX 1803 Alexander Von Humbolt llegó a la Nueva España navegando desde Sudamérica (Guayaquil) al puerto de Acapulco donde desembarcó el 22 de marzo de 1803 cargado con varias toneladas de equipaje y enorme cantidad de objetos recogidos en su periplo por el sur, mismos que estudiaría en su retorno a su tierra, Alemania.

Insigne explorador, fue Humbolt considerado uno de los últimos sabios integrales cuyo acervo incluía conocimientos profundos de biología, química, mineralogía, geología, astronomía historia y humanismo en general.

Nacido en privilegiada cuna en 1769, y con envidiable educación Humbolt observó en México lo que más le apasionaba: los volcanes, la geología, la botánica; asimismo le fue posible ver parte de la realidad social del virreinato en el cual, las desigualdades eran tales que incluso predijo una inminente guerra de revolución. En sus apuntes, que luego se tradujeron en el Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España escribió: “México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortuna, civilización, cultivo de la tierra y población. La capital y muchas otras ciudades tienen establecimientos científicos que se pueden comparar con los de Europa. La arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero que se contrapone extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho. Esta inmensa desigualdad de fortunas no solo se observa en la casta de blancos (europeos o criollos) sino que igualmente se manifiesta entre los indígenas...”

Y tras su paso por Querétaro, al ser invitado por “familias pudientes”, dueñas de fábricas y talleres textiles, espetó: “Sorprende desagradablemente al viajero que visita aquellos talleres no solo la gran imperfección del proceso técnico en la preparación de la tintura, sino más aún la insalubridad del local y el mal trato que se da a los trabajadores. Hombres libres, indios y hombres de color están confundidos con presidiarios que la justicia distribuye en las fábricas para hacerles trabajar a jornal. Unos y otros están medio desnudos, cubiertos de andrajos, flacos y desfigurados. Cada taller parece más bien una oscura cárcel; las puertas que son dobles, están constantemente cerradas, y no se permite a los trabajadores salir de casa; los que son casados, solo los domingos pueden ver a su familia. Todos son castigados irremisiblemente, si cometen la menor falta contra el orden establecido en la fábrica”.

Veinte años después el controvertido Joel R. Poinsett que ya preveía la anexión de Texas a su país y quien luego, en 1825, fuera embajador plenipotenciario estadunidense, en sus Notas sobre México (1822) habla también, casi siempre despectivo, a su paso por Querétaro entre el 16 y 17 de noviembre.

Tras las desigualdades que advierte en San Juan del Río anota: “La observación que tantas veces se ha hecho y repetido de que ahí donde la naturaleza lo hace todo, el hombre se vuelve indolente, es aplicable a este país y a este pueblo. En ninguna parte del mundo la naturaleza se ha mostrado más pródiga, y en parte alguna de él goza el pueblo de tan pocas comodidades. Lo cierto es que no hay nada que supla a la industria”.

Y después ya en la ciudad de Querétaro anota: “Por fin nos alegraron la vista Querétaro y la contemplación del rico y fértil valle en que se halla situado. Un elevado acueducto, de setenta arcos, atraviesa parte del valle y conduce el agua desde los cerros adyacentes a la ciudad. Al penetrar a ésta vimos de todos los beneficios de esta obra. En cada calle hay fuentes y en la plaza principal, frente a nuestro mesón, hay una enorme de la que se desborda un líquido excelente. He enviado a mi criado a llenar una jarra, en la llave, porque las gentes beben en el tazón y meten la boca como caballos”.

Y luego retoma: “Querétaro es una ciudad grande y bien construida de no menos de treinta mil habitantes y, al recorrerla a pie, vimos muchos edificios públicos y privados muy hermosos. Como siempre sucede en este país, nos tropezamos con un número superfluo de templos y de conventos. El de San Francisco es muy espacioso y ostenta una amplia huerta, mientras que el patio exterior está plantado con árboles siempre verdes, tales como cipreses y otros. Las industrias de este lugar han sufrido a la par de todas las ramas de la industria en México; aún se prosiguen sobre todo manufacturas de telas de lana y algodón, pero en escala reducida. Antiguamente eran esclavos africanos los que trabajaban estas fábricas así como indios y se les obligaba a laborar induciéndolos a contraer adeudos y manteniéndolos endrogados, dándoles medios de satisfacer su afición por el aguardiente. Durante el período de sesiones del último Congreso se discutió repetidamente este asunto, pero no se llegó a aprobar ningún remedio adecuado”.

En otra parte, por fin algo afable, anota: “En la mañana (17 de noviembre) acompañé a nuestros arrieros que fueron a misa a la iglesia de San Francisco que estaba llena de gentes de todas las clases sociales. Me simpatiza esa igualdad con que todos adoran a Dios en un templo católico. No hay bancos especiales ni asientos para los ricos. La casa de Dios está abierta para todos, sin distinciones, se ponen de pie o se arrodillan delante del altar”.



La cuestión de la desigualdad social en México ha sido un reto permanente que en dimensiones diversas ha permeado en toda nuestra historia.

La Evangelización que evitó muchos genocidios brutales y totales como ocurrió en otras latitudes y en otras colonizaciones, no significó, sin embargo, arribar a las utopías proclamadas.

Si bien se ha avanzado, Querétaro que ha sido a lo largo de su historia, signo de estabilidad, no ha podido evitar tampoco, páginas oscuras de opresión, desequilibrios y desigualdades inaceptables.

Vale retomar notas de dos visitantes distinguidos que en el siglo XIX escribieron páginas sobre nuestra ciudad, aunque evidentemente con distintos objetivos.

A principios del siglo XIX 1803 Alexander Von Humbolt llegó a la Nueva España navegando desde Sudamérica (Guayaquil) al puerto de Acapulco donde desembarcó el 22 de marzo de 1803 cargado con varias toneladas de equipaje y enorme cantidad de objetos recogidos en su periplo por el sur, mismos que estudiaría en su retorno a su tierra, Alemania.

Insigne explorador, fue Humbolt considerado uno de los últimos sabios integrales cuyo acervo incluía conocimientos profundos de biología, química, mineralogía, geología, astronomía historia y humanismo en general.

Nacido en privilegiada cuna en 1769, y con envidiable educación Humbolt observó en México lo que más le apasionaba: los volcanes, la geología, la botánica; asimismo le fue posible ver parte de la realidad social del virreinato en el cual, las desigualdades eran tales que incluso predijo una inminente guerra de revolución. En sus apuntes, que luego se tradujeron en el Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España escribió: “México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortuna, civilización, cultivo de la tierra y población. La capital y muchas otras ciudades tienen establecimientos científicos que se pueden comparar con los de Europa. La arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero que se contrapone extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho. Esta inmensa desigualdad de fortunas no solo se observa en la casta de blancos (europeos o criollos) sino que igualmente se manifiesta entre los indígenas...”

Y tras su paso por Querétaro, al ser invitado por “familias pudientes”, dueñas de fábricas y talleres textiles, espetó: “Sorprende desagradablemente al viajero que visita aquellos talleres no solo la gran imperfección del proceso técnico en la preparación de la tintura, sino más aún la insalubridad del local y el mal trato que se da a los trabajadores. Hombres libres, indios y hombres de color están confundidos con presidiarios que la justicia distribuye en las fábricas para hacerles trabajar a jornal. Unos y otros están medio desnudos, cubiertos de andrajos, flacos y desfigurados. Cada taller parece más bien una oscura cárcel; las puertas que son dobles, están constantemente cerradas, y no se permite a los trabajadores salir de casa; los que son casados, solo los domingos pueden ver a su familia. Todos son castigados irremisiblemente, si cometen la menor falta contra el orden establecido en la fábrica”.

Veinte años después el controvertido Joel R. Poinsett que ya preveía la anexión de Texas a su país y quien luego, en 1825, fuera embajador plenipotenciario estadunidense, en sus Notas sobre México (1822) habla también, casi siempre despectivo, a su paso por Querétaro entre el 16 y 17 de noviembre.

Tras las desigualdades que advierte en San Juan del Río anota: “La observación que tantas veces se ha hecho y repetido de que ahí donde la naturaleza lo hace todo, el hombre se vuelve indolente, es aplicable a este país y a este pueblo. En ninguna parte del mundo la naturaleza se ha mostrado más pródiga, y en parte alguna de él goza el pueblo de tan pocas comodidades. Lo cierto es que no hay nada que supla a la industria”.

Y después ya en la ciudad de Querétaro anota: “Por fin nos alegraron la vista Querétaro y la contemplación del rico y fértil valle en que se halla situado. Un elevado acueducto, de setenta arcos, atraviesa parte del valle y conduce el agua desde los cerros adyacentes a la ciudad. Al penetrar a ésta vimos de todos los beneficios de esta obra. En cada calle hay fuentes y en la plaza principal, frente a nuestro mesón, hay una enorme de la que se desborda un líquido excelente. He enviado a mi criado a llenar una jarra, en la llave, porque las gentes beben en el tazón y meten la boca como caballos”.

Y luego retoma: “Querétaro es una ciudad grande y bien construida de no menos de treinta mil habitantes y, al recorrerla a pie, vimos muchos edificios públicos y privados muy hermosos. Como siempre sucede en este país, nos tropezamos con un número superfluo de templos y de conventos. El de San Francisco es muy espacioso y ostenta una amplia huerta, mientras que el patio exterior está plantado con árboles siempre verdes, tales como cipreses y otros. Las industrias de este lugar han sufrido a la par de todas las ramas de la industria en México; aún se prosiguen sobre todo manufacturas de telas de lana y algodón, pero en escala reducida. Antiguamente eran esclavos africanos los que trabajaban estas fábricas así como indios y se les obligaba a laborar induciéndolos a contraer adeudos y manteniéndolos endrogados, dándoles medios de satisfacer su afición por el aguardiente. Durante el período de sesiones del último Congreso se discutió repetidamente este asunto, pero no se llegó a aprobar ningún remedio adecuado”.

En otra parte, por fin algo afable, anota: “En la mañana (17 de noviembre) acompañé a nuestros arrieros que fueron a misa a la iglesia de San Francisco que estaba llena de gentes de todas las clases sociales. Me simpatiza esa igualdad con que todos adoran a Dios en un templo católico. No hay bancos especiales ni asientos para los ricos. La casa de Dios está abierta para todos, sin distinciones, se ponen de pie o se arrodillan delante del altar”.