/ domingo 27 de enero de 2019

Aquí Querétaro

En estos tiempos de confusión, de despiste y mercadotecnia, los barrios se han convertido en colonias y los pueblos en barrios, y ya hasta el calificativo “tradicional” se está trocando por el de “mágico”.

Apenas hace un par de semanas hablábamos, en estas mismas páginas, de esa generalizada confusión de llamarle a nuestro Centro Histórico colonia, pero, por desgracia, este error no se limita a ese significativo ejemplo, sino que también abundan las voces que le llaman colonia a los barrios tradicionales queretanos (Eduardo Rabell asegura, con acierto, que algunos son barrios fundacionales), y a los pueblos, barrios, en el mejor de los casos, porque también pueden acabar, gracias al dicho popular, en vulgares colonias.

Todo esto viene a cuento porque, en estos días, el alcalde capitalino anunció formalmente el inicio de los trabajos de infraestructura e imagen urbana en algunos barrios a los que rebautizó, gracias a este nuevo programa, en “barrios mágicos”, parafraseando el exitoso proyecto de la Secretaría de Turismo federal de “pueblos mágicos”, cuya figura, el nuevo gobierno del país ha decidido extinguir, dejando a Amealco, recién adquirido dicho título, vestido y alborotado.

En el anuncio del alcalde Luis Nava, hubo un razonamiento digno de elogio, pues aseguró que el programa de “barrios mágicos” tendrá una visión antropológica y sociológica. Su Secretaria de Obras Públicas, por el contrario, aludió a estos barrios como “las primeras colonias” de nuestra ciudad. Entre un dicho y otro parece haber un océano de distancia.

Los barrios tradicionales queretanos están ahí, en algunos casos, desde épocas prehispánicas, y en la mayor parte, desde los siglos XVI y XVII, asociados generalmente a un culto religioso, a una actividad de vida, o a una ascendencia étnica. Así, barrios como San Sebastián, San Roque o San Gregorio, tienen una raíz evidentemente indígena, y algunos otros, como Santa Ana o San Antoñito, surgieron a raíz de la fundación de la ciudad.

Otro barrio tradicional, San Francisquito, se ha convertido en el reducto de la más ancestral tradición conchera y está siendo amenazado gravemente por la especulación inmobiliaria de una ciudad con nuevos centros comerciales y formas, también comerciales, de vida, y requiere, como oxígeno puro, la intervención protectora de un plan gubernamental que lo arrope.

Por otro lado, Hércules y Santa María Magdalena, no pueden considerarse ni barrios ni colonias; ambos son pueblos, sin que el término pueda resultar peyorativo, sino una explicación clara de sus antecedentes no tan remotos, en el primero de los casos unido a una industria, la del textil, que le dio fama y sustento.

El nuevo programa de “barrios mágicos” incluye a San Francisquito, pero también a Santa María Magdalena; a Hércules y a Santa Rosa Jáuregui, además de El Tepetate. De hecho, es precisamente El Tepetate, con la reconstrucción de su famoso mercado, y Hércules, donde, se dice, se realizarán las primeras acciones del proyecto municipal.

No me gusta el término “barrios mágicos”, porque creo que no denota ni explica las características de buena parte de ellos, pero siempre es loable que se trabaje en el mejoramiento de un lugar, sobre todo con la visión expresada por el Presidente Municipal, tendiente, según aseguró, a resaltar el orgullo de pertenencia de sus habitantes.

Aunque habría que precisar, desde la propia autoridad municipal, que los pueblos de Santa María y Hércules (ya hasta la llamábamos “hermana república”), no pueden considerarse barrios, como tampoco se le puede llamar así a Santa Rosa Jáuregui, que hasta municipio ha sido.

En fin, que todas estas reflexiones sobre barrios, colonias, pueblos y comunidades se quedan sólo en eso, y se van convirtiendo en ilusión, en tiempos donde el significado de las palabras resulta, para tantos, absolutamente irrelevante.

En estos tiempos de confusión, de despiste y mercadotecnia, los barrios se han convertido en colonias y los pueblos en barrios, y ya hasta el calificativo “tradicional” se está trocando por el de “mágico”.

Apenas hace un par de semanas hablábamos, en estas mismas páginas, de esa generalizada confusión de llamarle a nuestro Centro Histórico colonia, pero, por desgracia, este error no se limita a ese significativo ejemplo, sino que también abundan las voces que le llaman colonia a los barrios tradicionales queretanos (Eduardo Rabell asegura, con acierto, que algunos son barrios fundacionales), y a los pueblos, barrios, en el mejor de los casos, porque también pueden acabar, gracias al dicho popular, en vulgares colonias.

Todo esto viene a cuento porque, en estos días, el alcalde capitalino anunció formalmente el inicio de los trabajos de infraestructura e imagen urbana en algunos barrios a los que rebautizó, gracias a este nuevo programa, en “barrios mágicos”, parafraseando el exitoso proyecto de la Secretaría de Turismo federal de “pueblos mágicos”, cuya figura, el nuevo gobierno del país ha decidido extinguir, dejando a Amealco, recién adquirido dicho título, vestido y alborotado.

En el anuncio del alcalde Luis Nava, hubo un razonamiento digno de elogio, pues aseguró que el programa de “barrios mágicos” tendrá una visión antropológica y sociológica. Su Secretaria de Obras Públicas, por el contrario, aludió a estos barrios como “las primeras colonias” de nuestra ciudad. Entre un dicho y otro parece haber un océano de distancia.

Los barrios tradicionales queretanos están ahí, en algunos casos, desde épocas prehispánicas, y en la mayor parte, desde los siglos XVI y XVII, asociados generalmente a un culto religioso, a una actividad de vida, o a una ascendencia étnica. Así, barrios como San Sebastián, San Roque o San Gregorio, tienen una raíz evidentemente indígena, y algunos otros, como Santa Ana o San Antoñito, surgieron a raíz de la fundación de la ciudad.

Otro barrio tradicional, San Francisquito, se ha convertido en el reducto de la más ancestral tradición conchera y está siendo amenazado gravemente por la especulación inmobiliaria de una ciudad con nuevos centros comerciales y formas, también comerciales, de vida, y requiere, como oxígeno puro, la intervención protectora de un plan gubernamental que lo arrope.

Por otro lado, Hércules y Santa María Magdalena, no pueden considerarse ni barrios ni colonias; ambos son pueblos, sin que el término pueda resultar peyorativo, sino una explicación clara de sus antecedentes no tan remotos, en el primero de los casos unido a una industria, la del textil, que le dio fama y sustento.

El nuevo programa de “barrios mágicos” incluye a San Francisquito, pero también a Santa María Magdalena; a Hércules y a Santa Rosa Jáuregui, además de El Tepetate. De hecho, es precisamente El Tepetate, con la reconstrucción de su famoso mercado, y Hércules, donde, se dice, se realizarán las primeras acciones del proyecto municipal.

No me gusta el término “barrios mágicos”, porque creo que no denota ni explica las características de buena parte de ellos, pero siempre es loable que se trabaje en el mejoramiento de un lugar, sobre todo con la visión expresada por el Presidente Municipal, tendiente, según aseguró, a resaltar el orgullo de pertenencia de sus habitantes.

Aunque habría que precisar, desde la propia autoridad municipal, que los pueblos de Santa María y Hércules (ya hasta la llamábamos “hermana república”), no pueden considerarse barrios, como tampoco se le puede llamar así a Santa Rosa Jáuregui, que hasta municipio ha sido.

En fin, que todas estas reflexiones sobre barrios, colonias, pueblos y comunidades se quedan sólo en eso, y se van convirtiendo en ilusión, en tiempos donde el significado de las palabras resulta, para tantos, absolutamente irrelevante.