/ domingo 27 de junio de 2021

Aquí Querétaro | Don Nicolás

Hombres hay destinados a ser protagonistas de su tiempo; hombres hay capaces de realizar hazañas y emprender aventuras imposibles, animados por su convicción y su pasión. No son muchos, pero suficientes.

Trasladar una capilla, piedra por piedra, desde España; dotar al coro de un templo de su ciudad con una preciosa sillería, recuperar prendas originales de don Juan Antonio de Urrutia y Arana, el famoso Marqués de la Villa del Villar del Águila, donar terrenos para un centro de salud y una escuela en el pueblo de su hacienda, o edificar, en tan solo un año, una bella plaza de toros con el palco de contrabarrera más grande del mundo, son algunas de las hazañas, de las aventuras, de un hombre excepcional como fue don Nicolás González Jáuregui.

Su carácter se pinta de cuerpo completo cuando se sabe que él mismo, sin aviso previo a su familia, solicitó la amputación de uno de sus brazos, propenso a las fracturas por haber sido estrangulado por el cordón umbilical durante su gestación; su espíritu emprendedor con el hecho de que fue el iniciador, con seiscientas hectáreas, de la vitivinicultura en nuestro Estado; y su gusto por el arte, la impresionante colección de piezas de Carlos Ruano Llopis que atesoró en vida.

Nacido en una familia queretana de cepa, don Nicolás no siempre gozó de las mieles de una posición económica desahogada, e incluso, durante su juventud tuvo que inscribirse en el seminario como única opción de educación posible; luego estudiaría Derecho en la Universidad Nacional y se volvería un próspero propietario de escuelas en la Ciudad de México, como el Colegio Franco Español, el Inglés y el Lestonnac.

De esa época es la empresa de comprar una capilla en España, numerar cada una de sus piedras, y trasladarlas, vía Nueva York, para reconstruir el monumento en su propiedad de la Avenida Revolución. Es hoy la bella capilla del Centro Cultural Helénico en la capital del país.

Por tres lustros, responsable de la llamada Junta de Navidad, don Nicolás se echó también a cuestas, tras la solicitud popular, construir una plaza de toros, luego de que fue demolida la que, en las cercanías de la Alameda, se llamó Colón. Se comprometió y su compromiso se hizo ley. En noviembre de 1963 inauguró el nuevo coso, de estilo andaluz y en la salida a Celaya, para el que no escatimó detalles: la plaza de toros Santa María de Querétaro.

Y no solo la construyó, sino que le dio una relevancia mundial, contratando para los festejos que ahí se realizaban a las más importantes figuras del toreo, de aquí y de allá, teniendo sus mejores tiempos en la década de los setenta, cuando Manolo Martínez la hizo su plaza, y cuando Paco Camino regresó, tras larga ausencia, a nuestro país, para bordar el toreo e inmortalizar una faena memorable para la historia del toreo contemporáneo: la de Navideño, de la ganadería de Javier Garfias.

Muchas son los motivos que los queretanos tenemos para querer que la Santa María se mantenga en pie, y uno más, sin duda, es honrar la memoria de un hombre excepcional que la edificó para la ciudad y la abonó con una rica y brillante historia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Otro personaje entrañable que ha merecido el reconocimiento de los queretanos estos días es el gran Aurelio Olvera Montaño.

Ya un centro cultural lleva su nombre en el centro histórico de una ciudad que ha recorrido a pie durante tantas décadas. Es apenas un mínimo reconocimiento a su trabajo, a su entrega y a su legado.

Hombres hay destinados a ser protagonistas de su tiempo; hombres hay capaces de realizar hazañas y emprender aventuras imposibles, animados por su convicción y su pasión. No son muchos, pero suficientes.

Trasladar una capilla, piedra por piedra, desde España; dotar al coro de un templo de su ciudad con una preciosa sillería, recuperar prendas originales de don Juan Antonio de Urrutia y Arana, el famoso Marqués de la Villa del Villar del Águila, donar terrenos para un centro de salud y una escuela en el pueblo de su hacienda, o edificar, en tan solo un año, una bella plaza de toros con el palco de contrabarrera más grande del mundo, son algunas de las hazañas, de las aventuras, de un hombre excepcional como fue don Nicolás González Jáuregui.

Su carácter se pinta de cuerpo completo cuando se sabe que él mismo, sin aviso previo a su familia, solicitó la amputación de uno de sus brazos, propenso a las fracturas por haber sido estrangulado por el cordón umbilical durante su gestación; su espíritu emprendedor con el hecho de que fue el iniciador, con seiscientas hectáreas, de la vitivinicultura en nuestro Estado; y su gusto por el arte, la impresionante colección de piezas de Carlos Ruano Llopis que atesoró en vida.

Nacido en una familia queretana de cepa, don Nicolás no siempre gozó de las mieles de una posición económica desahogada, e incluso, durante su juventud tuvo que inscribirse en el seminario como única opción de educación posible; luego estudiaría Derecho en la Universidad Nacional y se volvería un próspero propietario de escuelas en la Ciudad de México, como el Colegio Franco Español, el Inglés y el Lestonnac.

De esa época es la empresa de comprar una capilla en España, numerar cada una de sus piedras, y trasladarlas, vía Nueva York, para reconstruir el monumento en su propiedad de la Avenida Revolución. Es hoy la bella capilla del Centro Cultural Helénico en la capital del país.

Por tres lustros, responsable de la llamada Junta de Navidad, don Nicolás se echó también a cuestas, tras la solicitud popular, construir una plaza de toros, luego de que fue demolida la que, en las cercanías de la Alameda, se llamó Colón. Se comprometió y su compromiso se hizo ley. En noviembre de 1963 inauguró el nuevo coso, de estilo andaluz y en la salida a Celaya, para el que no escatimó detalles: la plaza de toros Santa María de Querétaro.

Y no solo la construyó, sino que le dio una relevancia mundial, contratando para los festejos que ahí se realizaban a las más importantes figuras del toreo, de aquí y de allá, teniendo sus mejores tiempos en la década de los setenta, cuando Manolo Martínez la hizo su plaza, y cuando Paco Camino regresó, tras larga ausencia, a nuestro país, para bordar el toreo e inmortalizar una faena memorable para la historia del toreo contemporáneo: la de Navideño, de la ganadería de Javier Garfias.

Muchas son los motivos que los queretanos tenemos para querer que la Santa María se mantenga en pie, y uno más, sin duda, es honrar la memoria de un hombre excepcional que la edificó para la ciudad y la abonó con una rica y brillante historia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Otro personaje entrañable que ha merecido el reconocimiento de los queretanos estos días es el gran Aurelio Olvera Montaño.

Ya un centro cultural lleva su nombre en el centro histórico de una ciudad que ha recorrido a pie durante tantas décadas. Es apenas un mínimo reconocimiento a su trabajo, a su entrega y a su legado.