/ jueves 14 de julio de 2022

Quía y el misterio del dispar de zapatos

El libro de cabecera

Todos los días leo. De manera programada o en los reductos y posibilidades inesperados que se abren día a día suelo entregarme a la lectura a la menor provocación. Leo desde que tenía cinco años, y nunca me había ocurrido algo similar a lo que me pasó leyendo Quía y el misterio del dispar de zapatos (Secretaría de Cultura, 2020) de Yolanda Rubioceja.

En una de mis lecturas por la calle, mientras me traslado de un punto a otro de la ciudad, escuché la voz de una niña: “Señor, está leyendo su libro al revés”, dijo la chiquilla con una sonrisa en su rostro. Su madre me miró con desconfianza, con el estupor de quien se encuentra a un maniático, de alguien diferente y perverso que rompe con el orden establecido. “Es que es un libro que se lee al derecho y al revés”, respondí con naturalidad, aunque lamentando que la niña no fuera parte de mi juego.

Ese es precisamente uno de los elementos fundamentales de la experiencia lectora de Quía y el misterio del dispar de zapatos: el juego. La voz narradora despliega el universo de Quía a partir de una doble apertura: la invitación «entra» que aparece en la portada y la apertura de una puerta hacia el inicio del texto: “Al abrir la puerta Quía se topó con los zapatos”. Una vez dentro, el lector será conducido por la voz narrativa al inicio del misterio: un dispar de zapatos, uno del pompón azul y otro de moño café, dispuestos como si fueran a dar un paso, uno delante del otro, “hermosos, disparejos pero hermosos”. Pero esta entrada ofrece una salida casi inmediata hacia la página 7: “FIN. Se acabó”.

Desde este momento, se desarrolla una relación estrecha de cooperación y complicidad entre la voz narrativa y el lector. De manera estratégica, la narradora reconoce que entre tantas posibilidades de historias que se integran en Quía “daría para otro libro, pero ya tengo mucho que contar sólo con la historia de Quía y no quiero enredarme más, así que me la guardo en el bolsillo por si alguna vez se da la oportunidad”.

Llegados a este punto, se destacan varias diferencias: un libro que se lee al revés; un inicio o entrada que de inmediato ofrece el fin; una niña, Quía, que presenta una diferencia en sus pies, de ahí que las diferencias del dispar de zapatos se acentúe más allá del pompón azul, en uno, y del moño café, en el otro.

En este despliegue de divergencias, surge la figura de la maestra Teresa quien habrá de regalarle a Quía un libro en donde se narra la historia de Aquia, un referente especular y espectacular de la propia Quía, que contribuirá a establecer dos planos de realidad: en la lectura del libro que le ha regalado la maestra Teresa, Quía se encuentra con un pueblo llamado La Llave, mientras que en la realidad de Quía ella y su familia van de vacaciones a un pueblo llamado La Cerradura. O en el juego de los títulos, cuando se enuncia de manera directa “Quía y el misterio del dispar de zapatos” y “Quía y el misterio de la gemela de pie al revés”.

Alondra y Gonzalo, mamá y papá de Quía, respectivamente, representan al entorno familiar cómplice y cercano, que acompaña a Quía en su aventura y la acoge con amor en su despliegue de divergencias ante el mundo. También son quienes le surten a la niña de libros. Así, en El Árbol de los Libros están todos los volúmenes que Quía había leído y que sus padres le habían leído cuando ella era apenas un bebé.

En el sentido más estricto del término, Quía y el misterio del dispar de zapatos es un ejercicio literario de libertad que invita de manera explícita a la participación del lector, quien tendrá la oportunidad de establecer un vínculo lúdico y de participación con la voz narradora: “Siéntete como en tu libro, o… bueno, sin el «como», estás en tu libro, de hecho. Llegas tarde. Te esperábamos desde la primera página. Menos mal que éste es un libro corto, que si no…” se lee al revés (¿o al derecho?) en la página 54.

En la acepción positiva del término, Quía y el misterio del dispar de zapatos es un libro perverso, es decir, un libro que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. De entrada, porque, al ser un libro para niños, renuncia a la soterrada costumbre de tratar al lector infantil como estúpido y, principalmente, por ser una invitación abierta a un ejercicio lúdico para entregarse a la libertad creativa desde la plataforma de la literatura. Es una búsqueda y un secreto que, a través de una estructura narrativa innovadora que rebasa el modismo del multiverso, plantea al lector el conflicto de la diferencia y de la convivencia con el otro y con uno mismo en voz del otro, de su Quía en función de su propia Aquia.

Pero ¿quién es Aquia? ¿Por qué Quía tiene un par de zapatos diferentes? ¿Quién se los regaló? ¿Quién es Bacalao y porque de repente se llama Jamón? ¿En qué momento piensa entrar Quia en acción? Estas y más preguntas son algunos de los principales motivos que el lector de cualquier edad encontrará en este hito de la literatura infantil, como cuando yo leía a mis cinco años. Un juego metaliterario tan sugerente como La Invención de Morel, tan nostálgico como acariciar a Bacalao, tan divertido como encontrarse con Jamón en los reductos inesperados de cualquier pueblo lejano, y tan propio que cada quien tendrá la posibilidad de ilustrarlo.


Todos los días leo. De manera programada o en los reductos y posibilidades inesperados que se abren día a día suelo entregarme a la lectura a la menor provocación. Leo desde que tenía cinco años, y nunca me había ocurrido algo similar a lo que me pasó leyendo Quía y el misterio del dispar de zapatos (Secretaría de Cultura, 2020) de Yolanda Rubioceja.

En una de mis lecturas por la calle, mientras me traslado de un punto a otro de la ciudad, escuché la voz de una niña: “Señor, está leyendo su libro al revés”, dijo la chiquilla con una sonrisa en su rostro. Su madre me miró con desconfianza, con el estupor de quien se encuentra a un maniático, de alguien diferente y perverso que rompe con el orden establecido. “Es que es un libro que se lee al derecho y al revés”, respondí con naturalidad, aunque lamentando que la niña no fuera parte de mi juego.

Ese es precisamente uno de los elementos fundamentales de la experiencia lectora de Quía y el misterio del dispar de zapatos: el juego. La voz narradora despliega el universo de Quía a partir de una doble apertura: la invitación «entra» que aparece en la portada y la apertura de una puerta hacia el inicio del texto: “Al abrir la puerta Quía se topó con los zapatos”. Una vez dentro, el lector será conducido por la voz narrativa al inicio del misterio: un dispar de zapatos, uno del pompón azul y otro de moño café, dispuestos como si fueran a dar un paso, uno delante del otro, “hermosos, disparejos pero hermosos”. Pero esta entrada ofrece una salida casi inmediata hacia la página 7: “FIN. Se acabó”.

Desde este momento, se desarrolla una relación estrecha de cooperación y complicidad entre la voz narrativa y el lector. De manera estratégica, la narradora reconoce que entre tantas posibilidades de historias que se integran en Quía “daría para otro libro, pero ya tengo mucho que contar sólo con la historia de Quía y no quiero enredarme más, así que me la guardo en el bolsillo por si alguna vez se da la oportunidad”.

Llegados a este punto, se destacan varias diferencias: un libro que se lee al revés; un inicio o entrada que de inmediato ofrece el fin; una niña, Quía, que presenta una diferencia en sus pies, de ahí que las diferencias del dispar de zapatos se acentúe más allá del pompón azul, en uno, y del moño café, en el otro.

En este despliegue de divergencias, surge la figura de la maestra Teresa quien habrá de regalarle a Quía un libro en donde se narra la historia de Aquia, un referente especular y espectacular de la propia Quía, que contribuirá a establecer dos planos de realidad: en la lectura del libro que le ha regalado la maestra Teresa, Quía se encuentra con un pueblo llamado La Llave, mientras que en la realidad de Quía ella y su familia van de vacaciones a un pueblo llamado La Cerradura. O en el juego de los títulos, cuando se enuncia de manera directa “Quía y el misterio del dispar de zapatos” y “Quía y el misterio de la gemela de pie al revés”.

Alondra y Gonzalo, mamá y papá de Quía, respectivamente, representan al entorno familiar cómplice y cercano, que acompaña a Quía en su aventura y la acoge con amor en su despliegue de divergencias ante el mundo. También son quienes le surten a la niña de libros. Así, en El Árbol de los Libros están todos los volúmenes que Quía había leído y que sus padres le habían leído cuando ella era apenas un bebé.

En el sentido más estricto del término, Quía y el misterio del dispar de zapatos es un ejercicio literario de libertad que invita de manera explícita a la participación del lector, quien tendrá la oportunidad de establecer un vínculo lúdico y de participación con la voz narradora: “Siéntete como en tu libro, o… bueno, sin el «como», estás en tu libro, de hecho. Llegas tarde. Te esperábamos desde la primera página. Menos mal que éste es un libro corto, que si no…” se lee al revés (¿o al derecho?) en la página 54.

En la acepción positiva del término, Quía y el misterio del dispar de zapatos es un libro perverso, es decir, un libro que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas. De entrada, porque, al ser un libro para niños, renuncia a la soterrada costumbre de tratar al lector infantil como estúpido y, principalmente, por ser una invitación abierta a un ejercicio lúdico para entregarse a la libertad creativa desde la plataforma de la literatura. Es una búsqueda y un secreto que, a través de una estructura narrativa innovadora que rebasa el modismo del multiverso, plantea al lector el conflicto de la diferencia y de la convivencia con el otro y con uno mismo en voz del otro, de su Quía en función de su propia Aquia.

Pero ¿quién es Aquia? ¿Por qué Quía tiene un par de zapatos diferentes? ¿Quién se los regaló? ¿Quién es Bacalao y porque de repente se llama Jamón? ¿En qué momento piensa entrar Quia en acción? Estas y más preguntas son algunos de los principales motivos que el lector de cualquier edad encontrará en este hito de la literatura infantil, como cuando yo leía a mis cinco años. Un juego metaliterario tan sugerente como La Invención de Morel, tan nostálgico como acariciar a Bacalao, tan divertido como encontrarse con Jamón en los reductos inesperados de cualquier pueblo lejano, y tan propio que cada quien tendrá la posibilidad de ilustrarlo.


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