/ domingo 5 de junio de 2022

Aquí Querétaro | ¿Y el peatón?


Porque el peatón, el transeúnte, es la base de toda movilidad, incluso antes, claro está, del transporte público, de la motocicleta, la bicicleta y el automóvil. Todos, en mayor o menor medida, somos peatones, y no todos, necesariamente, somos automovilistas o ciclistas.

Por eso digo, ¿y el peatón?

Porque me parece muy bien que se le dé al uso de la bicicleta un papel prioritario, que se construyan y habiliten nuevos espacios para los ciclistas, y que, más allá de lo políticamente correcto, se hable de la necesidad de incrementar este medio de transporte, aún con la consabida, irrenunciable, demagogia que alrededor del tema va abonada.

¿Pero no somos peatones antes que ciclistas? ¿No deberíamos mantener una infraestructura peatonal de primer mundo, antes de aspirar a convertirnos en la Holanda americana?

Le voy a dar algunos ejemplos, solo para tratar de aclarar el tema y desahogar la inquietud.

En Constituyentes, una de las avenidas más importantes de la ciudad, entre la entrada al Club Campestre y la Colonia Casa Blanca, las cosas no solo no están dispuestas para los transeúntes, sino que, incluso, parecen ser tierra hostil para éste. Las banquetas están construidas a medias (a ratos hay pedazos de concreto y a otros de tierra vil), se colocaron postes en mitad de aceras que no cubren, ni remotamente, las necesidades de espacio básicas para una silla de ruedas, y el cruzar las calles resulta, más que un desvarío, una auténtica temeridad.

En la colonia Jardines de la Hacienda, donde van a adaptar ahora ciclo vías, las banquetas son tierra de los propios vecinos, y están adaptadas a las necesidades particulares de sus cocheras y vehículos, de tal suerte que deambular por ellas, como simple peatón, conlleva subir y bajar escalones, cuidar de no resbalarse en rampas y manejar las muchas irregularidades del terreno con buenos reflejos, piernas ágiles y ojos muy abiertos. Huelga decir que la caminata por ahí de un peatón invidente puede resultar una pesadilla.

Y sin ir más lejos, basta darse una vuelta por las calles de nuestro Centro Histórico, y concretamente por las que han sido rehabilitadas recientemente. Ahí también, las adoquinadas aceras privilegian, de manera evidente, las cocheras y no el paso peatonal; se vuelven estrechísimas para otorgar una cómoda subida a los neumáticos (eso sí, sin restarle un milímetro de espacio al carril vehicular) y constituyen un peligro para las personas con algún tipo de discapacidad, e incluso, para los distraídos.

Así que cuando se habla de una ciudad incluyente en materia de movilidad, cuando se discute sobre la imperiosa necesidad de arreglar el sistema de transporte público, o se habla de más ciclo vías (que todo está bien, desde luego), yo siempre pienso en el transeúnte, en el invidente, en el discapacitado, en el anciano que camina; me da por suponer que para llegar al diez primero hay que pasar por el uno y el dos, y me pregunto, siempre me pregunto, ¿y el peatón?



Porque el peatón, el transeúnte, es la base de toda movilidad, incluso antes, claro está, del transporte público, de la motocicleta, la bicicleta y el automóvil. Todos, en mayor o menor medida, somos peatones, y no todos, necesariamente, somos automovilistas o ciclistas.

Por eso digo, ¿y el peatón?

Porque me parece muy bien que se le dé al uso de la bicicleta un papel prioritario, que se construyan y habiliten nuevos espacios para los ciclistas, y que, más allá de lo políticamente correcto, se hable de la necesidad de incrementar este medio de transporte, aún con la consabida, irrenunciable, demagogia que alrededor del tema va abonada.

¿Pero no somos peatones antes que ciclistas? ¿No deberíamos mantener una infraestructura peatonal de primer mundo, antes de aspirar a convertirnos en la Holanda americana?

Le voy a dar algunos ejemplos, solo para tratar de aclarar el tema y desahogar la inquietud.

En Constituyentes, una de las avenidas más importantes de la ciudad, entre la entrada al Club Campestre y la Colonia Casa Blanca, las cosas no solo no están dispuestas para los transeúntes, sino que, incluso, parecen ser tierra hostil para éste. Las banquetas están construidas a medias (a ratos hay pedazos de concreto y a otros de tierra vil), se colocaron postes en mitad de aceras que no cubren, ni remotamente, las necesidades de espacio básicas para una silla de ruedas, y el cruzar las calles resulta, más que un desvarío, una auténtica temeridad.

En la colonia Jardines de la Hacienda, donde van a adaptar ahora ciclo vías, las banquetas son tierra de los propios vecinos, y están adaptadas a las necesidades particulares de sus cocheras y vehículos, de tal suerte que deambular por ellas, como simple peatón, conlleva subir y bajar escalones, cuidar de no resbalarse en rampas y manejar las muchas irregularidades del terreno con buenos reflejos, piernas ágiles y ojos muy abiertos. Huelga decir que la caminata por ahí de un peatón invidente puede resultar una pesadilla.

Y sin ir más lejos, basta darse una vuelta por las calles de nuestro Centro Histórico, y concretamente por las que han sido rehabilitadas recientemente. Ahí también, las adoquinadas aceras privilegian, de manera evidente, las cocheras y no el paso peatonal; se vuelven estrechísimas para otorgar una cómoda subida a los neumáticos (eso sí, sin restarle un milímetro de espacio al carril vehicular) y constituyen un peligro para las personas con algún tipo de discapacidad, e incluso, para los distraídos.

Así que cuando se habla de una ciudad incluyente en materia de movilidad, cuando se discute sobre la imperiosa necesidad de arreglar el sistema de transporte público, o se habla de más ciclo vías (que todo está bien, desde luego), yo siempre pienso en el transeúnte, en el invidente, en el discapacitado, en el anciano que camina; me da por suponer que para llegar al diez primero hay que pasar por el uno y el dos, y me pregunto, siempre me pregunto, ¿y el peatón?