/ domingo 12 de junio de 2022

Aquí Querétaro

Es una enfermedad poco asumida, de difícil detección para quien la contrae, de efectos silenciosos pero contundentes, y de vacuna muy cara y dolorosa.

Es la enfermedad de la importancia.

Suele consumir a funcionarios públicos, líderes sectoriales, artistas famosos, y ahora hasta a “influencers”, aunque hay que decir que es en los primeros donde los síntomas suelen ser más evidentes y pronunciados, sobre todo cuando se prueban por primera vez los dulces sabores del poder; ahí, si no hay vacuna previa, los efectos son demoledores.

Hay que decir, sin embargo, que se trata de una enfermedad de cura obligatoria, pues, más temprano que tarde, las circunstancias, los medios que la propician, tienen a desaparecer, aunque la resaca puede tener consecuencias desastrosas.

¿Y cuál es la vacuna contra la ruda y triste enfermedad de la importancia?, se preguntará usted, estimado lector; ¿qué brebaje mágico, qué pinchazo en salva sea la parte, qué pastillita coloreada impide a la gente enfermarse de importancia?

En realidad hay dos pócimas que salvan a las personas de adquirir el mal. Una está incluida en la leche materna, y literalmente, se mama desde la infancia en el seno familiar, aunque, a veces, puede no ser tan poderosa como para atemperar los embates del virus. La otra es dolorosa, muy dolorosa, y debe aplicarse, como con la del Covid, cuando ya no hay síntomas y los elementos que la producen están fuera del contexto cercano.

Esta vacuna contiene una muy buena dosis de realidad, ésa que descubre el verdadero grosor de los tabiques en los que uno suele subirse, que revela las amistades verdaderas a fuerza de golpes, y que delata que todo, absolutamente todo, pasa.

La enfermedad de la importancia no sería tan dura y compleja si sólo afectara a quien se contagia de ella, pero el problema es que repercute de manera franca e inmediata en quien tiene que convivir, o acercarse, a un enfermo; no es como la lepra, que se pega, pero sí como el alcoholismo, o el Alzheimer, que son sufridas por los demás.

Estoy seguro, estimado lector, que mientras lee estas letras está pensando en alguien, y es que todos tenemos medianamente cerca a algún enfermo de importancia. Hay que tenerles paciencia, y hasta un poco de compasión, pues algún día se curarán, dolorosa y sufridamente.


Es una enfermedad poco asumida, de difícil detección para quien la contrae, de efectos silenciosos pero contundentes, y de vacuna muy cara y dolorosa.

Es la enfermedad de la importancia.

Suele consumir a funcionarios públicos, líderes sectoriales, artistas famosos, y ahora hasta a “influencers”, aunque hay que decir que es en los primeros donde los síntomas suelen ser más evidentes y pronunciados, sobre todo cuando se prueban por primera vez los dulces sabores del poder; ahí, si no hay vacuna previa, los efectos son demoledores.

Hay que decir, sin embargo, que se trata de una enfermedad de cura obligatoria, pues, más temprano que tarde, las circunstancias, los medios que la propician, tienen a desaparecer, aunque la resaca puede tener consecuencias desastrosas.

¿Y cuál es la vacuna contra la ruda y triste enfermedad de la importancia?, se preguntará usted, estimado lector; ¿qué brebaje mágico, qué pinchazo en salva sea la parte, qué pastillita coloreada impide a la gente enfermarse de importancia?

En realidad hay dos pócimas que salvan a las personas de adquirir el mal. Una está incluida en la leche materna, y literalmente, se mama desde la infancia en el seno familiar, aunque, a veces, puede no ser tan poderosa como para atemperar los embates del virus. La otra es dolorosa, muy dolorosa, y debe aplicarse, como con la del Covid, cuando ya no hay síntomas y los elementos que la producen están fuera del contexto cercano.

Esta vacuna contiene una muy buena dosis de realidad, ésa que descubre el verdadero grosor de los tabiques en los que uno suele subirse, que revela las amistades verdaderas a fuerza de golpes, y que delata que todo, absolutamente todo, pasa.

La enfermedad de la importancia no sería tan dura y compleja si sólo afectara a quien se contagia de ella, pero el problema es que repercute de manera franca e inmediata en quien tiene que convivir, o acercarse, a un enfermo; no es como la lepra, que se pega, pero sí como el alcoholismo, o el Alzheimer, que son sufridas por los demás.

Estoy seguro, estimado lector, que mientras lee estas letras está pensando en alguien, y es que todos tenemos medianamente cerca a algún enfermo de importancia. Hay que tenerles paciencia, y hasta un poco de compasión, pues algún día se curarán, dolorosa y sufridamente.