/ viernes 31 de julio de 2020

Humanitas: arte y pasión

Cuando pensamos en un par botas de piel usadas y maltratadas o en unos zapatos suecos ¿por qué nos remitimos a Van Gogh?

El escritor argentino Ernesto Sabato nos dice que estos objetos lo mismo que una silla de paja o una vela macilenta, no dicen lo que son, revelan mensajes en clave, muestran lo inefable que permea el pincel del pintor Vincent van Gogh, desde su soledad, su angustia, ansiedad y perturbación, es decir, a su ser mismo.

Van Gogh se sirvió de objetos de este mundo para manifestar lo más profundo y recóndito de su ser. Esos objetos del mundo los embelleció, creó un aurea a su alrededor, con la intención de dejar huellas e indicios de su estar en el mundo. Dice Sabato que “el hombre hace con los objetos lo mismo que el alma al cuerpo, impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de los ojos, de la sonrisa y de la comisura de los labios”.

El filósofo Martin Heidegger pensó en la apariencia al mirar el par de botas que van Gogh pintó 1886, reflexionando sobre el andar y la errancia desbordada del holandés, que en esta pintura subyace como fenómeno de lo aparente, lo que se manifiesta. Los zapatos fueron un tema recurrente en su obra, el andar el camino del pensar es lo que atrapó a Heidegger.

La presencia del hombre en el mundo, se expresa de mil maneras, en una biblioteca, en una galería, en un templo, en la tienda de antigüedades, en la tierra labrada o en las señales de tráfico de una ciudad. El contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro, deja rastros para seguir su paso producir el encuentro.

Por ello es importante crear belleza y ética en nuestro pequeño entorno, porque todo es tan breve que no nos damos cuenta que gastamos el tiempo en lo deshumanizado, en las tareas del trabajo, en el consumo alienado, en lo cotidiano y banal.

Las labores diarias nos demandan y nos hacen autómatas, ya no somos capaces de detenernos frente a una tasa de café contemplando el cielo que nos regala la aurora.

Hemos perdido la capacidad para contemplar lo áurico, lo informe, lo sagrado, lo primordial, porque nos han encandilado con las luces de la modernidad, no vemos ni las sombras, vemos lo que se refleja en el oropel y en la mercancía.

Por ello los sabios alquimistas buscaban la iniciación partiendo del material vulgar que esconde el mercurio, el plomo de los sabios, para llegar a lo primordial y así producir el oro de los filósofos.

En el crisol la ignis, el fuego sin llamas, el huevo de oro de la filosofía, la combustión del cinabrio y el mercurio en el horno para formar el nigrendo y obtener el mercurio de los sabios, el cual generará la unión del rey y la reina mediante el fuego secreto del amor.

En la Gran Obra alquímica el andrógino manifiesta la forma secreta del amor, la hierogamia que significa el matrimonio sagrado, volver a unir lo que fue separado. Solve et coagula.

bobiglez@gmail.com

Cuando pensamos en un par botas de piel usadas y maltratadas o en unos zapatos suecos ¿por qué nos remitimos a Van Gogh?

El escritor argentino Ernesto Sabato nos dice que estos objetos lo mismo que una silla de paja o una vela macilenta, no dicen lo que son, revelan mensajes en clave, muestran lo inefable que permea el pincel del pintor Vincent van Gogh, desde su soledad, su angustia, ansiedad y perturbación, es decir, a su ser mismo.

Van Gogh se sirvió de objetos de este mundo para manifestar lo más profundo y recóndito de su ser. Esos objetos del mundo los embelleció, creó un aurea a su alrededor, con la intención de dejar huellas e indicios de su estar en el mundo. Dice Sabato que “el hombre hace con los objetos lo mismo que el alma al cuerpo, impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de los ojos, de la sonrisa y de la comisura de los labios”.

El filósofo Martin Heidegger pensó en la apariencia al mirar el par de botas que van Gogh pintó 1886, reflexionando sobre el andar y la errancia desbordada del holandés, que en esta pintura subyace como fenómeno de lo aparente, lo que se manifiesta. Los zapatos fueron un tema recurrente en su obra, el andar el camino del pensar es lo que atrapó a Heidegger.

La presencia del hombre en el mundo, se expresa de mil maneras, en una biblioteca, en una galería, en un templo, en la tienda de antigüedades, en la tierra labrada o en las señales de tráfico de una ciudad. El contacto con cualquier obra humana evoca en nosotros la vida del otro, deja rastros para seguir su paso producir el encuentro.

Por ello es importante crear belleza y ética en nuestro pequeño entorno, porque todo es tan breve que no nos damos cuenta que gastamos el tiempo en lo deshumanizado, en las tareas del trabajo, en el consumo alienado, en lo cotidiano y banal.

Las labores diarias nos demandan y nos hacen autómatas, ya no somos capaces de detenernos frente a una tasa de café contemplando el cielo que nos regala la aurora.

Hemos perdido la capacidad para contemplar lo áurico, lo informe, lo sagrado, lo primordial, porque nos han encandilado con las luces de la modernidad, no vemos ni las sombras, vemos lo que se refleja en el oropel y en la mercancía.

Por ello los sabios alquimistas buscaban la iniciación partiendo del material vulgar que esconde el mercurio, el plomo de los sabios, para llegar a lo primordial y así producir el oro de los filósofos.

En el crisol la ignis, el fuego sin llamas, el huevo de oro de la filosofía, la combustión del cinabrio y el mercurio en el horno para formar el nigrendo y obtener el mercurio de los sabios, el cual generará la unión del rey y la reina mediante el fuego secreto del amor.

En la Gran Obra alquímica el andrógino manifiesta la forma secreta del amor, la hierogamia que significa el matrimonio sagrado, volver a unir lo que fue separado. Solve et coagula.

bobiglez@gmail.com