/ viernes 19 de enero de 2024

Contraluz | José Agustín


La tarde del pasado martes, el mundo de la literatura nacional se vistió de luto al darse a conocer la noticia del deceso del talentoso y precoz escritor, dramaturgo, guionista y columnista José Agustín a los 79 años de edad.

Su salud había sido reportada por su familia como delicada a fines del año anterior, y concretamente el pasado 2 de enero dio a conocer que al escritor, un sacerdote amigo, le había administrado el sacramento de la unción de los enfermos.

José Agustín Ramírez Gómez, nació el 19 de agosto de 1944 en Acapulco, Guerrero, y dejó profunda huella en la cultura y las letras mexicanas a lo largo de intensa y prolífica carrera en la que se consolidó como uno de los escritores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en el que entre letras, música, cine, radio y televisión supo expresarse con una narrativa desenfadada, directa, sólida y con gran sentido del humor.

Desde su infancia, relató un día, sintió interés por contar historias; según recordaba, su primer texto, que se llamaba El robo lo escribió cuando contaba con solo nueve años.

“Cuando estaba muy niño, refirió, empecé a hacer cómics, inventaba mis historias y creaba mis personajes. Tenía cierta facilidad para el dibujo, iba haciendo mis historietas, y de repente me di cuenta que estaban empezando a desaparecer los dibujos y predominaban las palabras”.

Al mediar el siglo la contracultura beat había hecho su aparición en Estados Unidos, especialmente en San Francisco. Se trataba de jóvenes de la postguerra hastiados de las armas, el materialismo, la sumisión laboral y el establishment, cuyo reflejo más significativo se dio en la novela-manifiesto “En el Camino” –On the Road- escrita por Jack Kerouac.

En 1958 el periodista Herb Caen, con el fin de parodiar y referirse despectivamente a la generación beat y sus seguidores, inventó el término beatnik que fue rechazado por despectivo, pero que fue adoptado y difundido ampliamente por los medios de comunicación, aplicándolo a un estereotipo juvenil distinguible por la forma de vestirse y arreglarse que se hizo moda, y relacionándolo con una actitud proclive a la holgazanería, el desenfreno sexual, la violencia, el vandalismo y las pandillas de delincuentes.

Con el tiempo la denominación terminó siendo aplicada de manera indiscriminada, tanto al estereotipo, como a los artistas de la generación beat y sus seguidores.

Los beats y los beatniks se diluyeron en la segunda mitad de la década de los sesenta, inmersos en los movimientos contraculturales como los encarnados por los hippies, el rock, la revolución sexual, las luchas antirracistas y contra la guerra de Vietnam.

Fuera de Estados Unidos, ambos términos beat y beatnik fueron utilizados como sinónimos.

Fue entonces cuando nació el término de Rebeldes sin Causa, connotación originada por la sociedad conservadora y que ganó adeptos no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo, reflejo de una juventud harta de guerras, incertidumbre existencial, comercialismo, competencia extrema, y de políticos autoritarios y poco democráticos.

Con el triunfo de la Revolución Cubana –José Agustín se casó siendo menor de edad y se sumó a la campaña de alfabetización anunciada por Fidel Castro en 1961-, y la creciente influencia de la generación beat de Estados Unidos, en México, el movimiento de la contracultura encontró vías y espacios de bienvenida en el ámbito cultural –y también en el social-, en el que José Agustín florecía desde adolescente comenzando su formación en el taller literario de Juan José Arreola en 1962 donde emergió con su primera novela La Tumba, a los 19 años, en la que sigue los pasos de un estudiante de preparatoria con un lenguaje crítico, claro, sencillo y llano, en el que campea el precepto de “escribe como hablas”.

“Era la época en qué estaban de moda Jean Paul Sartre y Albert Camus, recordaba José Agustín en Canal 22, me ponía a leerlos con mucho entusiasmo y me gustó mucho cómo estaban escritos en español, con un idioma bastante coloquial y directo”.

Fueron tiempos en los que José Agustín abordó diversos estudios profesionales; primero cursó la licenciatura de Letras Clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se formó como Director Cinematográfico en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, y en Composición Dramática en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y en la Asociación Nacional de Actores (ANDA). En 1966 publicó su novela De perfil, una de sus obras cumbre y el título que lo lanzó a la fama.

Más tarde publicó otras obras como Se está haciendo tarde (1973), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1986), La panza del Tepozteco (1992) y Dos horas de sol (1994), así como la trilogía Tragicomedia Mexicana, la cual es un retrato histórico documentado –incluida la mitología urbana- y de muy fácil lectura, de la vida política del país de 1940 a 1994.

“Mi intención fundamental ha sido expresarme, y sobre todo a través de la literatura, siempre creí que era el vehículo que me correspondía, y he tenido muy buena fortuna”, explicó.

Además de su labor como escritor, José Agustín se desempeñó como director y conductor del programa de televisión Letras vivas (19851988), y como crítico de rock y música en general, una pasión musical que lo acompañó siempre.

Su contribución al séptimo arte no se queda atrás, con una decena de guiones cinematográficos y la dirección de dos producciones, incluyendo la película “Ya sé quién eres, te he estado observando” (1971) y el mediometraje “Lux Alterma” (1973).

Su trabajo le valió distintos galardones como el Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón 1993; la presea Juan R. Escudero del Puerto de Acapulco, 2005, y la Medalla Bellas Artes, en 2011.

Asimismo, en su honor, en el año 1996 se instauró la entrega del Premio Nacional y Estatal de Cuento Corto José Agustín en Acapulco, cuya finalidad es impulsar el trabajo de jóvenes escritores. “La apuesta de José Agustín fue en el sentido de expresarse, de rescatar en su obra la circunstancia que le tocó vivir y el espíritu de su tiempo, mostrando a las nuevas generaciones que es posible encontrar un camino propio", expresó Enrique Serna en abril del año anterior en el evento para celebrar la reedición de toda su obra. La labor escrita de José Agustín se ubica en la corriente conocida como “literatura de la onda”, lo cual no precisamente lo entusiasmaba pues se trataba de una forma de encasillamiento parcial e injusta. “La onda” se refiere a la corriente literaria y cultural en la que fue ubicado José Agustín junto a Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz y René Avilés Fabila, misma que buscaba renovar y reflejar las letras mexicanas mediante la incorporación de elementos de la contracultura, el desenfado, la música, la irreverencia, la sencillez, y una representación más fiel de la realidad y las experiencias de la juventud de la época, desdeñando las capillas y mafias de grupos literarios cerrados –que abundaban-.

En sus obras, como “De perfil” y “La Tumba”, José Agustín fue voz representativa de una generación que como en otras partes del mundo, rompía con normas establecidas en aras de mayor autenticidad. En definitiva, la llamada “literatura de la onda” contribuyó a ampliar los límites de la expresión cultural en México.

José Agustín fue siempre un hombre activo con enorme sentido del humor, trabajador y entregado con pasión y gozo a su vocación de escritor.

Su obra y su vida han dejado huella profunda en el ámbito cultural mexicano. Leerlo y releerlo es ampliar la percepción de nuestra historia, en especial los años de la revuelta juvenil que fueren vértice que devino en nuevos afanes para conocer y reconocer con mayor profundidad la rosa de los vientos de la condición humana.

José Agustín dejó para la posteridad 11 novelas: La tumba, 1964; De Perfil, 1966; Abolición de la propiedad, 1969; Se está haciendo tarde (final en laguna), 1973; El rey se acerca a su templo, 1978; Ciudades desiertas, 1982; Cerca del fuego, 1986; El rock de la cárcel (1986); La panza del Tepozteco 1992; Dos horas de sol, 1994; y Vida con mi viuda, 2004, Premio Mazatlán de Literatura 2005.

Además, innumerables cuentos como Inventando que sueño, 1968; La mirada en el centro, 1977; Furor matutino, 1984; No pases esta puerta, 1992; La miel derramada, 1992. Y crónicas y ensayos relevantes como La nueva música clásica, 1969; los tres tomos de Tragicomedia mexicana; La contracultura en México; la historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas; El hotel de los corazones solitarios, 1999; Los grandes discos de rock: 1951– 1975, 2001; La ventana indiscreta: rock, cine y literatura, 2004; Vuelo sobre las profundidades, 2008, entre muchas otras.


La tarde del pasado martes, el mundo de la literatura nacional se vistió de luto al darse a conocer la noticia del deceso del talentoso y precoz escritor, dramaturgo, guionista y columnista José Agustín a los 79 años de edad.

Su salud había sido reportada por su familia como delicada a fines del año anterior, y concretamente el pasado 2 de enero dio a conocer que al escritor, un sacerdote amigo, le había administrado el sacramento de la unción de los enfermos.

José Agustín Ramírez Gómez, nació el 19 de agosto de 1944 en Acapulco, Guerrero, y dejó profunda huella en la cultura y las letras mexicanas a lo largo de intensa y prolífica carrera en la que se consolidó como uno de los escritores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en el que entre letras, música, cine, radio y televisión supo expresarse con una narrativa desenfadada, directa, sólida y con gran sentido del humor.

Desde su infancia, relató un día, sintió interés por contar historias; según recordaba, su primer texto, que se llamaba El robo lo escribió cuando contaba con solo nueve años.

“Cuando estaba muy niño, refirió, empecé a hacer cómics, inventaba mis historias y creaba mis personajes. Tenía cierta facilidad para el dibujo, iba haciendo mis historietas, y de repente me di cuenta que estaban empezando a desaparecer los dibujos y predominaban las palabras”.

Al mediar el siglo la contracultura beat había hecho su aparición en Estados Unidos, especialmente en San Francisco. Se trataba de jóvenes de la postguerra hastiados de las armas, el materialismo, la sumisión laboral y el establishment, cuyo reflejo más significativo se dio en la novela-manifiesto “En el Camino” –On the Road- escrita por Jack Kerouac.

En 1958 el periodista Herb Caen, con el fin de parodiar y referirse despectivamente a la generación beat y sus seguidores, inventó el término beatnik que fue rechazado por despectivo, pero que fue adoptado y difundido ampliamente por los medios de comunicación, aplicándolo a un estereotipo juvenil distinguible por la forma de vestirse y arreglarse que se hizo moda, y relacionándolo con una actitud proclive a la holgazanería, el desenfreno sexual, la violencia, el vandalismo y las pandillas de delincuentes.

Con el tiempo la denominación terminó siendo aplicada de manera indiscriminada, tanto al estereotipo, como a los artistas de la generación beat y sus seguidores.

Los beats y los beatniks se diluyeron en la segunda mitad de la década de los sesenta, inmersos en los movimientos contraculturales como los encarnados por los hippies, el rock, la revolución sexual, las luchas antirracistas y contra la guerra de Vietnam.

Fuera de Estados Unidos, ambos términos beat y beatnik fueron utilizados como sinónimos.

Fue entonces cuando nació el término de Rebeldes sin Causa, connotación originada por la sociedad conservadora y que ganó adeptos no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo, reflejo de una juventud harta de guerras, incertidumbre existencial, comercialismo, competencia extrema, y de políticos autoritarios y poco democráticos.

Con el triunfo de la Revolución Cubana –José Agustín se casó siendo menor de edad y se sumó a la campaña de alfabetización anunciada por Fidel Castro en 1961-, y la creciente influencia de la generación beat de Estados Unidos, en México, el movimiento de la contracultura encontró vías y espacios de bienvenida en el ámbito cultural –y también en el social-, en el que José Agustín florecía desde adolescente comenzando su formación en el taller literario de Juan José Arreola en 1962 donde emergió con su primera novela La Tumba, a los 19 años, en la que sigue los pasos de un estudiante de preparatoria con un lenguaje crítico, claro, sencillo y llano, en el que campea el precepto de “escribe como hablas”.

“Era la época en qué estaban de moda Jean Paul Sartre y Albert Camus, recordaba José Agustín en Canal 22, me ponía a leerlos con mucho entusiasmo y me gustó mucho cómo estaban escritos en español, con un idioma bastante coloquial y directo”.

Fueron tiempos en los que José Agustín abordó diversos estudios profesionales; primero cursó la licenciatura de Letras Clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se formó como Director Cinematográfico en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, y en Composición Dramática en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y en la Asociación Nacional de Actores (ANDA). En 1966 publicó su novela De perfil, una de sus obras cumbre y el título que lo lanzó a la fama.

Más tarde publicó otras obras como Se está haciendo tarde (1973), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1986), La panza del Tepozteco (1992) y Dos horas de sol (1994), así como la trilogía Tragicomedia Mexicana, la cual es un retrato histórico documentado –incluida la mitología urbana- y de muy fácil lectura, de la vida política del país de 1940 a 1994.

“Mi intención fundamental ha sido expresarme, y sobre todo a través de la literatura, siempre creí que era el vehículo que me correspondía, y he tenido muy buena fortuna”, explicó.

Además de su labor como escritor, José Agustín se desempeñó como director y conductor del programa de televisión Letras vivas (19851988), y como crítico de rock y música en general, una pasión musical que lo acompañó siempre.

Su contribución al séptimo arte no se queda atrás, con una decena de guiones cinematográficos y la dirección de dos producciones, incluyendo la película “Ya sé quién eres, te he estado observando” (1971) y el mediometraje “Lux Alterma” (1973).

Su trabajo le valió distintos galardones como el Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón 1993; la presea Juan R. Escudero del Puerto de Acapulco, 2005, y la Medalla Bellas Artes, en 2011.

Asimismo, en su honor, en el año 1996 se instauró la entrega del Premio Nacional y Estatal de Cuento Corto José Agustín en Acapulco, cuya finalidad es impulsar el trabajo de jóvenes escritores. “La apuesta de José Agustín fue en el sentido de expresarse, de rescatar en su obra la circunstancia que le tocó vivir y el espíritu de su tiempo, mostrando a las nuevas generaciones que es posible encontrar un camino propio", expresó Enrique Serna en abril del año anterior en el evento para celebrar la reedición de toda su obra. La labor escrita de José Agustín se ubica en la corriente conocida como “literatura de la onda”, lo cual no precisamente lo entusiasmaba pues se trataba de una forma de encasillamiento parcial e injusta. “La onda” se refiere a la corriente literaria y cultural en la que fue ubicado José Agustín junto a Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz y René Avilés Fabila, misma que buscaba renovar y reflejar las letras mexicanas mediante la incorporación de elementos de la contracultura, el desenfado, la música, la irreverencia, la sencillez, y una representación más fiel de la realidad y las experiencias de la juventud de la época, desdeñando las capillas y mafias de grupos literarios cerrados –que abundaban-.

En sus obras, como “De perfil” y “La Tumba”, José Agustín fue voz representativa de una generación que como en otras partes del mundo, rompía con normas establecidas en aras de mayor autenticidad. En definitiva, la llamada “literatura de la onda” contribuyó a ampliar los límites de la expresión cultural en México.

José Agustín fue siempre un hombre activo con enorme sentido del humor, trabajador y entregado con pasión y gozo a su vocación de escritor.

Su obra y su vida han dejado huella profunda en el ámbito cultural mexicano. Leerlo y releerlo es ampliar la percepción de nuestra historia, en especial los años de la revuelta juvenil que fueren vértice que devino en nuevos afanes para conocer y reconocer con mayor profundidad la rosa de los vientos de la condición humana.

José Agustín dejó para la posteridad 11 novelas: La tumba, 1964; De Perfil, 1966; Abolición de la propiedad, 1969; Se está haciendo tarde (final en laguna), 1973; El rey se acerca a su templo, 1978; Ciudades desiertas, 1982; Cerca del fuego, 1986; El rock de la cárcel (1986); La panza del Tepozteco 1992; Dos horas de sol, 1994; y Vida con mi viuda, 2004, Premio Mazatlán de Literatura 2005.

Además, innumerables cuentos como Inventando que sueño, 1968; La mirada en el centro, 1977; Furor matutino, 1984; No pases esta puerta, 1992; La miel derramada, 1992. Y crónicas y ensayos relevantes como La nueva música clásica, 1969; los tres tomos de Tragicomedia mexicana; La contracultura en México; la historia y el significado de los rebeldes sin causa, los jipitecas, los punks y las bandas; El hotel de los corazones solitarios, 1999; Los grandes discos de rock: 1951– 1975, 2001; La ventana indiscreta: rock, cine y literatura, 2004; Vuelo sobre las profundidades, 2008, entre muchas otras.