/ domingo 24 de julio de 2022

Aquí Querétaro | Aniversario de la ciudad

Mañana lunes se cumple un año más de nuestra ciudad. O algo así, porque hay que reconocer que los vericuetos de la historia son tan complejos, y a ratos imprecisos, que las cosas suelen no ser exactas.

El hecho es que, al menos tradicionalmente, cada 25 de julio celebramos un aniversario más de la fundación de esta ciudad, fundación sustentada, desde siempre, en la leyenda de la aparición del Apóstol Santiago (el matamoros, no el peregrino) sobre la loma del Sangremal, que hoy conocemos todos como La Cruz.

Cada año, el Ayuntamiento de la capital queretana suele entregar distinciones con el nombre de personajes importantes de la ciudad a personas y asociaciones que han destacado en algún área del conocimiento o del servicio a los demás, y también reconocimientos póstumos a otras personas que merecen ser recordadas, pese a su fallecimiento, por lo que hicieron en vida. Todo, desde luego, en el marco de Querétaro y su queretanidad.

Pero el 25 de julio, quizá, también debería de abrirnos una oportunidad a la reflexión sobre esta ciudad en la que vivimos; sobre su historia, sí, sus tradiciones y encantos, pero también, necesariamente, sobre sus problemas, sus angustias, sus vicios y sus previsibles futuros.

La galopante gentrificación que lastima, no sólo a su centro histórico, sino también a sus barrios tradicionales; el comercio insaciable, capaz de apoderarse de espacios que otrora fueron de todos; el ruido incesante; el crecimiento desbordado; la obsesión de trasformación de lo tradicional por lo funcional; y esa facilidad para construir, sin limitante y sin regla, en espacios que afectan de manera significativa el paisaje urbano tradicional.

La visión de un par de edificios tras la barroca imagen de Santa Rosa de Viterbo, el remate moderno a calles céntricas como Guerrero o Independencia, o la amenaza constante de “desarrollo” para zonas como San Francisquito, ponen a Querétaro en una situación de riesgo visual, y sobre todo, social; no se trata simplemente de la protección de nuestra zona de monumentos históricos, en constante lucha contra la modernidad y la practicidad, sino de aquello que no está entre sus límites pero es igualmente valioso o inevitablemente penetrante.

Estamos pues de fiesta. Se cumple un año más de vida de una hermosa ciudad. Es también ocasión para que pensemos seriamente, comprometidamente, en su protección y en la de sus habitantes, antes de que éstos dejen de estar. Antes de que sea demasiado tarde.

Mañana lunes se cumple un año más de nuestra ciudad. O algo así, porque hay que reconocer que los vericuetos de la historia son tan complejos, y a ratos imprecisos, que las cosas suelen no ser exactas.

El hecho es que, al menos tradicionalmente, cada 25 de julio celebramos un aniversario más de la fundación de esta ciudad, fundación sustentada, desde siempre, en la leyenda de la aparición del Apóstol Santiago (el matamoros, no el peregrino) sobre la loma del Sangremal, que hoy conocemos todos como La Cruz.

Cada año, el Ayuntamiento de la capital queretana suele entregar distinciones con el nombre de personajes importantes de la ciudad a personas y asociaciones que han destacado en algún área del conocimiento o del servicio a los demás, y también reconocimientos póstumos a otras personas que merecen ser recordadas, pese a su fallecimiento, por lo que hicieron en vida. Todo, desde luego, en el marco de Querétaro y su queretanidad.

Pero el 25 de julio, quizá, también debería de abrirnos una oportunidad a la reflexión sobre esta ciudad en la que vivimos; sobre su historia, sí, sus tradiciones y encantos, pero también, necesariamente, sobre sus problemas, sus angustias, sus vicios y sus previsibles futuros.

La galopante gentrificación que lastima, no sólo a su centro histórico, sino también a sus barrios tradicionales; el comercio insaciable, capaz de apoderarse de espacios que otrora fueron de todos; el ruido incesante; el crecimiento desbordado; la obsesión de trasformación de lo tradicional por lo funcional; y esa facilidad para construir, sin limitante y sin regla, en espacios que afectan de manera significativa el paisaje urbano tradicional.

La visión de un par de edificios tras la barroca imagen de Santa Rosa de Viterbo, el remate moderno a calles céntricas como Guerrero o Independencia, o la amenaza constante de “desarrollo” para zonas como San Francisquito, ponen a Querétaro en una situación de riesgo visual, y sobre todo, social; no se trata simplemente de la protección de nuestra zona de monumentos históricos, en constante lucha contra la modernidad y la practicidad, sino de aquello que no está entre sus límites pero es igualmente valioso o inevitablemente penetrante.

Estamos pues de fiesta. Se cumple un año más de vida de una hermosa ciudad. Es también ocasión para que pensemos seriamente, comprometidamente, en su protección y en la de sus habitantes, antes de que éstos dejen de estar. Antes de que sea demasiado tarde.