/ domingo 6 de mayo de 2018

Aquí Querétaro

Nunca habría que menospreciar la comedia, esa especialidad teatral que apela a la risa como instrumento de comunicación con un público que, sobre todo en estos tiempos que corren, necesita vehementemente de ella.

Cierto es que el teatro es mucho más complejo que un chiste, y que los artistas de la escena pueden calar en el espectador hasta lo más profundo de sus sentimientos y pasiones; que incluso, a través de su creación, pueden mover consciencias y transformar sociedades. Pero la risa, la simple risa, sin otro aderezo, también es capaz de renovar corazones y alimentar esperanzas.

A catorce años de iniciar su aventura, el llamado Teatrito La Carcajada es un excelente ejemplo de lo que la risa significa para los seres humanos, lo que representa en tiempos de crisis de valores y podredumbre cotidiana. Ahí, en ese pequeño espacio de nuestro cada vez más saturado Centro Histórico, un nutridísimo número de espectadores vuelve, cada función, a recobrar la limpieza de espíritu que necesariamente se empaña en las batallas de la absurda cotidianidad.

El éxito de este teatro que fundaran Ricardo Ortega, Coka, y Jorge Izquierdo, Chito, radica precisamente en eso: En la facilidad de dos comediantes espléndidos para seducir con su magia escénica, carente de complejas lecturas y sesudas interpretaciones, a un público dispuesto a alimentar su alma con un humor sencillo, blanco, preciso y contundente.

El teatro de Coka y de Chito, lo mismo a través de los inmortales personajes de La Tremenda Corte, que de otros, muy suyos, que van en camino de serlo, como Uva y Poma, ha ido, en estos primeros catorce años, acrecentando una muy bien ganada fama de diversión. Pero no se reduce a eso, pues la comedia que ofrecen cada fin de semana conlleva también dosis muy necesarias de queretanidad, al estilo del legendario teatro regional yucateco del Cholo Herrera, y de una ración de crítica certera de la que no se escapan algunas clases sociales, y sobre todo, la tan desprestigiada clase política.

Puede decirse que, más allá de la mera e imprescindible diversión, estos actores queretanos suelen decir lo que todos quisiéramos y representan nuestras voces, en momentos de necesaria catarsis social, sobre las obras públicas, los políticos, las tradiciones, los lugares de siempre, y nuestra muy particular forma de ver la vida.

Anécdotas que han venido sucediendo a lo largo de esta aventura que ha representado para ellos el Teatrito La Carcajada, podrían rellenar una amplia publicación, y van más allá de las propuestas de matrimonio en su escenario, incluso con negativa incluida. Ejemplos como el de aquel espectador que abandonó la sala tras sufrir una rotura de nariz, producto del cabezazo impulsado por la risa de su vecino de enfrente, para regresar a la función siguiente, ya con el parche correspondiente en la cara, para ver el resto de la función que le había quedado pendiente.

O el ejemplo, mucho más significativo y conmovedor, de la espectadora que, ya desahuciada, asistió a una buena cantidad de funciones, como terapia para un alma que miraba como el cuerpo se extinguía.

En el camino, Ricardo y Jorge han contado con la complicidad de gente de la escena como Ángel Pérez Olguín, Gaby Galván, Jéssica Zermeño o Gerardo Pacheco. Un camino que ha ido forjando una historia dentro del teatro queretano de inicios del siglo veintiuno. Un teatro que no requiere de justificaciones ni explicaciones, pues se justifica y explica por sí mismo. Un teatro, en fin, que como bien establece su propio slogan, ha propiciado infinidad de minutos más de vida.

Nunca habría que menospreciar la comedia, esa especialidad teatral que apela a la risa como instrumento de comunicación con un público que, sobre todo en estos tiempos que corren, necesita vehementemente de ella.

Cierto es que el teatro es mucho más complejo que un chiste, y que los artistas de la escena pueden calar en el espectador hasta lo más profundo de sus sentimientos y pasiones; que incluso, a través de su creación, pueden mover consciencias y transformar sociedades. Pero la risa, la simple risa, sin otro aderezo, también es capaz de renovar corazones y alimentar esperanzas.

A catorce años de iniciar su aventura, el llamado Teatrito La Carcajada es un excelente ejemplo de lo que la risa significa para los seres humanos, lo que representa en tiempos de crisis de valores y podredumbre cotidiana. Ahí, en ese pequeño espacio de nuestro cada vez más saturado Centro Histórico, un nutridísimo número de espectadores vuelve, cada función, a recobrar la limpieza de espíritu que necesariamente se empaña en las batallas de la absurda cotidianidad.

El éxito de este teatro que fundaran Ricardo Ortega, Coka, y Jorge Izquierdo, Chito, radica precisamente en eso: En la facilidad de dos comediantes espléndidos para seducir con su magia escénica, carente de complejas lecturas y sesudas interpretaciones, a un público dispuesto a alimentar su alma con un humor sencillo, blanco, preciso y contundente.

El teatro de Coka y de Chito, lo mismo a través de los inmortales personajes de La Tremenda Corte, que de otros, muy suyos, que van en camino de serlo, como Uva y Poma, ha ido, en estos primeros catorce años, acrecentando una muy bien ganada fama de diversión. Pero no se reduce a eso, pues la comedia que ofrecen cada fin de semana conlleva también dosis muy necesarias de queretanidad, al estilo del legendario teatro regional yucateco del Cholo Herrera, y de una ración de crítica certera de la que no se escapan algunas clases sociales, y sobre todo, la tan desprestigiada clase política.

Puede decirse que, más allá de la mera e imprescindible diversión, estos actores queretanos suelen decir lo que todos quisiéramos y representan nuestras voces, en momentos de necesaria catarsis social, sobre las obras públicas, los políticos, las tradiciones, los lugares de siempre, y nuestra muy particular forma de ver la vida.

Anécdotas que han venido sucediendo a lo largo de esta aventura que ha representado para ellos el Teatrito La Carcajada, podrían rellenar una amplia publicación, y van más allá de las propuestas de matrimonio en su escenario, incluso con negativa incluida. Ejemplos como el de aquel espectador que abandonó la sala tras sufrir una rotura de nariz, producto del cabezazo impulsado por la risa de su vecino de enfrente, para regresar a la función siguiente, ya con el parche correspondiente en la cara, para ver el resto de la función que le había quedado pendiente.

O el ejemplo, mucho más significativo y conmovedor, de la espectadora que, ya desahuciada, asistió a una buena cantidad de funciones, como terapia para un alma que miraba como el cuerpo se extinguía.

En el camino, Ricardo y Jorge han contado con la complicidad de gente de la escena como Ángel Pérez Olguín, Gaby Galván, Jéssica Zermeño o Gerardo Pacheco. Un camino que ha ido forjando una historia dentro del teatro queretano de inicios del siglo veintiuno. Un teatro que no requiere de justificaciones ni explicaciones, pues se justifica y explica por sí mismo. Un teatro, en fin, que como bien establece su propio slogan, ha propiciado infinidad de minutos más de vida.