/ jueves 8 de junio de 2023

Festival City 2023, un ritual que atrajo la lluvia ancestral

Espressando riffs


No hubo veladoras para ponerles un altar, pero sí los flashes y las pantallas de nuestros celulares. No tuvimos tinta para escribir, pero sí memoria en nuestras mentes para recordar sus nombres y sus rostros, arrebatados de esta vida, pero inmortalizados en nuestros corazones y en las letras el himno Antes de que nos olviden de Caifanes, durante el ritual de aquel sábado 27 de mayo de 2023, denominado Festival City.

“Haremos historia / No andaremos de rodillas”, cantaba Saúl Hernández en unísono con la muchedumbre, mientras en la pantalla se reproducían una serie de fotografías que retrataban la violencia en México. Imágenes crudas, pero reales. Una cámara que parece ensangrentada por las y los periodistas censurados para siempre; protestas en las marchas feministas; y mensajes que denuncian la injusticia que nos acompaña desde que esta canción fue escrita para el álbum El Diablito (1990, RCA), también conocido formalmente como Caifanes Vol. II.

Hernández se inspiró en los hechos ocurridos en 1968, con el movimiento estudiantil en la plaza de Tlatelolco. Pero seguramente no se imaginaba que generaciones después, otro grupo estudiantil, proveniente de Ayotzinapa, sufriría la misma violencia y represión. Ahora, la canción inmortaliza a estas generaciones y a grupos vulnerables como las mujeres y las y los periodistas, a la comunidad indígena y los migrantes.

Los conciertos de Caifanes son un espresso recién preparado, cuyo aroma intenso está cargado de espiritualidad, filosofía, pasión y cultura. En un principio, su sonido estuvo influenciado por artistas salidos del escenario post-punk, como The Cure; pero Caifanes desarrolló un rock en nuestro idioma, sabor a tropical e inspirado en el acontecer mexicano y las raíces prehispánicas. Igual que los protagonistas de sus canciones, hicieron historia.

El Festival City de la semana pasada fue la ceremonia en la que los líderes del festival hicieron que estos rostros y nombres, evaporados en magueyes, bajaran del cielo con la lluvia y se unieran a cantar y bailar con nosotros. Las letras de la obra musical cobraron vida y penetraron en las fibras más sensibles de nuestras almas.

Así ocurrió bajo aquella noche de rock: había una joven con un brazo en lo alto, con el puño cerrado, pose cabizbaja y rostro afligido, con lágrimas en los ojos, pero sin dejar de recitar el tema. No les voy a decir quién fui, pero sí diré que el mensaje de Saúl perdura a lo largo de la historia. Como mujer y periodista, sentí la música cual filo del cuchillo masajear mi piel. El ritmo pasivo, pero desgarrador de las letras, atravesó mi espíritu.

Esa era yo, después de haberle entregado decenas de gritos a Porter y a Camilo Séptimo, también muy talentosos y con gran espectáculo. De los primeros, me gustaría hacer una mención honorífica, sobre todo porque su música me conquistó rápidamente y me intrigó desde aquella primera canción que me llegó por la sabia recomendación de un individuo: Palapa, del álbum Moctezuma (2014, LOV/RECS). Al igual que Caifanes, la banda de rock experimental logró entregar un show embriagante de principio a fin, con la mezcla creativa de sonidos y narrativas ancestrales, con arreglos electrónicos. Además, la voz de David Velasco, en sus tonos agudos y suaves, deleitó al público y enamoró a quienes no cantaban con él, pero le miraban asombrados.

Si bien no tocaron esa canción que tanto me gusta y fue el primer sencillo del álbum —tras una serie de cambios en la agrupación—, sí pudimos ser partícipes de la experiencia en vivo de: Pájaros, Himno Eterno, Tzunami y Espiral, entre otros éxitos.

Nuevamente, al retomar a Caifanes, debo admitir que además de lágrimas, me sacaron sonrisas y flashbacks de aquellas primeras veces que escuché sus álbumes gracias al gusto heredado de mi mamá. Aviéntame, por ejemplo, una canción de mis favoritas, con otra lección importante entre versos, y cuyo coro y solos de guitarra nunca fallan en electrizar mi espalda. La célula que explota, tema con el que concluyeron su espacio, también nos cautivó.

A comparación de aquella primera vez que me tocó verlos hace siete años en el entonces Estadio Municipal, el espectáculo en el Lienzo Charro Hermanos Ramírez resultó mejor en cuanto a la puntualidad y compromiso de la banda, así como en las instalaciones y la energía del público. El espacio para cada artista, a partir de Porter, fue de una hora; entonces, los tiempos tenían que respetarse.

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Si esta vez te perdiste del Festival City Querétaro en su segunda edición, no te desanimes. Habrá otra el próximo año, además de que Caifanes y Porter estarán juntos en el Tecate Comuna de Cholula, Puebla, el 11 de noviembre de este año; en compañía de León Larregui, Los Bunkers, Café Tacvba, y más. Y si no se puede ninguno, tranqui, pues ya vimos que el talento mexicano no se agota y, después de muchos años, aquí sigue, vivito y coleando. Tanto así, que entre la música y nuestra energía, se logró efectuar –sin querer— el ritual que invocó a Tláloc.


No hubo veladoras para ponerles un altar, pero sí los flashes y las pantallas de nuestros celulares. No tuvimos tinta para escribir, pero sí memoria en nuestras mentes para recordar sus nombres y sus rostros, arrebatados de esta vida, pero inmortalizados en nuestros corazones y en las letras el himno Antes de que nos olviden de Caifanes, durante el ritual de aquel sábado 27 de mayo de 2023, denominado Festival City.

“Haremos historia / No andaremos de rodillas”, cantaba Saúl Hernández en unísono con la muchedumbre, mientras en la pantalla se reproducían una serie de fotografías que retrataban la violencia en México. Imágenes crudas, pero reales. Una cámara que parece ensangrentada por las y los periodistas censurados para siempre; protestas en las marchas feministas; y mensajes que denuncian la injusticia que nos acompaña desde que esta canción fue escrita para el álbum El Diablito (1990, RCA), también conocido formalmente como Caifanes Vol. II.

Hernández se inspiró en los hechos ocurridos en 1968, con el movimiento estudiantil en la plaza de Tlatelolco. Pero seguramente no se imaginaba que generaciones después, otro grupo estudiantil, proveniente de Ayotzinapa, sufriría la misma violencia y represión. Ahora, la canción inmortaliza a estas generaciones y a grupos vulnerables como las mujeres y las y los periodistas, a la comunidad indígena y los migrantes.

Los conciertos de Caifanes son un espresso recién preparado, cuyo aroma intenso está cargado de espiritualidad, filosofía, pasión y cultura. En un principio, su sonido estuvo influenciado por artistas salidos del escenario post-punk, como The Cure; pero Caifanes desarrolló un rock en nuestro idioma, sabor a tropical e inspirado en el acontecer mexicano y las raíces prehispánicas. Igual que los protagonistas de sus canciones, hicieron historia.

El Festival City de la semana pasada fue la ceremonia en la que los líderes del festival hicieron que estos rostros y nombres, evaporados en magueyes, bajaran del cielo con la lluvia y se unieran a cantar y bailar con nosotros. Las letras de la obra musical cobraron vida y penetraron en las fibras más sensibles de nuestras almas.

Así ocurrió bajo aquella noche de rock: había una joven con un brazo en lo alto, con el puño cerrado, pose cabizbaja y rostro afligido, con lágrimas en los ojos, pero sin dejar de recitar el tema. No les voy a decir quién fui, pero sí diré que el mensaje de Saúl perdura a lo largo de la historia. Como mujer y periodista, sentí la música cual filo del cuchillo masajear mi piel. El ritmo pasivo, pero desgarrador de las letras, atravesó mi espíritu.

Esa era yo, después de haberle entregado decenas de gritos a Porter y a Camilo Séptimo, también muy talentosos y con gran espectáculo. De los primeros, me gustaría hacer una mención honorífica, sobre todo porque su música me conquistó rápidamente y me intrigó desde aquella primera canción que me llegó por la sabia recomendación de un individuo: Palapa, del álbum Moctezuma (2014, LOV/RECS). Al igual que Caifanes, la banda de rock experimental logró entregar un show embriagante de principio a fin, con la mezcla creativa de sonidos y narrativas ancestrales, con arreglos electrónicos. Además, la voz de David Velasco, en sus tonos agudos y suaves, deleitó al público y enamoró a quienes no cantaban con él, pero le miraban asombrados.

Si bien no tocaron esa canción que tanto me gusta y fue el primer sencillo del álbum —tras una serie de cambios en la agrupación—, sí pudimos ser partícipes de la experiencia en vivo de: Pájaros, Himno Eterno, Tzunami y Espiral, entre otros éxitos.

Nuevamente, al retomar a Caifanes, debo admitir que además de lágrimas, me sacaron sonrisas y flashbacks de aquellas primeras veces que escuché sus álbumes gracias al gusto heredado de mi mamá. Aviéntame, por ejemplo, una canción de mis favoritas, con otra lección importante entre versos, y cuyo coro y solos de guitarra nunca fallan en electrizar mi espalda. La célula que explota, tema con el que concluyeron su espacio, también nos cautivó.

A comparación de aquella primera vez que me tocó verlos hace siete años en el entonces Estadio Municipal, el espectáculo en el Lienzo Charro Hermanos Ramírez resultó mejor en cuanto a la puntualidad y compromiso de la banda, así como en las instalaciones y la energía del público. El espacio para cada artista, a partir de Porter, fue de una hora; entonces, los tiempos tenían que respetarse.

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Si esta vez te perdiste del Festival City Querétaro en su segunda edición, no te desanimes. Habrá otra el próximo año, además de que Caifanes y Porter estarán juntos en el Tecate Comuna de Cholula, Puebla, el 11 de noviembre de este año; en compañía de León Larregui, Los Bunkers, Café Tacvba, y más. Y si no se puede ninguno, tranqui, pues ya vimos que el talento mexicano no se agota y, después de muchos años, aquí sigue, vivito y coleando. Tanto así, que entre la música y nuestra energía, se logró efectuar –sin querer— el ritual que invocó a Tláloc.

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