/ domingo 26 de junio de 2022

Aquí Querétaro | El agua de Tlacote

Cuando Jesús Chaín Simón murió, en el 2004, la historia de aquel fenómeno que provocó, era ya cosa del pasado y se había convertido en leyenda. Luego, en el 2007, sus herederos vendieron su propiedad, de unas cien hectáreas y el casco de hacienda, en Tlacote El Bajo, población queretana que, también para entonces, había recuperado su tranquilidad y su olvido.

Fue a inicios de los noventa del pasado siglo cuando el fenómeno del agua de Tlacote alcanzó sus mayores dimensiones; se trataba de una agua milagrosa, salida del pozo de la hacienda propiedad de don Jesús, que había curado animales (una vaca y un perro), y hasta una persona que padecía cáncer, según se decía, sin que el dicho se hubiese confirmado jamás.

El caso es que es que aquello empezó a divulgarse y a alcanzar dimensiones difícilmente explicables, sustentado apenas en una muy inocente creencia popular, compartida de boca en boca, y también por los medios de comunicación, y provocando un fenómeno social inimaginable.

Hasta las inmediaciones de la hacienda, a la entrada del pueblo, empezaron a llegar caravanas de vehículos y de personas ávidas de aquel líquido que curaría sus males o el de sus seres queridos; filas de gente, en proporciones de hasta unos cuatro mil por día, dispuesta a esperar horas por un litro de agua.

Aquello desembocó en la instalación de diversos puestos de servicios, la presencia policiaca permanente, y la aparición de problemas evidentes de sanidad y seguridad. Aquello trastocó al pueblo y a sus poco más de cuatro mil habitantes que, a quererlo o no, transformaron sus vidas alrededor del fenómeno de esa agua que se extraía del pozo de la hacienda de don Jesús.

Hasta ahí, en Tlacote y sus contornos, las diferencias sociales se hicieron evidentes, pues las largas colas que democráticamente tenían que padecer las mayorías, no eran tan extensas para los pudientes y famosos, e incluso para los muchos extranjeros que hasta ahí llegaron, algunos fletando vuelos chárter desde sus lugares de origen, con la única intención de hacerse de aquella agua milagrosa.

El caso más famoso, el más sonado, fue el del basquetbolista Earvin, el “Magic”, Johnson, que vino hasta Tlacote en pos de la cura a su cáncer, pero también se ha hablado de personajes como José José, Julio Iglesias o Juan Gabriel, por sólo mencionar algunos. Ellos, o sus enviados, no padecieron el sol del medio día, ni la espera, ni las incomodidades, y tuvieron acceso directo a aquellos tinacos que albergaban el ansiado líquido.

En 1993, la fama del agua de Tlacote empezó a declinar, pues se corrió la voz de que no toda provenía del pozo “milagroso”, y alcanzó su momento más crítico cuando Jesús Chaín cerró por dos semanas el expendio.

A tres décadas de distancia aún están ahí los tinacos, la máquina de embotellado que Chaín había comprado y que, al parecer, nunca estrenó, y el desgastado letrero que marcaba la hora de atención al numeroso e inacabable público que hasta Tlacote llegaba: de las 10 A.M a las 3 P.M.

Once años después, en el 2004, Jesús Chaín Simón, el propiciador de este espectacular fenómeno social, murió, tristemente, curiosamente, paradójicamente, de cáncer.

Cuando Jesús Chaín Simón murió, en el 2004, la historia de aquel fenómeno que provocó, era ya cosa del pasado y se había convertido en leyenda. Luego, en el 2007, sus herederos vendieron su propiedad, de unas cien hectáreas y el casco de hacienda, en Tlacote El Bajo, población queretana que, también para entonces, había recuperado su tranquilidad y su olvido.

Fue a inicios de los noventa del pasado siglo cuando el fenómeno del agua de Tlacote alcanzó sus mayores dimensiones; se trataba de una agua milagrosa, salida del pozo de la hacienda propiedad de don Jesús, que había curado animales (una vaca y un perro), y hasta una persona que padecía cáncer, según se decía, sin que el dicho se hubiese confirmado jamás.

El caso es que es que aquello empezó a divulgarse y a alcanzar dimensiones difícilmente explicables, sustentado apenas en una muy inocente creencia popular, compartida de boca en boca, y también por los medios de comunicación, y provocando un fenómeno social inimaginable.

Hasta las inmediaciones de la hacienda, a la entrada del pueblo, empezaron a llegar caravanas de vehículos y de personas ávidas de aquel líquido que curaría sus males o el de sus seres queridos; filas de gente, en proporciones de hasta unos cuatro mil por día, dispuesta a esperar horas por un litro de agua.

Aquello desembocó en la instalación de diversos puestos de servicios, la presencia policiaca permanente, y la aparición de problemas evidentes de sanidad y seguridad. Aquello trastocó al pueblo y a sus poco más de cuatro mil habitantes que, a quererlo o no, transformaron sus vidas alrededor del fenómeno de esa agua que se extraía del pozo de la hacienda de don Jesús.

Hasta ahí, en Tlacote y sus contornos, las diferencias sociales se hicieron evidentes, pues las largas colas que democráticamente tenían que padecer las mayorías, no eran tan extensas para los pudientes y famosos, e incluso para los muchos extranjeros que hasta ahí llegaron, algunos fletando vuelos chárter desde sus lugares de origen, con la única intención de hacerse de aquella agua milagrosa.

El caso más famoso, el más sonado, fue el del basquetbolista Earvin, el “Magic”, Johnson, que vino hasta Tlacote en pos de la cura a su cáncer, pero también se ha hablado de personajes como José José, Julio Iglesias o Juan Gabriel, por sólo mencionar algunos. Ellos, o sus enviados, no padecieron el sol del medio día, ni la espera, ni las incomodidades, y tuvieron acceso directo a aquellos tinacos que albergaban el ansiado líquido.

En 1993, la fama del agua de Tlacote empezó a declinar, pues se corrió la voz de que no toda provenía del pozo “milagroso”, y alcanzó su momento más crítico cuando Jesús Chaín cerró por dos semanas el expendio.

A tres décadas de distancia aún están ahí los tinacos, la máquina de embotellado que Chaín había comprado y que, al parecer, nunca estrenó, y el desgastado letrero que marcaba la hora de atención al numeroso e inacabable público que hasta Tlacote llegaba: de las 10 A.M a las 3 P.M.

Once años después, en el 2004, Jesús Chaín Simón, el propiciador de este espectacular fenómeno social, murió, tristemente, curiosamente, paradójicamente, de cáncer.