/ domingo 15 de abril de 2018

Aquí Querétaro

Conocí Charape de los Pelones en la campaña rumbo a la Presidencia Municipal de Querétaro de Braulio Guerra Malo. Por entonces, a esta alejada comunidad de la capital había que llegar por caminos de terracería y constituía un ejemplo clarísimo del abandono, del olvido, de la desgracia de los pueblos más desprotegidos de nuestro país.

Desde entonces he escuchado el nombre de esta población rural de la Delegación de Santa Rosa Jáuregui periódicamente, cada tres años, como una recurrente afirmación de ese sistema político mexicano en el que la promesa por cumplir es una fórmula constante y la foto de lo más olvidado la idónea para ilustrarla.

En Querétaro, a Charape de los Pelones le tocó ser el ejemplo ideal de la necesidad y el escaparate perfecto para la promesa de modernidad, de crecimiento, de mejores oportunidades… “si el voto nos favorece en las urnas”.

Treinta años atrás, cuando el exrector universitario era candidato priista a la alcaldía queretana y yo reportero de esta casa donde hoy escribo, la comunidad de Charape de los Pelones era apenas un grupo de sencillas casas, salpicadas entre el monte y los mezquites, que tenía como principal, y único, espacio de reunión el frente de la pequeña construcción que servía como escuela. Ahí fue el mitin, y supongo que ahí han seguido siendo, cada tres años, los actos públicos de los diferentes candidatos a puestos locales de elección popular. Algo habrá cambiado el pueblo desde entonces, pero los eventos políticos siguen siendo los mismos, con mucha gente que llega y se va para no regresar, y sobre todo, con más de un fotógrafo que de cuenta de la visita.

Las casas que albergan a las poco más de setenta familias que hoy habitan la comunidad son ahora más sólidas, pero más del noventa por ciento de ellas aún carecen de agua potable; más del ochenta por ciento cuenta con televisión, pero el Internet sigue siendo un mito; Roberto Loyola les construyó un aula de usos múltiples y Marcos Aguilar un arco techo, pero la escolaridad sigue sin rebasar la primaria. Ahí también mi compañero de estudios Miguel Álvarez, logró cuajar ese su eterno e incomprendido sueño de construir presas subterráneas, y tanto Lucy Huber como Karina Castro han mantenido la presencia de jornadas de asistencia del DIF.

Pero Charape de los Pelones, a más de ser un muy eficaz termómetro de lo que representa la transformación macro del país, sigue siendo, sobre todo, el mejor escenario posible para las campañas políticas; un paraíso populista donde la promesa es moneda de cambio y un set inmejorable para evidenciar el carácter sencillo y noble de los candidatos. Por ahí pasarán todos, o casi todos, en las próximas semanas.

Pobre Charape de los Pelones, tan lejos de la capital y tan peligrosamente cerca de la demagogia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me pesa mucho la muerte, en estos días, de David Noyola.

Lo conocí como actor de la desaparecida Compañía Universitaria de Repertorio, la CUR, trabajé en algún montaje teatral con él y conocí su nobleza. Luego, con el paso del tiempo, supe de su profundo cariño por la Huasteca, de su calidad de padre, de su vocación de maestro y de su solidez de amigo.

Ha sido una pena su prematura partida.

Conocí Charape de los Pelones en la campaña rumbo a la Presidencia Municipal de Querétaro de Braulio Guerra Malo. Por entonces, a esta alejada comunidad de la capital había que llegar por caminos de terracería y constituía un ejemplo clarísimo del abandono, del olvido, de la desgracia de los pueblos más desprotegidos de nuestro país.

Desde entonces he escuchado el nombre de esta población rural de la Delegación de Santa Rosa Jáuregui periódicamente, cada tres años, como una recurrente afirmación de ese sistema político mexicano en el que la promesa por cumplir es una fórmula constante y la foto de lo más olvidado la idónea para ilustrarla.

En Querétaro, a Charape de los Pelones le tocó ser el ejemplo ideal de la necesidad y el escaparate perfecto para la promesa de modernidad, de crecimiento, de mejores oportunidades… “si el voto nos favorece en las urnas”.

Treinta años atrás, cuando el exrector universitario era candidato priista a la alcaldía queretana y yo reportero de esta casa donde hoy escribo, la comunidad de Charape de los Pelones era apenas un grupo de sencillas casas, salpicadas entre el monte y los mezquites, que tenía como principal, y único, espacio de reunión el frente de la pequeña construcción que servía como escuela. Ahí fue el mitin, y supongo que ahí han seguido siendo, cada tres años, los actos públicos de los diferentes candidatos a puestos locales de elección popular. Algo habrá cambiado el pueblo desde entonces, pero los eventos políticos siguen siendo los mismos, con mucha gente que llega y se va para no regresar, y sobre todo, con más de un fotógrafo que de cuenta de la visita.

Las casas que albergan a las poco más de setenta familias que hoy habitan la comunidad son ahora más sólidas, pero más del noventa por ciento de ellas aún carecen de agua potable; más del ochenta por ciento cuenta con televisión, pero el Internet sigue siendo un mito; Roberto Loyola les construyó un aula de usos múltiples y Marcos Aguilar un arco techo, pero la escolaridad sigue sin rebasar la primaria. Ahí también mi compañero de estudios Miguel Álvarez, logró cuajar ese su eterno e incomprendido sueño de construir presas subterráneas, y tanto Lucy Huber como Karina Castro han mantenido la presencia de jornadas de asistencia del DIF.

Pero Charape de los Pelones, a más de ser un muy eficaz termómetro de lo que representa la transformación macro del país, sigue siendo, sobre todo, el mejor escenario posible para las campañas políticas; un paraíso populista donde la promesa es moneda de cambio y un set inmejorable para evidenciar el carácter sencillo y noble de los candidatos. Por ahí pasarán todos, o casi todos, en las próximas semanas.

Pobre Charape de los Pelones, tan lejos de la capital y tan peligrosamente cerca de la demagogia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me pesa mucho la muerte, en estos días, de David Noyola.

Lo conocí como actor de la desaparecida Compañía Universitaria de Repertorio, la CUR, trabajé en algún montaje teatral con él y conocí su nobleza. Luego, con el paso del tiempo, supe de su profundo cariño por la Huasteca, de su calidad de padre, de su vocación de maestro y de su solidez de amigo.

Ha sido una pena su prematura partida.