/ sábado 30 de enero de 2021

Lo que no nos define | Vidas sucesivas

Dicen por ahí que el dolor es inevitable, y el sufrimiento, opcional. Sin embargo, hay pesares en el alma para los cuales las leyes divinas —las del Tao, estoicismo y tanatología— resultan insuficientes. El duelo es una larga y permanente sombra de inevitabilidad.

En un entorno de dolor generalizado y de masificación de pérdidas, nos enfrentamos a la desazón y al desasosiego por la falta de familiares y seres queridos. Como lo apunta C.S. Lewis en Una pena en observación: “Supongo que si a uno le prohíben la sal, no va a notar más su ausencia en una comida que en otra. Comer será diferente en general, cada día, en cada comida. La ausencia es como el cielo, lo cubre todo.”

A la fecha que se escribe la presente, las defunciones por Covid-19 continúan en pleno ascenso: 155 mil 145 en México, 2 mil 891 en Querétaro y 2.19 millones a nivel mundial. Estos datos son únicamente por la pandemia, imaginemos y proyectemos los fallecimientos por causas ajenas a ésta. ¡Vaya que la vida implica, en ocasiones, encontrar dolor!

Entre los decesos que hubo esta semana, despedimos a dos mexicanos notables (a uno lo estudié y al otro le aprendí): al maestro Héctor Fix Zamudio, y al extraordinario Alfonso de María y Campos Castelló, a quien muchos medios nacionales calificaron como: “El Embajador de la Cultura” y “Gran diplomático, conversador con un gran sentido del humor”. Uno no solamente es como lo califican, ni como lo recuerdan; uno es y ya está. Para mí siempre será mi jefe, entrañable amigo y “Embajador de la calma y la buena onda”.

¿Por qué lo destacamos en un medio local? No hay defunciones que sean mayores a otras, ni tampoco nadie tiene el monopolio del dolor. Todos hemos visto partir a alguien y a todos se nos quema el corazón.

No obstante, destaco que el embajador Alfonso de María y Campos fue un mexicano ejemplar; símbolo de la lucha por la cultura, la grandeza de los mexicanos y sus tradiciones populares. Hombre de mundo y de una increíble sensibilidad. Su trayectoria y logros para el país son de dominio público; pueden encontrarse en cualquier búsqueda que se haga en Google, Twitter o en los acervos de las bibliotecas.

El legado de un hombre no se agota en sus éxitos, también en el cuerpo, en la mentalidad y en la mentoría de la gente de su alrededor.

Tuve la fortuna de conocerlo cuando fue Director General del Instituto Matías Romero; con enorme humildad, calidez y simpatía me transmitió, en calidad de compañero, su visión de la diplomacia, de la cultura y del gran valor de México.

Seis años después volvimos a encontrarnos en otra faceta y decidimos emprender un proyecto de diseño humano y generacional para reivindicar con un enfoque regional las potencialidades culturales, sociales, económicas y ambientales de los sectores menos favorecidos. Algún día llevará su nombre, sello y visión.

Todos nos llevamos algo de las personas con las que compartimos algún espacio en esta vida. Me quedo con la enorme gratitud y admiración de siempre haber encontrado un balance en el caos y transmitir tranquilidad a estudiantes, practicantes, diplomáticos e incluso presidentes, así como con su idea de que la cultura puede curar los más negros presagios.

Titulo esta columna Vidas Sucesivas porque es un libro que escribió rastreando como detective las aportaciones de dos familiares a quienes no pudo conocer —abuelo y padre—, su impacto a través de la enseñanza, desde la UNAM, a los referentes de la arquitectura mexicana, y así también poder conocer y generar un vínculo especial con quienes no pudo coincidir en vida.

Tuve la fortuna de compartir con él mis colaboraciones en este espacio desde el primer día. La última respuesta que tuve de él fue justo el sábado pasado, cuando me enteré de su estado de salud. Su mensaje final fue: "Ya estás… sigue escribiendo."

Fuimos optimistas y quedamos de vernos el miércoles para seguir caminando juntos. La vida está llena de sorpresas… algunas negativas. Fue precisamente el miércoles cuando se marchó.

No hay una muerte más significativa que otra. Sin embargo, todos podemos reivindicar estas “vidas sucesivas”, así como generar empatía y solidarizarnos con aquellos que se encuentran extraviados en los abismos de la aflicción. En palabras del Embajador: “La vida está llena de sueños. Colmada de lucha, trabajo, amor y grandes oportunidades para ser aprovechadas.”


Este testimonio va dirigido especialmente a Virginia, a sus familiares y a todas aquellas personas que tuvieron la dicha de conocerle, y que viven el legado que heredó a México. Doy gracias a la vida por cruzarme en su camino, mi querido Embajador. Lo quiero y honraré siempre.


No fue este miércoles, pero seguramente nos volveremos a encontrar.


Consultor y profesor universitario

Twitter: Petaco10marina

Facebook: Petaco Diez Marina

Instagram: Petaco10marina

Dicen por ahí que el dolor es inevitable, y el sufrimiento, opcional. Sin embargo, hay pesares en el alma para los cuales las leyes divinas —las del Tao, estoicismo y tanatología— resultan insuficientes. El duelo es una larga y permanente sombra de inevitabilidad.

En un entorno de dolor generalizado y de masificación de pérdidas, nos enfrentamos a la desazón y al desasosiego por la falta de familiares y seres queridos. Como lo apunta C.S. Lewis en Una pena en observación: “Supongo que si a uno le prohíben la sal, no va a notar más su ausencia en una comida que en otra. Comer será diferente en general, cada día, en cada comida. La ausencia es como el cielo, lo cubre todo.”

A la fecha que se escribe la presente, las defunciones por Covid-19 continúan en pleno ascenso: 155 mil 145 en México, 2 mil 891 en Querétaro y 2.19 millones a nivel mundial. Estos datos son únicamente por la pandemia, imaginemos y proyectemos los fallecimientos por causas ajenas a ésta. ¡Vaya que la vida implica, en ocasiones, encontrar dolor!

Entre los decesos que hubo esta semana, despedimos a dos mexicanos notables (a uno lo estudié y al otro le aprendí): al maestro Héctor Fix Zamudio, y al extraordinario Alfonso de María y Campos Castelló, a quien muchos medios nacionales calificaron como: “El Embajador de la Cultura” y “Gran diplomático, conversador con un gran sentido del humor”. Uno no solamente es como lo califican, ni como lo recuerdan; uno es y ya está. Para mí siempre será mi jefe, entrañable amigo y “Embajador de la calma y la buena onda”.

¿Por qué lo destacamos en un medio local? No hay defunciones que sean mayores a otras, ni tampoco nadie tiene el monopolio del dolor. Todos hemos visto partir a alguien y a todos se nos quema el corazón.

No obstante, destaco que el embajador Alfonso de María y Campos fue un mexicano ejemplar; símbolo de la lucha por la cultura, la grandeza de los mexicanos y sus tradiciones populares. Hombre de mundo y de una increíble sensibilidad. Su trayectoria y logros para el país son de dominio público; pueden encontrarse en cualquier búsqueda que se haga en Google, Twitter o en los acervos de las bibliotecas.

El legado de un hombre no se agota en sus éxitos, también en el cuerpo, en la mentalidad y en la mentoría de la gente de su alrededor.

Tuve la fortuna de conocerlo cuando fue Director General del Instituto Matías Romero; con enorme humildad, calidez y simpatía me transmitió, en calidad de compañero, su visión de la diplomacia, de la cultura y del gran valor de México.

Seis años después volvimos a encontrarnos en otra faceta y decidimos emprender un proyecto de diseño humano y generacional para reivindicar con un enfoque regional las potencialidades culturales, sociales, económicas y ambientales de los sectores menos favorecidos. Algún día llevará su nombre, sello y visión.

Todos nos llevamos algo de las personas con las que compartimos algún espacio en esta vida. Me quedo con la enorme gratitud y admiración de siempre haber encontrado un balance en el caos y transmitir tranquilidad a estudiantes, practicantes, diplomáticos e incluso presidentes, así como con su idea de que la cultura puede curar los más negros presagios.

Titulo esta columna Vidas Sucesivas porque es un libro que escribió rastreando como detective las aportaciones de dos familiares a quienes no pudo conocer —abuelo y padre—, su impacto a través de la enseñanza, desde la UNAM, a los referentes de la arquitectura mexicana, y así también poder conocer y generar un vínculo especial con quienes no pudo coincidir en vida.

Tuve la fortuna de compartir con él mis colaboraciones en este espacio desde el primer día. La última respuesta que tuve de él fue justo el sábado pasado, cuando me enteré de su estado de salud. Su mensaje final fue: "Ya estás… sigue escribiendo."

Fuimos optimistas y quedamos de vernos el miércoles para seguir caminando juntos. La vida está llena de sorpresas… algunas negativas. Fue precisamente el miércoles cuando se marchó.

No hay una muerte más significativa que otra. Sin embargo, todos podemos reivindicar estas “vidas sucesivas”, así como generar empatía y solidarizarnos con aquellos que se encuentran extraviados en los abismos de la aflicción. En palabras del Embajador: “La vida está llena de sueños. Colmada de lucha, trabajo, amor y grandes oportunidades para ser aprovechadas.”


Este testimonio va dirigido especialmente a Virginia, a sus familiares y a todas aquellas personas que tuvieron la dicha de conocerle, y que viven el legado que heredó a México. Doy gracias a la vida por cruzarme en su camino, mi querido Embajador. Lo quiero y honraré siempre.


No fue este miércoles, pero seguramente nos volveremos a encontrar.


Consultor y profesor universitario

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