/ domingo 6 de octubre de 2019

Aquí Querétaro

Uno mirando al poniente, allá hacia donde se esconde el sol, y el otro al oriente, esperando los primeros rayos del día. Los dos enmarcan la belleza del entorno homogéneo, sobrio y balanceado de nuestra Plaza de Armas, o como le decían antaño “de arriba”.

El Portal Quemado, en la acera del lado este, lleva ese nombre, acaso desconocido por muchos nuevos queretanos, por el incendio que ahí se registró en el siglo XIX, y alberga la antesala de señoriales casonas que hoy, víctimas -o beneficiarias, según se vea- del despunte turístico, se han convertido en cafeterías, restaurantes y hoteles.

Enfrente, en el otro lado de la bella plaza que algunos reconocen tristemente como “de los perritos”, el Portal de Dolores, bautizado así porque justo a su abrigo se colocó, por muchos años y en otros tiempos, un altar dedicado a la virgen dolorosa, en la antesala de la semana mayor del año. Hoy también resguarda la entrada de hotel y restaurante, además de alguna oficina pública.

No son los únicos portales, sin embargo, que se descubren en esa plaza corazón de la ciudad. En la esquina norponiente, otro más pequeño, con serios problemas estructurales, rinde homenaje a Querétaro con el apellido de quienes fueran propietarios de la impresionante casona a la que enmarca. Se trata del Portal de Samaniego.

Los portales queretanos, y en especial estos de nuestra plaza que algún día también nombraron “de la Independencia”, son un referente para los queretanos, y también para nuestros visitantes. Resguardos ante la lluvia y el sol, paso obligado de los habitantes de nuestra ciudad, que no han dejado de tener, con algunos casos específicos, discrepancias en cuanto a su propiedad, y que hoy, desgraciadamente, están repletos de un mobiliario que impide el tránsito libre y despreocupado.

No son, desde luego, los únicos con los que Querétaro cuenta. El de Valderrama, por ejemplo, ubicado en la esquina de 15 de Mayo y Pasteur, es famoso porque se dice que ahí, la noche del quince de septiembre, tomó Ignacio Pérez el caballo con el que habría de trasladarse a San Miguel El Grande para comunicar a los líderes insurgentes que su conspiración había sido descubierta.

Por ahí están también el popularmente llamado Portal de Tamaleras, o el de la Independencia, de más reciente creación, pero sin duda uno de los más citados en las crónicas históricas citadinas es uno ya desaparecido: el de Carmelitas, que formó parte del paisaje urbano frente a la otra plaza, “la de abajo”, que hoy se llama Jardín Zenea.

El Portal de Carmelitas, en la esquina de Juárez y Madero, fue víctima de la picota y la modernidad, y su pérdida fue una herida que quedó abierta por décadas, acaso por algún siglo, en el ánimo de los queretanos. Hoy no existe, pero fue tan importante como cualquiera de los reseñados.

Y es que los portales, en ciudades de las características de la nuestra, son elementos fundamentales de la vida cotidiana; forman parte de su identidad arquitectónica y le dan sabor y color a la vida citadina.

Uno mirando al poniente, allá hacia donde se esconde el sol, y el otro al oriente, esperando los primeros rayos del día. Los dos enmarcan la belleza del entorno homogéneo, sobrio y balanceado de nuestra Plaza de Armas, o como le decían antaño “de arriba”.

El Portal Quemado, en la acera del lado este, lleva ese nombre, acaso desconocido por muchos nuevos queretanos, por el incendio que ahí se registró en el siglo XIX, y alberga la antesala de señoriales casonas que hoy, víctimas -o beneficiarias, según se vea- del despunte turístico, se han convertido en cafeterías, restaurantes y hoteles.

Enfrente, en el otro lado de la bella plaza que algunos reconocen tristemente como “de los perritos”, el Portal de Dolores, bautizado así porque justo a su abrigo se colocó, por muchos años y en otros tiempos, un altar dedicado a la virgen dolorosa, en la antesala de la semana mayor del año. Hoy también resguarda la entrada de hotel y restaurante, además de alguna oficina pública.

No son los únicos portales, sin embargo, que se descubren en esa plaza corazón de la ciudad. En la esquina norponiente, otro más pequeño, con serios problemas estructurales, rinde homenaje a Querétaro con el apellido de quienes fueran propietarios de la impresionante casona a la que enmarca. Se trata del Portal de Samaniego.

Los portales queretanos, y en especial estos de nuestra plaza que algún día también nombraron “de la Independencia”, son un referente para los queretanos, y también para nuestros visitantes. Resguardos ante la lluvia y el sol, paso obligado de los habitantes de nuestra ciudad, que no han dejado de tener, con algunos casos específicos, discrepancias en cuanto a su propiedad, y que hoy, desgraciadamente, están repletos de un mobiliario que impide el tránsito libre y despreocupado.

No son, desde luego, los únicos con los que Querétaro cuenta. El de Valderrama, por ejemplo, ubicado en la esquina de 15 de Mayo y Pasteur, es famoso porque se dice que ahí, la noche del quince de septiembre, tomó Ignacio Pérez el caballo con el que habría de trasladarse a San Miguel El Grande para comunicar a los líderes insurgentes que su conspiración había sido descubierta.

Por ahí están también el popularmente llamado Portal de Tamaleras, o el de la Independencia, de más reciente creación, pero sin duda uno de los más citados en las crónicas históricas citadinas es uno ya desaparecido: el de Carmelitas, que formó parte del paisaje urbano frente a la otra plaza, “la de abajo”, que hoy se llama Jardín Zenea.

El Portal de Carmelitas, en la esquina de Juárez y Madero, fue víctima de la picota y la modernidad, y su pérdida fue una herida que quedó abierta por décadas, acaso por algún siglo, en el ánimo de los queretanos. Hoy no existe, pero fue tan importante como cualquiera de los reseñados.

Y es que los portales, en ciudades de las características de la nuestra, son elementos fundamentales de la vida cotidiana; forman parte de su identidad arquitectónica y le dan sabor y color a la vida citadina.